El mejor de los planes

Perdido en mis pensamientos sobre el mundo de la prostitución, no veo ni oigo a la figura que me asalta por detrás. Casi me da un infarto cuando unas manos me tapan los ojos y una voz, una voz que reconozco al instante, empieza a hablarme en un tono familiar e imitando a Winston Churchill: —Cuando un amigo regresa a tu vida y se alegra de verte, no puede haber duda alguna acerca del valor auténtico de su amistad. Sólo quiero que lo sepas, joven Poeta, que me alegro de verte y que tú, incapaz de controlar tu dicha, te alegras de verme también, ¿o no? Habla, vamos, ¡di algo!

No quería hablar, sólo quería oír su voz y sentir el tacto de sus manos sobre mi cara, pero dio una vuelta a mi alrededor para que estuviéramos frente a frente. No acerté a hacer otra cosa que echarme a reír, tan aliviado como estaba de verle, y luego hablé.

—Te he echado de menos, a ti y a tus frasecitas. Te he echado mucho de menos, de verdad. ¿Cómo está Angel? ¿Está bien? ¿Y el Motorista? ¿También está bien? Joder, sabes perfectamente que me alegro de verte, claro que sí.

Seguimos tocándonos y sonriéndonos.

—El Motorista todavía está en casa de su hermana y en cuanto a Angel, ahora mismo debe de estar… —me explicó, consultando su reloj— poniéndose la ropa de nuevo, en algún lugar de Knightsbridge. Vas a alucinar con el nuevo piso, y con la Esbelta también. Es americana y se describe a sí misma como una bruja maricona gorda. Yo lo que creo es que le gustan los chaperos, sencillamente; bueno, en cualquier caso, es la dueña del piso… bueno, lo tiene alquilado, y debe de pesar cien kilos o más, por eso la llamamos la Esbelta. Y respondiendo a tu siguiente pregunta, no, no es una casa de okupas. Le dijimos eso al Actor y a los demás para que ni él ni sus colegas se acercaran por allí. Me refiero a los hermanos Dalton, los conoces, ¿no? Es un sitio fabuloso y hasta podemos hacer negocios allí, no hay problema. Lo único que falta eres tú, ¿dónde cojones te habías metido?

—Te he echado tantísimo de menos, Bufón, ni te lo imaginas. Deja que te invite a comer o algo y así podremos hablar. ¿Tienes hambre?

—¿Estás de cachondeo o qué? Vámonos directos a MacDuff.

Después de comer acabamos en el bar Two’I’s y le conté al Bufón todo lo que me había pasado desde la última vez que nos habíamos visto. Incluso le conté lo de la violación. Estaba con un amigo y todo me salió de forma natural y sin censuras. El Bufón me pidió que le describiera al hombre como mejor pudiese para que él hiciese correr la voz. Mis descripciones eran imprecisas e inconexas, pero a medida que el Bufón iba sonsacándome más detalles, empecé a hacer un retrato más fiel del hombre y de su coche. Después de centrarme en el automóvil y su salpicadero, el Bufón supuso que se trataba de un Ford Consul o un Zephyr. El color tenía que ser azul o negro. Era asombroso los detalles que pude recordar con la ayuda de mi amigo. Después de tomarnos el café, ya nos habíamos hecho una idea más o menos precisa del hombre que había que buscar.

Hacia el final del tercer café exprés, el Bufón entendió la intensidad de mi amor por Alexander y mi necesidad de ir a Singapur.

—En ese caso, lo que necesitas es conseguir toda la pasta que puedas, tan rápido como puedas, ¿no te parece?

—Sí, eso es.

—Entonces, tienes que organizarte, ¿verdad?

—Verdad.

—Bueno, pues podrás empezar a hacerlo en cuanto te vengas a vivir con nosotros, los clientes pueden venir al piso. Podríamos montar algo realmente bueno, entre los tres. Podríamos montar nuestro propio garito y hacer una fortuna, ¿verdad?

—¿Te refieres a abrir un burdel?

—Una casa del placer para los hombres de negocios cansados. No emplees palabras gastadas como «burdel», por favor. Rebaja la categoría, ¿me comprendes?

—¿De verdad podríamos hacer un montón de pasta rápidamente?

—Joder, eso está hecho, chaval.

—¿Lo suficiente para poder largarme a Singapur?

—¿Por qué no?

—Entonces, adelante. Vamos a por ello —convine—. Pero no me puedo ir a vivir con vosotros inmediatamente.

—¿Por qué no?

—Por John Tenis, es un buen tipo, no puedo largarme de su casa así como así. Además, se ha portado muy bien conmigo, decentemente, ¿sabes?

—Entonces, ¿cuándo?

—Dame una semana, se lo debo, ¿vale?

—Tómate el tiempo que necesites, Poeta, John es majo. Pero toma esto, puede que te haga falta.

El Bufón me entregó unos papeles.

—¿Qué es?

—Una nueva identidad, por si te pillan. Dale las gracias al Motorista, parece que le has caído en gracia.

Entre los papeles había un carnet de conducir, una partida de nacimiento y un montón de cartas dirigidas a un tal Edwin Larkin, de dieciocho años. El Bufón me dijo que me aprendiera los datos de memoria, sobre todo la fecha de nacimiento y la dirección, de Manchester, y que llevara los documentos conmigo a todas horas, sólo por si acaso.

—Y si te pillan, no olvides hablar como si fueras de Manchester, y deshazte de todos los documentos que lleven tu verdadero nombre. —Viendo mi gesto de preocupación, siguió hablando—. No te preocupes, no corres ningún riesgo, el Motorista los obtuvo de un buen amigo suyo, un tipo de fiar.

—¿Y tú?

—Yo ya tengo los míos, hace años. Todos los chaperos organizados tienen documentos de identidad falsos, y Angel y yo estamos bien organizados. ¿Cómo crees que nos las hemos arreglado hasta ahora para que no nos pille la poli? Y recuerda, vamos a ganar una fortuna trabajando juntos. Hablando de trabajo… Sólo hay dos razones por las que hay que trabajar, Poeta: la primera, porque estás haciendo con tu vida lo que realmente quieres hacer y la segunda, para conseguir el dinero con el que hacer lo que realmente quieres hacer. Y eso es justo lo que vas a hacer, ¿no? Te vas a ir a Singapur, ¿no?

—¡Pues claro que sí! —exclamé al tiempo que le arrojaba los brazos al cuello.

—Tranquilo, Poeta, a veces la gratitud es la obligación que sienten aquellos que no están seguros de sus amigos o quienes son incapaces de detectar la trampa cuando reciben un regalo de un cliente. Al Motorista le gustas, es así de sencillo. No quiere verte entre rejas. Dijo algo sobre una mañana en que le tapaste en la cama.

—Estaba muerto de frío y parecía tan asustado… Sólo le tapé con su manta, eso es todo, aunque estuve a punto de darle un beso en la frente.

—¡Y con las otras mantas, de la otra cama!

—Sí, es cierto pero ¿cómo sabe que fui yo? Estaba dormido como un tronco.

—Nos lo preguntó cuando nos levantamos, y puesto que no había sido ninguno de nosotros, tenías que ser tú. Dijo que era la primera vez que se había despertado sintiéndose calen-tito y arropado, y que además preparas unas tostadas estupendas. Ése es el Motorista.

—Es una persona muy frágil, ¿verdad?

—Todos lo somos, Poeta, pero ya sé a qué te refieres. Se esfuerza mucho por colocarse esa coraza de tipo duro, pero sólo es un niño asustado, como el resto de nosotros. Sin embargo, su miedo habita muy cerca de la superficie, se ve cómo lo prueba cada vez que respira. No es que hable mucho, pero una vez, un día que estaba un poco cabreado, le oí decirle a otro chico del Dilly: «No tengo miedo de nadie, no importa lo grande o lo duro que sea, pero estoy aterrorizado de mí mismo». El chico le preguntó qué había querido decir con aquello, de modo que le contestó: «Puedo pelearme con esos cabrones cuando los agarro, pero en tu cabeza no puedes agarrarlos». El chico se alejó atemorizado, como haríamos cualquiera de nosotros, y el Motorista se limitó a echarse a reír.

Dejé al Bufón en el Dilly y al cabo de una semana, después de mucho meditar mi marcha del piso de John Tenis, me mudé al nuevo apartamento. John me dijo que allí siempre habría un sitio para mí, cuando lo necesitase. No creí necesario explicarle mis planes, aunque sí le dije que tenía que ir a Singapur, y que haría todo cuanto hiciese falta para conseguirlo. Creo que lo comprendió.

Para mi recibimiento, la Esbelta preparó un auténtico festín de bienvenida. Más tarde, Angel entró en mi habitación con un bote de nata fresca cuando el resto de los inquilinos estaban durmiendo. Era su forma de celebrar mi regreso al hogar, de modo que nos pasamos la noche untando la nata y nos quedamos dormidos en los brazos del otro. Me sentía estupendamente en casa.

A lo largo de los meses siguientes, organizamos a la perfección nuestra casa del placer. Le pagábamos al Banquero un porcentaje por cada cliente que nos traía y a la Esbelta una cantidad similar por cuidar de nosotros. Nos acostábamos con los chicos individualmente en nuestra propia habitación o a veces Angel y yo trabajábamos en pareja, haciendo espectáculos para los clientes más ricos. De vez en cuando montábamos verdaderas orgías para los que tenían ganas de dilapidar su fortuna. Cuando el Motorista regresó de casa de su hermana, se acostaba con los clientes a los que les gustaba que los pegaran y ese tipo de cosas, o se lo montaba con su novia para los que les gustaba mirar. El dinero entraba a espuertas y lo guardábamos en la caja de seguridad de la Esbelta. Los clientes llegaban a la casa, hacíamos lo que querían que hiciésemos, se marchaban satisfechos y luego nos preparábamos para recibir a los siguientes, igual de satisfechos.

Reconocíamos a algunos de los tipos de los periódicos o de la televisión, pero nunca hicimos ningún comentario. Tenían derecho a su fiesta particular, igual que todo el mundo. No hay duda de que si todos los chaperos y las putas decidiesen hacer públicos los nombres de sus clientes, el mundo de la política, entre otros, sufriría una buena convulsión. Sin embargo, el destapar los secretos de los demás no era ni es mi fuerte. Eso lo dejo a las almas puras e incorruptas.

Así, sin preocuparnos demasiado por quiénes eran nuestros clientes, hicimos todo lo posible por satisfacer sus necesidades, siempre y cuando pudiesen pagar el precio impuesto, que no era negociable, salvo si era para pagar más. Experimentábamos con diversas formas de complacer a nuestros huéspedes, y siempre los tratábamos como tales. Para quienes venían con tiempo, les dábamos masajes con aceites corporales (una idea de Angel). Y a los que venían con el tiempo justo, les dejábamos que se corrieran tan rápido como quisiesen. Nuestra filosofía era simple: obtener grandes ingresos y conseguir un rápido regreso. Es decir, pretendíamos sacar el mayor beneficio y hacer que el cliente quisiese repetir muy pronto. También nos esforzábamos por obtener el máximo placer sexual posible de todas las situaciones y escenas que ideábamos. Cuanto más disfrutábamos, más disfrutaba el cliente.

La única escena en la que siempre me negaba a participar era cuando el cliente quería atarme. Sencillamente, no podía hacerlo y perdí mi erección la vez que lo intenté con uno de mis clientes fijos. Sin embargo, la mayoría obtenían lo que querían, con cuatro chicos y una chica donde elegir. Sin lugar a dudas, la historia que más les gustaba escuchar a los clientes era cómo nos lo hacíamos con otros chicos en la escuela. Cuando el tipo se ponía realmente cachondo y estaba más dispuesto que nunca a aflojar la pasta, le ofrecíamos compartir la cama con otro de los chicos. Angel y yo practicamos el ritual de la nata fresca tantas veces que casi perdimos el interés en practicarlo nosotros solos, aunque las variaciones nos permitían seguir disfrutando de sus placeres.

El dinero dejó de ser un problema, y mientras los demás se gastaban el suyo en ropa y cosas así, yo ahorraba el mío y se lo confiaba a la Esbelta. Ella opinaba que mi plan de ir a Singapur para estar con Alexander era «sencillamente divino». Ésa era su palabra favorita: «divino». También le parecía «divino» que le enviase a John Tenis pequeños regalos por haberme enviado la nueva dirección de Joseph en Singapur.

A veces me tomaba la molestia de ir a ver los chaperos de la calle, para hablar con ellos, sobre todo cuando las cosas no les iban bien, y les invitaba a comer o les daba unas cuantas libras. Les pregunté a los demás si también ellos hacían lo mismo con otros chicos del mundillo y sentí un gran alivio al descubrir que no sólo lo consideraban algo perfectamente normal sino también una especie de obligación de compartir la buena fortuna de uno con los demás. O, en palabras del propio Bufón:

—¿Qué otra persona está preparada para ayudar a un chapero sin que tarde o temprano quiera también su culo o su alma o ambos?

—Te lo digo en serio, Bufón, llegará el día en que haré algo por ayudar a los chicos que se dedican a la prostitución. Crear una institución o un proyecto o algo así.

—Eso está muy bien, Poeta, pero te crucificarán si lo intentas. ¿Un chapero ayudando a otros chaperos? ¡Ni lo sueñes!