ESA misma noche, Charlie ató a Tormenta en el límite de los jardines de Conningham Manor, luego avanzó resueltamente por un estrecho sendero que conectaba con el camino que seguía el riachuelo. Las nubes atravesaban con rapidez el cielo, y la luna asomaba entre ellas intermitentemente, brillando un momento para desaparecer al siguiente, dejando el camino sumido en profundas sombras.
Consciente de la creciente tensión y de la crispación que atribuía a la impaciencia por conducir el cortejo en la dirección que quería, Charlie rezó con la intención de que Sarah no se asustara de la oscuridad y no se dejara disuadir por las sombras cambiantes.
Charlie llegó al cenador, subió las escaleras… y la vio. Sarah le estaba esperando, otra vez, delante del sofá. Debía de haberle visto llegar, pues no se sorprendió cuando se acercó a ella, sino que sonrió y le tendió las manos.
Él se las cogió, notando la suavidad de su piel y la delicadeza de sus huesos entre los dedos. Luego le puso las manos en sus propios hombros y deslizó las suyas a la cintura de la joven para atraerla hacia sí, abrazándola, aunque sin llegar a estrecharla contra su cuerpo. Bajó la cabeza y le cubrió los labios con los suyos, saboreando la sorpresa de la joven ante aquel primer estremecimiento sensual que provocaban sus cuerpos al tocarse desde el pecho hasta las caderas y los muslos.
Sarah recobró el aliento física y mentalmente. Se sentía mareada y le daba vueltas la cabeza, pero tenía que evitar abandonarse a esas sensaciones; si quería aprender todo lo que necesitaba saber de ese encuentro, tenía que recuperar el sentido.
Aprendería de ese y de los siguientes encuentros. Del beso de Charlie, esa comunión de bocas que ya no era ni remotamente inocente; de su abrazo, diferente esa noche, pues, aunque él dejó las manos en su cintura, podía sentir la fuerza masculina que le rodeaba, intensa y tentadoramente peligrosa.
Sarah le deslizó las manos por los hombros. Al sentir los marcados músculos bajo las palmas, tensó los dedos, deleitándose con aquella cálida dureza. Luego continuó deslizando las manos por la firme columna de su cuello y le acarició la nuca. Extendió los dedos y se los pasó por el pelo.
Fascinada, tocó los espesos mechones, estremeciéndose ante la sedosa textura y la manera en que él reaccionaba a su contacto. Continuó disfrutando del beso y de él, enardecida por su propio atrevimiento.
Sarah sabía lo que quería, y quería más. Quería que él le enseñara todo, que le permitiera ver qué había más allá de aquel deseo que era tan nuevo para ella. Así que le devolvió el beso con firmeza, exigiéndole, invitándolo a una mayor exploración. Charlie vaciló un instante antes de aceptar el reto, de volver a tomar las riendas y hacerse con el control.
La arrastró hacia algo más cálido y urgente.
La besó larga, profunda e insinuantemente hasta que el calor la abrumó, amenazando con derretirle los huesos y hacerle perder el sentido. Hasta que no pudo pensar, hasta que se le enrojeció la piel y sintió el cuerpo insoportablemente lánguido e indescriptiblemente tenso a la vez.
Expectante.
Aunque sin saber qué esperaba.
Charlie se recordó a sí mismo que Sarah era inocente, en todo el sentido de la palabra. No sabía qué ansiaba, ni a lo que lo invitaba cuando le acariciaba la lengua atrevidamente con la suya una y otra vez.
Todas las respuestas de la joven por tentadoras que fueran eran instintivas, poseían ese toque de frescura tan adictivo que él asociaba ahora a ella. Sarah era diferente a cualquier mujer que él hubiera conocido, distinta a todas aquellas con las que había adquirido su experiencia. Y es que, a diferencia de todas las demás, ella poseía el sabor de la inocencia.
Charlie jamás había esperado encontrar ese sabor tan adictivo y excitante.
Tan intensamente atrayente que tenía que luchar —con todas sus fuerzas— contra sus deseos, contra el fuerte instinto de tomarla entre sus brazos, tenderla sobre el sofá y…
Pero no era ese su objetivo, al menos, no esa noche. Se repitió a sí mismo que esa noche, y las siguientes, tenía que dedicarlas a un largo asedio. Tácticas y estrategias que inclinaran la balanza a su favor. Sarah tenía algo que él quería y esa noche le estaba mostrando lo que estaba dispuesto a pagar por ello.
Así que, inteligentemente, se limitó a sujetarla por la cintura en vez de dejarse tentar para tomarla entre sus brazos; esa noche no pretendía estrecharla contra su cuerpo… todavía no. No hasta que ella estuviera preparada, no hasta que Sarah anhelara el contacto con un deseo superior al suyo.
Continuó besándola provocativamente, con tal firmeza y pasión que Sarah se vio obligada a aferrarse a sus hombros, a hundirle los dedos en el pelo, hasta que su cuerpo estuvo cálido, flexible y anhelante.
Charlie puso fin al beso. Si bien tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad, se mantuvo firme en su propósito y se apartó de los labios de Sarah. Sintió el aliento femenino sobre el suyo y luchó contra el deseo de volver a hundirse en aquella deliciosa boca y saborearla de nuevo.
Maldijo para sus adentros. Lo haría pronto, pero no esa noche. Esa noche…
Charlie se obligó a levantar la cabeza.
—Es suficiente.
No estuvo seguro de a quién se lo decía, si a ella o a sí mismo. Esperó a que Sarah abriera los párpados y a que la aturdida neblina se desvaneciera de sus ojos. La joven parpadeó y enfocó la vista en la cara de él. Lo observó intentando leerle el pensamiento. Charlie hubiera sonreído para tranquilizarla, pero tenía los rasgos tensos.
—Es tarde. —Apartó las manos de la cintura de Sarah y, a regañadientes, renunció a la sensación que provocaba el suave y flexible cuerpo de la joven contra sus palmas—. Vamos. Te acompañaré de vuelta a casa.
A Sarah le resultó difícil concentrarse al día siguiente, sobre todo por la noche, pues era complicado estar con Charlie y sentir su impaciencia ante el próximo encuentro en el cenador, ya que eso alimentaba la propia impaciencia de la joven.
La velada pareció alargarse eternamente mientras el padre de Sarah ejercía de anfitrión para los hacendados de la zona, a los que había invitado a cenar para hablar sobre las cacerías locales. Cuando los caballeros se reunieron finalmente con las damas en la salita, la frustración de Sarah había alcanzado límites insoportables. Mientras los vecinos hablaban a su alrededor, la joven mantuvo una sonrisa dulce en la cara y se las arregló para charlar educadamente cuando todo lo que sentía era una molesta irritación.
Al final se fueron todos, incluido Charlie. Al estar rodeados de gente en el momento de la despedida, Sarah no tuvo oportunidad de preguntarle si tenía intención de ir a su casa y regresar luego o si, por el contrarío, guiaría al par de castrados grises hasta el embalse, campo a través. Cuando subió las escaleras detrás de su madre, Sarah sopesó el tiempo y la distancia en el caso de que él dejara sus preciosos caballos en un campo, pero no estaba segura de a qué hora debía esperarlo o cuándo llegaría él al cenador.
De lo que sí estaba segura era de que iría. Sabía que él acudiría en algún momento de la noche y que ella podría seguir aprendiendo, si no todo, sí un poco más.
Al llegar a su dormitorio, Sarah envió a su doncella, Gwen, a dormir, y se quitó con pesar su bonito traje de seda sustituyéndolo por un viejo y sencillo vestido. Si por casualidad alguien la descubriera en los jardines a altas horas de la noche, podría alegar que había sido incapaz de conciliar el sueño y que había decidido dar un corto paseo.
Cogió un chal de lana a juego y sopló la vela antes de sentarse ante la lumbre a esperar a que sus padres se fueran a la cama y la casa se quedara en silencio.
Media hora después, se levantó y salió a hurtadillas de la habitación sin que nadie se diera cuenta, bajó por las escaleras de servicio y salió por la puerta lateral de la casa. Cruzó el césped con sigilo, refugiándose entre las sombras.
En cuanto llegó al camino y estuvo fuera de la vista de la casa, Sarah apretó el paso. Se acomodó el chal sobre los hombros y se permitió pensar en la noche que la aguardaba.
Literal y figuradamente.
Después de la noche anterior, Sarah había regresado a su habitación, se había metido en la cama y, contrariamente a lo que esperaba, se había sumido en un profundo sueño. Pero había tenido todo el día para reflexionar sobre las acciones de Charlie y el plan que este había trazado. Parecía evidente que él pensaba tentarla con el deseo para que aceptara casarse con él, prometiéndole pasión y todo lo que eso conllevaba.
¿Por qué si no se había detenido cuando la había besado? ¿Por qué si no había establecido un límite antes de llegar a un punto revelador? Sarah había notado cómo Charlie se contenía, la implacable fuerza de voluntad que había utilizado para detenerse cuando lo había hecho. Él no había interrumpido aquel beso porque hubiera querido, sino porque era lo que se había propuesto.
Puede que ella no estuviera de acuerdo por completo con ese plan, pero tampoco le disgustaba.
No era tan inocente como para no darse cuenta de que él podía hacerla desear la urgente necesidad de experimentar el placer final hasta el punto de aceptar casarse con él sin saber si la amaba o no. Sabía que corría un gran riesgo al someterse a los planes de Charlie, pero aun así merecía la pena arriesgarse con tal de aprender todo lo que necesitaba saber. El plan de Charlie —que en esencia consistía en seducirla para que se casara con él— la ayudaría a obtener lo que quería: saber por qué él estaba tan empeñado en casarse con ella y no con otra.
Sarah se lo había preguntado, pero en realidad él no le había respondido. Se había limitado a darle todas las razones convencionales, pero estas no eran suficientes para ella y, lo que era aún más importante, estaba segura de que no eran esas razones lo que le había impulsado a pedirla en matrimonio.
Charlie podía haber elegido a la mujer que quisiera, a cualquier joven debutante de la sociedad, pero la había elegido a ella. Y a pesar de la renuencia de la joven, de su insistencia en ser cortejada —negándose a seguir dócilmente los planes originales del conde—, él seguía en sus trece, más decidido que nunca a casarse con ella.
Lo que podía ser un buen augurio o una prueba contundente de la costumbre que tenía Charlie de imponer su santa voluntad.
De una manera u otra, si seguía el plan de Charlie, Sarah descubriría la verdad: Por qué la deseaba a ella.
Al doblar la curva del camino, vio que Charlie la estaba esperando en el cenador.
Percibió su alta figura moviéndose entre las sombras, apartándose de la columna tallada contra la que había estado apoyado. Inspirando profundamente, la joven se cogió las faldas y subió los escalones.
De nuevo se encontraron ante el sofá. Él le tendió la mano para que se acercara. Sarah la tomó y fue consciente de la fuerza con que la asía.
La atrajo hacia sí con suavidad. Le alzó la mano y le besó suavemente el dorso de los dedos. Luego, capturando la mirada de la joven con la suya, le giró la mano y le posó los labios en el interior de la muñeca.
A Sarah le dio un brinco el corazón.
No había necesidad de hablar, los dos sabían porqué estaban allí.
Los cálidos labios de Charlie recorrieron la cara interior del desnudo antebrazo de Sarah, provocando una miríada de sensaciones que no eran más que un preludio, una advertencia sensual. Luego él deslizó la mano a su propio hombro y la acercó a su cuerpo.
Pero a diferencia de la noche anterior, la rodeó con su brazo, y manteniéndola presa mientras inclinaba la cabeza. Sarah alzó la cara con ansia y buscó los labios de Charlie con los suyos.
La joven sonrió para sus adentros, saboreando la firme presión de los labios masculinos, y cedió a la clara exigencia, ofreciéndole su boca. Se dejó llevar por los sentidos, notando la creciente llamarada de deseo, en sí misma y en él.
Habían bailado un vals juntos solo una vez, hacía muchos meses; este era un vals diferente, donde los sentidos de ambos giraban a un ritmo frenético al compás de las sensaciones: el profundo roce de la lengua de Charlie contra la suya, los estremecimientos de ella, el redoblar creciente de sus corazones.
Notando la tensión de los dedos de Charlie en su espalda, Sarah supo que le costaba mantener el control.
Totalmente embelesada, la joven saboreó la sensual y familiar pasión de su beso, y se dejó llevar por él.
Sarah era totalmente consciente de Charlie, de los labios, las manos y el cuerpo masculino; de la flagrante promesa que conllevaba aquel abrazo, pero se había vuelto insensible al mundo que les rodeaba, a las profundas sombras más allá de sus brazos, a los suaves sonidos de la noche más allá del cenador, al murmullo distante del agua en el embalse.
Aquí y ahora, con él, el mundo se había reducido a los sentidos. A la siguiente fase del plan.
Sarah se estremeció presa de una agitada y fría expectación, de un creciente anhelo que ahora sabía que era deseo.
Charlie aceptó la respuesta de Sarah mientras se hundía en los sensuales placeres de su boca. Sintió su delicado y tembloroso suspiro cuando le deslizó la mano bajo el chal, subiéndola desde la cintura hasta la curva exterior de un pecho.
Sarah sintió un escalofrío, una respuesta que incitaba e invitaba a Charlie a tocarla y acariciarla, y eso hizo. La acarició suavemente, rozando las curvas plenas de la joven hasta que ella ardió y deseó más. Sólo entonces él se apoderó de su pecho, curvando la mano sobre el firme montículo y apretándolo con suavidad antes de comenzar a amasarlo provocadoramente.
Sarah profundizó aún más el beso. Una vez más le agarró la cabeza y le enredó los dedos en el pelo, arqueándose contra el brazo con el que Charlie la sujetaba, presionando su pecho contra la mano masculina, ofreciéndoselo e invitándolo, incluso exigiéndole más atenciones. El movimiento provocó que las caderas de la joven se apretaran contra los muslos masculinos.
Un movimiento que lo pilló desprevenido, haciéndolo arder cuando todavía no quería arder. Por un momento, Charlie dudó, luego volvió a zambullirse en el beso, conteniendo a sus recientes despertados demonios el tiempo suficiente para capturar el aliento de la joven.
¿Desde cuándo una joven inocente podía doblegar su voluntad, conduciéndolo a un mundo húmedo y ardiente que solo conocían las mujeres más experimentadas de la sociedad? La parte más racional de Charlie se burló ante su falta de confianza, que volvió a centrarse en los deleites de aquella deliciosa boca. La estrechó con más fuerza contra su cuerpo, resuelto a retomar el control y a seguir adelante con su plan.
Respondiendo a la clara invitación de Sarah, describió círculos con los dedos sobre su pecho, hasta llegar a rozarle suavemente el pezón, que se irguió y tensó todavía más. Charlie lo oprimió, provocando que la joven jadeara y se aferrara a él, no sólo física sino mentalmente, atrapada por las redes del deseo y el placer.
Pero aquello no era suficiente. La parte racional de Charlie volvió a entrometerse, recordándole que ella no había resultado ser tan maleable como él había esperado. Si quería tener éxito, conducirla a una pasión más profunda y adictiva, aquello no era demasiado sensato.
Pero dado que pensaba ganar —obtener su mano y casarse con ella—, no había razón, ni social ni moral, que le prohibiera mostrarle un poco más.
Mientras seguía esa línea de razonamiento, Charlie era consciente —más que consciente— de que el primitivo impulso de tocarla no era por el bien de Sarah, sino por el suyo propio.
No era para deleitar los sentidos anhelantes de ella, sino los de él.
Cuando sus dedos encontraron los botones del corpiño, no podía pensar en otra cosa que no fuera la apremiante necesidad de tocarla y de satisfacer su propia necesidad.
La distrajo sumergiéndola en un beso más acalorado, en un breve duelo de lenguas que les hizo perder la cabeza a los dos. El vestido de la joven estaba muy usado y los botones se abrieron con facilidad.
Cuando el corpiño estuvo totalmente abierto, él apartó la tela e introdujo la mano debajo.
Ella se quedo sin aliento ante aquel ardiente beso, pero entonces él colocó la palma sobre la fina seda de la camisola que cubría la cálida piel aún más sedosa de la joven. Sarah se quedó paralizada. Se estremeció. Se tensó bajo la caricia suave pero insistente, hasta que él encontró la cinta que buscaba y tiró de ella.
La cinta se desató.
Con un experto movimiento, él bajó la camisola sobre el tenso pezón y, de repente, el seno de Sarah le llenó la mano.
Piel contra piel. Provocando una sensación cálida y ardiente.
Una dulce sensación los desbordó a ambos. Guiado por el instinto, Charlie cerró la mano suave pero posesivamente sobre su anhelante seno.
Una pasión voraz se apoderó de sus sentidos.
Una pasión ardiente que también atravesó a Sarah, que sentía que se derretía al ser asaltada por dos frentes: La caricia en el pecho y aquel beso embriagador.
Se hundió contra él con total abandono, con una promesa y una flagrante invitación.
Sarah lo deseaba tanto como él la deseaba a ella. Cada instintiva respuesta de la joven se lo gritaba a su inservible y chamuscado cerebro.
El pecho de Sarah, pesado e hinchado, le quemaba la palma y el pezón se erguía como un cálido abalorio, uno que su boca se moría por saborear.
Charlie se sentía mareado, borracho de sensaciones. La joven era suave y seductora, cálida y maleable entre sus brazos. Era casi como si estuviera abrazando una llama ardiente, una criatura sensual y elemental que lo embrujaba con su pasión.
Que lo sumergía en ella.
Charlie bebía del fuego de Sarah, lo sorbía gustosamente de sus labios hambrientos. Cuando ella se arqueó contra él, sintió que lo envolvían las llamas, que se extendían rápida y ávidamente por su cuerpo, por debajo de su piel, uniéndose a su propio fuego interior.
Tensó el brazo con el que rodeaba la espalda de Sarah para alzarla y tenderla sobre el sofá que tenía a su espalda, pero, finalmente, su parte racional recuperó el sentido común, y se detuvo.
No se enfrió. Todavía ardía, muerto de deseo por ella. Algo en el interior de Charlie se enfureció contra el control que estaba ejerciendo, pero seguir adelante no formaba parte de su plan.
Casi había descarrilado; como una de esas nuevas locomotoras a las que pensaba seguir la pista. Y como una locomotora desbocada, tuvo que hacer un gran esfuerzo para dar marcha atrás y recapacitar.
Si quería ceñirse a su plan, tenía que ponerle fin a todo aquello en ese mismo momento.
Antes de que la pasión de ella amenazara con abrumarlo de nuevo.
Se obligó a quitar la mano del pecho de Sarah. Y aunque no pudo ocultar su renuencia, intentó disimularla bajo su acostumbrado control, como si retirarse fuera lo que realmente quisiera hacer.
Arrancada de las fogosas profundidades que habían estado explorando —en perfecta armonía, según ella—, Sarah parpadeó mentalmente, pero cuando Charlie apartó la mano de su pecho, cuando la liberó de su abrazo, se dio cuenta de que él no tenía intención de que siguieran estando en perfecta sintonía.
La analogía era acertada; Sarah se sentía infeliz y decepcionada, y como si le hubieran puesto un pastel delante de las narices, y luego se lo hubieran quitado de las manos.
Sarah sintió que una extraña rabia crecía en su interior cuando él —aunque fuera con evidente renuencia— levantó la cabeza y rompió el beso, y mientras, ella se pasaba la lengua por los labios, abría los ojos y observaba la cara en sombras de Charlie.
Estudió el rostro masculino. Charlie tenía la mirada baja mientras le abrochaba los botones del corpiño. No se movió para ayudarle, pero examinó los planos angulosos de sus mejillas y de su frente, la línea firme de su mandíbula.
Cada uno de sus rasgos parecía más duro, más agudo. La respiración de Charlie, aunque no era tan agitada como la suya, tampoco era regular.
Sarah no lo hubiera imaginado. Charlie había estado tan excitado como ella, tan estremecido de placer como ella, pero, por supuesto, había sido él quien se había retirado.
Ese era el plan de Charlie. Sarah resistió el impulso de mirarle a los ojos entrecerrados. Se mordió la lengua para no decirle que sabía lo que pretendía hacer. Se tranquilizó mientras él le abrochaba el último botón y dejaba caer las manos lentamente. Se aseguró a si misma que lo mejor era dejar que siguiera con su plan, mientras ella urdía el suyo propio.
Había surgido algo entre ellos que, durante al menos un momento, le había arrebatado el control. Saberlo la hizo sonreír con suficiencia justo cuando él levantaba la mirada hacia los ojos de la joven.
—Eso ha sido… —Para sorpresa de la propia Sarah la voz le salió demasiado ronca. Había estado afónica en alguna ocasión, pero jamás había oído semejante tono en su voz. Se aclaró la garganta y alzó la barbilla—. Iba a decir que ha sido placentero, pero hubiera sido una descripción tan pobre que quizás es mejor no decir nada.
Él sonrió ampliamente, pareciendo más joven de lo que era, y de repente se vieron envueltos por una brisa fresca. Charlie miró el embalse detrás de ella. Sarah se volvió y sintió la brisa nocturna como nunca antes la había sentido, unos dedos fríos que le rozaban la cálida piel.
La sensación le trajo recuerdos. Se estremeció más por el placer evocador que por el frío.
—Vamos —dijo él a su espalda—. Te acompañaré a casa.
Le subió el chal desde los codos hasta los hombros. Con una inclinación de la cabeza, ella se lo ajustó y luego le dio la mano.
Él cerró los dedos en torno a los de ella, engulléndole la mano.
Sin una palabra más, caminaron de regreso a la casa.
Para su sorpresa, Sarah volvió a dormir como un tronco.
Se despertó tarde y luego tuvo que darse prisa. Debido al apuro con el que tuvo que arreglarse y dirigirse al almuerzo de lady Farthingale en Gilmore, no tuvo tiempo para meditar sobre lo que había sucedido la noche anterior antes de entrar en la salita de lady Farthingale y ver a Charlie.
Cuando ella llegó, él ya estaba charlando con la señora Considine al lado de la chimenea. No había imaginado que él estaría allí, no en aquella reunión, y Sarah tuvo que obligarse a no mirarlo fijamente.
El hecho de que las matronas asistentes y sus hijas la miraran con avidez fue de mucha ayuda. Resultaba evidente que todos suponían que Charlie la estaba cortejando, aunque no hubiera habido ningún anuncio oficial.
Junto a la chimenea, Charlie notó la expectación que se había creado a su alrededor y se giró. Las miradas de ambos se encontraron, pero los dos mantuvieron las formas, luego, él curvó los labios dándole la bienvenida y le tendió la mano.
Abandonando a su madre y a sus hermanas para que se unieran al grupo que eligieran, Sarah se acercó a él, rezando para que el sobresalto de sus sentidos no fuera tan evidente.
Charlie le tomó la mano y le hizo una educada reverencia. El roce de sus dedos provocó que a Sarah se le disparara el corazón. Él le sostuvo la mirada mientras se enderezaba, luego colocó la mano de la joven sobre su manga y se volvió hacia la mujer con la que había estado hablando.
—La señora Considine me ha estado hablando sobre la nueva raza de ovejas que su hijo está criando.
Aunque todo el distrito había sido invadido por esos animales, Sarah sabía muy poco de ellos: la crianza, el pastoreo y el esquileo. Sin embargo, la joven sí sabía bastante sobre hilandería y tejeduría.
Consciente de ese hecho, la señora Considine le dirigió una mirada inquisitiva.
—Esta nueva raza produce una lana diferente, querida. Es más fina de lo habitual. Si fuera tuya, ¿a qué hilandería la enviarías?
Sarah consideró la pregunta, consciente del interés de Charlie tanto por la razón por la que la señora Considine le hubiera pedido su opinión como por cuál sería su respuesta.
—Si como ha dicho la lana es más delicada, la enviaría a Corrigan en Wellington. Es una hilandería pequeña pero la mejor equipada para trabajar en algo que requiere un especial cuidado. En las demás sólo se dedicarían a someterla al proceso habitual en vez de intentar sacar el mejor partido de ella.
—A Corrigan, ¿eh? —La señora Considine asintió con la cabeza—. Se lo diré a Jeffrey, se sentirá encantado de conocer tu opinión.
Después de recomendarle a Charlie que invirtiera en esa nueva raza, la señora Considine los dejó solos.
Sarah se giró hacía Charlie y lo miró directamente a los ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La expresión de Charlie se tornó sombría, pero el efecto sólo se notó en su mirada, que únicamente podía ver ella, en vez de en sus rasgos, visibles para todas aquellas damas que lo estaban observando de cerca.
—No me di cuenta de que era esta clase de reunión. —Lanzó una mirada a su alrededor; sólo Sarah estaba lo suficientemente cerca de él para percibir algo que se parecía mucho a la desesperación—. Pensé que no sería el único caballero presente.
Obviamente se estaba refiriendo a caballeros como él. Sarah se abstuvo de señalar que había pocos caballeros de la categoría de Charlie en la localidad.
—Hay siete hombres presentes, y todos son caballeros.
—Dos más viejos que Matusalén y cinco jovenzuelos que aún no han salido del cascarón —gruñó él—. Empiezo a sentirme como un fenómeno de feria.
Ella sofocó una risita.
—Bueno, entonces, ¿por qué has venido?
Charlie la miró fijamente pero no dijo nada. Ella conocía la respuesta, percibía una exasperada frustración en sus ojos. La joven contuvo el aliento. Por un instante se preguntó si él le respondería.
—Ya sabes por qué he venido —dijo él en voz baja para que sólo lo oyera ella—. Pensé… —Hizo una mueca—. Está claro que calculé mal.
Sabía lo que él quería decir. Sarah sentía lo mismo, aquella urgente necesidad de tocar, de besarse y abrazarse, y notó que se le aceleraba la respiración.
—En cualquier caso, ya estás aquí, y no puedes marcharte. Tendrás que sacar el mejor partido de la situación.
—Esa ha sido, exactamente, mi conclusión. —Charlie volvió a cogerle la mano y a colocarla sobre el antebrazo, situándose a su lado y paseando la mirada por encima de la interesada concurrencia—. Además, no existe ninguna razón por la que debamos fingir una educada indiferencia.
—Eso parece.
—¿Cómo es que sabes tanto sobre el procesamiento de la lana? —Charlie comenzó a pasear lentamente por la estancia; Sarah supuso que era para evitar que a alguien se le ocurriera unirse a ellos.
—Ya te he contado que cuando los niños del orfanato cumplen catorce años les buscamos trabajo en los pueblos de los alrededores, Seguimos con interés los negocios a los que enviamos a nuestros niños, así que sabemos qué tipo de trabajo están desempeñando. Eso significa conocer todos los detalles del proceso. —Lo miró—. Conozco a fondo el funcionamiento de las hilanderías y de las fábricas de Taunton y Wellington.
Él asintió, meditabundo.
—¿También tienes conocimientos de los almacenes y de Watchet?
—No tan profundos. Es el señor Skeggs quien se encarga de eso.
—Tengo que acordarme de visitar a Skeggs. —Sostuvo la mirada de la joven—. Quizás podría charlar con él en el orfanato.
Ella sonrió ampliamente.
—Después de ese partido, siempre te darán la bienvenida.
Él sonrió y miró hacia delante.
A pesar de la expectación que suscitaban. Charlie se mantuvo a su lado, mientras se detenían a charlar con las matronas que los abordaban y, cuando se anunció el almuerzo, sostuvo el plato de Sarah mientras la joven se servía salmón antes de acompañarla por el resto de la mesa, donde se sirvió un poco de cada plato con aire despreocupado y abstraído.
Se sentaron a comer en una mesa pequeña. Clary y Gloria se unieron a ellos; Sarah observó con diversión cómo Charlie, resignado, respondía a sus ocurrencias con una educada paciencia que finalmente obtuvo el efecto deseado. Sus hermanas se dirigieron a buscar el postre y se quedaron con sus amigas en vez de regresar con ellos.
La mayoría de los asistentes acabaron haciendo lo mismo. Todavía captaban alguna que otra mirada, pero no el implacable seguimiento al que se habían visto sometidos al principio. Por primera vez, Sarah fue capaz de respirar con normalidad.
De manera inesperada, la mirada de la joven se desplazó hacia Charlie. Estaba sentado a su lado y miraba el plato vacío con la cabeza en otro sitio.
De pronto, él centró toda su atención en ella. No se movió, no cambió de posición ni un dedo, pero ella sabía que lo había envuelto una extraña quietud.
En ese momento Charlie levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. El fuego ardía en las profundidades de sus ojos azules, algo que atraía a la joven y la hizo responder de inmediato.
El cuerpo de la joven se calentó y cobró vida. Se le erizó la piel, se le tensaron los nervios. Sus pezones se contrajeron al máximo.
Sarah inspiró bruscamente y apartó la mirada de él. Se dijo que aquello era una locura. Comenzó a sentirse mareada.
Con solo una mirada, Sarah podía recordar el tacto de los labios de Charlie en los suyos, de su mano sobre el pecho. Y por lo que podía ver él también lo recordaba.
A la joven le palpitaron los labios.
Charlie estaba allí, a su lado, y sus traidores sentidos lo sabían muy bien, y querían más, ahora. Que las personas que los rodeaban lo hicieran imposible no tenía la más mínima importancia.
Incapaz de contenerse, volvió a mirarlo. Charlie volvía a tener la vista clavada en la mesa sin saber lo que miraba. Él sintió que ella lo observaba de nuevo. La miró, entonces se levantó de la silla bruscamente y le tendió la mano.
—Ven. —Señaló con la cabeza a los otros invitados que también se había levantado y la guio hacia la puerta—. Al parecer hemos sido subyugados por una especie de música.
El tono de Charlie dejaba claro que le parecía una tortura. Pero, con sinceridad, ella no podía hacer nada. Dándole la mano, Sarah se puso en pie.
La fuerza con la que le tomó la mano, la manera en que se había levantado, revelaba la completa frustración que sentía Charlie. Una tensión igual o mayor que la de ella.
Aunque Sarah no sabía, por lo menos no en la práctica, lo que vendría a continuación si seguían el plan de Charlie, él sí lo sabía. Probablemente fuera eso lo que estuviera alimentando su mal humor, lo que le daba un filo acerado a su voz.
La llevó con los demás que salían en fila del comedor y se dirigieron a la salita de música, quedándose siempre detrás del resto.
Sarah tenía los nervios de punta, respiró hondo y expulsó de su mente cualquier pensamiento perturbador. Sin embargo, sintió una pequeña satisfacción al pensar que, en ese momento, él estaba tan alterado como ella.
Todos los invitados entraron en la sala de música y durante un momento se quedaron solos en el pasillo. Él inclinó la cabeza y le murmuró al oído:
—¿Vendrás esta noche?
Sarah lo miró a los ojos. Estuvo a punto de decir «por supuesto» en un tono sorprendido que habría hecho reflexionar a Charlie. Que habría levantado sus sospechas.
Al escrutar su mirada, confirmó que él no se imaginaba que ella sabía lo que él estaba haciendo, que conocía su plan. Sarah abrió la boca, tentada a ser sincera, pero se limitó a decirle:
—Sí, de acuerdo.
Como si tuviera que preguntarle. O recordárselo.
Charlie asintió con la cabeza y la acompañó a la salita. Encontró dos sillas junto a la pared. Sentada a su lado, Sarah reflexionó sobre que había una significativa diferencia entre ser inocente y ser ingenua, algo que Charlie —que no era nada inocente, pero sí un poco ingenuo— no percibía.
Sarah podía ser inocente, pero ciertamente no era ingenua.
Él se daría cuenta de eso muy pronto. De noche, mientras se reunían en el cenador, donde cada uno de ellos llevaría a cabo sus propios planes.
Esa noche fue ella quien esperó en el cenador. Ambos corrieron al encuentro del otro. Charlie le tomó la cara entre las manos mientras sus labios se unían y se entregaban a un beso apasionado y ardiente, al tiempo que sus cuerpos se estrechaban el uno contra el otro, ansiando el contacto y deseando aún más.
La pasión estalló entre ellos. En unos segundos, quedaron atraídos en una vorágine incontrolable, una expresión tempestuosa de su deseo mutuo.
Del uno por el otro. Y eso era lo que lo hacía maravilloso, el nivel de urgencia que los dos experimentaban, las crecientes sensaciones que se apoderaban de sus mentes, borrando cualquier tipo de pensamiento. ¿Cómo podía haber algo más fascinante que eso?
¿Algo más excitante y cautivador?
Charlie la deseaba, y mucho, no podía negarlo. No podía ocultárselo ni siquiera a ella, a pesar de lo inocente que era. El deseo se percibía en sus acciones, en los duros labios que devastaban los de ella, en cada roce profundo y provocador de su lengua. En la dureza del torso masculino, en la fuerza de los brazos que la estrechaban contra sí.
En la audacia de su mano, que con pericia desabrochaba los botones del corpiño.
Sarah se preparó para sentir cómo la mano de Charlie se cerraba sobre su pecho.
Pero en lugar de eso, él se inclinó, la cogió en brazos y, dándose media vuelta, se sentó en el sofá con ella en el regazo. Entonces sí que le deslizo la mano debajo del corpiño y le cubrió el pecho. Los labios que le devoraban la boca se bebieron el jadeo de Sarah.
Charlie la acunó entre sus brazos mientras anulaba los sentidos de la joven, mientras la hacía girar y arquearse invitadoramente para disfrutar del placer que le ofrecía.
Pero no era suficiente. Sarah quería más.
Tenía que experimentar más para aprender a llevar a Charlie a donde quería.
Estirándose, Sarah le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso. Con total lascivia, con labios y lengua, retorciéndose entre sus brazos, invitándole a un contacto sin restricciones.
Sarah no esperaba que él se negara, y no lo hizo. Pero tampoco había previsto lo que él haría. No había tenido ni la más leve idea, así que se sorprendió un poco cuando él le soltó el seno, le puso la mano en el hombro y le deslizó el vestido hasta que el pecho quedó desnudo, expuesto al aire de la noche, a los cálidos y duros dedos masculinos, a las caricias sensuales de Charlie.
Sarah saboreó cada segundo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, arqueándose cuando él cerró los dedos sobre el pecho y le pellizcó el pezón suavemente. Charlie deslizó los labios por la barbilla de Sarah, por la larga curva de la garganta hasta la base del cuello, depositando un beso ardiente con la boca abierta en el lugar donde palpitaba el pulso de la joven.
Sarah contuvo la respiración mientras sentía los labios masculinos recorriéndole la piel, demorándose en la curva superior del pecho desnudo antes de bajar todavía más.
Charlie bañó el pezón con su cálido aliento, luego abrió los labios para darle un delicado beso que hizo estremecer a Sarah de pies a cabeza.
La joven jadeó y se arqueó cuando él volvió a repetir la caricia con más suavidad.
Charlie abrió la boca y tomó el pezón en ella.
Sarah gritó cuando sintió que la atravesaba una húmeda y ardiente sensación. Sofocó otro grito cuando él comenzó a succionar con suavidad. Con el corazón galopando, la joven intentó encontrar algún punto de apoyo, intentó comprender, ver… pero en aquel momento estaba ciega.
Cegada por la pasión, por el placer y el deseo.
Charlie sabía lo que estaba haciendo, La despojaba de cualquier pensamiento racional, tentándola a ser todavía más lasciva que antes. Incluso más descarada.
Por voluntad propia, Sarah alzó las manos para cogerle la cabeza. Enredó los dedos en el cabello de Charlie para atraerlo más hacia sí, instándolo a que continuara con aquella tierna tortura mientras se arqueaba contra su cuerpo y le exigía más.
Entonces oyó —o más bien sintió— una risita ahogada. Se habría sentido ofendida si el sonido no hubiera estado tan cargado de tensión. Sumido en la pasión, Charlie parecía tan jadeante y ansioso como ella.
En ese momento, él accedió a sus silenciosas súplicas.
Durante un buen rato, Sarah no fue consciente de nada más que de aquellas dulces y absorbentes sensaciones. Pasaron los minutos mientras ella saboreaba el placer lascivo que él le daba, que ella quería le diera. Estaba segura de que él se deleitaba con sus súplicas; lo sentía en sus caricias, en los besos que él compartía con ella en medio de esa adoración a sus pechos, en la suave enseñanza de sus sentidos.
En su deseo.
Saber lo que él estaba haciendo, lo que pretendía hacer, le daba fuerzas a Sarah para observar, para ver más de lo que él tenía intención de revelar.
Al observar la cara de Charlie, perfilada por la débil luz de la luna, y sentir el roce sensual de sus dedos y el afilado mordisco del deseo que le provocaba, vio que el mismo deseo también estaba grabado a fuego en los marcados rasgos masculinos, sintió cómo flaqueaba el control de Charlie cuando él bajó la mirada a la mano que deslizaba por su piel desnuda.
Sarah alargó la mano y acercó la cabeza de Charlie a la suya, atrayendo sus labios a los de ella, y le abrazó. Le dieron la bienvenida al deseo, a la necesidad, a la pasión, y se dejaron envolver por ellos en un intento por estrechar aún más sus cuerpos.
Cuando él le devolvió el beso, Sarah creyó sentirlo estremecer como si estuviera refrenando su necesidad, intentando ocultársela a ella, lo que a su vez le provocaba una dolorosa sensación.
Al mismo tiempo, otra necesidad fluyó y atravesó a Sarah, sorprendiéndola por su intensidad.
Lo obligó a seguir besándola, tentándolo y camelándolo, desafiándolo, jugando con él de la manera que había aprendido que más le excitaba. Apartando una mano de la nuca de Charlie, se la deslizó bajo la chaqueta y le desabrochó el chaleco con rapidez.
Sarah apartó la tela de terciopelo a un lado y puso la mano sobre el pecho de Charlie, sintiendo la dureza de los músculos bajo la fina camisa. Luego le colocó la mano sobre el corazón y saboreó el pesado y resonante latido.
Un latido que alcanzó una parte primitiva de Sarah y la animó a ser más descarada, a deslizar la mano más abajo, con la palma abierta, entre ambos, sobre el plano abdomen, sobre la tensa cintura y el vientre, para acariciar la dura cordillera de su erección.
Él se quedó inmóvil. Era la inmovilidad de un depredador que le recordó a ella bruscamente que estaba entre los brazos de alguien más fuerte que ella.
En ese momento él rompió el beso y soltó una maldición por lo bajo, agarró la muñeca errante de Sarah con fuerza y le apartó la mano.
La puso de nuevo sobre su hombro, e inclinó la cabeza con la evidente intención de reanudar el beso. Antes de que pudiera apoderarse de sus labios, Sarah se echó hacia atrás.
—¿Por qué no puedo?
—Todavía no. —Charlie apretó los dientes.
—Pero yo…
La besó con dureza, crueldad y determinación.
Ella lo supo, y con la misma determinación, dejó que barriera sus sentidos durante unos minutos, luego intentó imponer su voluntad de nuevo.
Lo suficiente para hacer que él rompiera el beso a regañadientes.
Ella se encontró con los ojos de Charlie a un par de centímetros de los suyos. Entonces bajó la mirada a la boca masculina y se pasó la punta de la lengua por el hinchado labio inferior.
—Quizá —Sarah respiró hondo y lo miró a los ojos— ya hemos llegado lo suficientemente lejos por esta noche.
Charlie la miró desconcertado. Un momento después, parpadeó y bajó la vista a sus pechos desnudos, hinchados, sonrojados y erguidos.
El esfuerzo con el que a Charlie le costó recobrar el control y acceder a su sugerencia fue evidente, pero se relajó y asintió con renuencia.
—Sí, tienes razón. Es suficiente por esta noche —dijo con voz tensa.
Sarah permitió que le colocara la ropa, estudiándole, maravillándose de la tensión en su cara, del inflexible control que él había impuesto sobre el deseo. A pesar de todo, de la renuencia de Charlie, del hecho de que una parte de él no quisiera parar incluso aunque eso significara someterse a las caricias de Sarah, le dijo que su atrevimiento había valido la pena.
Charlie no habló mientras la acompañaba de regreso a casa a través de los jardines envueltos en las sombras de la noche, pero ella caminó satisfecha a su lado.
Él quería que ella le acariciara, pero no quería arriesgarse.
¿Por qué?
Mientras se separaban ante la puerta y lo observaba alejarse con paso airado, Sarah pensó que esa era una pregunta muy interesante.