23

Anna seguía con el bebé entre sus brazos, junto a la chimenea. Vicenç, mucho más tranquilo, bajó las escaleras. Julia llevaba toda la mañana en la cocina.

—¿Cómo te encuentras?

Vicenç la acarició y se sentó junto a ella.

—Asustada —reconoció Anna—. Y más ahora que sé que la tía no tiene el coche… ¿Y tu madre? ¿Cómo está?

—Bien. La dejé en casa hace unos días. Supongo que estará bien.

No habían podido hablar mucho el día anterior. Anna les había contado cómo había permanecido durante meses escondida en casa, con su hija, aunque no les dijo nada de François. De cómo lo había conocido en las trincheras de Teruel y tampoco cómo, tras la muerte de Enric, había pasado de amigo a amante. Habían hablado, pero poco. Lo que tenía claro es que no le iba a contar que Enric había muerto asesinado, no en el frente, como se suponía que había muerto ella también.

—¿Y eso de las muñecas? Ayer no te pregunté.

Vicenç suspiró. Pensar en aquello le hacía daño.

—Estuvieron a punto de matarme —contestó con la voz rota—. Me detuvieron y me escapé cuando me llevaban de paseo. Iba con don Gregorio, el maestro. ¿Te acuerdas?

—Sí. El amigo de tu padre.

—Él no tuvo tanta suerte.

Vicenç ahogó sus lágrimas cuando entró Julia.

—¿Tenéis hambre?

—Ella sí —contestó con una sonrisa Anna, mientras su suegra se acercaba a la pequeña para cogerla.

—Qué guapa es.

—Yo también tengo hambre —contestó Vicenç.

Su tía devolvió la niña a su madre y volvió a la cocina.

Vicenç se levantó, nervioso.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó a Anna, que apartó la mirada de su hija.

—Trataré de huir. Había venido aquí para ver si Julia conservaba el coche. Pero debo marcharme. Los soldados todavía no han subido hasta aquí, pero pueden hacerlo en cualquier momento. Y no sé quién podrá dar referencias de mí. Trataré de pasar a Francia.

Vicenç la observó, pensativo.

—Yo también quiero escapar. Aquí han firmado mi sentencia de muerte. Estoy seguro de que me están buscando. ¿Y si huimos juntos?

Anna le sonrió.

—Creo que tendrás más oportunidades de conseguirlo si lo haces solo. Yo voy con una niña.

—Tengo miedo.

—Y yo.

Anna abrazó a Vicenç. Todavía era un crío. Lo había visto crecer. Suspiró. Pensó que lo mejor era explicarle quién era François. Él lo entendería.

—Hay una cosa, Vicenç, sobre mi fuga.

El chico dio un paso atrás, todavía con los ojos llorosos.

—¿Qué pasa?

—No lo haremos solas. Otra persona vendrá con nosotras. Si quieres puedes venir, pero creo que te será más fácil si lo intentas solo.

—¿Otra persona?

—Un buen amigo mío, que también lo era de Enric. Se llama François. Es un brigadista internacional que luchó con nosotros en el frente de Aragón. En los últimos meses hemos vivido juntos. Más bien, hemos estado escondidos juntos.

A Vicenç aquello no le pareció nada raro, aunque entendió que Anna no lo hubiera dicho antes. Quizás a Julia sí que le molestaría. No hacía tanto tiempo que su hijo había muerto, y Anna había sido su novia de toda la vida…, hasta que una bala le agujereó la cabeza.

—¿Ha de venir aquí?

—Ya debería haber llegado. Tenía que conseguir los salvoconductos. Falsificaciones.

—Déjalo, Anna; si me escapo con vosotros, podría meteros en algún problema. Ya me espabilaré.

Julia volvió a entrar en la sala.

—Hoy hace mucho frío. Ha empezado a nevar —dijo, mientras dejaba encima de la mesa unos cuantos trozos de pan mojado en aceite de oliva.

Vicenç seguía nervioso.

—Tía.

—¿Sí?

Julia le acercó algo de pan, pero tenía el estómago cerrado.

—¿Tú no escaparás de aquí?

La anciana rio.

—¿Escapar? ¿Adónde?

—A Francia.

—Mi casa es esta, hijo mío. ¿Qué iba a hacer yo en Francia?

—Aquí puedes estar en peligro —intervino Anna.

—Soy solamente una vieja.

—Pero eso no les importa.

—No insistáis, no tengo otro sitio adonde ir. Y si me matan, tan solo lo lamentaré por mi nieta. ¡Hola!

El bebé le regaló una sonrisa.

—Nosotros escaparemos —dijo Vicenç.

Su tía sonrió.

—¿Tú también, Anna? ¿Con el bebé? Aquí podéis estar el tiempo que queráis.

—Lo sé, Julia. Pero no sé si estamos seguras.

—Nadie tiene por qué saber que estáis aquí.

—Es muy peligroso. Y tampoco puedo estar escondida toda la vida. Estoy segura de que, una vez que empiece la guerra en Alemania, Francia e Inglaterra acabarán con Franco. Pero puede pasar mucho tiempo.

—Claro —dijo Vicenç, algo desesperado.

—No habléis de política, suficientes problemas nos ha dado ya… ¿Cómo huirás tú sola con un bebé?

—Tiene que venir un amigo. ¿Te acuerdas de François? El amigo de Enric.

—¿El francés?

—Sí.

—Es un chico muy educado. ¿Y vendrá a casa?

—Sí.

—¿Cuándo?

—No lo sé. Debe traer unos papeles que nos tienen que permitir salir de la provincia de Barcelona. En Girona cruzaremos el frente y nos volveremos a unir a los republicanos.

—Pero entonces tendréis que pasar por donde combaten. Por en medio de la guerra. Eso es muy peligroso.

—También lo es quedarnos aquí.

Julia miró al bebé. Anna adivinó qué le estaba pasando por la cabeza: la posibilidad de dejarlo allí; después de todo, era su abuela. Lo había estado pensando la noche anterior. Sabía que François no estaría de acuerdo, y ella tampoco acababa de verlo claro. En realidad, no sabían qué le podría pasar a Julia.

—Tía, ¿por qué no vienes conmigo? O, si no, baja con mi madre a Sant Feliu.

—María. Tendría que ir a verla. Hace semanas que no la veo. —Julia se sentó—. No me iré de mi casa. Y si pensáis que marcharse es lo mejor para vosotros, y también para la niña, hacedlo. Pero, por mi parte, tengo claro que esta es mi casa. Aquí nací. Aquí moriré.

Alguien golpeó la puerta.

—Subid arriba —murmuró.

Cuando se levantaron para ir hacia la escalera, la niña rompió en un sonoro llanto.

Vicenç y Anna se miraron. Esconderse era inútil. Julia miró a su nuera y le dijo con la mirada que calmara a la niña.

—Id a la cocina —dijo con la voz rota.

Julia se sacudió el delantal y abrió la puerta de la casa. Despacio. Ante ella apareció un hombre delgado y demacrado, totalmente calvo y que aparentaba superar con creces la treintena. Vestía un traje negro gastado e insuficiente para la nieve. Sonrió.

—Hola, Julia. Soy François. ¿Te acuerdas de mí?

Ella sonrió y él la apretó entre sus brazos.

—Entra, entra, hijo mío.

Cuando cerró la puerta, Anna y Vicenç estaban de nuevo en el comedor. Lo habían oído. François avanzó hacia ella y le dio un abrazo. Y un beso a la niña. Y de nuevo un beso en la boca a Anna. Aquel gesto tomó por sorpresa a Julia. Su nuera la miró.

—No me tienes que explicar nada. No es el momento. Tal vez nunca lo sea.

—Gracias, Julia.

—¿Queréis comer algo? Aquí tenéis todavía el pan con aceite.

Julia se retiró a la cocina, donde empezó a llorar en silencio. Como otros muchos días. Echaba de menos su vida.

—¿Conoces a Vicenç?

—Creo que no.

—Es el primo de Enric. También es como un primo para mí.

François le estrechó la mano y no pudo evitar fijarse en sus muñecas.

—También estoy huyendo.

—¿Has traído la documentación? —preguntó Anna.

—No he podido encontrar a nadie. Todo el mundo ha desaparecido. No tenemos salvoconductos.

El bebé hizo un intento de llorar, aunque todo acabó en un bostezo mudo.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Anna.

Vicenç empezó a comer una hogaza de pan mojada en aceite y azúcar.

—Tendríamos que escapar por la montaña, tratar de llegar a Girona sin que nadie nos vea.

Anna miró al bebé, preocupada. El camino era muy difícil y peligroso, y con la niña todavía más.

—No escaparé. Estoy cansada y no quiero arriesgar la vida de la niña —dijo de pronto.

François se levantó, sobresaltado.

—¿Qué dices?

—Que no huiré. No creo que nos maten.

—Nos matarán. Seguro. No podemos quedarnos aquí.

—Me quedaré con Julia y con la niña. François, huye tú. Puedes escapar con Vicenç. Llibertat no resistiría el frío y la nieve.

Los dos hombres se quedaron mirando al bebé. Se había quedado dormida.

—No hemos llegado hasta aquí para que ahora te rindas —replicó François, enfadado.

—Todos estos meses hemos estado en el piso de Barcelona fuera de peligro, aunque asustados. Tuvimos que salir de allí porque los fascistas nos rodeaban. Aquí puedo estar segura hasta que lleguen los aliados.

—¡Los aliados nunca vendrán! ¿Chamberlain? ¡Está demasiado ocupado dando discursos sobre pacifismo!

Anna se puso de pie, con Llibertat entre sus brazos.

—François, cálmate. Aquí me puedo esconder. Huye con Vicenç.

—Ir con una niña es muy peligroso. Hazle caso —dijo de pronto Julia, que había vuelto de la cocina. La idea de poder quedarse con su nieta le daba algo de esperanza.