Maria Solinska tuvo que esperar una hora frente al bloque 1 del polígono de la Amistad hasta que llegó el autobús. No, yo no tengo un buen piso, pensaba. Quiero un apartamento más espacioso para Angelina, donde no se nos vaya la luz cada dos horas, donde no haya cortes de agua como el de esta misma mañana. Daba la impresión de que la ciudad entera se venía abajo. La mayoría de los automóviles no podían circular a causa de las restricciones de gasolina. Y hasta los transformados para funcionar con gas permanecían cubiertos con plásticos, puesto que se había limitado el consumo de gas a usos domésticos. Los autobuses funcionaban cuando la compañía recibía alguna cisterna de combustible, si los mecánicos podían ponerlos en marcha, y si los sinvergüenzas que los conducían se dignaban presentarse al trabajo, entre trato y trato de compraventa de dólares en el mercado negro.

Había cumplido cuarenta y cinco años. Se consideraba atractiva aún, aunque eso no podía deducirlo con certeza de la intermitente fogosidad de Peter. Durante el cambio, todos habían estado demasiado ocupados, o se sentían demasiado cansados, para hacer el amor: era otra cosa que se venía abajo. Y después, cuando volvieron a hacerlo, los atenazó el temor a las consecuencias. Durante el último año estadístico, el número de nacidos vivos había sido superado tanto por el de abortos como por el de defunciones. ¿Qué mejor dato para conocer la situación de un país?

A decir verdad, no se le podía pedir a la esposa del fiscal general que tomara el autobús para ir a la oficina y que viajara en él emparedada entre rollizas posaderas campesinas. Siempre había trabajado de firme, y no lo había hecho mal, a su juicio. Su padre fue un héroe de la lucha contra el fascismo. Y su abuelo uno de los primeros miembros del Partido, al que se había afiliado antes que el propio Petkanov. No había llegado a conocerle, y durante años la familia apenas si se refirió a él; pero, cuando llegó aquella carta de Moscú, pudieron sentirse de nuevo orgullosos de él. Le había mostrado a Peter el certificado, pero él se negó a compartir su satisfacción y comentó malhumorado que dos errores no constituían un acierto. Una respuesta típica de su actual actitud, taciturna, presuntuosa en su encumbramiento.

Se casó con él a los veinte años. Muy poco después el padre de Peter cometió alguna estupidez; la gente dijo que había salido bien librado con el exilio. Y luego Peter, casi a la misma edad que entonces su padre, había abandonado el Partido, estúpida, provocadoramente, sin ni siquiera pedirle consejo. Tenía una vena de inestabilidad en su carácter, un afán de meterse en problemas, como se los había buscado su padre… ¡Hasta que tuvo la ocurrencia de ofrecerse para llevar la acusación contra Stoyo Petkanov! ¡Un profesor de mediana edad jugando a ser héroe! Lastimoso. Si fracasaba, sería una humillación para él; pero, incluso aunque consiguiera una sentencia condenatoria, la mitad de la gente le odiaría y la otra mitad diría que debería haber hecho más.