El teniente general Ganin se presentó, como en la anterior ocasión, apretando contra el pecho una carpeta de cartulina. Tal vez había despertado de esta guisa, y la única manera de librarse de ella era ir a entregársela al fiscal general.
—Esperamos, señor, que el juicio esté desarrollándose tal y como usted deseaba.
—Gracias. ¿De qué se trata?
Solinsky tendió el brazo y cogió sin más la carpeta, animando al jefe de seguridad a que se explicara.
—Sí. Es un informe de nuestras investigaciones a propósito de los trabajos realizados en la División Técnica Especial de la calle Reskov. Principalmente del período que va de 1963 a 1980, fecha en que la citada división fue trasladada al sector nororiental. Muchos de los informes de cuando estaba en la calle Reskov se han conservado intactos.
—¿Por orgullo profesional?
—¡Quién sabe, señor fiscal! —exclamó el general; se le notaba algo envarado y tenso, más como un tenientillo de provincias que como una figura clave en la reestructuración del país.
—A propósito de otro tema, general…
—¿Señor?
—¿Sabe usted, por casualidad…? No es que sea importante… Me preguntaba si sabría usted qué ha sido de aquel estudiante, de aquel barbudo que le besó en la plaza nevada.
—Kovachev. ¡Claro que sí! Organiza la cola de la oficina de visados del consulado de Estados Unidos.
—¿Quiere decir que trabaja en el consulado americano?
—No, ¡qué va! ¿No los ha visto usted…, todos esos hombres que se reúnen en la plaza de San Basilio Mártir? Hacen cola para el consulado de Estados Unidos.
—No comprendo.
—Les da no sé qué aguardar en la calle, frente al edificio. Tal vez se avergüenzan, o temen que la gente desapruebe su actitud, o que se meterán en líos… Algo por el estilo. Así que tienen montada su propia cola en el parque, junto a la puerta de Poniente. Kovachev lo organiza. Te dan un número, y cada mañana te presentas a ver si has llegado a la cabeza de la cola; si aún no estás en ella, vuelves al día siguiente. Nadie hace trampas. Todos le obedecen. Es un organizador nato.
—Le necesitamos de nuestro lado.
—No vendrá. Ya lo he intentado. Me envió una postal cuando conseguí éstas. —Con un gesto automático, Ganin se tocó el hombro, como si su esposa le hubiera cosido dos estrellas doradas en su traje civil—. Decía simplemente: Dadnos generales, no pan.
Peter Solinsky sonrió. El tal Kovachev parecía todo un carácter. Al revés que su orondo general.
—¿Por dónde íbamos? —preguntó.
—Sugería —respondió Ganin recuperando su envaramiento— que tal vez le interesaría conocer nuestro resumen de las investigaciones realizadas en la calle Reskov, en cuanto se refiere a los logros conseguidos en el campo de la inducción de enfermedades simuladas.
—¿En concreto?
—Concretamente, en la inducción de los síntomas de paro cardíaco mediante drogas administradas por vía oral o intravenosa.
—¿Algo más?
—¿Cómo…?
—¿Como pruebas de que este trabajo de investigación se haya aplicado en algún caso concreto?
—No, señor. Por lo menos, no en este dossier.
—Bien, general… Gracias.
—Gracias a usted, señor fiscal.