La conquista de la alta montaña es reciente. ¿No es acaso 1786 la primera gran fecha del alpinismo? En aquel año, bajo el impulso del sabio ginebrino H. B. de Saussure, fue escalada la primera gran cumbre, el Mont Blanc, por el doctor Paccarel y el guía Jacques Balmat. Se acababa de crear el alpinismo.
Luego, los alpinistas subieron a todas las otras cumbres de los Alpes: Barre des Écrins, Aiguille Verte, Grandes Jorasses, Weisshorn, Gross Glockner, Ortler, Jungfrau, Bernina, Dom, Finsteraarhorn, Cervino, Lavaredo…
La conquista de los Alpes hubiera podido acabarse lógicamente así, pero la sed que había devorado a los precursores ha sido conocida también por sus herederos, que, soñando con nuevas batallas y enriquecidos con la experiencia legada, han emprendido la «reconquista de los Alpes». De este modo han escalado cada cumbre por caras y aristas distintas de las de la primera ascensión; el alpinista ha hecho la exploración metódica de cada montaña.
Algunas murallas han resistido más tiempo que otras los asaltos de los escaladores, en particular las grandes caras norte. En general, son más altas, más rectas, más verticales, más difíciles, más frías que las paredes sur, este u oeste, y su conquista, después de varias tentativas, constituye por sí misma una época en la historia del alpinismo. Entre las grandes caras norte se encuentran: la cara norte del Cervino, en el Valais. La cara norte de la Cima Grande di Lavaredo, en las Dolomitas. La cara norte del Piz Badile, en la Engadine. La cara norte de las Grandes Jorasses y la de los Drus, en el macizo del Mont Blanc, y la cara norte del Eiger o Eigerwand, en el Oberland.