Capítulo 9

IRRITADO. Así se sintió Charlie cuando por fin llegó al cenador y descubrió que Sarah todavía no estaba allí.

En la penumbra, maldijo entre dientes, luego paseó de un lado a otro y esperó.

La tarde había sido demasiado estresante. Celia y Martin Cynster habían llegado al Park con Alathea, Gabriel y sus hijos. Además, en la pequeña reunión familiar en la que lord Conningham había anunciado el compromiso de su hija con lord Charles Morwellan, octavo conde de Meredith, habían estado presentes las hermanas y los padres de Sarah y sus propios hermanos, Jeremy y Augusta.

También habían asistido el vicario, el señor Duncliffe, que oficiaría la ceremonia el martes siguiente, su esposa, y lady Finsbury y lady Cruikshank con sus respectivos maridos, entre otras personalidades de la localidad, para que fueran testigos del enlace. Dadas las inclinaciones de tales damas al cotilleo, Charlie no dudaba que las noticias de su compromiso no tardarían en ser difundidas a lo largo y ancho de la sociedad.

Por supuesto su madre, Celia y Alathea también harían su parte.

La reunión había transcurrido en un tono jovial, feliz y relajado. Charlie no podía negar que todo había resultado mejor de lo que él había esperado, pero aun así Charlie había sido muy consciente de su creciente impaciencia.

En los negocios jamás había tenido ese problema, no había sentido esa necesidad constante de contenerse, como si una parte primitiva y poderosa de sí mismo no pudiera evitar quebrantar las normas del decoro. Por otro lado, no había ninguna razón para sentirse de esa manera ahora que Sarah había aceptado ser su esposa. La lógica se lo decía, pero aquella imperiosa necesidad de controlarse no había cedido ni un ápice.

Al contrario, cada vez se había hecho más pronunciada.

Sólo podía atribuirla al inusual y profundo deseo que sentía por Sarah y que no había saciado por completo. Lo más probable es que cuando ella fuera realmente suya, cuando se hubiera entregado a él unas cuantas veces más, aquella compulsiva necesidad se desvaneciera.

Deseaba poder creer eso, que aquel impulso era sólo físico, sólo la consecuencia de un deseo no saciado. Se decía a sí mismo que no podía ser otra cosa, pero…

Un leve sonido de pasos hizo que se diera la vuelta.

Sarah venía corriendo por el camino. Subió apresurada los escalones y se acercó a él con rapidez.

—Lo siento… Como te dije, querían…

Charlie la estrechó con fuerza entre sus brazos.

Sarah se tragó las siguientes palabras mientras él la besaba de una manera voraz y exigente. Cualquier pensamiento sobre disculparse desapareció de la cabeza de la joven, sobrecogida por la necesidad de aliviar y saciar aquel deseo feroz, de darle a Charlie todo lo que quería.

Y resultaba evidente que él no quería hablar.

Al cabo de lo que parecieron unos pocos segundos, yacía debajo de Charlie en el sofá con el corpiño abierto hasta la cintura y los senos hinchados bajo las caricias experimentadas de una de las manos de su prometido, mientras que, con la otra, le agarraba la falda y la deslizaba hacia arriba.

El fuego ya había comenzado a arder entre ellos; Charlie buscó con los dedos su entrada ya húmeda y resbaladiza, y comenzó a acariciarla, sondeando, hasta que el fuego se hizo más intenso.

Habiendo capeado una vez ese temporal, Sarah lo aceptó y se dejó llevar por el placer, excitada ante el hecho de ser deseada con tal afán inquebrantable, con tal intensidad y concentración, con tal adoración. A pesar de la pasión que Charlie parecía sentir por ella y del deseo que le endurecía el cuerpo, le acariciaba con una cuidadosa suavidad que jamás vacilaba.

Una cautela que le hacía contenerse, que hacía que respirara tan entrecortadamente como ella. Su beso contuvo una pizca de desesperación hasta que sus experimentados dedos hicieron que Sarah perdiera el contacto con la realidad e inundaran los sentidos de la joven de un indescriptible placer.

Sólo entonces él se movió, manteniéndola inmóvil bajo él para penetrarla.

Sarah se quedó sin aliento, se arqueó bajo él y gimió al tiempo que Charlie aprovechaba aquella instintiva invitación para hundirse más profundamente en aquel cuerpo que se había rendido por completo a él. La joven se cerró en torno a Charlie y este se detuvo, apretó los párpados tensando cada músculo, al borde del éxtasis. Luego tomó aire, se retiró y empujó en ella de nuevo hasta que Sarah perdió el contacto con el mundo.

Y una vez más todo lo que ella sintió fue fuego y la constante e implacable posesión de Charlie. Un vertiginoso y delicioso placer que la atravesaba de los pies a la cabeza y que era la prueba del amor de él.

Estaba presente en la entrecortada respiración masculina cuando ella se removió, alzándose y arqueándose hacia él, provocando que el áspero vello del pecho masculino se rozara contra sus sensibles pezones.

Estaba presente en la manera en que él se contenía, en cómo le cogía de la mano que ella le había puesto en la espalda para que no se apresurara y alcanzara el placer demasiado pronto, en cómo capturaba su aliento sensual y unía sus bocas en una primitiva y evocadora danza. En el controlado ritmo, más contenido que la primera vez. Más devorador, más absorbente. Más íntimo.

El amor de Charlie estaba presente en los guturales susurros con los que la animaba cuando Sarah inició de nuevo aquella escalada inexorable hacia la cúspide, cuando sintió el clamor de la pasión y de repente se encontró al borde del más puro e intenso éxtasis.

En la manera en como la acunaba y abrazaba, en cómo se movía firme e implacablemente dentro de ella, atizando las llamas, haciendo que los sentidos de la joven giraran vertiginosamente.

Y estaba allí cuando la reclamó el éxtasis y él la estrechó contra su cuerpo, y cuando, sin dejar de abrazarla, los músculos de Charlie se estremecieron prolongando el placer, haciendo que ella gimiera de puro gozo.

Y en aquel sublime momento final fue cuando Charlie se perdió en ella.

Sarah se puso en camino a la mañana siguiente con su madre, Twitters, Clara y Gloria para pasar cinco días en Bath, somnolienta pero feliz y convencida de haber tomado la decisión correcta.

No sabía si Charlie era consciente o no, sí era amor en toda la extensión de la palabra o sólo los primeros brotes de algo que tardaría toda una vida en florecer. Pero la posibilidad estaba allí, no cabía duda, y eso era todo lo que ella necesitaba saber.

Con un suspiro, cerró los ojos, apoyó la cabeza en el respaldo y volvió a recordar una vez más los acontecimientos de la noche anterior.

¿Qué había pasado con su control? ¿Por qué cuando estaba con ella simplemente se desvanecía?

Esa y otras preguntas similares atravesaban la mente de Charlie dos días después, mientras conducía su par de castrados grises hacia Watchet.

Desde que Sarah se había marchado, pasaba el tiempo inmerso en sus negocios, no sólo en lo que a la hacienda y su fortuna concernía, sino también en el acuerdo matrimonial. Lord Conningham y él habían aceptado los términos del matrimonio y sólo faltaba redactarlo. A su futuro suegro le había sorprendido lo que Charlie había estipulado con respecto a la granja Quilley, y había comentado su generosidad y comprensión. Charlie había permanecido callado, pero hubiera deseado admitir que la generosidad había tenido poco que ver con ello, que había sido la propia Sarah la que le había querido dejar aquel asunto resuelto.

La granja Quilley había sido un pequeño precio a pagar con tal de que ella fuera suya.

Lo que le llevaba de vuelta a la molesta pregunta acerca de su pasión por ella, su futura esposa. Sin experiencia previa que la guiara, ella no podía saber —y con suerte, jamás lo adivinaría— que aquel deseo… desesperado —no se le ocurría otra manera mejor de definirlo— que él sentía cuando estaba con ella no era normal, que esas cosas no les sucedían a los caballeros como él.

Jamás se había dejado llevar antes por una pasión como esa, no de esa manera. No hasta el punto en que cuando estaba con Sarah, conduciéndola al éxtasis, sobre todo cuando estaba profundamente enterrado en lo más hondo de su interior y, por lo tanto, disfrutando con ella, su único objetivo en la vida era hacerla alcanzar el placer más absoluto.

Era algo extraño y chocante. Incluso angustioso. Tal conexión no era lo que él había esperado, no con la dulce e inocente Sarah.

Aquella dulce inocencia parecía ser una droga sensual para él, pero ¿cómo podía estar seguro?

El arco de la posada La Campana apareció ante él. Refrenando a los castrados grises, se dijo a sí mismo lo que se había dicho cientos de veces durante las últimas cuarenta y ocho horas: Su reacción ante ella era una adicción y, una vez saciada, esa adicción se desvanecería.

Sencillamente tenía que saciarla, y eso, sin duda, tampoco estaba mal. Tras un mes o menos casados, todo volvería a su cauce. Sólo tenía que aguantar hasta el final.

Dejó los castrados grises en la posada y se acercó a la parcela donde tenía intención de construir su nuevo almacén. Sarah tenía razón. Un almacén de doble tamaño sería una mejor inversión que dos de tamaño normal. El constructor local al que solía contratar, Carruthers, le estaba esperando. Hablaron del proyecto durante un buen rato, luego Carruthers se marchó para reunirse con el delineante que se encargaría de hacer los planos y de calcular los costes; mientras que Charlie se dirigía a los muelles y, en concreto, a la oficina de Jones.

El agente marítimo se alegró de verle.

—No sé qué flota en el aire —dijo Jones—, pero hay mucha gente husmeando por aquí.

Charlie arqueó las cejas.

—¿Sinclair?

—Sin duda, pero hay alguien más. No es un caballero y trabaja para un tercero. —Jones sonrió ampliamente—. Y si los últimos rumores de la compañía marítima son ciertos, la suerte está de nuestra parte.

Con lo que Jones quería decir que el tráfico marítimo a través de Watchet iba en aumento. Charlie le devolvió la sonrisa.

—Esas son excelentes noticias, pues ya he decidido construir un nuevo almacén. —Puso a Jones al corriente de su decisión. La idea de construir una estructura de doble tamaño pareció interesar al agente marítimo.

Tras intercambiar opiniones sobre cuándo podría estar disponible el nuevo almacén, y discutir sobre el tráfico de mercancías y con qué comerciantes debería ponerse en contacto Jones, Charlie abandonó la oficina y regresó a la calle Mayor.

Se detuvo en medio de la estrecha acera y volvió la mirada hacia el puerto.

—Lord Meredith. Me alegro de verle.

Charlie se dio la vuelta. Sonriendo, le tendió la mano.

—Sinclair. Llámeme Charlie, por favor.

Devolviéndole la sonrisa, Malcolm Sinclair le estrechó la mano.

—Malcolm —dijo a su vez—. Estaba a punto de dirigirme a La Campana para almorzar. ¿Te gustaría acompañarme?

—Me encantaría.

Cruzaron la calle empedrada y entraron en la posada. La llegada de tales clientes, los dos altos, bien plantados y elegantemente vestidos, atrajo la atención del dueño del local, Matthews, que se acercó a ellos corriendo. Les hizo una reverencia y los condujo a la misma mesa que Sarah y Charlie habían compartido la vez anterior, situada en un rincón con vistas al puerto.

Malcolm señaló con la cabeza los buques de carga que se balanceaban sobre las olas.

—He visto muchos puertos pequeños en la costa, pero en este nunca falta el trabajo.

—Es una excelente alternativa a Bristol, en especial para ciertas cargas. —Se sentaron y Matthews se apresuró a servirles un primer plato de sopa y pan recién hecho.

Cuando el tabernero se retiró, Charlie miró a Malcolm.

—¿Tienes intención de establecerte en esta zona?

—Definitivamente espero establecerme aquí —admitió Malcolm después de probar la sopa.

—¿No tienes una residencia en algún otro sitio?

Mientras tomaban la sopa. Malcolm le explicó:

—Me quedé huérfano y sin parientes cercanos a una edad muy temprana. Por lo tanto, he vivido en Eton, Oxford y finalmente en Londres. Londres es el hogar de cualquier inglés que se precie, por lo que jamás establecí vínculos en ninguna otra parte. Ahora, sin embargo, necesito encontrar un lugar donde retirarme, y de todos los sitios que he visitado, esta es la zona que más me atrae. —Malcolm lo miró directamente a los ojos—. Puede que tú no lo percibas por haber nacido aquí, pero el paisaje es muy bonito a la vez que tranquilo. Quizá no sea espectacular pero sí relajante. Estoy buscando la casa adecuada.

Charlie sonrió.

—Si me entero de alguna que esté en venta, te lo haré saber.

—Hazlo —dijo Malcolm—. Me gustaría hacerte una pregunta. Dado que tanto a ti, como a mí nos gustan las inversiones de alto nivel, ¿cómo son las negociaciones por aquí? ¿Cómo son las comunicaciones con Londres durante el invierno? ¿Se cortan en esa época del año? Y si es así ¿durante cuánto tiempo?

—En eso tenemos suerte. —Charlie se recostó en la silla mientras retiraban los platos de sopa, luego explicó a grandes rasgos los diferentes modos de comunicación con la capital, dejando claro que rara vez se interrumpían. Después se enzarzaron en un debate sobre inversiones, los plazos más favorables y cuáles eran sus intereses personales en ese momento.

Aunque los dos evitaron mencionar ningún proyecto específico, Malcolm dejó caer los suficientes datos para que Charlie se diera cuenta de que era tan cuidadoso como Gabriel o él mismo; a ninguno de ellos les gustaba perder dinero. Sin embargo, Malcolm le comentó abiertamente que se había metido en algunas inversiones arriesgadas que le reportarían grandes beneficios en caso de tener éxito, por lo que bien merecía la pena correr el riesgo.

Aquello intrigó a Charlie. Aunque nunca había tenido dificultades en resistirse al atractivo de ciertas inversiones arriesgadas, pero sin haber obtenido tales éxitos —y por lo tanto grandes beneficios—, era algo que le atraía irremisiblemente. Lo mismo que a Gabriel.

—Hago muchas de mis inversiones a través de los fondos Cynster, bajo la dirección de Gabriel Cynster. —Haciendo girar una copa de vino entre los dedos, Charlie hizo una mueca—. Pero tengo que admitir que vamos a lo seguro y que la mayoría de los fondos casi siempre revierten en las propias inversiones y financiación de proyectos en vez de en el desarrollo directo de nuevas empresas.

Malcolm asintió con la cabeza.

—Estuve charlando un rato con Cynster la semana pasada. Por supuesto, todo el mundo sabe que los fondos Cynster han tenido un enorme éxito con el paso del tiempo. Sin embargo, la inversión a largo plazo, y no es que la critique, carece de la excitación que supone seguir la trayectoria de los nuevos negocios.

—Exacto. —Charlie sonrió ampliamente—. Estoy de acuerdo en que las inversiones a largo plazo, si bien son seguras, son un tanto aburridas. Aunque es muy agradable ver los números positivos en los libros de cuentas, rara vez inspiran el placer de la victoria.

Hicieron una pausa mientras les servían el plato principal a base de rosbif. Cogieron sus cubiertos y el silencio reinó entre ellos durante algunos minutos.

—Dime, ¿cómo es que te involucraste en el negocio del ferrocarril? —preguntó Charlie finalmente.

Esa era una pregunta que a Malcolm le habían hecho con frecuencia.

—Fue cuestión de suerte. Yo tenía casi veinte años cuando Stephenson intentaba despertar el interés de los patrocinadores para que invirtieran en la línea Stockton-Darlington. Aunque todos estaban interesados, la mayoría de los inversores prefirieron no arriesgarse y esperar a ver si el negocio funcionaba. En ese momento yo contaba con suficiente dinero en efectivo y, dado que sólo se trataba de un tramo corto, no creía que supusiera un gran riesgo, así que invertí. Éramos muy pocos y, una vez que la línea de ferrocarril se inauguró con éxito, los primeros inversores siempre teníamos preferencia para invertir en cada nuevo tramo. Fue así como invertí en el tramo Liverpool-Manchester, y también en la extensión hasta Londres.

—Así que has prosperado por las inversiones en el ferrocarril —Charlie se limpió los labios con la servilleta y apartó el plato a un lado.

—Sí. —Malcolm frunció el ceño—. Pero no he participado en la inversión de todos los tramos que me ofrecieron, que fueron muchos.

—Ah, ¿sí? ¿Por qué?

—Porque para empezar es muy difícil elegir bien. Todo el mundo piensa que todos los tramos van a tener éxito, pero lo cierto es hay propuestas de lo más descabelladas. Está claro que unir Londres con Manchester y Liverpool tiene un sentido comercial. Pero no estoy del todo seguro de la viabilidad, hablando en términos físicos, del tramo Newcastle-Carlisle, aunque ya han comenzado a construirlo. También sé que la línea Londres-Bristol se ha puesto en marcha, y aunque en este caso sí me parece factible, no estoy del todo convencido de que el dinero que se invierta en ella sea recuperado con la rapidez suficiente para que el negocio pueda ser considerado un éxito. Es por esa misma razón por la que he rechazado la mayoría de las propuestas.

Charlie entendió lo que quería decir.

—Quieres decir que tardará en dar beneficios.

Malcolm asintió con la cabeza.

—Considera el tramo Stockton-Darlington. Invertimos a principios de 1821. Se empezó a construir de inmediato y los primeros beneficios comenzaron a llegar en 1825 de manera más o menos regular. Un tiempo prudente para una inversión. El tramo Liverpool-Manchester se construyó entre 1827 y 1830, de nuevo un tiempo prudencial. La extensión a Londres, sin embargo, llevará bastante más tiempo completarla. Desde que me di cuenta de eso, he sido más cauteloso y, francamente, ninguna de las propuestas actuales verá beneficios hasta dentro de una década.

Reclinándose en la silla, Malcolm sostuvo la mirada de Charlie.

—No es el tipo de proyecto que me gusta. —Levantó una mano—. No me interpretes mal, estoy seguro de que las líneas de ferrocarril serán siempre un negocio rentable. Pero el largo tiempo invertido es algo que no juega a nuestro favor.

Hizo una pausa, como si considerara algo y luego añadió:

—Además, demasiadas de esas propuestas vienen avaladas por mismo grupito de inversores. Necesitan que participe más gente en sus proyectos, pero son demasiado estirados, financieramente hablando, para ceder la iniciativa a otros. No me sorprendería demasiado que para la próxima década haya un gran número de sociedades entre los fundadores.

—Es un caso claro de intentar abarcar demasiado —dijo Charlie entrecerrando los ojos—, demasiado rápido, y además invirtiendo poco dinero para los beneficios que se espera recoger a cambio.

Malcolm asintió con la cabeza.

—También están prestando poca atención a las dificultades que entraña la construcción de algunos tramos. Otra razón más para alejarse del negocio de los ferrocarriles, por lo menos en términos de inversiones.

Charlie arqueó las cejas.

—¡Efectivamente!

Terminaron de comer, apartaron las sillas de la mesa y se levantaron. Después de pagar la cuenta al posadero, salieron a la calle, Charlie se volvió hacia Malcolm.

—Gracias por compartir conmigo un tema tan fascinante.

—De nada. —Malcolm le tendió la mano y Charlie se la estrechó—. Ha sido un placer hablar con alguien que comparte mis mismos intereses.

Charlie opinaba lo mismo.

—Debemos reunirnos en alguna otra ocasión, y compartir estas aficiones nuestras con más profundidad.

Malcolm asintió con la cabeza y se separaron, los dos muy satisfechos.

Charlie bajó la mirada al pueblo. El viento había aumentado, batiendo las espumosas olas hacia la orilla. No hacía buen tiempo para navegar en el velero. Y la última vez que había salido a la mar, Sarah le había acompañado.

Girando sobre sus talones, se dirigió al patio de la posada. Mejor volver a casa y encontrar otra cosa con la que ocupar la mente.

Los preparativos de la boda avanzaron deprisa bajo la dirección de la madre de Charlie y lord Conningham; no había mucho que Charlie pudiera hacer. Todo el mundo era de la opinión de que él debía mantenerse al margen de todo. Por ese motivo, dos tardes después, tras haberse pasado el día conduciendo a los castrados por el condado con Jason, Juliet y Henry, se refugió en la biblioteca para leer el periódico, buscando alguna noticia que lo interesara lo suficiente para entretenerse el resto de la tarde cuando Crisp, su mayordomo, llamó a la puerta.

—Milord, ha llegado el señor Adair.

Charlie parpadeó, se incorporó y dejó a un lado el periódico.

—Hazle pasar, Crisp.

Con suma curiosidad se preguntó qué estaría haciendo Barnaby por allí, y más a esas horas. Tenía que haber ocurrido algo.

Una sola mirada a Barnaby mientras el mayordomo lo hacía pasar a la estancia confirmó sus sospechas. Su amigo tenía una expresión seria, los rizos rubios despeinados y la corbata torcida. Todavía era el caballero guapo y bien vestido que encandilaba a la sociedad, pero claramente parecía fatigado por el viaje.

Charlie se levantó. Le dio la bienvenida estrechándole la mano y palmeándole el hombro antes de invitarlo a sentarse en uno de los sillones que había frente al acogedor fuego de la chimenea.

—Siéntate y entra en calor. —Barnaby tenía las manos heladas—. ¿Has cenado?

Barnaby negó con la cabeza.

—Vengo directamente desde la ciudad.

Charlie arqueó las cejas.

—Te quedarás aquí, ¿verdad?

Dejándose caer en el sillón, Barnaby frunció los labios.

—Si tienes alguna habitación libre…

Con una sonrisa irónica —el Park era enorme—, Charlie se volvió hacia Crisp y ordenó que trajeran una cena sustanciosa y que prepararan una habitación para Barnaby. Crisp se apresuró a cumplir sus órdenes. Charlie se acercó a la licorera.

—¿Brandy?

—Por favor. —Barnaby se reclinó en el sillón—. Ahí fuera hace un frío de mil demonios.

Charlie recorrió a su amigo con la mirada. No sólo era el clima lo que había afectado a Barnaby. Tenía una expresión inusualmente sombría y resuelta, como si hubiera algo que le preocupara desde hacía días.

Charlie le sirvió una copa de brandy francés, se la entregó y se sentó en el sillón de enfrente. Tomó un trago de su propia copa, observando cómo se relajaba la tensión en el rostro de su amigo mientras este tomaba un sorbo de la ardiente bebida. Charlie se arrellanó en sillón.

—¿Qué ha ocurrido?

—Al parecer se están produciendo una serie de actividades ilícitas por parte de un tipo especialmente hábil.

Charlie esperó a que continuara.

—Mi padre y la comisión han solicitado mis servicios, de manera oficial pero discreta, para investigar y, si es posible, llevar ante la justicia a quien esté detrás de varios casos de especulación de tierras —dijo Barnaby finalmente.

El padre de Barnaby era uno de los pares que supervisaba al recientemente instituido cuerpo de policía de Londres. Charlie frunció el ceño.

—¿Varios casos?

Barnaby tomó otro sorbo de su copa y asintió con la cabeza.

—Un asunto muy feo. De vez en cuando existen casos de usura menor que no sorprenden a nadie y que, de hecho, no se consideran un delito. Pero estos casos en concreto, y ahora te explico cuál es la diferencia, se han estado dando a lo largo y ancho del país durante años. Casi una década, en realidad. No ha sido nada agradable descubrir el tiempo que lleva produciéndose esta clase de actividades delictivas, y delante de nuestras propias narices además, pues todos los casos están diseminados por la geografía nacional y nadie se había dado cuenta hasta ahora.

Barnaby se detuvo a beber otro sorbo de brandy y continuó:

—Hasta hace poco, no había ninguna autoridad a la que comunicar tales delitos. —Carraspeó—. Llevo una semana y pico recorriendo el país de arriba abajo consultando todos los casos con los magistrados, sheriffs y representantes de la Corona.

Barnaby suspiró. Se reclinó en el sillón y cerró los ojos.

—Me detuve en Newmarket de vuelta a la ciudad y me quedé con Dillon y Pris. Cuando le conté lo que sucedía, Dillon aviso a Demonio y los tres hablamos sobre todo lo que habíamos averiguado del asunto. Hemos llegado a la conclusión de que la situación es seria y muy difícil de destapar.

El ceño de Charlie se hizo más profundo.

—No he oído ningún rumor de especulación de tierras por aquí, ni en ninguna otra parte. Y estoy seguro de que Gabriel tampoco.

Barnaby agitó su copa con un gesto cansado.

—Eso es lo que sucede con la especulación. Nadie se entera de nada hasta mucho después de que el daño esté hecho. Y eso si sale a la luz. Como con estos casos en particular, de los que hemos tenido constancia gracias a que algunas de esas nuevas compañías del ferrocarril tienen inversores comunes que se han mostrado descontentos, por no decir enfurecidos, ante los precios abusivos que sus compañías se han visto y se ven obligadas a pagar por ciertas parcelas. Han enviado a la policía una lista con las propiedades por las que sus compañías han pagado enormes cantidades de dinero, para que lo investiguen. Por eso me ha avisado mi padre.

—Ah. —Una cínica comprensión teñía la voz de Charlie—. Ya entiendo. —Muchos de esos inversores eran nobles o tipos acaudalados de esos a los que las autoridades deseaban contentar—. Quieren hacerles la pelota, ¿no?

—Por así decirlo. —Barnaby hizo una pausa, luego continuó—: De Newmarket fui a Londres, donde me entrevisté con mi padre y nuestro viejo amigo el inspector Stokes. En resumidas cuentas, ellos pensaban que nuestra mejor opción era contar también con tu ayuda y la de Gabriel.

Charlie arqueó las cejas.

—No entiendo cómo podemos ayudaros, pero tienes toda mi atención.

Barnaby esbozó una sonrisa fugaz.

—Primero te explicaré por qué estos casos son diferentes. —Se interrumpió cuando Crisp regresó cargado con una bandeja.

Charlie bebió de su brandy y esperó mientras colocaban la bandeja en una mesita frente a Barnaby y su famélico amigo daba cuenta de la comida.

En cuanto Crisp cerró la puerta, Barnaby continuó con su explicación entre bocados de rosbif.

—En todos los casos que hemos investigado se ha visto involucrada una parcela de tierra en particular. En cada caso, esa parcela ha sido imprescindible para la terminación de un canal, una nueva carretera de peaje o, en los últimos años, las vías del nuevo ferrocarril.

—¿Cómo de imprescindible?

Barnaby masticó y tragó sin apartar la mirada del plato.

—En el caso del ferrocarril es más fácil de explicar. Las locomotoras de vapor no pueden subir o bajar pendientes empinadas. Cuando es necesario salvar grandes desniveles, las vías deben sortearlos con una serie de curvas para mantener una pendiente constante. Las parcelas en torno a esas cuestas empinadas son de vital importancia para la construcción de la vía. A menudo no hay alternativa. Hay otros lugares, como un paso natural entre altas colinas, en los que el problema se resuelve con túneles o puentes, pero resultan más caros. Y en todos los casos que he investigado, no ha habido más remedio que comprar esa parcela.

—Así que esos terrenos han sido elegidos deliberadamente, según tu opinión, por alguien que sabe mucho de la construcción de canales, carreteras de peaje y ferrocarriles.

Barnaby asintió con la cabeza.

—Además, quienquiera que sea tiene conocimiento de las futuras rutas de canales, de las carreteras de peaje y de las líneas del ferrocarril mucho antes de que salga a la luz el proyecto. En algunos casos esas tierras se han comprado años antes de que se propusieran dichas rutas, incluso antes de que fueran estudiadas por cualquier entidad privada.

Charlie arqueó las cejas.

—¿Cuáles son tus sospechas?

—Ojalá tuviera alguna, pero no se me ocurre nada. Cada caso que he investigado… bueno, si fuera el villano de la historia, diría que cada terreno investigado ha sido una joya. Una parcela perfectamente escogida para especular con ella. Cada una de ellas… No puedo creer que alguien tenga tan buen ojo.

—¿De cuántos casos estamos hablando?

—De veintitrés hasta el momento.

—Has dicho que son varios casos. Supongo que todos siguen un mismo patrón en el que a los propietarios originales del terreno, ignorantes del valor potencial del mismo, se les hace una oferta demasiado buena para rechazarla. Aceptan e ingresan su dinero felizmente en el banco. Luego, más tarde, años en la mayoría de los casos, el nuevo dueño vende a una compañía en desarrollo esa misma tierra a un precio elevado, al borde de la extorsión. —Cuando Barnaby asintió con la cabeza, Charlie le preguntó—: ¿Por qué razón piensas que estos veintitrés casos son obra de un mismo villano?

—O villanos. —La mirada de Barnaby se oscureció—. Lo creo y así por las medidas de persuasión utilizadas.

Charlie parpadeó.

—¿Las medidas de persuasión? ¿Para vender?

Barnaby asintió.

—Siempre comienza de una manera inocente. Una oferta por los terrenos realizada a través de un abogado local. Si los dueños aceptan, llegan a un acuerdo y no hay ningún tipo de delito. Todo va rodado. Los dueños originales no ganan el dinero que podrían haber ganado y las compañías en desarrollo acaban pagando un dineral por unas tierras que podrían haber adquirido a buen precio, pero, al menos hasta ahora, se consideraba un riesgo del negocio.

»Sin embargo, en dieciséis de los veintitrés casos denunciados por nuestros inversores, los dueños originales rechazaron esa primera oferta y también una segunda aún más generosa. Entonces era cuando comenzaba el acoso. Al principio de manera suave, en forma de ganado extraviado en el caso de una granja, o de cercas derribadas. Ya te lo puedes imaginar. Provocaciones anónimas pero cada vez más irritantes. Entonces aparecía una tercera oferta todavía más alta.

Barnaby cogió su copa.

—El acoso era cada vez mayor, cada vez más agresivo, acompañado de ofertas más altas, aunque ambas cosas no parecían tener conexión alguna. De hecho, en algunos casos, las nuevas ofertas parecían ser hechas a medida para ayudar a resolver los problemas. A menudo los dueños cedían y vendían. Sin embargo, existen al menos siete casos donde la coacción se convirtió en un ataque directo. Y al menos en tres de ellos, los ataques resultaron ser insuficientes para obligar a los propietarios a vender, así que el acoso se llevó al último extremo. —Barnaby miró a Charlie directamente a los ojos—. La muerte.

Charlie le sostuvo la mirada durante un buen rato. Un leño crepitó detrás de la reja de la chimenea.

—¿Quienes son esas personas?

—Eso es lo que Stokes, mi padre y yo queremos descubrir. Lo que estamos resueltos a averiguar. La razón de la oferta por esas tierras nunca fue obvia hasta mucho más tarde, incluso los ataques y las muertes, supuestamente accidentales, no se habían relacionado con los compradores de las tierras hasta este momento. Todos los casos que hay en mi lista se deben a la ira de los inversores en las compañías del ferrocarril, y los delitos sólo fueron evidentes una vez que investigué la serie de acontecimientos.

»Y no es una investigación normal donde se pueda seguir fácilmente el rastro de los implicados. Puede que pienses que los nuevos propietarios son fáciles de localizar, pero lo he intentado y no he tardado en verme envuelto en una horrible trama de abogados, empresas y más empresas. —Barnaby dejó la copa vacía en el suelo—. Sólo Gabriel podría arrojar alguna luz en medio de este laberinto. Sin embargo, no es esa la razón principal por la que he venido a verte.

—¿Cómo podemos ayudarte? —Tan sombrío ahora como Barnaby, Charlie se terminó la copa de un trago.

Barnaby le estudió la cara.

—Lo único que se me ha ocurrido para atrapar a esos delincuentes y acusarlos de algún delito es pillarlos mientras coaccionan a alguien para que venda una parcela. La coacción criminal es el único delito legislado que cometen. Pero para sorprenderlos en un acto deshonesto de esa clase, tenemos que encontrar…

—Una zona donde ese desarrollo aún no se haya producido, pero que sin duda lo hará en la próxima década. —La mirada de Charlie se volvió distante por un momento, luego la enfocó en la cara de Barnaby—. Supongo que estás pensando en la línea de ferrocarril que en algún momento se construirá entre Bristol y Taunton y que, desde allí, probablemente se extenderá a Exeter y Plymouth.

Barnaby asintió con la cabeza.

—He hablado con alguno de los directores de la compañía del ferrocarril. Taunton podría ser el punto de partida de una nueva línea dentro de unos años. —Arrellanándose de nuevo en el sillón, estudio la cara de Charlie—. Esta zona es tu hogar, y el de Gabriel. ¿Qué probabilidades hay de que llegue a vuestros oídos algo de este tipo?

Charlie lo pensó un momento y luego hizo una mueca.

—No tantas como puedes pensar. La gente no suele hablar de las ofertas que se hacen por sus propiedades, no hasta después de venderlas. A menos que crean que hay algo turbio detrás. Y como has dicho, a veces ni entonces. Nuestro villano particular no ha pujado por ninguna parcela de un hacendado importante, y si lo ha hecho, se ha preocupado por no presionarlos demasiado, y los agricultores no suelen airear sus asuntos. No creo que Gabriel o yo oigamos nada hasta que sea demasiado tarde y lo más probable es que para entonces nos enteremos por medio de las habladurías.

Barnaby suspiró.

—Temía que me dijeras eso.

Charlie levantó una mano.

—Pero puede que haya otra manera de averiguar algo más de esos malhechores. Si tienes razón con respecto a esta zona, existen muchas colinas en los alrededores que podrían ser un objetivo. Si averiguamos más sobre el modus operandi de estos individuos, podríamos ampliar la búsqueda y saber qué lugares de esta zona serían una buena apuesta para ellos.

Miró a Barnaby.

—Tenemos que hablar con Gabriel… y los demás. —Parpadeó—. Te envié una carta… Una invitación. ¿La has recibido?

Barnaby negó con la cabeza.

—Entre mi reunión con mi padre y todo esto, no he estado localizable. ¿Por qué? ¿Qué se celebra?

Charlie sonrió ampliamente

—Me caso. Dentro de tres días. Estás invitado. Y también los demás.

Barnaby esbozó una sonrisa sincera y algo burlona.

—¡Felicidades! Primero Gerrard, luego Dillon y ahora tú. Me ha tocado bailar en vuestras bodas.

Charlie arqueó una ceja.

—¿No piensas seguir nuestros pasos?

—De eso nada. Tengo cosas más interesantes que hacer, como perseguir malhechores.

—Cierto. Al menos asistir a mi boda te ayudará en tus investigaciones. No sólo vendrán Gabriel y Diablo sino también Vane y todos los demás, incluidos Demonio y Dillon. Será la oportunidad perfecta para hacer una lista colectiva y elaborar un plan. Entre todos encontraremos la manera de dar con tus villanos.

—Amen —respondió Barnaby—. Otra cosa… no comentes el asunto con nadie más. No tenemos ni idea de quién puede estar detrás de todo esto.

Sarah regresó a Conningham Manor en el carruaje con su madre, sus hermanas y Twitters a primera hora de la tarde del lunes.

El largo viaje había sido una dura prueba para ella, sometida a las inocentes, pero innecesarias, especulaciones de Clary y Gloria sobre lo que ocurriría al día siguiente. En cuanto entraron en la casa y saludaron a los amigos y familiares que habían llegado para la boda, se escabulló poniendo el orfanato como excusa.

Mientras galopaba hacia el norte a lomos de Blacktail, Sarah inspiró hondo, sintiéndose libre por primera vez en días. Galopaba a toda velocidad, consciente de que tenía muy poco tiempo, no más de una hora para hacer todo lo que normalmente hacía a lo largo de un día.

A partir de ese día, el camino para llegar a la granja sería más largo. Tendría que salir más temprano de lo habitual desde el Park, que estaba tres kilómetros más al sur. Esperaba que ese fuera el único cambio que se produciría a partir de ese día, que todo permanecería más o menos igual.

Al llegar a la granja, ató a Blacktail frente a la puerta, sonrió y saludó a los niños que jugaban en el patio, y entró a toda prisa en la casa. Se dirigió directamente al despacho para echarles un vistazo a los libros de cuentas y arreglar algunos pagos y pedidos urgentes. Katy la encontró allí y con su laconismo habitual la puso al corriente de las actividades de aquel pequeño mundo.

Sarah descubrió que casi todo estaba al día y que sólo faltaban por comprobar unas cuentas y aprobar las decisiones que habían tomado esa mañana Skeggs y la señora Duncliffe.

—¡Gracias! —Le lanzó una sonrisa de agradecimiento a Katy cuando cerró el libro de cuentas.

—Sí, bueno, todos pensamos que deberías empezar tu vida de casada sin que nada perturbara tu mente. —Katy sonrió ampliamente.

Quince apareció en la puerta. Miró primero a Katy y luego a Sarah.

—Queremos que veas algo.

—¿Sí? —Levantándose del escritorio, Sarah se unió a Katy y a Quince y las siguió al vestíbulo.

—¡Felicidades, señorita! —Todos los residentes del orfanato se habían congregado allí y se habían colocado en filas ordenadas en el vestíbulo para corear aquel mensaje de felicitación con unas enormes sonrisas en sus rostros.

Ginny, la mayor de las chicas, dio un paso al frente con un paquete envuelto en papel de estraza entre las manos. Con una sonrisa radiante, hizo una reverencia y le ofreció el paquete a Sarah.

—Para usted, señorita. ¡Esperamos que su boda sea impresionante!

Sarah volvió a mirar a aquella multitud de caras brillantes. Había recibido muchas felicitaciones durante los últimos días, pero aquella era, con diferencia, la más conmovedora de todas.

—Gracias. —Parpadeó con rapidez, sonrió y cogió el paquete. Era sólido y pesado.

Los niños, con una sonrisa de expectación en la cara, se removieron con inquietud, esperando que ella abriera el regalo. Sarah notó que Maggs estaba inusualmente serio y se mordisqueaba el labio inferior.

Sarah bajó la mirada y rasgó el papel. Entre sus manos apareció un gnomo de unos treinta centímetros con una rana a sus pies.

—Es precioso. —Y realmente lo era. Había cierta sabiduría en la expresión del gnomo mientras miraba a la rana. La figura demostraba una notable atención a los detalles.

Maggs avanzó despacio hacia ella, mirándola a la cara. Lo que allí vio debió de tranquilizarlo.

—Lo he hecho yo —confesó—. Lo cocimos en el horno del alfarero camino de Stogumber y lo pintó Ginny. Pensamos que podría llevárselo a su nuevo hogar y ponerlo en el jardín y así pensaría en nosotros cada vez que lo viera.

Sarah sonrió y le abrazó brevemente, luego abrazó a Ginny.

—Eso haré. Es perfecto. —Tomó nota mental para averiguar si entre los alfareros de la localidad había alguno que quisiera tomar a Maggs como aprendiz cuando tuviera edad para ello. Miró al resto de los niños—. Siempre conservaré como un tesoro al… señor Quilley.

Sarah sostuvo al gnomo en alto como si fuera un trofeo y los niños mayores prorrumpieron en vítores, encantados con el nombre que ella le había puesto a la figura. Los más pequeños miraron a su alrededor y dieron saltos de incontenible alegría. Era la hora del té. El personal condujo al grupo hasta el comedor, donde se había servido un té especial en honor a la boda de la señorita Conningham.

Sarah pasó la media hora siguiente celebrando su compromiso con los niños y el personal. Cuando los niños regresaron a regañadientes a sus clases, ella les dio unas calurosas gracias al personal, aceptando sus felicitaciones. Luego ató al señor Quilley a la silla de Blacktail y regresó a su casa.

Aún quedaba tanto por hacer que deliberadamente apartó de su mente cualquier cosa relacionada con vestidos, flores, lazos y ligueros, y se centró en el paisaje que la rodeaba mientras cabalgaba, dejando que los verdes campos la tranquilizaran como siempre habían hecho, al tiempo que ponía en orden sus pensamientos y se concentraba sólo en las cosas que consideraba más importantes.

Durante los tres últimos días se había sentido corroída por la incertidumbre. ¿Había tomado la decisión correcta? Mientras estaba con Charlie, se había sentido segura, convencida de que casarse con él era lo más acertado, que ser su esposa era el camino que debía tomar. Que cuando se casara con él el amor estaría presente en sus vidas; sería la piedra angular de su unión.

El amor había sido el precio que ella había puesto y él la había convencido de que era amor lo que había entre ellos, mejor dicho, ella se había convencido a sí misma de ello, y esa era, precisamente, la causa principal de su actual estado de ánimo.

¿Y si todo era cosa suya? ¿Y si simplemente se había convencido de que lo que había visto en esa relación era lo que había querido ver, la promesa de amor en las caricias y el cariño de Charlie? ¿Y si todo lo que había visto no era más que un producto de su imaginación?

Charlie no le había dicho que la quería, pero tampoco lo había hecho ella, y no lo haría, no antes de que él lo hiciera. Su futuro marido no era el tipo de caballero dado a las frases floridas, a la poesía o cosas por el estilo; decir apasionadamente «te amo» en voz alta, simplemente, no iba con él.

Sabiendo eso, Sarah había buscado otras señales —en sus gestos, en sus reacciones— y las había encontrado. O eso creía.

Durante los últimos días, lejos de la presencia de Charlie y mortificada por la incertidumbre, había vuelto a revivir los momentos que habían compartido en el cenador y en otros sitios, todo lo que había observado y aprendido de él, y seguía sin estar segura. Lo único que había conseguido con todo aquello era un terrible dolor de cabeza y que se le revolviera el estomago.

Pero ahora no podía echarse atrás. Había aceptado casarse con él, había aceptado convertirse en su esposa y todos lo sabían.

Y casarse con él era lo único que podía hacer. ¿Serían sus dudas con respecto a aquella decisión el motivo por el cual madame Garnaut había descrito su futuro como «complicado»?

El Manor apareció a la vista; Sarah miró a la casa y suspiró. Mañana dejaría de ser su hogar.

¿Era normal que todas las novias tuvieran dudas antes de casarse?