El capitán Puig escupió con rabia al llegar a los alrededores de la prisión Modelo de Barcelona. Acababan de dejar el cadáver del cabo primero Bonet en Capitanía. Había llegado con él justo cuando entraba por la puerta el ministro de Gobernación, Ramón Serrano Súñer. Qué imagen. El cuñado de Franco acudía a Barcelona para comprobar que todo funcionaba perfectamente, para reunirse con el jefe nacional de Seguridad, el coronel Ungría, y él aparecía con la ropa empapada por aquella maldita nieve y acompañado de dos peatones anónimos que llevaban en brazos un cadáver cubierto de sangre: el de uno de sus hombres.
Nunca olvidaría la mirada de Ungría ni la sorpresa del ministro.
—¿Esto qué coño es?
El capitán se quedó sin palabras. Al final, respondió que un pistolero que habían detenido en medio de las Ramblas. El ministro no entendió qué hacía entonces en Capitanía. Ordenó que se lo llevaran corriendo a Montjuïc. Matías desapareció rápidamente de allí.
Cuando subía de nuevo por las Ramblas, aún sin poder cambiarse, sus hombres le dijeron que el sospechoso había desaparecido. Era increíble. Estaba rodeado de inútiles. Continuó con sus cuatro hombres hacia su primer destino, tras dejar bien claro al sargento Núñez y a los otros cómo era el hombre al que tenían que encontrar. Lo quería vivo antes de que se pusiera el sol. Era su prioridad. Por la noche quería tener trabajo en el castillo. No tenía ganas de volver a ver a Pilar.
Andaba con sus hombres a su lado. Cuatro soldados rasos, catalanes, que habían luchado desde el principio de la guerra a las órdenes de los navarros. Caminaban en silencio. Él no tenía ganas de hablar. Los otros tenían miedo de hacerlo. En su camino hacia la prisión se habían encontrado con las primeras tiendas que habían abierto sus puertas. No tenían casi nada de género. En algunas se intuía que sus propietarios habían puesto a la venta objetos de su propiedad, para sacar algo de dinero y conseguir que sus escaparates no estuvieran vacíos. Muy cerca de la entrada principal de la prisión, un tabernero con una gran barba se aprestaba a pintar el nuevo nombre de su bar: ARRIBA.
—Vosotros tres, quedaos aquí fuera. Yo voy a tomar algo. Y con los ojos bien abiertos —dijo el capitán, que entró dentro del local.
El propietario, ante la llegada de un nuevo e inesperado cliente, bajó rápidamente de la escalera. Dejó la brocha y la pintura y siguió sus pasos casi tan de cerca que estuvo a punto de tropezar con el capitán. Encima de la barra tenía un anuncio; el cine Capitol daba a conocer la inauguración de su local con la proyección de la película: LA BANDERA, UNA PELÍCULA DE LA LEGIÓN DEDICADA AL GENERALÍSIMO FRANCO.
—¿Qué quiere tomar?
—¿Qué tiene?
—Un buen orujo.
—Pues uno de esos.
El capitán se apoyó sobre la suciedad de la barra. Se manchó la manga. Lo que le faltaba. Llevaba el traje totalmente empapado. Por un momento se le pasó por la cabeza sacar la pistola y acabar con aquel maldito tabernero.
—¿Viene a visitar a alguien? —dijo el tabernero mientras dejaba un pequeño vaso con el licor.
El capitán se lo bebió de un trago.
—Otro.
—Sí, señor.
El tipo cogió la botella y la dejó junto al vaso. El capitán sacó la pistola y la puso encima de la barra. Junto a su mano derecha. El tabernero dio un paso atrás, asustado.
—No tengo dinero —tartamudeó.
—No lo parece. ¿Por qué me has preguntado si he venido a ver a alguien?
El hombre se rascó la barba. No creía haber cometido ninguna ofensa. Debía de ser un policía, quizás un soldado. Miró bajo el mostrador. Todavía conservaba la escopeta, a pesar de la orden de entregar todas las armas y los explosivos. Pero era una tontería usarla. Un suicidio. Aquel hombre iba acompañado de los otros cuatro que esperaban en la puerta. No valía la pena morir tras dos años y medio de guerra.
—La mayoría de los clientes vienen a este bar por eso. Antes de la guerra, durante y ahora. Vienen a ver a alguien en la Modelo.
El capitán engulló otro trago de licor y se llenó de nuevo el vaso.
—Ahora está vacío. —Observó a su alrededor. Las paredes de aquel local emanaban miseria—. ¿No ha venido nadie?
—Hoy solo dos personas y usted.
—¿Cómo eran estas dos personas?
—Una anciana muy bajita y un hombre mayor que tenía una pinta impecable. Venían a visitar al marido de la mujer, pero han tenido que irse. No les han dicho nada. Han tomado una copa de coñac y se han marchado.
—Muy bien. Gracias.
Matías recogió el arma y volvió a guardársela en la cintura. El tabernero no se atrevió a pedirle que le pagara. Sus hombres se pusieron firmes al ver que salía del local. Habían estado hablando amigablemente mientras compartían un cigarrillo.
—Demos una vuelta por el Ensanche y bajemos al Chino. Tenemos que encontrar al que ha matado a Bonet o a cualquier sospechoso que lo pueda conocer.
Era lo único que le apetecía. Encontrar a alguien en quien hundir sus puños hasta el alba, como había estado haciendo con el gitano y sus amigos la noche anterior.
* * *
Núñez y sus cinco hombres observaron que dos guardias corrían hacia un portal de la calle Pelayo. Era el único movimiento que había por allí. Habían estado en el lugar de recogida de armas y explosivos que había en aquella calle, cerca de la plaza de la Universidad, para interrogar a los sospechosos. Pero nada, y era lógico. Nadie era tan estúpido como para descubrirse. Aquello estaba vacío. Solo algunos abuelos.
—Al menos ahora no nieva —dijo el sargento.
—El problema serán las placas de hielo —apuntó Joaquim, uno de sus hombres.
Aquel chico era el más joven, pero también el más despierto. Era de la Barceloneta. El estallido de la guerra le había pillado haciendo el servicio militar en Larache. Simpatizaba con las ideas de la Falange. Su abuelo había sido carlista en Aragón, antes de emigrar a Barcelona.
—Y estos, ¿adónde van? —preguntó Núñez, con la mirada fija en los dos guardias—. Si corren así a riesgo de romperse la cabeza, será por algo importante. Vamos a verlo y después bajamos al Chino. Cogeremos a dos, a los que sea, y nos los subimos al castillo. Si no, el capitán no estará tranquilo.
—¿Y el de los disparos de esta mañana?
—No lo sé, Joaquim. Es como buscar una aguja en un pajar. Ya aparecerá, si no muere antes por el frío. No creo que pueda escapar. Solo espero que el capitán esté más calmado.
—¿Conocía a Bonet?
—No. ¿Y usted?
—Tampoco.
—Vamos a ver qué ha pasado allí.
Los cuatro hombres se dirigieron a un portal, donde una abochornada criada tomaba aire ayudada por una vecina. Los dos guardias atravesaron la puerta y entraron en el interior.
—¡Qué tragedia! ¡Qué tragedia! Los dos muertos a la vez. ¡Qué tragedia! —se lamentaba la criada. La cofia se le había caído hasta la base del cuello.
—¿Subimos?
—Yo subiré, Joaquim. Usted quédese aquí con el resto, y evite que suban curiosos. De todos modos, no creo que esto sea importante: otro suicidio, supongo.
El sargento atravesó el portal, se sumergió en su oscuridad y empezó a subir las escaleras guiado por el ruido que en el piso de arriba hacían los guardias.
—Aquí no puede estar —dijo uno de los agentes.
El sargento mostró su credencial de la Dirección General de Seguridad.
—Perdone, señor.
—¿Qué ha pasado?
—Está en la habitación. Una muerta.
Núñez cruzó la puerta y pasó por el lujoso salón hasta llegar a la habitación del final del pasillo. Encima de la cama había, según se intuía, una mujer tumbada, con la cara totalmente destrozada.
—Parece que ha sido un suicidio, señor. Nos ha avisado una vecina. La criada acababa de recibir una notificación de un soldado.
—¿Una notificación de un soldado?
—Sí, por lo visto, el padre de la mujer había muerto. Lo mataron unos bandoleros.
—Un soldado… ¿El padre era militar?
—No lo sabemos.
—¿Cómo se llamaba la muerta?
—Pilar Benavente.
—Me resulta familiar, pero no sé de qué. No me suena ningún oficial con ese apellido. Pero si ha venido un soldado, ha de tener que ver con un oficial.
—Quizás era de los otros.
—¿De los otros? A esos nos los cargamos de un disparo y los enterramos en un foso.
Núñez siguió con la mirada el brazo ensangrentado de la muerta. En la mano, totalmente rígida, aun cuando le faltaban varios dedos, sujetaba todavía los restos de un revólver oxidado.
—¿Y eso?
—La pistola. Parece que reventó cuando se disparó. La cara es la prueba. A esta no la reconoce ni san Pedro.
—No bromee.
—Lo siento, señor.
Núñez se quedó mirando la pistola. También le resultaba familiar. En la guerra había visto muchas armas, pero aquella le sonaba de hacía poco. Se fijó en una de las fotos que había en una mesita, a la que habían llegado las salpicaduras de la sangre. El guardia le seguía hablando. Estaba más joven, pero no había duda: era el capitán Matías Puig. Aquella debía de ser su mujer.
Avance del parte de operaciones correspondiente al día de hoy, 29 de enero de 1939. III Año Triunfal:
A pesar del mal tiempo ha continuado el brillante avance de nuestras tropas, que han logrado hacerlo en una profundidad media de nueve kilómetros, habiéndose ocupado los pueblos de Balsareny, Puigreig, Santa María de Oló, Moyá, Cardedeu y Llinás del Vallés, y, según noticias no bien confirmadas todavía, los de Dosrius, La Garriga, Santa Eulalia de Ronsana y Caldas de Montbuy, batiéndose a tres brigadas internacionales, las once, trece y quince, de las que se ha cogido documentación. El personal de estas brigadas está compuesto de hispanoamericanos y centroeuropeos. Se sabe por prisioneros que estas brigadas se han organizado por un acuerdo entre el diputado comunista francés Marthy y el titulado general, cabecilla Rojo. En Extremadura han continuado nuestras tropas conquistando posiciones al enemigo, causando a este durísimo quebranto.
Salamanca, 29 de enero de 1939. III Año Triunfal.
De orden de S. E., el general jefe de Estado Mayor,
FRANCISCO MARTÍN MORENO
Ampliación del parte avanzado: el avance llevado hoy a cabo por nuestras tropas en el frente de Cataluña, además de los pueblos ya mencionados en el avance de este parte, se han ocupado los de Montclar, Viver, Villal, Navás, Santa Eulalia de Oló, Monistrol de Calders y San Lorenzo de Savalls, y las posiciones de Puig, Casa de las Forcas y Casa Rodados. Un contraataque intentado por el enemigo en el sector central fue rechazado y recogieron nuestras tropas gran cantidad de muertos de aquel. El número de prisioneros hecho hoy pasa de 1250 y es muy elevada la cantidad de material que los rojos han dejado en nuestro poder. En Extremadura, como consecuencia de la lucha sostenida al conquistar nuestras fuerzas varias posiciones de los rojos, han dejado estos en nuestro poder más de cuatrocientos muertos y un batallón con sus mandos y todo su armamento.
Actividad de la aviación. Ayer fueron bombardeados los objetivos militares de los puertos de Gandía y Denia, y hoy lo han sido los de las estaciones ferroviarias de Gerona y Figueras; el aeródromo de Figueras, en el que se alcanzó de lleno un hangar, provocando violentos incendios, y el de Celrá, alcanzando el objetivo y varios ratas que en aquel momento estaban despegando.
Salamanca, 29 de enero de 1939. III Año Triunfal.
De orden de S. E., el general jefe de Estado Mayor,
FRANCISCO MARTÍN MORENO
Entre el 5 y el 10 de febrero de 1939, unos doscientos cincuenta mil republicanos cruzaron la frontera de Francia camino del exilio. Lo mismo hicieron Negrín y gran parte de su Gobierno. El 10 de febrero de 1939, toda Cataluña estaba en manos de los nacionales. Un mes después, el coronel Casado dio un golpe de Estado anticomunista en Madrid, mientras que Juan Negrín y buena parte de su Gobierno se refugiaron en Elda y Petrer.
Las fuerzas de Casado se hicieron finalmente con el control de la capital tras un duro enfrentamiento entre las mismas tropas republicanas. Casi al momento, trataron de llegar a un acuerdo de paz con Franco. No lo consiguieron. El 26 de marzo cayó Madrid. Rápidamente la siguieron Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Jaén y Almería. El 30 de marzo, Valencia y Alicante. El 31, Murcia.
El 1 de abril, Franco emitió el último parte de guerra:
En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
Burgos, 1.º de abril de 1939, año de la victoria.
El Generalísimo.
Fdo.: FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE