En el fondo mismo de mi alma, he comprendido al fin lo que había querido decir el Bufón cuando había dicho que Angel era como un hermano. No es sólo que los eche de menos a ambos, es que su ausencia mengua mi propia existencia. Sin ellos me siento incompleto, fragmentado.
Así, me pongo a esperar en la Chacinería a que aparezcan, para poder sentirme completo de nuevo. Mi imaginación me dice que ellos también se sienten mutilados sin mí, aunque trato de no albergar esa idea mucho tiempo en mi mente. Veréis, tengo miedo de que no me necesiten tanto como yo los necesito a ellos. Ahora el Motorista también forma parte de mí. Oigo su voz en mi cabeza, el uso constante de esa palabra de cinco letras le confiere calidez. Mis labios se mueven para pronunciarla, pero no es lo mismo: le falta su pasión. Sin embargo, es al Bufón y a Angel a quienes quiero ver, más que a ninguna otra persona. Necesito la sabiduría del Bufón y el cariño simple de Angel. Espero, uno, dos, tres días. Me convierto en parte de la Chacinería, y rechazo a un cliente tras otro. Vivo prácticamente en la Chacinería y John Tenis apenas me ve el pelo. Está preocupado. Le digo que estoy esperando a unos amigos. Los días y las noches se funden en una sola mancha borrosa y ya no distingo lo uno de lo otro, así de brillantes son las luces que rodean la Chacinería. Paso de la ansiedad a la depresión cuando me los imagino de camino al reformatorio o detenidos por la policía. Los oigo hablar entre ellos, diciéndose lo estúpido que era el Poeta. Me veo relegado al tiempo pretérito en sus conversaciones. Es tarde, muy tarde.
Me siento en el distribuidor automático de periódicos, ahora cerrado, me recojo las rodillas a la altura del pecho y empiezo a dar cabezadas de sueño. Tengo miedo de no volver a verlos nunca más. Los clientes merodean a mi alrededor, atraídos por mi creciente vulnerabilidad. Finjo no saber qué pretenden. Los ignoro. Al final, me quedo dormido, exhausto por la espera. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Una semana? ¿Dos? No me importa. Deseo que la policía me coja, no merezco otra cosa. Después de todo, el Bufón y Angel deben de estar en algún maldito correccional. No me importa lo que me ocurra a partir de ahora. Me rindo. Ni siquiera tengo miedo mientras siento cómo todas mis defensas internas empiezan a derrumbarse. Ansio ver a mis amigos. Dejo de volver a casa de John Tenis al final del día, ¿o es de noche? Me quedo por la Chacinería con el temor de que el momento en que me marche será el momento en que aparezcan. Dejo de comer y me veo gorroneando cigarrillos y alguna que otra taza de café. Sin defensas, con el estómago vacío y una terrible depresión por la pérdida de mis amigos, oigo cómo mi propia voz acepta irse con un cliente.
No presto ninguna atención a su cháchara ni a su coche. Me lleva a una cafetería y mientras estoy en el baño vomitando una nada verde, me pide algo de comida y un café. Voy picando de la comida poco a poco, pero apuro el café de un solo trago. El tipo pide más y yo me lo bebo. No le miro a la cara, sólo es un cliente, fin de la historia. En su coche empiezo a encontrarme mal de nuevo, sumiéndome en una extraña especie de sueño profundo, un sueño donde soy consciente de todo cuanto sucede a mi alrededor. Las formas se distorsionan, los sonidos emiten un eco extraño, los colores se vuelven brillantes, bailan fulgurantes a mi alrededor. Oigo decir al tipo que hemos llegado y noto cómo me ayuda a salir del coche. Entramos… ¿dónde? No es una casa, no es un piso. Es como una enorme nave industrial vacía. En medio de los colores brillantes y danzarines y la risa del tipo empiezo a sentir un sueño profundo, muy profundo…
Lo primero que veo al despertar son las esposas que me aprietan las muñecas, luego mi desnudez y a continuación, las cadenas que me rodean los tobillos y el cuello. Me estremezco de miedo al instante, retorciéndome y gritando sin que un solo ruido logre salir de mi garganta, porque estoy amordazado. El terror me invade. Todos mis miedos inconfesados de chapero están ahí. Trato desesperadamente de zafarme de las cadenas y tiro de ellas, pero no lo consigo, agotado ya y sin fuerzas. Intento reconocer el espacio que me rodea, aunque es imposible saber dónde estoy. Hablo conmigo mismo, en mi cabeza, para tratar de tranquilizarme, pero no logro centrar mis pensamientos porque el terror y el miedo me dominan. Sé que voy a morir y no puedo hacer nada al respecto. Luego me quedo paralizado, inmóvil, y observo la figura que se acerca hacia mí. Se detiene fuera de mi línea visual y habla.
—Harás lo que yo te diga, de lo contrario, no tendré más remedio que matarte. Harás todo lo que yo te diga, cuando yo lo diga, y si me complaces, es posible que te deje vivir. Si no me obedeces, morirás. ¿Lo has entendido? ¡Te he preguntado si lo has entendido!
Asiento enérgicamente con la cabeza. Creo todas las palabras que me ha dicho. Debo sobrevivir. Haré cualquier cosa con tal de sobrevivir, cualquier cosa. Estoy a merced de un completo chiflado y adivino lo que va a suceder, pero sobreviviré, lo haré. Continúo asintiendo con la cabeza por miedo a que no me haya visto la primera vez. Me obligo a pensar: «¡Sobreviviré!». Haz lo que él te diga, cualquier cosa es mejor que la muerte, tú sólo obedece. Convéncete de que estás esperando a tus amigos y de que esto es sólo una fantasía. Todo se acabará pronto. Maldita sea, sólo es una pesadilla, te despertarás pronto y todo habrá terminado.
Al cabo de un par de días, después de atroces experiencias y vejaciones totales, me despierto y veo que las cadenas han desaparecido, que mi ropa está apilada a mi lado con un montón de billetes de una libra encima de ella. Todavía aterrorizado y convencido de que esto es sólo otra parte de su asqueroso juego, me visto despacio y trato de avanzar con cautela entre las sombras, buscando una salida. Una vez en el exterior, echo a correr más rápido que en toda mi vida. A pesar de que el pecho me arde, sigo corriendo. La gente me mira de un modo extraño y yo echo a correr más deprisa todavía. ¿Saben lo que acaba de suceder? Creo que sí. Sigo corriendo sin parar, tratando de poner la máxima distancia entre ese lugar y yo. Al final, caigo al suelo desplomado, me echo a llorar y la gente me rodea y me pregunta qué me pasa. Un hombre me tiende la mano para ayudarme a levantarme y le suelto toda clase de insultos y le digo que aparte sus asquerosas manos de mí. Me pongo de pie y corro un poco más. Cuando al fin recobro el sentido, me doy cuenta de que estoy en el East End de Londres, cerca de los muelles. La vista y los ruidos me recuerdan a Liverpool, de modo que me quedo allí largo rato, intentando no pensar, esperando a mis amigos. Pero pienso. Pienso que no puedo acudir a la policía, no me creerían. Además, ¿cómo iban a creerme? ¿Quién iba a creer a un chapero que se ha escapado de casa? Ni siquiera sería capaz de encontrar aquel lugar aunque lo intentase, como tampoco podría describir al tipo ni su coche. ¿Me drogó? De eso ni siquiera ahora estoy seguro, pero lo importante es que sobreviví. Estoy vivo para contarlo. Pero… ¿a quién? ¿Quién querría oírlo de todas formas? Y pese a todo, estoy vivo, estoy vivo, estoy vivo. Al darme cuenta de que he salido con vida de la experiencia, mi conciencia empieza a repetir el mensaje una y otra vez. Si estás vivo… vive, vive, vive. Lárgate de aquí y vive. Encuentra al Bufón y a Angel y vive. Ellos lo entenderán, sólo ellos pueden entenderlo. Sólo ellos pueden ayudarme a luchar contra la ira y el odio que me invaden, sólo ellos pueden impedir que vuelva esas emociones en mi contra. Tengo que encontrarlos antes de que esta sensación interior de suciedad y de culpa me engulla para siempre. ¿Cómo era aquello que decía siempre el Bufón? Vacía la jarra, no dejes que los demás la llenen por ti, vacíala y llénala con cuanto desees que haya en su interior. Sin embargo, ahora, cuanto hay en su interior es ira y odio y sed de venganza, una violencia terrible, y quiero que permanezcan allí por siempre.
John Tenis no me hace preguntas, y casi deseo que me las haga para poder descargar el horror de lo que ha pasado. Pero sólo se limita a cuidar de mí, mientras permanezco en cama más de una semana. Cuando sale a trabajar o lo que sea, hablo solo, para no sentirme sucio ni culparme. Me repito sin cesar que toda la culpa es del hombre que me ha violado. El Bufón se sentiría orgulloso de mí si pudiera oírme. Oigo su voz en mi cabeza: «Puedes echarle las culpas a quien corresponda, para empezar». Y así lo hago. Maldigo aquel hombre a voz en grito. Lo escribo todo en una hoja y quemo el papel. Yo no decidí ser un chapero, de modo que me niego a aceptar la responsabilidad que eso conlleva. ¡Maldita sea! Aunque aceptase que soy lo que soy mediante un acto de libre voluntad, eso no le da derecho a nadie a violarme, ¿no?
¡Tengo la puta razón! Juro que si vuelvo a ver a ese hombre, lo mataré.
Empiezo a golpear los almohadones y la cama. No dejo de aporrearlos hasta que, agotado, me quedo dormido llorando, avergonzado por llorar con tanta facilidad. Al despertar, me digo que no voy a permitir que ese hombre me dicte mis sentimientos, con que mucho menos mis actos. Me doy cuenta de que el problema no es mío, sino suyo. No debo llegar a ser como él. No debo odiar ni abusar de mi potencial violento. No debo confiar en la violencia, ni en su amenaza, para alcanzar mis fines, nunca jamás. Debo dictarme a mí mismo con qué quiero llenar mi jarra, tal como dijo el Bufón. Y lo último que quiero que haya en su interior es violencia. Ya he tenido más violencia de la que puedo soportar. No sé si seré capaz de deshacerme de toda la violencia, el odio y la terrible sed de venganza, pero sí sé que voy a hacer todo lo jodidamente posible por sacarla toda. Por una vez, me permito rezar en voz alta una plegaria, sin juicios morales. La dirijo al interior de mi propio ser, por mí, pues en el mismísimo centro de mi corazón se hallan el odio, la injuria, la duda, la desesperación, la oscuridad y la tristeza. Además, es una de mis favoritas, de san Francisco de Asís: «Donde haya odio, déjame sembrar amor; donde haya injuria, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya oscuridad, luz; donde haya tristeza, alegría (…)».
Esa noche me meto en la cama de John Tenis y le pido que me abrace con fuerza. Sus brazos gentiles son lo que busco. John debe de ser la persona menos violenta que conozco y, pese a ello, uno de los hombres más fuertes que he conocido. Sabe quién es y está satisfecho consigo mismo. Me da las gracias en un susurro por permitirle amarme tan honestamente. En la seguridad de sus brazos fuertes y cálidos le cuento lo sucedido y rodea con más fuerza mis hombros temblorosos. No me hace ninguna pregunta, pero me dice que admira mi coraje por hablar de ello, por enfrentarme a lo ocurrido, por liberarme de ello. Le digo que a pesar de mi rechazo absoluto a la violencia, siento tantísimo odio hacia ese hombre que sería capaz de matarle.
—Mi querido niño, al menos sabes lo que sientes y por qué lo sientes, lo más probable es que él no. Al menos eres capaz de identificar tu capacidad para ser violento y, por el mero hecho de hacerlo, no lo eres. Lo más seguro es que las personas como él nieguen que lo son, de modo que cuando se ponen violentos, están fuera de control. Mi querido niño, tú eres el más fuerte de los dos porque podrás tomar una decisión sobre lo que haces al respecto de forma consciente, honesta y abierta, después de haber reflexionado y de haber pensado en ello, tanto con tu mente como con tu corazón, mientras que él sólo puede reaccionar de manera subconsciente y seguirá siendo un consumidor de su propia violencia.
No tienes que hacer absolutamente nada para contribuir a su destrucción, pues en realidad, como todos los hombres violentos, está destruyéndose a sí mismo cada vez que actúa así.
Mientras voy quedándome dormido, no estoy seguro de haberle contado a John lo de la violación únicamente con el propósito de encontrar un aliado fácil y dispuesto a ser mi cómplice. ¿Por qué no puedo aceptar las cosas tal como son y ya está? ¿Por qué siempre tengo que dudar de la gente? En mi estado de duermevela, decido no contárselo al Bufón ni a Angel, porque no quiero aliados fáciles, sino sólo su amistad.
Durmiendo plácidamente en el seguro mundo de los sueños, no me convierto en una estrella del pop ni en un héroe de guerra sino en un pájaro, sobrevolando un campo lleno de gatos. Soy el pájaro más hermoso y majestuoso de todos.
Cabalgo sobre el viento, volando en círculos sobre los gatos hambrientos. Bato mis alas y me lanzo en picado sobre sus cabezas, sobre su gula. Trasciendo su mundo, pues me hallo por encima de él. Cabalgo a lomos del aire cálido de su mundo y lo transformo para adaptarlo al milagro de volar. Mi triunfo es mi vuelo, y mi vuelo es el único poder que necesito. Realizo unos ritos de celebración sobre los gatos y luego aterrizo en lo alto de la loma, fuera de su alcance. Estoy satisfecho. Escondo mis alas y las pliego sobre mi espalda, a sabiendas de que en un solo movimiento puedo echarme a volar otra vez. No hay gato que pueda vivir donde yo vivo, porque aquí el pájaro es el rey.
La autocompasión sólo sirve para debilitarme, no tiene otro fin. Nunca he visto a un pájaro sentir lástima de sí mismo; aun cuando lo atrapa el gato, sigue luchando y pelea hasta el final. Así, al despuntar el alba, me levanto y preparo un desayuno para John, que le sirvo en la cama junto con el correo de la mañana. Su sonrisa me transmite su alegría, y esa misma sonrisa es recompensa suficiente para el chico que, en sueños, ha descubierto que, una vez más, es un pájaro.