ENTRARON en el patio de los establos del Park en medio de un fuerte estrépito. Charlie todavía se sentía algo desorientado, aún se estremecía por todo lo que había ocurrido en el puente, intentaba asimilar aquellos hechos y emociones tan complejos.
Croker se acercó a coger las riendas de los caballos. Soltó una exclamación ahogada ante el estado de Charlie y Sarah, pero aceptó la suave afirmación de Sarah de que a pesar de las apariencias los dos se encontraban perfectamente.
—Volvemos a estar hechos un desastre —le murmuró Charlie mientras atravesaban el césped hacia la casa—. Sin duda Crisp y Figgs no lo aprobarán.
Sarah bajó la mirada al diario plateado que sostenía entre las manos. Su leve sonrisa se desvaneció.
—¿Qué le diremos a la gente?
Su marido comprendió lo que le estaba preguntando. Durante el lento viaje de regreso desde la cascada, Sarah le había contado todo lo que Malcolm había dicho antes de que él llegara al puente. Pero ahora que Malcolm estaba muerto, ¿era necesario hacer público todo lo que sabían?
—Creo…
Se interrumpió al oír el retumbar de cascos de caballos. Se giraron para observar cómo tres hombres a caballo se acercaban galopando a través de los campos y entraban en el patio de los establos.
Gabriel, que iba a la cabeza, los vio. Tiró de las riendas del semental y lo puso al trote.
Barnaby lo siguió, acompañado por un individuo con un gabán, a quien Charlie reconoció.
—Es el inspector Stokes —le murmuró a Sarah. Había coincidido con Stokes en muchas ocasiones.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Gabriel entrecerrando los ojos ante el aspecto deplorable que presentaban.
—Ahora os cuento. —Charlie pasó la mirada de Stokes a Barnaby—. No has tenido tiempo de llegar a Londres, ¿qué te ha hecho regresar tan pronto?
Con una expresión pétrea, Barnaby lo miró a los ojos.
—No te lo vas a creer, pero nuestro especulador es Sinclair.
Charlie asintió con la cabeza.
—Nos hemos enterado hace un rato. —Miró a Sarah antes de volver su mirada a los tres hombres—. ¿Por qué no dejáis los caballos con Croker y nos esperáis en la biblioteca? Dadnos unos minutos para que nos cambiemos de ropa y luego nos contáis lo que habéis averiguado y os diremos lo que sabemos.
Barnaby frunció el ceño, pero Gabriel asintió con la cabeza.
—Buena idea.
Se dio la vuelta y Stokes le siguió. Barnaby se vio obligado a aceptar ese plan a pesar de la impaciente mirada de curiosidad que apareció en sus ojos.
Veinte minutos más tarde Charlie abrió la puerta de la biblioteca y la sostuvo para que Sarah entrara; luego la siguió. Los otros tres hombres se habían acomodado en los sillones delante de la chimenea. Cuando Sarah se acercó a ellos, todos se levantaron.
Charlie la presentó a Stokes.
El inspector, un hombre alto y moreno, que vestía de una manera sobria y pulcra, le hizo una reverencia.
—Es un placer conocerla, condesa.
Sarah sonrió.
—He ordenado que nos traigan té y buñuelos. —Paseó la mirada por los tres hombres—. Estoy segura de que todos necesitamos un tentempié.
Se sentó en la chaise; Charlie se sentó a su lado mientras todos los demás volvían a tomar sus respectivos asientos. Miró a Barnaby.
—Tú primero.
Barnaby vaciló pero asintió.
—No llegué a Londres. Me topé con Stokes cerca de Salisbury. Venía a contarnos lo que Montague había descubierto.
Barnaby miró a Stokes, quien continuó relatando los hechos.
—Montague tuvo en cuenta la sugerencia que hiciste —dijo Stokes, señalando a Charlie con la cabeza— y comenzó a investigar la procedencia de los fondos utilizados para comprar las tierras con las que luego se especulaba. Se concentró en una única propiedad, en una única suma de dinero, y de esa manera sus pesquisas lo condujeron hasta una cuenta a nombre de Malcolm Sinclair, descubriendo así la implicación de este. Montague le contó sus sospechas a su excelencia, el duque de St. Ives.
—Diablo investigó un poco más —dijo Barnaby—. Habló con Wolverstone, quien a su vez informó a Dearne y a Paignton. —Miró a Sarah—. Al parecer la esposa de Paignton, Phoebe, es familiar tuyo.
—¿La prima Phoebe? —Sarah frunció el ceño, luego abrió mucho los ojos—. Estuvo un tiempo viviendo con tía Edith. ¿Conocía Phoebe a Malcolm Sinclair?
Barnaby negó con la cabeza, desconcertado.
—No, no lo conocía. Pero su marido, Paignton, sí. Cuando era joven, Malcolm Sinclair estuvo involucrado junto con su tutor en un plan relacionado con el comercio de trata de blancas. En 1816, Paignton, Dearne y otros más lo sacaron todo a la luz.
—Pero no acusaron a Malcolm Sinclair —dijo Sarah—, aunque se sospechaba que había sido el cerebro del plan.
Barnaby clavó la mirada en ella.
—¿Cómo lo has sabido?
Sarah sostuvo en alto el diario plateado que había llevado consigo.
—Mi tía Edith lo sospechó, y le dijo a Sinclair lo que pasaría si no se reformaba. Lo escribió todo aquí. Hace tiempo heredé uno de los volúmenes de sus diarios.
—Como puedes ver, es un diario fácilmente reconocible. Sinclair lo vio y se lo robó a Sarah para que no descubriéramos la verdad sobre su pasado —dijo Charlie—, y para que yo no pudiera sospechar que su interés por el ferrocarril se debiera a algo más que a la pura inversión.
—En efecto… —comenzó a decir Stokes, pero se interrumpió cuando se abrió la puerta.
Esperó mientras Crisp y un lacayo entraban portando unas bandejas con té, tostadas y buñuelos. La tentación de la miel, la mermelada y la mantequilla fresca provocó una pausa temporal. Luego, tras zamparse un buñuelo, Stokes tomó un sorbo de té y dejó la taza en la mesita. Miró a Charlie.
—Tenemos pruebas más que suficientes para arrestar al señor Sinclair y muchas preguntas que hacerle. Venía hacia aquí para llevarle detenido a Londres cuando me he topado con el señor Adair. Sus noticias sobre el incendio en el orfanato sólo nos dan más razones para detener a Sinclair de inmediato.
—Han pasado por Casleigh para contarme lo que habían averiguado. —La sonrisa de Gabriel era la de un depredador—. Como es natural, me he unido al grupo.
—Y, por supuesto, nos hemos detenido aquí por si querías acompañarnos. —Barnaby frunció el ceño mientras estudiaba la expresión fría e impasible de Charlie—. Después de todo, ¿quién lo conoce mejor que tú?
Charlie suspiró.
—Sinclair está muerto.
El anuncio fue recibido con exclamaciones de incredulidad. Cuando se desvanecieron, Charlie les explicó lo que había ocurrido: Sinclair había utilizado el diario de Edith para conseguir que Sarah fuera al puente de la cascada y de esa manera atraerlo a él hasta allí.
—Me lo ha confesado todo —dijo Sarah—. Estaba muy arrepentido, no se ha molestado en negar su implicación en los hechos. Eran sus planes y aceptaba la culpa que recaía sobre sus hombros.
—Pero, si no he entendido mal, tenía un cómplice que resultó ser demasiado entusiasta a la hora de interpretar sus órdenes. —Charlie entrecerró los ojos, recordando—. Sinclair nos ha dicho que muy pronto conoceremos la identidad de ese hombre, pero no ha añadido nada más al respecto.
—¿Cómo ha muerto? —preguntó Barnaby. Stokes y él se inclinaron hacia delante para conocer el final de la historia.
Charlie miró a Gabriel.
—Aflojó las cuerdas que sostenían el puente de manera que sólo pudiera soportar a dos personas. Cuando yo he llegado, Sarah y él estaban allí. Después de hacer su confesión y decir todo lo que quería decir, ha soltado a Sarah y la ha dejado salir del puente. En cuanto ella ha estado a salvo, ha cortado la cuerda… y ha caído.
Era la historia que Sarah y él habían acordado contar. El resto de las revelaciones de Malcolm Sinclair sólo era asunto de ellos tres.
Gabriel palideció.
—Santo Dios.
Stokes paseó la mirada de Gabriel a Charlie.
—¿Está seguro de que ha muerto?
Gabriel miró a Stokes fijamente.
—Inspector, le llevaremos al puente o, mejor dicho, al lugar donde este estaba, y podrá verlo por sí mismo. Es imposible que nadie sobreviva a una caída como esa. —Gabriel miró a Charlie—. No hay duda de que Sinclair se ha quitado la vida.
No obstante, Barnaby y Stokes decidieron ir a registrar la casa de Malcolm en Crowcombe. Mientras ellos cabalgaban hacia el norte, Charlie y Gabriel organizaron la búsqueda del cuerpo de Sinclair.
Una hora más tarde, después de enviar a varios grupos de búsqueda para que registraran la corriente más allá de la cascada, Charlie, Gabriel y Sarah habían extendido un mapa detallado de la zona en el escritorio de la biblioteca cuando oyeron el sonido de unos pasos enérgicos en el pasillo que anunciaba el regreso de Stokes y Barnaby.
Ambos hombres entraron en la habitación con una expresión aún más aturdida si cabe que cuando se habían marchado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Charlie.
Barnaby se dejó caer en una silla.
—Es increíble. —Negó con la cabeza—. Ha dejado una confesión sobre su escritorio que abarca más de una década de planes con los suficientes detalles para contentar a cualquier juez, todo pulcramente rubricado y sellado, con una nota diciéndonos que encontraríamos a su secuaz atado en el sótano, y que deberíamos hablar con el notario de la localidad para obtener más información.
Stokes, que se había acercado a mirar el mapa, levantó la mirada a los demás.
—Cuando decidió enmendar sus errores, Sinclair no dejó ningún cabo suelto. Su confesión ahorrará mucho trabajo a las autoridades, así como tiempo y dinero público. Al bajar al sótano, hemos encontrado a su cómplice, el agente al que el señor Adair buscaba, maniatado.
—No confesará, pero con todo lo que nos ha dejado Sinclair, eso no será problema. —La mirada de Barnaby se endureció—. No hemos llegado a leer toda la confesión de Sinclair, pues eran muchísimas páginas, pero sí hemos leído lo suficiente como para estar seguros de que Jennings, su agente, será ahorcado.
—Pero ahí no acaba todo —continuó Stokes—. Hemos ido a ver al notario a su despacho de la calle Mayor. Al parecer, Sinclair redactó ayer un nuevo testamento. —Stokes miró a Sarah y a Charlie—. En él pide que se indemnicen a todas aquellas personas que se hayan visto perjudicadas por sus planes en el pasado, aunque también señala que las compañías ferroviarias no deberán recibir ninguna compensación, pues fue la ineficacia y avaricia de estas lo que le permitió obtener tanto dinero. Después de que se hayan pagado todas las indemnizaciones pertinentes, dispuso que se cedieran sus bienes residuales al orfanato de la granja Quilley para su reconstrucción, pero no en el mismo lugar. El resto de los fondos debería utilizarse para el mantenimiento del orfanato y para fundar otros donde sean necesarios. —Stokes hizo una pausa—. Os ha nombrado —señaló a Charlie y Sarah con la cabeza— albaceas de su testamento y de los fideicomisos que el orfanato financie.
Esta vez fueron Charlie y Sarah quienes se quedaron perplejos.
Gabriel habló con voz ronca:
—Dijisteis que habíais detectado veintitrés casos de usura. Aún después de pagar una generosa indemnización a los perjudicados, si he oído bien sobre la inmensa fortuna de Sinclair, quedará una importante cantidad de dinero para el fondo del orfanato.
—Asumiendo que el Parlamento permita que se ejecute el testamento —intervino Barnaby—. Pero incluso sin encontrar el cuerpo de Sinclair, sus activos serán confiscados por haber derivado de lo que en principio fueron ganancias ilícitas.
Stokes asintió con la cabeza.
—Incluso él pensó en eso, y por ese motivo también dejó una carta rogándole al Parlamento que permitiera la ejecución del testamento y dadas las circunstancias en que se ha desarrollado todo, al confesar y entregar a su cómplice, al quitarse la vida, ahorrándonos, por así decirlo, un juicio y una ejecución, imagino que sus señorías verán con buenos ojos que el dinero sea utilizado para beneficio de los niños huérfanos. —Stokes se encogió de hombros—. ¿Quién sabe? Puede que incluso les haya ahorrado la molestia de tener que decidir qué hacer con tal cantidad de dinero.
Gabriel sonrió ampliamente.
—Podemos dejar eso en manos de Diablo y Chillingworth. No creo que muchos pares vieran con buenos ojos que tal fortuna fuera a parar a las arcas de la Corona.
Sintiéndose un poco mareada, Sarah se hundió lentamente en la silla detrás del escritorio.
—Él dijo que quería hacer algo bien, algo bueno. —Observó a Charlie.
Él le sostuvo la mirada.
—Pues yo creo que es algo muy bueno el uso que quiso darles a esos fondos que consiguió invirtiendo legalmente sus ganancias ilícitas.
Barnaby meneó la cabeza lentamente.
—Todavía me cuesta creerlo: la confesión completa, la entrega de su cómplice, el testamento, su muerte. Es como si hubiera despertado de repente y se hubiera escandalizado de sus propios actos.
—Sucede a veces —dijo Stokes—. Suele haber un desencadenante, algo que les hace darse cuenta de lo que han hecho, en lo que se han convertido, y de repente no pueden soportarlo más.
—Le asqueaba en lo que se había convertido. —Charlie miró a Sarah, y luego a Barnaby—. Eso fue evidente cuando hablamos con él.
—Pero —Barnaby se inclinó hacia delante—, ¿qué provocó su arrepentimiento?
Charlie miró de nuevo a Sarah, pero no respondió. Eso y otras muchas cosas que Malcolm les había contado a él y a su esposa, y que, ahora comprendía un poco más, eran algo que Charlie consideraba demasiado personal para contar. Algo que sólo ellos sabían, que los dos habían compartido y que ahora, por fin, entendían.
Malcolm Sinclair había desaparecido y les había dejado vivir. Aún más, había intentado que vivieran una vida más plena.
Sarah le dirigió a Charlie una suave sonrisa y tampoco dijo nada.
—Entonces —dijo Stokes mirando el mapa—, ¿aquí estaba el puente?
Gabriel asintió con la cabeza. Luego trazó con el dedo el camino que seguía la corriente más allá de la cascada.
—La cascada mira hacia el oeste, pero aquí, un poco después, la corriente se encuentra con un saliente y gira al norte, y más adelante al este, hasta que finalmente desemboca en este lago. —Golpeó levemente el mapa—. Es pequeño pero profundo. Desde allí el agua sale al río, que sigue dirección norte hasta desembocar en Bridgwater Bay.
—Así que lo más probable es que encontremos el cuerpo entre la cascada y el lago. —Barnaby se había parado al lado de Stokes.
Charlie intercambió una mirada con Gabriel.
—Hemos enviado gente a rastrear la zona. El cauce del río es muy rocoso en esa parte y, con el reciente deshielo, ha crecido la corriente. Si no encontramos el cuerpo en el lago, o en las orillas, es probable que no lo encontremos nunca.
Stokes se enderezó.
—Iré y echaré un vistazo a la cascada, luego hablaré con los rastreadores.
Barnaby asintió con la cabeza.
—Iré con usted. —Le dirigió a Charlie una mirada—. Será mejor que acabemos con esto de una vez.
Ni Charlie ni Gabriel vieron ningún sentido a unirse a la búsqueda. Puede que encontraran el cuerpo de Sinclair o que no lo hicieran nunca.
Acompañado de Sarah, Charlie se dirigió a los establos para despedirse de los demás. Gabriel se fue a Casleigh, para contarles las noticias a Alathea, a Martin y a Celia, que también habían conocido a Malcolm Sinclair.
Barnaby se fue con Stokes.
Charlie y Sarah regresaron lentamente a la casa cogidos de la mano.
Un rato después, Stokes se encontraba al pie de la cascada meneando la cabeza mientras miraba los escalones de piedra que habían conducido al puente.
—Debe de haber sido impresionante salir de ese puente y luego ver caer al señor Sinclair.
—Mira esto. —Barnaby cogió una tablilla astillada entre dos rocas. Había más de cincuenta metros de rocas dentadas bajo la rugiente cascada, hasta las rocas quebradas sobre las que el agua se arremolinaba.
Apartándose de la corriente que discurría velozmente, Barnaby te mostró la tabla a Stokes.
—Es un trozo del puente. A pesar de que la madera es dura, los bordes han quedado totalmente destrozados. —Se volvió a mirar la cascada—. Imagina lo que puede haber ocurrido con el cuerpo de Sinclair.
Stokes hizo una mueca y también observó la cascada.
—Cierto, sólo la intervención divina podría haber hecho que un hombre pudiera sobrevivir a una caída como esa, y dudo que Sinclair haya sido tocado por la mano de Dios.
No obstante, Stokes y Barnaby emprendieron una minuciosa búsqueda siguiendo la corriente, preguntando en vano a los rastreadores con los que se encontraban y enviándolos de vuelta al Park.
Ya estaba anocheciendo cuando llegaron al lago. Había tres hombres allí. Harris, el jardinero jefe del Park, fue quien se acercó a hablar con ellos.
—Es la segunda vez que buscamos en esta zona, señor. No hemos visto ningún cuerpo entre la maleza de la orilla, ni lo hemos divisado en el lago. Sin embargo, como puede ver… —señaló con la cabeza hacia donde la corriente agitaba la superficie del lago— la corriente es tan fuerte y el agua discurre tan deprisa que a estas alturas bien podría haber arrastrado el cuerpo hasta el centro del canal de Bristol.
Miraron en la dirección que Harris les indicaba, hacia la superficie plomiza del canal, no muy lejos de allí.
Stokes hizo una mueca.
—Hemos hecho todo lo posible. —Se despidió de Harris con un gesto de cabeza—. Será mejor que nos retiremos antes de que caiga la noche.
—Sí, señor. —Harris se tocó la gorra y reunió a sus muchachos con una mirada y luego se dirigieron al lugar donde habían dejado los caballos.
Barnaby y Stokes habían dejado sus monturas en el punto donde la corriente de la cascada se unía al lago y echaron a andar hacia allí.
—Tengo que admitir —dijo Stokes— que nunca pensé que todo esto terminaría tan pronto, ni con tanta pulcritud. —Miró a Barnaby—. Sin duda tu padre estará encantado, y también las demás autoridades. —Stokes sonrió ampliamente y miró hacia delante—. Y tú volverás a Londres a tiempo de asistir a todos esos bailes y fiestas de la temporada.
Barnaby gimió.
—Es el único fallo que veo a la excepcional planificación de Sinclair. Preferiría estar inmerso en la investigación de cualquier crimen con tal de que mi padre impidiera que mi madre cayera sobre mí… literalmente. Ahora tendré que inventarme alguna investigación que excuse mi falta de interés hasta que me vea envuelto en una de verdad.
Stokes le lanzó una mirada afectuosa al ver su expresión apesadumbrada.
—Pero yo pensaba que es eso lo que hacen los aristócratas como tú. Echarles un vistazo a las señoritas que se presentan en sociedad y elegir a una de ellas como esposa. ¿Acaso no es así?
—En teoría sí, siempre y cuando uno tenga intención de casarse. Pero yo soy el tercer hijo. No tengo ningún motivo para dejarme cazar, sin importar lo que mi madre y sus amigas piensen al respecto. No es que tenga nada contra el matrimonio, está bien para otros. Bueno, sólo hay que ver a Gerrard y Jacqueline, Dillon y Pris, y ahora Charlie y Sarah; aprecio lo que tienen, pero…
—No es para ti, ¿verdad?
Barnaby se preguntó cómo habían acabado hablando de eso, pero Stokes y él se conocían desde hacía años y habían trabajado juntos. Si había alguien que podía comprender su posición, ese era Stokes.
—No, no es para mí. Sinceramente, ¿puedes imaginar a una dama…? Y te recuerdo, Stokes, que mi madre no aprobaría a ninguna mujer que no fuera una dama y con un rango adecuado además… así que, ¿puedes imaginar a una dama de esa clase feliz al verme dedicar tanto tiempo a algo tan inmencionable en algunos círculos sociales como las investigaciones criminales? ¿Qué de vez en cuando lo tenga que dejar todo y salir precipitadamente del país? ¿O que me disfrace y desaparezca en los bajos fondos de Londres a la caza y captura de algún malhechor?
—Hummm. —Stokes había asistido de manera oficial a suficientes fiestas sociales para comprender lo que Barnaby quería decir.
—Por no mencionar que se arriesgaría a sufrir un estigma social, y que coquetearía constantemente con la posibilidad de que la sociedad la excomulgara por cualquier error que yo cometiera. —Barnaby bufó—. Jamás funcionaría. Se pondría histérica en menos de una semana.
Hizo una pausa y luego continuó:
—Para mí… investigar, y todo lo que eso conlleva, es lo que más me gusta hacer. Se me da bien, y tú, mi padre y otras autoridades me necesitáis. No hay nadie más que pueda hacer este tipo de trabajo dentro de la sociedad. —Vaciló y luego continuó, más para sí mismo que para Stokes—: Es mi profesión. Me he abierto camino, y no tengo intención de detenerme ahora; no existe mujer en la tierra capaz de conseguir que le dé la espalda a mi trabajo.
Stokes no respondió. Barnaby no esperaba respuesta alguna. Llegaron a los caballos, montaron y se miraron.
—¿Y ahora? —preguntó Barnaby.
Stokes reflexionó antes de responder:
—Soy de los que piensan que, a caballo regalado, no le mires el diente. Con su ataque de remordimientos, Sinclair nos ha facilitado las cosas y ha sido de gran ayuda. Mañana regresaré a Londres e informaré de la presunta muerte de Malcolm Sinclair, —Stokes volvió la mirada atrás, a lo largo de la corriente rocosa—. No creo que lleguemos a encontrar ningún rastro de él.
Barnaby asintió con la cabeza. Agitaron las riendas de sus caballos y se encaminaron hacia el Park.
Esa misma noche, en el dormitorio del conde, en su cama, Sarah yacía en brazos de su marido, abrigada, saciada y satisfecha, más feliz de lo que jamás había sido en su vida. Bajo su mejilla, el corazón de Charlie latía fuerte y regular. Aunque sentía el cansancio en cada músculo de su cuerpo. Sarah lo rodeó con los brazos.
—Hubo un momento en la cascada… un horrible instante en el que pensé que podría perderte. —Levantó la cabeza y le miró a la cara y a los ojos en sombras—. Acababas de lograr agarrarte al poste de anclaje y yo trataba de subirte cuando… Malcolm sacó un cuchillo de su bota.
Charlie le sostuvo la mirada. Alzando una mano, apartó el pelo de la cara de su esposa y le acunó la mejilla.
—¿Pensaste que iba a apuñalarme?
Ella asintió con la cabeza.
—Sólo por un instante. —Sarah se estremeció y volvió a apoyar la cabeza en el pecho de Charlie, nutriéndose de su calor, de él, de la palpable realidad de su cuerpo bajo el de ella—. Pero fue suficiente. —Lo estrechó entre sus brazos con más fuerza—. No quiero perderte nunca. Ni siquiera quiero pensar en la posibilidad de perderte de nuevo.
El pecho de Charlie se estremeció al soltar una risita irónica. Luego la besó en la frente.
—Ahora sabes cómo me siento. La mera idea de perderte es suficiente para que me resulte imposible pensar.
Jugueteó con el pelo de Sarah, se lo alisó y acarició.
—No sabía que él se hubiera dado cuenta de todas esas cosas que me dijo. Pero no todo es cierto, yo ya me había dado cuenta; tú me abriste los ojos, me hiciste afrontar la realidad y ver la necesidad de cambiar. En ese momento, en todo lo que podía pensar era en lo que él podría hacerte una vez que comprendiera que no iba a discutir, una vez que comprendiera que ya había aceptado todo eso que él quería que aceptara. En lugar de escuchar su monólogo, estaba pensando en cómo ponerte a salvo.
Sarah esbozó una sonrisa y le plantó un beso en el pecho.
—Yo no sabía lo que pensaba hacerme, pero jamás me sentí amenazada. Pero con respecto a ti, no estaba tan segura.
—Y ahora todo ha acabado. Como si hubiéramos salido victoriosos de una dura prueba, el futuro se extiende ante nosotros para hacer con él lo que queramos. —Hizo una pausa y luego continuó—: Sé lo que quiero. —Tomó la mano de Sarah sobre su pecho y entrelazó sus dedos—. Si estás de acuerdo, viviremos aquí todo el año, salvo las pocas semanas que pasemos en Londres, en primavera, durante la temporada, como tú deseas, y en otoño, durante las sesiones del Parlamento. Pero el resto del tiempo nos quedaremos aquí, donde quedan tantas cosas por hacer. Aquí, donde estaremos rodeados de la familia, de la hacienda y de la comunidad. De la gente que nos necesita.
Con la cabeza sobre su pecho, Sarah suspiró y luego dijo:
—Y es aquí donde debemos criar a nuestra familia, ¿no crees? En este lugar, donde nosotros crecimos, del que conocemos cada centímetro de tierra y donde todo el mundo nos conoce y conocerá a nuestros hijos; será lo mejor para ellos, ¿verdad?
—¿Ellos? —preguntó después de permanecer callado durante un buen rato.
La joven clavó la mirada en sus manos entrelazadas sobre el pecho de Charlie.
—Es probable que esté embarazada, pero no estoy del todo segura.
Levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos. Lo que vio en ellos la hizo entrecerrar los suyos.
—Lo sabías, ¿verdad?
La mirada que le devolvió Charlie decía que no estaba seguro de qué decir.
—Yo… eh… me lo imaginaba.
Sarah observó en sus ojos algo parecido al pánico por cómo podría reaccionar ella. La joven sonrió como un gato ante un plato con crema, se estiró y lo besó.
—En ese caso podemos imaginárnoslo un poquito más. No quiero decírselo a nadie hasta que estemos seguros.
Él asintió con la cabeza.
—Sí. Estoy de acuerdo.
Sarah frunció el ceño mientras se echaba hacia atrás.
—Ni siquiera a Dillon y a Gerrard.
—Ni se me había pasado por la cabeza. —Parpadeó antes de continuar—: En cualquier caso, si no te sientes cómoda con todo eso y no quieres ir a Londres esta temporada, mamá lo entendería.
Sarah se rio, sintiéndose alegre y despreocupada.
—No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. —Se acurrucó en los cálidos brazos de Charlie—. Hay mucha gente esperando conocernos en la capital y un simple embarazo no es excusa suficiente. —Le clavó el dedo en el pecho—. Y si piensas utilizar mi embarazo para encerrarme, te sugiero que lo pienses de nuevo.
—Si no puedo encerrarte, ¿puedo mimarte al menos? —preguntó Charlie después de un rato, sosteniéndola firmemente entre sus brazos.
Sarah ladeó la cabeza considerando sus palabras. Sonrió feliz.
—No me importaría dejar que me mimaras. —Luego la joven se río entre dientes—. Charlie… no es propio de ti pedir permiso.
Charlie sonrió, acercándola más a él, estrechándola con más fuerza contra su cuerpo.
—He cambiado. —Lo había hecho. Y le sorprendía cuánto. Le dio un beso en el pelo—. Te amo, y es aquí donde quiero estar. En el Park, contigo y con nuestros hijos, cuando lleguen.
Charlie había comprendido por fin por qué Gerrard y Gabriel y todos los demás habían abandonado con tanta facilidad la vida en Londres después de que se hubieran casado. Las delicias de Londres poseían poco encanto comparado con lo que le esperaba allí, con lo que había aceptado. Bajó la mirada hacia Sarah.
—Este es mi sitio.
Lo sería ahora y por siempre jamás.
Todo estaba bien, todo era perfecto entre ellos, aunque había algo que Charlie le debía a su esposa. La miró a la cara, la parte de esta que podía verle mientras estaba acurrucada y segura entre sus brazos.
—Esto, nuestro amor, todavía me asusta un poco —le dijo—. Sé que es algo que puede llegar a controlarme y sin duda lo hará más en los años venideros. Y eso me preocupa.
Sarah levantó la cabeza y le miró, luego colocó las manos en su pecho y apoyó la barbilla en ellas para poder mirarle a la cara, a los ojos.
—¿Por qué?
A pesar de que su primer impulso fue echarse atrás, se obligó a responderle.
—Me asusta que eso me haga hacer cosas que no debería, que me haga correr riesgos que finalmente podrían ponerte a ti, a nuestros hijos, al condado y todo lo que eso conlleva, en peligro. —Hizo una pausa y luego, mirándola a los ojos, añadió—: Como le pasó a mi padre.
La expresión de perplejidad de Sarah era en sí misma una pregunta.
Charlie tomó aire.
—Mi padre nos quería. Nos quería muchísimo, quizá demasiado. Se obsesionó con conseguir una vida mejor para nosotros y fue esa obsesión lo que le hizo correr riesgos, riesgos financieros. —Hizo una pausa y luego continuó—: Casi llevó al condado a la ruina. Si Alathea no hubiera intervenido, lo habría hecho.
Los ojos de Sarah se iluminaron con una comprensión y compasión que él no había esperado.
—¿Es por eso por lo que no querías amarme? ¿Por lo que intentaste que nuestro amor no saliera de esta habitación?
Charlie asintió con la cabeza.
—Pensé que si podía mantenerlo aquí dentro… Jamás tomo decisiones financieras aquí.
Sonaba ridículo ahora que sabía en qué consistía el amor, pero Sarah no se rio. Se limitó a observarle, luego estiró los brazos y le tomó la cara entre las manos, mirándole profundamente a los ojos.
—Tú no eres tu padre.
Cuando Charlie abrió la boca para replicar, ella le hizo guardar silencio volviendo a tomar la palabra.
—Yo le conocía, ¿recuerdas? No te pareces nada a él, no por dentro. Eres como Serena: Competente, práctico y perspicaz. Jamás cometerías los mismos errores que cometió tu padre. Sólo tienes que ver tu reputación como inversor, la alta estima en que te tiene Gabriel, cómo te describió Malcolm. Pero dejando a un lado todo eso, eres mucho más fuerte de lo que tu padre lo fue nunca. Puede que el amor llegue a controlarte, pero jamás hará que pierdas de vista el único deber que tienes por encima de todo. Jamás me pondrás a mí, ni a nadie por quien te sientas responsable, ni mucho menos al amor, en peligro. No dejarás que nada corra peligro.
Sarah le brindó una cálida sonrisa.
—Quizá no lo veas con la misma claridad que yo, o que cualquier otra persona que te conoce, pero tú eres tú, Charlie, siempre lo has sido y siempre lo serás. Eres un hombre protector, nunca harías daño a nadie, nunca lo pondrías en peligro. Ni siquiera el amor, con todo su poder, puede cambiar lo que está en tu corazón… y en realidad el amor no haría eso. El amor está de tu lado, no en tu contra. Te hará fuerte, no débil.
Sarah hizo una pausa y le sostuvo la mirada antes de añadir quedamente:
—El amor no es peligroso, ni tampoco lo es amarme. No es peligroso para mí que tú me ames.
La joven siguió con la mirada clavada en los ojos de su marido, y lo que vio en ellos hizo que el corazón le diera un brinco. Luego sonrió, se inclinó hacia él y le rozó los labios con los suyos.
—Y por eso, nuestro matrimonio funcionará… por nuestro amor.
Charlie esperó a que ella se echara hacia atrás para poder mirarla a los ojos.
—Eso y la fuerza. Tú fuerza. La mía no cuenta.
Ella sonrió ampliamente.
—Y la prudencia… tuya y mía.
Él torció los labios.
—Y la comprensión. Tuya, más que mía. —Sostuvo la mirada de su esposa y sintió que se ahogaba en sus ojos azules, en el amor que brillaba en ellos con tal fuerza que casi lo dejó sin aliento—. Y otra cosa. Confianza. Confío en que tú sepas qué hacer con el amor.
Sarah sonrió.
—Y yo confío en ti por ser como eres, que es justo lo que yo deseo. Y por eso, siempre sabré qué hacer con nuestro amor.
Sarah atrajo sus labios a los de ella y le besó, y dejó que él la besara, permitió que el amor floreciera, que la pasión creciera y el deseo ardiera hasta arrebatarlos una vez más.
Hasta el paraíso que ahora compartían, hasta el éxtasis de la unión que habían creado. Que habían aceptado.
Más tarde, Charlie los acomodó de nuevo sobre las almohadas. La luna brillaba con intensidad, su trémula luz entraba por la ventana iluminando la cama. Sintiéndose bendecido más allá de lo posible, agradecido y honrado hasta lo más profundo de su alma, Charlie extendió la mano intentando atrapar el rayo de luz en la palma, medio esperando, dada la magia que les envolvía, ser capaz de sentir su peso.
Y mientras dejaba que la luz plateada iluminara su mano, Charlie recordó una fascinación anterior. Una que lo había tentado, que lo había llevado hasta ese momento, al amor y la vida que ahora abrazaba incondicionalmente. Al futuro y todo lo que este traería consigo.
En la fascinación que había sentido por Sarah y por el esquivo y adictivo sabor de la inocencia.
La misma luna que arrojaba sus rayos como una bendición sobre la cama de Charlie y Sarah brillaba, pálida y fría, sobre el canal de Bristol y el estuario del Severn. Caía sobre la oscura y ondulante superficie del agua, tiñendo de plata una silueta negra que la marea había depositado en una playa desierta de la costa de la bahía de Bridgwater.
Empapado y con la ropa hecha trizas, un náufrago yacía sobre la áspera arena, donde lo habían abandonado las olas.
Pero no había nadie cerca para verlo. Nadie que se preguntara quién era, de dónde era o por qué estaba allí.
Nadie a quien le preocupara.
Y allí se quedó mientras la luna cedía su lugar en el cielo. Hasta que al final, inevitablemente, apareció el sol y el mundo volvió de nuevo a la vida.