María
—¿Belén…? —llamó, incrédula.
No hubo reacción. La lenta lluvia de rosas impedía a María verla bien. Podía ser ella o no. Tenía que acercarse más.
Llevó a Maria B al borde del altar. Suaves como manos de amigos, las rosas rebotaban sobre sus hombros. Ya caían menos, como si algún depósito del techo se hubiese vaciado. Pero ella solo prestaba atención a la figura acostada.
Durante un momento estuvo segura de que era Belén, tumbada boca arriba y desnuda por completo, las extremidades extendidas, como preparada para una autopsia. Fue un lapso aterrador y desconcertante. Entonces el momento pasó.
No, no es ella. Es algo mayor. Pero se parece. Dios, se parece.
Era una muchachita de catorce todo lo más, rubia, de rostro élfico. Tenía los ojos cerrados, los brazos a ambos lados del cuerpo, las piernas rectas, los empeines curvos y simétricos, las puntas de los pies hacia delante. No pestañeaba, no se movía, no respiraba. Al caer, las rosas rodaban por su anatomía y se aglomeraban en su contorno.
La escena parecía el delirio de un forense. Todo era silencio.
Desde luego que no era su hija. Y empezaba a no estar segura del motivo por el que había creído que podía ser Belén. En realidad no se parecían en nada.
De pronto comprendió que había omitido una sencilla comprobación.
Hizo revolotear la mano derecha sobre el cuerpo, pero no se abrió ninguna viñeta con datos públicos. Igual que el perro de antes. Es…
—Un BOT, probablemente —dijo una voz a su espalda.
María admitió que encajaba bien en el decorado. Se trataba de un cura de rostro anguloso, cabellos grises, muy delgado. El traje, del alzacuellos a los pies, era tan negro que a María se le antojó sabroso, como si estuviese elaborado de chocolate fondant.
—Me llamo Preste. Esta es mi iglesia.
—Encantada. Yo…
—Tú eres Maria B, lo sé. Y sé que has nacido hoy. Abro datos públicos automáticamente a todo el que entra, cariño… Bueno, a todo el que tiene datos. Algún gamberro me ha colocado este BOT en el altar, seguro. Al principio pensé que eras tú, por eso me acerqué sin avisarte, perdona.
—No pasa nada… Yo también entré sin llamar.
—No tienes que llamar. Mi iglesia es libre. —Las manos, que debía de tener juntas en la espalda, aparecieron de pronto entrelazadas delante como alas de paloma—. Por cierto, ¿quién es Belén?
Ella recordó haber pronunciado su nombre en voz alta momentos antes.
—Es que… pensé que conocía a esta chica —dijo, eludiendo una respuesta directa.
—¿Y la conoces?
—No. Me confundí.
Situado a los pies de la muchacha, el cura observaba su cuerpo sin emociones.
—Ya decía yo. No podías conocerla, es un BOT, algo creado por el sistema. Lo que pasa es que creo que la han puesto adrede. ¿Ves las rosas? Han usado mi STP.
—¿Tu… qué?
—El STP: «Sistema de Transporte de Preste». —Sonrió—. Un transporte directo que compré para venir a mi iglesia. Está hecho por musimas y en teoría cuesta un huevo, pero yo lo adquirí rebajado porque posee un pequeño defecto: cuando usas el STP, se produce una lluvia de rosas rojas. Al menos no es caquita de pájaro, es lo que siempre digo. Oye, cariño, no me digas que es tu primera vez en ÓRGANO…
—Pues sí, mi primera vez. —Notó que las mejillas de su personaje enrojecían igual que las suyas, como si aquella respuesta aludiera a algo más íntimo.
Preste alzó una finísima ceja.
—Vaya, pues me alegro de conocer una casahuevos mayor de edad, en serio, no es algo que pase todos los días, bonita.
—Entré para encontrar trabajo —se apresuró a explicar María.
—Sí, es por lo que entra la mayoría. —Las delgadas manos del cura arreglaban unas flores con delicadeza—. Siento no poder ofrecerte nada, pero en mi iglesia hay poco que hacer. Yo tengo otro personaje con el que me gano el pan, esto lo hago para divertirme. —Señaló al BOT—. Las rosas ya se han ido, duran muy poco. —Al volver a mirar María se dio cuenta de que era cierto: en el altar solo quedaba la figura tendida.
—¿Y ahora?
—Pues he enviado un mensaje a un amigo detective para que eche un vistazo y me diga si puedo borrar a esta muñeca sin riesgo. Ahora que lo pienso, quizá él pueda ofrecerte trabajo. Vive en la zona no censurada, y tiene bastante éxito en lo suyo…
—¿Lo suyo?
—Sí, ya te digo, es una especie de detective. Investiga robos, busca personajes y te dice si cosas como esta son preocupantes. —Gesticuló hacia la niña del altar.
—¿Y pueden serlo?
—Hombre, si se trata de un BOT que contiene un troyano que te piratea los datos de tu cuenta, pues ya me dirás, nena…
Aunque sospechaba que no era un cura real, a María le parecía cómico que Preste hablara con tanto desparpajo. Se preguntó cómo podía alguien crear un personaje así «por diversión». Iba a indagar cuando notó un soplo, una remota musiquilla como brisa despeinándola. Las rosas caían ahora en un espacio a su izquierda. Preste advirtió su sorpresa y asintió.
—Sí, él también usa el STP para trasladarse aquí. Hablando del ruin de Roma… Adam, majo, gracias por venir tan pronto. Siento el mensaje, pero es que casi me hago pis del susto. Mira lo que me han dejado en el altar.
—Hola, Preste, tranquilo. Yo me ocupo.
El personaje de aquel tipo era el más trabajado de todos cuantos María había visto hasta entonces. Aparentaba entre cuarenta y cincuenta años. Corpulento, cargado de hombros, tenía una cabeza amplia asentada en un cuello recio y llena de infinitos pormenores. Su detalle más llamativo: un poblado bigote oscuro que formaba con las cejas espesas y el ceño fruncido dos ángulos de vértices enfrentados. Guardaba cierta semejanza con el actor Clark Gable, pero era más tosco. Sus ojos grandes y castaños, recordaron a María los de un perro san bernardo. La gabardina vieja y el traje arrugado le hacían parecer un inspector de teleserie.
—Vaya BOT cojonudo —dijo el detective con gran voz inclinándose hacia los pies de la niña—. Renderizar esto aquí cuesta la hostia. ¿Tenías defensas, Preste?
—Sí, bueno, las normales —dijo el cura—. Esto es zona censurada, de todas formas.
—Ya sé. ¿Oíste música?
—Nada. Vine a apagar los cirios y a cerrar, quería acostarme ya, y encontré este panorama. Y a esta chica aquí. —El detective y María cruzaron una mirada.
Le gustó que el gran bigote se curvara en una sonrisa.
—Hola, Maria B, soy Adam Finkus. Finkus, con ka. Me llaman El Hallador. —Alzó una mano gruesa, interrumpiéndola—. No hace falta que te presentes.
—Me has abierto datos, sí —repuso ella, acostumbrada—. Oye, ¿qué es renderizar?
Pero El Hallador, que se había situado entre Maria B y el altar y deslizaba una manaza por el brazo izquierdo de la niña, parecía atraído por otro hallazgo.
—La piel está húmeda… Es raro en un BOT. Pero no es un personaje. Nadie la ocupa. Es como un coche nuevo. Podría ser un error de renderización.
—Solo quiero saber si no hay peligro y puedo quitarla cuando me plazca.
—También puedes dejarla —comentó el detective observando el bonito cuerpo—. Vendría más gente a tu misa, desde luego.
—No seas guarro. Y no doy misas sino homilías, y no viene casi nadie, rico.
—Porque las das en horario de fútbol, te lo he dicho. ¿Has puesto recientemente esa cruz? —Finkus, de espaldas al altar, señalaba la gran cruz en la pared.
—Lleva aquí desde que creé la iglesia. ¿Por qué?
—No sé. Me llama la atención, tan solo.
Se dedicaron a mirar el objeto. María, en cambio, estaba más fascinada por la presencia y las maneras desgarbadas de Finkus que por otra cosa. Era tan real que tenía ganas de felicitar al jugador por aquel trabajo. Entonces Preste volvió a hablar.
—Había rosas sobre la niña antes. Usaron el STP para dejarla ahí.
—Entonces es una broma de alguien que conoces.
—La mayoría de la gente que conozco es seria.
—Habla por ti —dijo Finkus (con ka)—. ¿Y no oíste ninguna música con las rosas? Qué raro. En teoría, tendrías que haber oído la música del STP.
—Es verdad —admitió el cura.
—Elemental, querido Preste. —Finkus guiñó un ojo mientras recorría el altar en el sentido de las agujas del reloj, a partir de los pies, alejándose de Maria B—. Por cierto, ¿cuál es? Lo he olvidado.
—La Invención en mi mayor. Y tienes razón, no oí nada. Es raro.
—¿Y tú? —Finkus cabeceó hacia ella.
María, que en aquel momento hacía que Maria B alargara la mano tímidamente (era cierto: el cuerpo estaba húmedo y frío, como tocar un plato recién fregado, aunque a su alrededor todo parecía seco), se sobresaltó.
—¿Qué se supone que tenía que oír?
—La misma música que has oído hace un momento, cuando yo vine.
—Espera, se la mostraré —dijo Preste, y de improviso empezó a sonar una musiquilla de piano rara y preciosa y Preste desapareció.
Pero no fue solo eso: María se dio cuenta de que las notas casi desafinadas que se sucedían hilvanando aquella melodía extraña borraban el cuerpo del cura como si estuviera hecho de alpiste y la música fueran picos de palomas. Ocurrió con mucha rapidez, pero esa fue la sensación que produjo en María.
La pieza finalizó un tramo y comenzó otro
subiendo ahora, al revés, oscilando,
las rosas pintan su cabeza
y Preste volvió a aparecer un poco a la derecha en medio de una lenta lluvia de rosas cuyos pétalos al caer imitaban el ritmo de la música. En una viñeta a sus pies: Invención número 6 en mi mayor BWV 777. La viñeta se esfumó. Las rosas no tardaron en hacerlo. Quedó Preste sonriendo.
Fue una escena breve, pero de rara belleza. María estaba fascinada.
—Por cierto, eso es renderizar —dijo Finkus—. Hacer aparecer algo en un entorno virtual. Preste, ahora, tan solo se ha transportado a sí mismo a su iglesia.
—Ha sido muy bello. —Hizo que Maria B sonriera—. ¿Cómo se logra?
—El STP es un objeto musima —explicó Preste—. Yo lo compré, y al abrirlo suena la música con la que está fabricado mientras te transportas.
—¿Y las rosas?
—Ya te dije: un error, porque el objeto no está bien fabricado. Es vulgar.
María pensó que un mundo donde los errores vulgares eran rosas tenía que ser un mundo muy especial.
—Las músicas de Bach en ÓRGANO son instrucciones matemáticas —le dijo Finkus al verla titubear—. Los musimas las cargan en plantillas sobre los objetos o cuerpos y aparecen teclas. Las teclas que debes pulsar van iluminándose como las palabras que cantas en un karaoke… Pero si te equivocas al tocar se producen efectos como este, o mucho peores. En fin, es muy complicado… De todas formas el STP es un objeto sencillo. Las invenciones solo tienen dos voces. Bach las compuso para enseñar a sus hijos.
—Era una música bonita pero rara —dijo María—. Sonaba como algo desafinada.
—Es que la voz aguda tocaba una cosa y la grave otra, y luego se intercambiaban —explicó Finkus—. Eso es típico de la música de Bach. Las voces se intercambian, tocan el tema al revés, a veces comienzan desde el final y retroceden… Por eso el inventor de ÓRGANO la usó como soporte del software.
María se esforzaba en entender la explicación, que le parecía muy curiosa.
—En fin —acotó Preste—, ¿oíste esa música al entrar en la iglesia?
—No, no oí nada. Solo vi rosas cayendo.
—Raro —dijo Finkus.
—Mucho —admitió Preste y miró a Maria—. Me dijiste que habías creído que esta chica se parecía a alguien.
—Sí —dijo ella con cautela observando la cara blanca e inmóvil del BOT.
—La llamaste «Belén».
—¿Quién es Belén? —preguntó Finkus.
En la vida real aquellos dos desconocidos interrogándola en estéreo la hubiesen hecho enmudecer. Pero allí era Maria B, y se les enfrentó cruzada de brazos.
—Una… niña que conozco. Pero no es ella. Además, esta es mayor.
—¿Una niña que conoces? —Finkus frunció el ceño, escéptico—. ¿Eres una casahuevos, estás en la zona censurada y ya conoces un personaje infantil?
—No… Me refiero en real.
La palabra cayó como una bomba. Como si los dos hombres admitieran su poder, su forma abrupta de romper las reglas del juego. Hubo un pesado silencio.
—Hablando de real —dijo Finkus—, perdonad, me estoy meando.
No hubo ningún cambio en él, salvo que la luz al fondo de sus ojos se apagó, como si alguien corriese un telón.
—A veces hace eso para irse a pensar. —Preste sonrió—. Es más cutre que fumar en pipa, dice, pero te aseguro que es buen detective. Gana un pastón. Tengo la memoria fatal, pero creo que nos conocimos hace casi un año. Él me buzoneó su tarjeta de visita y yo lo invité a mis homilías. Por cierto, tú también estás invitada, guapa. De lunes a viernes, de ocho y media a diez. No hablo solo yo, eh. Son como reuniones de amigos.
María se lo agradeció. Preste le caía bien, pero era Finkus quien le atraía. Quiso aprovechar su quietud para estudiarlo de cerca, pero su rostro tenía tanta fuerza que le intimidaba mirarlo directamente, aun a sabiendas de que el dueño se había marchado. Se preguntó si el jugador se le parecería. Dedujo que algo sí, porque ¿quién crearía un personaje totalmente inventado con tantos defectos?
Desvió la vista al fin.
—Tiene personalidad —dijo.
—Ya lo creo. Pero no se lo digas. Luego farda mucho.
Ella iba a replicar cuando notó algo.
Bajó la vista, pero allí solo estaba la figura tendida. ¿Había cambiado de postura? Se fijó mejor.
En ese instante la niña del altar abrió los ojos y la miró.
María dio un grito doble, real y virtual. No tanto por el susto de que aquella cosa la observara sino porque de súbito se apoderó de ella una extraña, horrible convicción.
Es Belén. No sé cómo lo sé, pero es ella.
Por un instante no pudo controlar a Maria B y la dejó allí como clavada. Segundos después, la niña tenía los ojos cerrados y ella volvía a no estar segura de nada. Fue consciente de que el jugador de Finkus ya había regresado, y el cura y él la acosaban.
—¿Qué te pasa? —decía Preste.
—¡Eh, tranqui! —Finkus mostraba las manos—. Estás en la zona segura, no tienes…
La preocupación de Finkus parecía sincera, pero ella pensó que estaba perdiendo el tiempo con personajes ficticios manejados por farsantes. Aquello era solo un juego.
—Perdonad, me estoy meando. —Y desconectó.
TE HAS DESCONECTADO DE ÓRGANO™
¿VOLVER A ENTRAR?
SÍ / NO
Esperadme sentados. Manoteó en el aire. Al fin topó con la diadema y se la quitó como quien espanta una avispa, haciendo volar también sus gafas.
Y de repente estaba allí, frente al portátil, el flexo encendido, la noche silenciosa tras las persianas. Sentía el corazón desbocado y un sudor frío bañándole frente y axilas. Calma, es solo un juego virtual y esos dos eran unos friquis.
Vaya suerte que tenía. Supuso que si pusiera un circo le crecerían los enanos, como decía su madre. Había entrado por primera vez en un juego al que jugaban miles de millones de personas para buscar un empleo, y se había topado con, mira tú, los dos únicos friquis de la zona censurada de Madrid y sus bromitas (estaba segura de que lo de la niña del altar había sido una burla de ambos) en un nuevo episodio de «Vamos a dar por saco a María Bernardo», la popular serie de aventuras de su vida. Aunque esta vez adornada de surrealismo: rosas, iglesias, curas, detectives y niñas desnudas.
Se llevó las manos a la cara y casi se sorprendió de no verlas delgadas y bonitas, las manos de Maria B, sino gordezuelas, de uñas donde la laca se agrietaba. Bienvenida a lo real, María. ¿Creías que había mejorado porque lo virtual es una mierda?
De pronto, como si se le ocurriese una idea, se levantó, salió de su cuarto, entró en el de su hija abriendo la puerta suavemente pero con decisión y llegó a su cama como a una meta. Respiró hondo, extrañamente aliviada.
¿Por qué había pensado por un momento que a Belén podía sucederle algo? Pero no era así: dormía a pierna suelta. Ni siquiera el grito que ella había dado momentos antes la había despertado. Yacía (no, no usemos esa palabra, mejor «dormía») de perfil, abrazada a la almohada. El sueño puro de los niños. ¿De veras fue a ella a quien vi?
Imposible. Se había confundido. No se parecían. Me asusté, eso es todo.
Rescató la sábana de debajo del pijama de ovejas azules, la tapó y hundió el rostro entre su pelo como si lo hiciera en el agua. El cabello de Belén le cosquilleó la nariz y ella, como recompensa, le entregó un beso. Y lágrimas. ¿Por qué tenía que mezclarse una figura similar a la de Belén en todo aquello? ¿O por qué tenía ella que haber creído que podía ser Belén?
Hizo pis en el pequeño baño del pasillo, se lavó, se miró al espejo (la ancha cara de cebolla, Dios, tan distinta de los pómulos altos en el óvalo del rostro de Maria B) y regresó a su dormitorio, cerró la puerta con pestillo y se sentó ante la pantalla encendida, que ahora mostraba el canal de noticias: «La tragedia en la fiesta de inauguración del zoo Miroir de París pudo deberse a un escape de gas, afirma la policía»…
Si renunciaba a ÓRGANO, ¿qué haría al día siguiente? La lenta procesión buscando empleo en real. Las llamadas a las amigas. La visita a papá en la residencia. Una línea recta gris y desolada extendiéndose en su futuro, sin desvíos. La vida real. Nadie sabía qué hacer para mejorarla: solo era posible sustituirla.
Recogió la diadema del suelo, le dio vueltas y acabó poniéndosela de nuevo. En su pantalla: 1:50, pero no tenía sueño. ¿Por qué no entrar otra vez como Maria B y pedir explicaciones? No mucho tiempo, apenas unos minutos, aunque fuese para aclararles que no iban a conseguir nada intentando asustarla con muñecas muertas en altares.
Lo mismo «Finkus con ka» seguía por allí.