ESA noche el cielo estaba claro y sin nubes. La luz de la luna llena arrojaba un brillo sombrío sobre las colinas, teñía de plata las ondas en la superficie del embalse y entraba a raudales en el cenador, donde Charlie esperaba a Sarah.
Dado que esa tarde no había habido ninguna reunión social, Charlie había acudido temprano al cenador esperando que Sarah hiciera lo mismo. De todas maneras, prefería esperar allí, cerca de ella y de la promesa de esa cita nocturna, que en los confines de Morwellan Park bajo la atenta mirada de su perspicaz familia.
Paseó lentamente de un lado para otro, cada vez más consciente de la fuerte anticipación y del agudo deseo. Un rato después vio a Sarah acercarse por el camino y de inmediato supo que había pasado algo.
La joven tenía los brazos cruzados y se ceñía el chal con firmeza. Caminaba con brío, pero no miraba el cenador, sino el camino que tenía delante.
Su atención no estaba puesta en él y en lo que iba a acontecer esa noche, por el contrario estaba absorta en algún otro asunto que parecía tenerla preocupada.
Si se hubiese tratado de otra mujer, a Charlie le habría irritado no ser el centro de atención y perderse todas esas cosas que había previsto hacer. Pero tratándose de Sarah, la anticipación, el deseo y el pálpito de su corazón ante la simple visión de la joven se transformaron al instante en algo más.
La estaba esperando cuando Sarah subió los escalones del cenador y entró en la penumbra que arrojaba sombras sobre el lugar.
—¿Qué sucede?
Ella levantó la cabeza. Se acercó y parpadeó ante la pregunta. Luego imaginó que él había notado su ensimismamiento y le respondió:
—Hoy he estado en el orfanato y… —Se detuvo ante él, escudriñándole la cara iluminada por la luz de la luna. Luego alzó la barbilla con firmeza y continuó—: Si acepto tu oferta y me caso contigo, el orfanato pasará a tus manos.
Ahora fue Charlie quien parpadeó. No había considerado tal cosa pero lo que acababa de decir Sarah era cierto.
Entrelazando las manos, Sarah se volvió y caminó por el cenador.
—Lo que tú no sabes es que para mí el orfanato es mucho más que una simple propiedad. Como ya te he mencionado, lo heredé de lady Cricklade, mi madrina, por quien sentía un profundo aprecio y, desde que yo era muy joven, tanto ella como mi madre me alentaron a interesarme vivamente por el lugar, no sólo a supervisarlo desde lejos.
Deteniéndose bajo uno de los arcos, Sarah levantó la mirada y observó el embalse.
—Llevo varios años encargándome del orfanato. —Se dio la vuelta lo miró a través de las sombras—. Es algo que requiere tiempo, esfuerzo y cuidado, pero a cambio el orfanato me ofrece satisfacción en muchos niveles. —Hizo una pausa antes de continuar—: Si me caso contigo, o con cualquier otro, dudo que pueda ceder alegremente todo eso… no sólo por la obligación que siento ante el legado que me hizo lady Cricklade, sino por el interés y la satisfacción que me produce. Ciertamente no es algo que haría de manera voluntaria.
Charlie se unió a ella bajo el arco. Sarah miró aquellos rasgos iluminados por la luz de la luna.
—No existe ninguna razón para que tengas que renunciar a todo eso. Es una cuestión muy simple. —La miró directamente a los ojos, pensando a toda velocidad y sopesando las distintas soluciones—. Tienes razón al pensar que cuando nos casemos la granja Quilley pasaría a ser mía, pero podemos dejar estipulado, como parte de los acuerdos matrimoniales, que la propiedad vuelva a ser tuya en caso de viudedad. Podemos disponer que el título de propiedad más una suma adecuada para los gastos de mantenimiento del lugar sean destinados para tu uso exclusivo desde el día de nuestra boda hasta incluso después de mi muerte, y que a la tuya la granja pase a ser de nuestros herederos. —Charlie hizo una pausa y la miró arqueando una ceja—. ¿Tiene eso tu aprobación?
Su aprobación y mucho más. Sarah asintió con la cabeza.
—Sí. —Había sabido que él no se casaba con ella por dinero ni por cualquier otra propiedad que ella pudiera poseer, pero no había esperado un acuerdo semejante—. ¿Invertirías una suma en…?
Charlie curvó los labios.
—Considéralo un regalo de bodas, uno cuyos beneficios recogeré cuando te cases contigo.
Sarah sonrió. Charlie era incorregible, en especial cuando tenía un objetivo en mente, aunque ella jamás había dudado de su determinación. Aun así, no había podido negar su sorpresa por el hecho de que él hubiera adivinado sus afligidos pensamientos antes de decir una sola palabra o de mirarla siquiera a los ojos, ni por haber mostrado una actitud al respecto que no tenía nada que ver con el depredador sensual al que la había acostumbrado en sus citas. Por el contrario, había sido la encarnación de un caballero de brillante armadura dispuesto a matar los dragones que se cruzaran en el camino de Sarah.
Un pensamiento soñador. No obstante, mientras lo estudiaba a través de la penumbra, aquella imagen que había aparecido en su mente no se desvaneció. Sarah se movió hacia él envuelta en las sombras proyectadas por la luz de la luna. Alzó las manos al torso de Charlie y las deslizó lentamente hasta sus hombros mientras se acercaba un paso más.
Con descaro se estrechó contra su cuerpo, se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos.
—Gracias —dijo, y luego se echó hacia atrás, lo justo para verle la cara, para observar los cambios que el deseo había producido en sus rasgos. El tono que Charlie había empleado para hablar del orfanato: enérgico, serio, de hombre de negocios, la había tranquilizado incluso más que sus palabras. Ahora sabía todo lo que necesitaba saber en el plano material. Solo quedaba una pregunta por hacer.
Y Sarah no era reacia a aprovechar aquella inesperada oportunidad, y utilizarla en su propio beneficio, para obtener la respuesta a esa última cuestión.
—Es muy generoso por tu parte —dijo bajando la mirada a los labios de Charlie.
Con las manos en sus hombros lo empujó hacia atrás. Él vaciló un instante, luego cedió y permitió que ella lo dirigiera hasta que sus corvas tropezaron con el sofá y cayó sobre los cojines cuando Sarah le dio un último empujón.
Ella continuó. Apartando una mano de su hombro, la joven se subió las faldas descaradamente y levantando primero una rodilla y luego la otra, las apoyó sobre los cojines a ambos lados de los muslos de Charlie. El chal de Sarah cayó al suelo cuando ella se sentó a horcajadas sobre él. Luego se deslizó lentamente por los duros muslos masculinos e inclinándose sobre aquel ancho pecho, lo besó.
Seduciéndolo manifiesta y audazmente.
Estaba segura de que no hacía falta explicarle que esa era la manera que ella había elegido para agradecérselo. Cuando ambos abrieron los labios y se fundieron en un beso ardiente, cuando sus lenguas se encontraron y se batieron en un duelo, cuando él cerró las manos firmemente en su cintura, Sarah pensó que ciertamente no había necesidad de aclarar qué era lo que quería hacer a continuación.
Esa vez, sin embargo, tenía intención de llegar hasta el final.
Charlie se recostó, satisfecho de que ella hubiera tomado la iniciativa de besarle. La dejó seguir adelante con aquel asalto sensual y que llevara la delantera por el momento, permitiendo que el sabor de la inocencia de la joven le inundara el cerebro.
Charlie le abrió el corpiño dejándole los pechos expuestos para su completo deleite y luego cerró las manos sobre ellos. Oyó el suspiro de Sarah, sintió la cálida y firme carne bajo las palmas de las manos y sonrió. Ella tenía los labios curvados en un gesto de burlón desafío. Jactándose para sus adentros, Charlie le rodeó las caderas con un brazo y la atrajo hacia sí. Luego posó sus labios en la ruborizada piel de la joven y oyó cómo ella soltaba un jadeo.
Charlie comenzó a orquestar una sinfonía a costa de ella, repleta de gemidos sensuales y apasionados, de suspiros y jadeos, hasta que consiguió arrancarle sollozos suplicantes. Cada uno de esos sonidos repercutía intensamente en él, alimentando y provocando su deseo voraz, dejándolo sin aliento y haciendo que se esforzara todavía más para controlarse, para sabotearla y saciarse de ella. Más profunda y completamente que nunca.
Esta vez, aunque lo sabía sólo por instinto, estaba completamente seguro de que iba a ser así.
Pero ir más allá no formaba parte de sus planes para esa noche. Esa noche lo único que quería era estrechar todavía más el cerco de la tensión sensual, lo suficiente como para volver loca de deseo a la joven para que se decidiera a ser suya.
Pronto. Tenía que decidirse ya.
Ese era el único pensamiento que tenía Charlie en la cabeza mientras se deleitaba con aquellos pechos ruborizados, con los suaves gemidos de placer que la joven dejaba caer en sus oídos mientras sentía cómo le enredaba los dedos en su pelo. Sarah era receptiva a sus caricias y no lo ocultaba, no hacía ningún esfuerzo por esconder todo lo que él la hacía sentir.
Los ojos de Sarah chispeaban bajo sus párpados cuando él levantó la cabeza lo suficiente para mirar aquellos montículos rosados que había capturado con sus manos y recrearse en su belleza, lo suficiente para sentir una aguda satisfacción ante aquellas hinchadas redondeces, aquel peso sensual, aquellos pezones tensos y erectos que hacía rodar entre las puntas de sus dedos.
Sarah soltó un suspiro tortuoso. Tensó los dedos enterrados en el pelo de Charlie y luego cerró los puños. Tiró con fuerza y le hizo levantar la cabeza para poder besarlo de nuevo. Él alzó una mano y le ahuecó la cara, hundiéndose en el delicioso refugio de su boca para volver a disfrutar de su sabor.
Y así lo hizo, pero de repente sintió que perdía la cabeza. Ella había metido la mano entre sus cuerpos, buscándolo y encontrándolo duro como el acero, rígido como el hierro. La joven lo tocó, apretando la palma de su mano contra el dolorido miembro, acariciándolo con atrevimiento por encima de la tela de los pantalones.
Charlie perdió el control. Se sintió inundado por un creciente calor sensual, por una enorme oleada de deseo ardiente.
Antes de poder recobrar el aliento, antes de poder recuperar la razón, o la voluntad, para atrapar la mano de Sarah y apartarla, la joven se dejó caer sobre él, apretando sus pechos desnudos contra su torso desnudo. ¿Cuándo había ocurrido eso?
—¿Por qué me quieres a mi? —murmuró ella con una voz sensual y provocativa, como una sirena en la noche.
Charlie no podía pensar, así que no contestó.
Sarah movió la mano, deslizando un dedo arriba y abajo. Charlie cerró los ojos e intentó recuperar la cordura, intentó acordarse de cuál era su plan —porque tenía un plan, ¿verdad?— y ceñirse a él.
—No quieres casarte conmigo por dinero. Yo no soy rica y tú sí.
Sarah vertía las palabras suavemente sobre sus labios sin dejar de sorbérselos y lamérselos, luego deslizó los labios hacia la mandíbula de Charlie. Y durante todo el rato la joven no dejó de mover los dedos sobre el miembro masculino. Él tensó los dedos en su espalda. Deslizó las manos a los costados de la joven y la sujetó con fuerza. Debería apartarla, por lo menos lo suficiente para volver a recuperar el juicio, pero Sarah no dejaba de contonearse, restregándose contra él, y el roce de sus pechos desnudos contra su torso era demasiado tentador. Charlie vaciló, pues no quería poner fin a aquellas sensaciones, todavía no, no hasta que sus sentidos sedientos se hubieran saciado por completo.
—Tampoco te casas conmigo por mi linaje —ronroneó ella en su oído mientras cerraba la mano sobre su miembro para volver a abrirla al momento—. Mi familia no es tan importante. Es más, los Conningham no tienen la categoría suficiente para formar una alianza con los condes de Meredith.
Las palabras de Sarah atravesaron suavemente la marea de deseo que envolvía a Charlie. Pero discutir estaba más allá de sus posibilidades, y más teniendo en cuenta que lo que ella decía era cierto.
—Y desde luego no quieres casarte conmigo por ninguna distinción personal que yo pudiera darte… no soy un «diamante de primera clase», ni poseo una belleza espectacular, ni destaco en la sociedad. —Levantó la cabeza y lo miró a la cara—. No soy ni nunca seré un trofeo que ganar.
Charlie intentó fruncir el ceño. En eso se equivocaba. Puede que aún no la hubiera visto desnuda, pero sin duda sabía apreciar la belleza femenina y ella era toda una belleza; cuando finalmente la tuviera desnuda entre sus brazos, sería una diosa con la piel perlada, encantadoras curvas, puras líneas creadas sólo para él, pensadas para saciar sus sentidos.
—Yo…
Ella le puso un dedo en los labios.
—Tú me deseas. —Lo siguió acariciando; no había discusión en ese punto—. Pero ¿por qué? —Sarah ladeó la cabeza y bajo la luz de la luna buscó su rostro, sus ojos—. ¿Por qué quieres casarte conmigo?
Sarah esperó su respuesta. Y Charlie se dio cuenta de que tendría que responder. Pero con aquella cálida y pequeña mano, intensamente femenina, acunando su enorme erección, con la cabeza dándole vueltas y su deseo a flor de piel, no le cabía otra alternativa. Ya no poseía fuerzas para negar la respuesta, para esquivar sus directas y francas preguntas.
Tampoco podía mentirle, no aquí y ahora con el calor de la pasión envolviéndolos por completo. Sintió cómo las llamas del deseo le lamían la piel mientras se las ingeniaba para tomar aire y decir:
—Porque eres tú. —Su voz sonó ronca, áspera, llena de deseo al responder a la llamada de su ardiente sirena. La miró a los ojos y luego bajó la vista a sus labios. Se lamió los suyos y confesó—: Porque tú eres lo que deseo.
No encontraba palabras para expresar lo que Sarah le hacía sentir, lo que sentía por ella. Por ella y sólo por ella. La deseaba más de lo que había deseado nunca a ninguna mujer. Sarah le había obligado a replantearse unos sentimientos que le eran extraños. Muy distintos a los sencillos deseos que un hombre sentía por una mujer y que él encontraba totalmente familiares. Esto era diferente y, si era sincero consigo mismo, siempre lo había sido. Se había dicho más de una vez que era porque Sarah era la mujer que había elegido para ser su esposa, pero eso le conducía a la pregunta que Sarah le había planteado. ¿Qué era lo que él sentía?
Todo lo que sabía es que era un sentimiento más fuerte, que era una pasión más ardiente, un deseo más profundo e intenso que ningún otro.
Algo que le había asombrado continuamente y que ahora, allí sentado entre las sombras que proyectaba la luna con Sarah en su regazo, tan increíblemente seductora, con sus intenciones asomando de una manera tan clara en sus ojos, Charlie descubrió que lo que sentía por ella era incluso más fuerte de lo que había pensado.
Y no estaba alimentado sólo por su deseo sino también por el de ella, y juntos, combinados, tenían la fuerza suficiente para hacerle perder la cabeza.
Sarah no había dicho nada, pero le había estudiado el rostro; y ahora esbozaba aquella sonrisa de sirena que tanto le fascinaba, como si le hubiera encantado su respuesta. Aquella suave y encendida sonrisa dejaba claro que ella estaba, si no completamente aliviada, sí bastante satisfecha. Y que por supuesto quería seguir adelante y aprender más, mucho más. De él, y de ella. De los dos juntos.
Contoneándose seductoramente sobre él, le ofreció su boca y él la tomó. Con avidez y codicia, Charlie los zambulló de nuevo en la ardiente pasión que no había llegado a desaparecer del todo. Tomándole la cabeza con una mano, la besó con más audacia y ella le devolvió el beso, hasta que un calor abrasador los engulló y los devoró.
Hasta que las llamas los envolvieron y los impulsaron más allá. La mano que Sarah tenía entre sus cuerpos desabrochó los botones del pantalón, luego se deslizó bajo la tela y lo buscó.
Charlie aspiró sobresaltado ante aquella caricia inocente. Su control se tambaleó cuando la joven lo agarró con firmeza. Luego soltó un gruñido al sentir cómo aflojaba un poco los dedos y lo acariciaba.
Charlie le soltó la cintura y con un rápido movimiento le levantó las faldas y rebuscó debajo de ella. Encontró la carne tierna entre los muslos femeninos y la acarició, luego indagó suavemente con los dedos.
Sarah se estremeció, contuvo el aliento y rozó tentadoramente el rígido miembro. Cerró la mano en torno a la carne turgente y la apretó suave y firmemente.
El significado de ese gesto no podía ser más claro.
Y esa vez, él no tenía ni la habilidad ni el juicio necesarios para negarse.
Con sólo moverla un poco podría hacerla bajar sobre su cuerpo y enfundar su erección en aquella tierna carne resbaladiza. A pesar del fuerte impulso que tenía de hacerlo, Charlie sabía que por ahora no podría ser de esa manera. No con ella. No la primera vez. Él era demasiado grande y grueso para que ella lo tomara con holgura en esa posición. Podría intentarlo, pero sería muy difícil continuar…
En un hábil movimiento, él la hizo girar y la tumbó sobre los cojines. Sarah se dejó llevar y se aseguró de que él se moviera con ella; Charlie no opuso resistencia a la pequeña mano que se aferraba a su hombro. Se acomodó entre sus muslos, que extendió a ambos lados de sus caderas y, con los dedos aún enterrados en la funda femenina, le acunó la cabeza con la otra mano, sin dejar de besarla.
Él no había querido que la primera vez de Sarah fuera de esa manera, en un sofá en el cenador, envueltos en la noche oscura y en las capas de ropa que los separaban. Charlie habría preferido estar desnudo, y que ella estuviera desnuda también, pero hacía demasiado frío para desvestirse. Aunque en el calor de la pasión Charlie había dejado expuestos los senos de Sarah y, aunque todavía no supiera cómo, ella le había dejado el torso desnudo, la noche era demasiado fría para prescindir de más ropa.
Debajo de las faldas, Sarah guio la erección a su entrada. Charlie sacó los dedos de la funda femenina, tan caliente, mojada y preparada para él, y capturando la mano de la joven, entrelazando sus dedos con los de él, la apartó de su miembro.
Luego se hundió lenta y suavemente en aquel calor hirviente.
Sarah se quedó sin respiración. Se tensó, pero aspiró el aliento de Charlie a través del beso y se relajó. Sus dedos se agarraron con firmeza a los de él. Charlie empujó en su interior, con seguridad y firmeza, no demasiado rápido pero tampoco tan despacio que ella tuviera tiempo de reaccionar. Entonces alcanzó la barrera de su virginidad y, con un fuerte envite, se abrió paso penetrando profundamente en su cuerpo.
Ella soltó un grito, un sonido que él amortiguó con sus labios, y se puso tensa. Charlie se quedó inmóvil, dándole tiempo para que se ajustara a él.
Dándose tiempo a sí mismo para aquietar sus vertiginosos sentidos. Para asimilar la sensación del terciopelo ardiente que lo ceñía con fuerza. Para apretar los dientes y contener el intenso y abrumador deseo de montarla con fuerza y rapidez. Como una parte de él llevaba queriendo hacer tanto tiempo.
Él le había dicho que sería así, que le separaría las piernas y que ella le rodearía la cintura con ellas, que su cuerpo se abriría bajo el suyo, que se hundiría en ella, llenándola por completo.
Los sentidos de Charlie continuaron dando vueltas, más afectados de lo que él hubiera imaginado que podían estar. Hilvanar un solo pensamiento racional quedaba fuera de sus posibilidades, pero a veces aparecía algún retazo suelto en su mente. Era débilmente consciente de que ese no era su plan, que satisfacer los deseos de Sarah iba contra el objetivo que se había propuesto en un primer momento. Pero sus planes habían dejado de tener importancia. Ahora sólo quería aliviarla, satisfacer aquel deseo que había crecido en el interior de la joven, ese que él mismo había provocado y alimentado. No había nada que importara más que responder a la ancestral llamada femenina y darle todo lo que deseaba.
Porque Sarah lo deseaba con un deseo intenso, agudo y definido, y él quería feroz, casi compulsivamente, satisfacer su necesidad, mostrarle el éxtasis y compartir su deleite.
El placer de Sarah podría ser suyo. Lo sabía sin pensar. La había reclamado. Tenía derecho a sumergirla en el más absoluto gozo, poseyéndola y llenándola, y mostrándole la dorada gloria del paraíso terrenal.
Con un suave y provocador suspiro, ella le ofreció su cuerpo, aceptándolo. Instintivamente contrajo los músculos de su apretada funda y lo sintió allí; se estremeció.
Apretando los dientes ante el inevitable impacto de esa caricia, Charlie se retiró un poco, y luego se hundió de nuevo, llenándola por completo. Ella contuvo el aliento y luego soltó el aire, aferrándose a él con brazos y piernas. Charlie se retiró de nuevo y volvió a llenarla. Los pulmones de Sarah se ensancharon cuando aspiró profundamente y comenzó a seguirle el ritmo.
Charlie marcó el paso, lento y constante, y sólo fue aumentándolo gradualmente cuando sintió la respuesta de Sarah, cuando el deseo creció, fresco y urgente, y los fuegos de la pasión los reclamaron conduciéndolos a un éxtasis cegador.
Y a más, mucho más de lo que aquel acto había sido nunca, alcanzando una parte de Charlie que nadie más había alcanzado antes, con una rendición íntima y una posesión absoluta. Sarah se rindió a Charlie y él se rindió a ella. Charlie la poseyó y ella lo poseyó a él. Aquella no era una unión sencilla, un placer normal, sino algo más intrincado y complejo, más significativo, que se enroscaba y mezclaba con los sentimientos y emociones que nunca había tenido antes, al menos en esas lides.
Sólo con la mujer que tenía debajo y que tan atrevidamente lo había aceptado en su interior.
Como si en realidad ella fuera su diosa, la guardiana de su alma, y él no pudiera más que rendirle culto.
Sarah cabalgó con él, sintiendo el placer que Charlie le daba, notando cómo sus alocados sentidos cantaban de puro gozo. Era muy consciente de aquella abrumadora e íntima unión. Tenía los ojos cerrados, no oía nada, su mundo se limitaba sólo a ellos dos, a otro universo que cobró vida en torno a ellos, un paisaje cargado de sentimientos, de calor y deseo, de intensas sensaciones, y de la promesa del éxtasis.
Charlie se movió dentro de ella y ella respondió a cada envite, saliéndole al encuentro, dándole la bienvenida para luego soltarle a regañadientes otra vez.
El placer y el deleite florecieron, fluyeron, se adueñaron de Sarah. El momentáneo dolor se había desvanecido con tanta rapidez que sólo era un recuerdo nebuloso, arrollado por la sólida realidad del duro, fuerte y elemental hombre que se unía profunda e inexorablemente a ella.
Charlie le soltó los dedos y le deslizó la mano por la cintura para agarrar una de sus nalgas. Le inclinó las caderas, y Sarah se quedó sin aliento cuando la nueva posición permitió que la penetrara más profundamente todavía.
La potencia contenida de cada envite provocaba en la joven una emoción excitante. Una primitiva sensación de peligro, un reconocimiento de su vulnerabilidad. Charlie era mucho más fuerte que ella, su cuerpo era más duro, mucho más poderoso que el suyo.
Pero Charlie estaba siendo muy cuidadoso. Ella lo sabía, pero no pudo centrarse lo suficiente en ese pensamiento, pues el calor de la pasión subió un grado más y la reclamó.
La ardiente y voraz necesidad que corría por sus venas la hizo contorsionarse y jadear. Se dejó llevar inexorablemente por el intenso deseo de su cuerpo, hasta que se quemó y ardió.
Hasta que estalló en llamas, y estas se unieron y concentraron, haciéndola arder con más calor y ferocidad. Hasta que sollozó y se aferró desesperada a él, incitándole a más, y Charlie la montó más rápido, más duro, más profundo.
Hasta que de repente todo fue calor y Sarah tuvo que aferrarse a ese vertiginoso pico final. Sintió que él embestía una última vez y el horno que él había encendido y alimentado explotó, haciéndola alcanzar un éxtasis que le hizo arder la sangre.
Y que la atravesó por completo.
La cabeza de Sarah dio vueltas y más vueltas, y en medio de esa acalorada dicha, se le quedó la mente en blanco. Oyó débilmente cómo Charlie gemía, un sonido largo y gutural, y apenas fue consciente de que, unido íntimamente a ella, él se había quedado rígido entre sus brazos. De manera distante, sintió cómo él derramaba su cálida semilla en su interior.
Flotando en medio de ese arrebatador éxtasis dorado, Sarah sonrió.
Sarah ya había encontrado la respuesta que buscaba. De hecho, había encontrado varias respuestas.
Cuando pudo pensar otra vez, se sintió bastante satisfecha. No sólo había tenido éxito en la consecución de su plan, sino que el placer que había encontrado en los brazos de Charlie había probado ser todavía más delicioso de lo que había imaginado.
Sin embargo, aquello, relativamente hablando, era algo accidental. Había tenido un objetivo principal al tomar ese camino, una pregunta cuya respuesta quería conocer y, si bien él no le había dado esa respuesta con palabras claras y sencillas, se la había mostrado. Sarah había captado la verdad sin problemas. Las acciones, después de todo, decían mucho más que las palabras. En especial si se trataba de caballeros, o eso había oído siempre.
Quizás él estuviera en lo cierto; contestar con palabras no era fácil. Incluso ahora a Sarah le resultaba difícil describir, aún para sí misma, lo que había sentido. Un poder intangible, esquivo pero intenso, una emoción imperativa, una fuerza capaz de invalidar la voluntad racional, de dirigir el comportamiento para satisfacer sus propios objetivos, pero aquellos objetivos se enfocaban en otro.
Ese poder parecía existir sólo en términos ajenos.
Ella se había entregado a él, pero el objetivo de Charlie había sido darle placer a ella, y hasta que no lo había alcanzado, él no había buscado su propio placer.
Por el contrario, el objetivo de Sarah había sido él. Muchas de sus acciones habían respondido a la instintiva necesidad de saciar el deseo que provocaba en él. De darle placer.
A cambio de casarse con él, quería el amor y todas las emociones que conllevaba. Y era amor lo que ella había sentido por él, en especial en ese impulso de dar y colmar al otro por completo.
Ahora, Sarah sabía que sentía eso por Charlie. Tras lo sucedido en la última hora, aceptaba lo que había hecho, que cuando estaban juntos y lejos del mundo, él, sus deseos y necesidades se convertían en el único objetivo de su existencia. Ahora sabía de qué manera ese sentimiento, ese poder, la instaban a actuar, y que las acciones de Charlie se correspondían con las suyas.
El amor podía ser difícil de describir, pero sus síntomas eran muy claros.
Si lo que Sarah sentía por él era amor, entonces era de suponer que él sintiera lo mismo, ya que quería casarse con ella y sólo con ella.
Sarah llegó a esa conclusión mientras Charlie se cambiaba de posición. Aquel movimiento la trajo de vuelta al mundo. Abrió los ojos para orientarse. En algún momento Charlie los había acomodado. Ahora él estaba sentado en el sofá con ella en su regazo, rodeándola con sus brazos. La cabeza de la joven descansaba sobre su pecho y tenía la palma de la mano extendida sobre su corazón. El calor de la piel de Charlie que la rodeaba y el fuerte latido de su corazón bajo su mano la reconfortaban sobremanera. No había en ese momento ningún otro lugar en el mundo en el que se sintiera más a gusto.
La conciencia sensual envolvía su cuerpo. Se sentía diferente, satisfecha y más viva de lo que se había sentido nunca.
«Entonces te sentirás completa». Eso le había dicho Charlie, y ahora lo entendía. Con él, estaba completa. Él era una pieza fundamental en el puzzle de su vida. No podía imaginar sentirse así —comportarse de esa manera— con ningún otro hombre.
Charlie tensó el brazo, inclinó la cabeza y le dio un suave beso en la sien.
—¿Estás bien?
Charlie notó que la preocupación le teñía la voz. Era lo que sentía en su interior. Sabía que ella seguía despierta, pero se había mantenido quieta y en silencio. ¿Habría sentido demasiado dolor? ¿El placer había sido demasiado sorprendente?
Él apenas era capaz de formar un pensamiento coherente, y tenía mucha más experiencia que ella. Aquella especie de enajenación mental no era normal en él. Aún seguía sin comprender cómo había podido ocurrir algo así con Sarah, había tenido centenares de encuentros con otras mujeres, y nunca, jamás, habían sido como ese.
Para alivio de Charlie, Sarah asintió con la cabeza y le dio un beso en el pecho. Una caricia que lo excitó profundamente
—Sí. Ha sido… precioso.
El tono de la joven, el suspiro con el que pronunció la palabra «precioso» halagó el ego de Charlie. El trémulo asombro que teñía la palabra expresaba algo que él también había sentido.
A pesar de todo, Charlie tenía que reajustar su plan… una vez más. Y esta vez haría un cambio radical. Había pensado que en cuanto hubieran satisfecho el deseo que surgía entre ellos, ella ya no le resultaría tan atractiva, al menos desde un punto de vista sensual, pero dada la intensidad de lo acontecido, puede que ese no fuera el caso. Ciertamente seguía estando interesado en ella, más interesado de lo que había estado nunca. Si volvían a hacerlo otra vez, ¿sería igual de glorioso? ¿Volverían a sentir unas sensaciones tan intensas y profundas? ¿Tan fascinantes?
¿Se estaría haciendo ella esas mismas preguntas? A diferencia él, Sarah no tenía con qué comparar lo que había sucedido entre ellos.
No sabía si ella pensaba en tales términos, y no se sentía lo suficientemente confiado para basar sus estrategias en ese punto.
Lo que le dejaba considerando el insistente soniquete que su parte más primitiva repetía en su mente.
«Tienes que casarte conmigo».
Sabía que era mejor no pronunciar esas palabras en voz alta. Tenía cuatro hermanas, tres de ellas casadas y la menor, Augusta, tenía dieciocho años. Una declaración como esa sólo provocaría desprecio y risas, y a posteriori, una firme resistencia, aunque fuera cierta. Pero no pensaba dejarla ir. Si de algo estaba seguro era de que ella no se casaría con ningún otro hombre.
Aun así, ¿había alguna manera de que él pudiera aprovechar aquella intimidad para inclinar la balanza a su favor? Para que Sarah no se resistiera y mostrara su beneplácito.
Su mente se plantó. Bufó para sus adentros. ¿De qué le valía tener labia fácil y ser tan encantador si no era capaz de convencer a la mujer que yacía dulce y completamente saciada entre sus brazos de que se casara con él?
—He tomado una decisión.
Aquellas suaves palabras lo pillaron desprevenido. Bajó la mirada.
Sarah levantó la cabeza, lo miró y sonrió. La somnolienta saciedad del placer todavía asomaba en sus ojos.
—Me casaré contigo. —Ladeó la cabeza y lo miró directamente a los ojos—. En cuanto tú quieras.
Sarah había recordado la profecía de la gitana. Aquella era una decisión suya, no de él. Si quería amor, tenía que tomar una decisión, aceptar el riesgo y aferrarse a las posibilidades. Tenía que seguir adelante.
Había entendido que, a pesar de todo, siempre había un riesgo —aunque podía haber interpretado mal la situación—, pero si quería amor, tenía que aceptar la oportunidad que se le ofrecía y esperar tener éxito.
Y eso es lo que haría.
Charlie había abierto mucho los ojos, pero tenía una expresión neutra… como si ella le hubiera sorprendido de verdad. Entonces parpadeó y ella notó que estaba intentando recuperar el habla. Al final, sostuvo la mirada de la joven, tomó aire y, apretando la mandíbula, asintió con la cabeza.
—Bien.
Si se hubieran casado cuando Charlie quería hacerlo, la boda habría tenido lugar al día siguiente. Por desgracia, en cuanto informaron a sus madres de su decisión de casarse, ambas demostraron tener unas ideas muy diferentes a las de ellos.
—El martes de la semana que viene —declaró Serena, con una mirada firme.
Desde su posición ante la chimenea, Charlie le devolvió la mirada con dureza.
Estaban en la sala del Park. Esa misma mañana, Charlie se había dirigido a casa de Sarah para hablar con sus padres. Tras las esperadas y emocionadas felicitaciones, todos se habían trasladado a Morwellan Park para reunirse con Serena.
—Sarah necesita tiempo para organizar su ajuar, y lord Conningham y yo tendremos que supervisar multitud de arreglos. La boda del conde de Meredith será, como es natural, todo un acontecimiento —aclaró Serena, interpretando correctamente el desacuerdo no expresado que ocultaba el semblante rígido e impasible de su hijo.
La mirada de Serena le advertía que cualquier resistencia sería inútil. Era su hijo mayor, y ella no estaba dispuesta a que se celebrara aquel matrimonio sin la pompa debida. De todas maneras, había accedido a mucho más de lo que él hubiera esperado. No había insistido en que Sarah y él se casaran en St. George, en Hannover Square.
—De acuerdo. —Apretó los dientes, pero intentó mantener un tono suave para no estropear el ambiente festivo. Asintió con la cabeza en dirección a Serena y lady Conningham—. El martes que viene.
Siete días. Con sus noches.
—¡Excelente! —Lady Conningham, que estaba sentada en uno de los sillones frente a la chimenea, miró a Sarah—. Nos marcharemos mañana a primera hora de la mañana, querida. Necesitamos todas las horas de que dispongamos en Bath, pues también tendremos que elegir los vestidos de tus hermanas. Y, por supuesto, todo lo demás. —La madre de Sarah fue levantando sus dedos uno a uno, como si estuviera contando mentalmente—. Querida… creo que no estaremos de regreso hasta el lunes —concluyó sin mirar ni a Sarah ni a Charlie, sino a Serena, que descartó su muda pregunta con un gesto.
—Estoy segura —dijo Serena— de que Frederick y yo podremos ocuparnos de todos los detalles que surjan aquí. Y, por supuesto. Alathea nos ayudará.
Ese fue el principio de un ávido debate que abarcó «todos los detalles». Charlie sólo lo escuchó a medias. Su mente estaba perdida en las siete noches de abstinencia obligada y no en qué carruaje se marcharían de la iglesia cuando ya estuvieran felizmente casados.
Miró a su futura esposa, sentada en la chaise al lado de su madre. Sarah parecía prestar atención, pues intervenía con rapidez para declarar su preferencia ante cualquier sugerencia. Mejor que fuera ella quien se encargara de todo eso. Había sido muy sabio por su parte hacerlo así. Contuvo un estremecimiento cuando Sarah se negó a que un montón de niños con flores la precedieran en la iglesia. Con tales horrores potenciales amenazándolos, intentó no distraerla y esperó pacientemente a que el debate llegase al final.
Para entonces, ya se hablaba de las invitaciones que se enviarían para la cena en la que se anunciaría el compromiso y que se celebraría en el Park esa misma noche.
—¡Es todo muy apresurado! —declaró lady Conningham—. Pero es así como tiene que ser.
Serena le lanzó una mirada de advertencia, pero Charlie sólo sonrió y se reservó su opinión.
Se sirvió de su encanto cuando tuvo que acompañar a sus futuros suegros y a su prometida al carruaje. Aprovechó el momento en el que lord Conningham ayudaba a su esposa a subir al carruaje para agarrar a Sarah del brazo y susurrarle al oído:
—Hasta esta noche. Como siempre.
Ella le sostuvo la mirada, vaciló y luego asintió con la cabeza.
—De acuerdo, pero puede que me retrase. Van a querer hablar durante horas.
Charlie hizo una mueca, pero asintió con la cabeza. La mirada de Sarah era compasiva. Cuando la ayudó a subir al carruaje, ella volvió a mirarle a los ojos. Le apretó los dedos y él le devolvió el apretón. Luego la soltó y dio un paso atrás.
El cochero cerró la puerta del carruaje. Charlie se despidió con la mano y vio cómo Sarah volvía la mirada hacia él y sonreía.
A pesar de la resignación que sentía, aquella imagen hizo que se relajara un poco.