SARAH guio a Blacktail por la última y pronunciada cuesta que conducía al puente de la cascada de Will’s Neck. No se apresuró. Estaba segura de que llegaría a tiempo. Balanceándose con el paso de Blacktail, disfrutó de la vista de las solitarias colinas salpicada por vislumbres ocasionales de los exuberantes valles y el centelleo del mar distante que se entreveía entre los árboles que bordeaban el camino.
Las nubes matutinas se habían dispersado, permitiendo que un sol radiante bañara la tierra. Con cada aliento de aire puro y frío venía la promesa de la primavera, de un nuevo comienzo.
Sarah curvó los labios. Se sentía llena de confianza y determinación. El edificio del orfanato había desaparecido, pero todos habían sobrevivido y esa terrible experiencia los haría más fuertes y mejores.
Charlie y ella habían encontrado su camino a pesar de las dificultades iniciales en su matrimonio, y también ellos eran más fuertes y se sentían más seguros conforme pasaban los días.
La sensación de paz y la promesa del futuro la embargaban cuando llegó al claro donde la gente solía dejar atados los caballos mientras se acercaban a ver la cascada desde el puente.
Había un enorme caballo negro con una silla de montar de hombre esperando pacientemente. Sarah ató a Blacktail a una rama baja y luego, recogiéndose las faldas, se dirigió por el estrecho camino que llevaba al puente.
El puente, que se extendía sobre el profundo desfiladero por el que descendía la cascada, estaba al doblar la siguiente curva. Era posible cruzarlo a caballo, pero conducía a un camino sin salida. La mayor parte de la gente acudía para ver las vistas, y luego se iba por donde había venido.
Al doblar la curva vio el puente, cuatro metros de tablas de madera unidas entre sí y sujetas por gruesas cuerdas atadas a los macizos postes de madera que se hundían en la roca a ambos lados. Malcolm esperaba en el centro, con las manos apoyadas en el pasamanos de cuerda y la vista clavada en el profundo desfiladero que desembocaba en el valle mucho más abajo.
Sinclair oyó los pasos de Sarah y se giró hacia ella. Sonriendo, le extendió una mano, mostrándole la cubierta plateada del diario de Edith. Encantada, Sarah le devolvió la sonrisa; luego dirigió la mirada a la pequeña cuesta que llevaba hasta el puente, suspendido un poco más abajo del camino. Los caballos podían salvar el desnivel con facilidad, pero cuando —como ahora— el suelo estaba húmedo y resbaladizo, el descenso era complicado para las personas. Por fortuna, alguien había colocado unas piedras pulidas para formar una serie de escalones irregulares a un lado de la cuesta. Sarah se recogió la cola del vestido sobre un brazo y comenzó a bajar con mucho cuidado.
El puente tenía cuatro metros de largo pero apenas uno de ancho. Malcolm estaba justo en el centro, donde las vistas eran mejores. Cuando pisó las tablas del puente, Sarah sintió que este se movía más de lo que había esperado, pero se estabilizó de inmediato. Quizá fuera cosa de su equilibrio, ¿acaso no se mareaban las embarazadas?
O quizá se debiera al efecto casi desorientador del increíble rugido que surgía del agua embravecida que pasaba bajo el puente. A causa del reciente deshielo, el torrente de la cascada había crecido. El agua caía a borbotones, rugiendo como una bestia viviente, brincando, lanzándose en picado hacia el profundo abismo de roca.
De vez en cuando, una nube de espuma fina envolvía el puente.
Malcolm estaba esperándola, observándola con una de sus agradables sonrisas, una que ella reconocía como sincera. Era un hombre muy parecido a Charlie, con el mismo encanto natural, pero que ella había llegado a conocer muy bien. Devolviéndole la misma sonrisa sincera, se acercó a él.
—Gracias por venir. —Malcolm tuvo que inclinar la cabeza y acercarse más a ella para escucharla por encima del rugido de la cascada. Le tendió el diario de Edith.
Sarah lo cogió y le dio la vuelta entre sus manos, hojeando las páginas con rapidez. Parecía intacto.
—¿Dónde lo encontró?
Levantó la mirada hacia la cara de Malcolm.
Él la miró directamente a los ojos. La sonrisa se había desvanecido de su rostro y en su lugar había aparecido una expresión sincera aunque sombría.
—Estaba en el cajón de la mesita auxiliar en la biblioteca de Finley House.
—¿Cómo…? —Sarah se interrumpió y frunció el ceño—. ¿En Finley House? ¿No es allí donde usted reside?
—Sí. Yo lo guarde allí.
Sinclair hizo la declaración con tal franqueza que Sarah no estuvo segura de haberle entendido bien.
—Usted lo cogió en el Park… —De repente, recordó que él los había visitado el día que ella había descubierto la desaparición del diario. Había hablado con ella en la rosaleda y antes había estado con Charlie en la biblioteca. Cuando lo vio, se dirigía hacia los establos tras haber pasado por la puerta-ventana de su salita.
Su mirada se clavó en la de ella.
—Veo que ya recuerda… Tardé sólo un minuto en cogerlo de su escritorio.
Atónita, Sarah frunció el ceño.
—Pero ¿por qué?
Sinclair miró al diario.
—Porque su tía y yo nos conocíamos. Cuando hubiera llegado a las anotaciones del mes de mayo, habría leído lo que pensaba de mí, que, a pesar de no ser directamente responsable, era yo quien había ideado un plan que involucraba un comercio de trata de blancas que las autoridades acababan de sacar a la luz. —Torció los labios—. Tenía razón.
La mirada de Malcolm se volvió distante.
—Su tía fue una mujer notable, quizás algo mayor y débil, pero con una mente muy perspicaz. Al parecer, había conocido a mis padres bastante bien. Vino a verme y me dijo sin ningún rodeo que sabía que era yo quien había ideado aquel plan, que aunque no fuera el canalla que lo había puesto en marcha, eso no me absolvía de la culpa. Me advirtió que no debía permitir que mis planes, como ella los llamaba, fueran usados por otros en el futuro. —Hizo una mueca y miró el diario—. Luego lo escribió todo ahí, y lo dejó para que me atormentara en el futuro.
Sarah continuó frunciendo el ceño.
—Pero si mi tía dijo que usted no era culpable, y las autoridades no vieron razón para acusarle, lo que ella escribió, aunque fuera cierto, hablaría de usted como el joven que había sido en 1816. Como el joven que cometió una locura de juventud. Puede que yo leyera lo que ella escribió, pero no habría dicho nada.
Malcolm la miró a los ojos y sonrió.
—No, no lo habría hecho público. Pero yo había decidido quedarme a vivir aquí, comprar una propiedad y construir mi propia casa, y había llegado a apreciar la buena opinión que tanto usted como Charlie tenían de mí. De hecho, dado el interés de su marido por invertir en el ferrocarril, no podía arriesgarme a que le mencionara lo que Edith había escrito, ni a que le mostrara las anotaciones de ese diario.
—¿Por qué? —La sospecha se alzaba, instintiva y compulsiva, pero Sarah aún no veía la relación—. ¿Qué hubiera visto Charlie en el diario de mi tía que no debía ver?
Malcolm sostuvo su mirada un largo rato y luego dijo:
—Con lo que Charlie sabe de mí y de mi reputación, combinado con el profundo conocimiento que Edith tenía de mi manera de pensar, Charlie podría haber llegado a preguntarse, dado que en una ocasión me había desviado del camino recto, si podría volver a hacerlo.
»Y a mí —endureció la voz— no me pareció inteligente permitirlo. Para una mente tan brillante como la de Charlie no habría sido difícil pasar de la mera conjetura a percibir todas las posibilidades. A imaginar qué clase de planes podría haber ideado después. Y una vez que lo hubiera hecho, se habría sentido impulsado a investigar, y dar con algún tipo de información que sugiriera que al menos uno de mis planes estaba en marcha. Y aunque no pudiera vincularlo conmigo, el hecho de que tuviera la más mínima sospecha habría sido muy incómodo para mí.
Sarah se humedeció los labios repentinamente secos.
—¿Acaba de admitir que tiene un plan? ¿Qué clase de plan?
Los ojos color avellana de Malcolm capturaron los de ella. Cuando curvó los labios de nuevo, Sarah sintió como si él pudiera leerle el pensamiento.
—Realmente, Charlie no la merece. Es usted mucho más lista de lo que él piensa. Pero sí, ha supuesto bien… Como lo habría hecho Charlie si alguna vez hubiera leído las palabras de su tía Edith. El inversor que está detrás de las ofertas de compra por la granja Quilley soy yo.
Sarah se lo quedó mirando. A pesar de lo que había dicho, no podía creérselo.
—¿Es usted el malnacido que está detrás de… de los accidentes en la granja?
El temperamento de Sarah comenzó a inflamarse. Alzó el brazo y señaló al otro lado del valle, hacia la estrecha franja de tierra donde los negros escombros aún humeaban.
—¿Es usted quien ha incendiado el orfanato? —Bruscamente, ella se dio cuenta de lo evidente, parpadeó y dejó caer la mano—. No, no puede haber sido usted. —Se sintió confusa y volvió a mirarle a los ojos—. Usted estaba con nosotros, estaba sentado a un lado en el comedor de mis padres mientras alguien disparaba flechas de fuego al tejado de paja del orfanato.
Él la miró como si le irritara que ella hubiera interrumpido sus acusaciones, como si le molestara que no siguiera acusándolo. Como si quisiera que se ensañara con él.
Cuando Sarah no lo hizo y se limitó a mirarle con el ceño fruncido, esperando una explicación, él también frunció el ceño.
—No, no lo hice. —Su voz se había vuelto irritable. Apretó los labios—. Pero esa no es la cuestión. Si lo leyeras —golpeó ligeramente el diario de tía Edith con el dedo—, lo entenderías. Yo jamás he hecho nada ilegal. Jamás le he hecho daño a nadie ni he provocado accidentes ni, muchísimo menos, he planeado la muerte de nadie. No he cometido ningún crimen. No personalmente. Sin embargo, tal como dice Edith, eso no me absuelve de la culpa.
No había alzado la voz, pero sí la intensidad de su tono, tan intenso como el resplandor de su mirada, con la que la inmovilizaba, como si la mente aguda de Sarah se hubiera vuelto obtusa de repente.
—No fui yo quien provocó el incendio del orfanato, y no, no sabía qué iba a pasar. Nunca, jamás he dado ninguna orden que implicara al orfanato. Me quedé horrorizado cuando supe que le habían disparado y herido. Me pasé los dos días siguientes buscando a mi hombre para ordenarle que detuviera los ataques. Lo único que le dije fue que quería el título de propiedad de la granja Quilley, y que no había ninguna prisa con tal de que finalmente acabara en mis manos.
Atrapada por su mirada, Sarah vio la angustia, real y sincera, que llameaba en los ojos de Sinclair.
—La noche pasada estaba con usted, con Charlie y con todos los demás cuando llegaron con la noticia de que el orfanato estaba ardiendo. Cabalgué con ustedes hasta la granja y trabajé con Charlie y los demás para intentar, de una manera totalmente inútil, apagar las llamas. —La taladró con la mirada—. Nadie tenía una razón mejor que yo para combatir ese fuego. Pero no pude hacer nada para detenerlo… tuve que quedarme allí, observando cómo el lugar se quemaba, viendo y oyendo el terror y la angustia de los niños, sabiendo que todo eso lo habían provocado mis planes. —Él le sostuvo la mirada con firmeza sin ocultar las turbulentas emociones que lo embargaban—. Y por si eso no fuera suficiente, tuve que observar cómo Charlie y Barnaby arriesgaban sus vidas para salvar a unos bebés que yo mismo había puesto en peligro. Y sé, sin ningún tipo de duda, que no poseo ni el coraje ni la compasión de esos hombres.
Hizo una pausa y luego continuó con voz baja pero firme:
—Tuve que quedarme allí sabiendo con una angustiosa certeza que todo aquello era culpa mía. Que como Edith me había advertido años atrás, debería haberme guardado mis planes para mí.
Una vez más su mirada se volvió distante. Sarah lo observó tan perpleja por sus revelaciones que no podía ni moverse ni pensar. Pero a pesar de todas aquellas confesiones, no se sentía amenazada por él.
—Siempre he pensado que era muy listo, que saldría airoso de todo. —Su voz se había convertido en un murmullo y ella tuvo que aguzar el oído para escucharle por encima del ensordecedor ruido de la cascada—. Pero lo cierto es que no soy más que un absoluto fracaso.
Volvió a centrar su atención en ella, luego respiró hondo y pareció salir de su ensimismamiento, regresando al presente. Esbozó una sonrisa irónica y pesarosa a la vez. Levantó la voz y ella pudo escucharle con más facilidad.
—Y ahora todo se desmorona. Las autoridades están por fin tras mi pista, y sea o no responsable directo de los crímenes, no me dejarán escapar esta vez.
—¿Por qué me lo cuenta todo a mí? —preguntó ella, mirándolo fijamente.
—Porque quiero que me entienda. Quiero que alguien lo entienda todo antes de que me vaya. —Escrutó sus ojos, preguntándose claramente si ella lo hacía—. No sabe cuánto lamento no haber seguido el consejo de su tía. Si lo hubiera hecho… Pero no puedo cambiar el pasado. En mi arrogancia, hice precisamente aquello que ella me advirtió que no hiciera jamás, y ahora recojo lo que he sembrado.
Sarah le miró directamente a los ojos y supo que era sincero. De lo que no estaba tan segura es de si estaba en su sano juicio. Parecía resuelto a aceptar su culpa, a reconocerla… a confesarlo todo. Pero incluso así tenía intención de escapar.
Sin embargo, a pesar de que la confesión de Sinclair la había puesto en guardia, seguía sin sentirse amenazada por él. Sin importar lo que dijera, le costaba trabajo temerle. Sinceramente esperaba que sus sentidos no se sintieran confundidos por lo mucho que ese hombre se parecía a Charlie.
—Y… —se humedeció los labios—, ¿ahora qué?
—Ahora… —Sinclair había apartado los ojos de ella para mirar el camino que conducía al puente, como si hubiera oído algo.
Sarah miró hacia atrás al tiempo que le oía hablar con una voz que volvía a ser casi inaudible:
—Ahora tengo intención de poner las cosas en orden antes de irme, algo que Edith Balmain sí aprobaría, ya que resultará beneficioso para su sobrina.
Sarah se volvió para mirarlo directamente a la cara. Había algo en ella, un firme propósito en su expresión que le puso los pelos de punta.
Con suma rapidez, él le agarró la muñeca. Ella la retorció intentando liberarse, pero aunque su agarre no era lo suficientemente fuerte para causarle dolor, era inquebrantable.
—No luche contra mí. —La miró brevemente antes de volver a mirar por encima de su cabeza el camino—. No tengo intención de hacerle daño de ninguna manera ni a usted ni a Charlie. —Aunque pareciera increíble dada la situación, Sinclair esbozó una sonrisa—. Sería contraproducente, por no decir otra cosa.
Sarah clavó los ojos en él, furiosa.
—Me está hablando en clave. —«Se ha vuelto loco».
Él la miró; ahora tenía su habitual expresión impasible.
—He dicho todo lo que tenía que decirte. —Levantó la cabeza y miró al camino—. Pero aún no he hablado con Charlie.
Finalmente, la joven oyó con claridad el sonido de cascos de caballo que él había estado oyendo, y que cada vez era más audible por encima del rugido ensordecedor de la cascada.
Sintiéndose de repente insegura de su integridad física —y de la cordura de Sinclair—, Sarah lo miró.
—¿De qué va todo esto?
Por un momento ella pensó que no contestaría, pero luego habló fría y tranquilamente:
—Como ya le he dicho, toda mi vida se desmorona ante mí, no tengo control sobre nada, pero sí sobre esto.
El sonido de cascos estaba cada vez más cerca. Ella levantó la cabeza y vio cómo Charlie refrenaba su montura justo en lo alto de la empinada cuesta. Con expresión pétrea bajó la mirada hacia ella y Malcolm. Desde donde estaba, su marido podía ver cómo Sinclair la agarraba por la muñeca con firmeza y cómo ella sostenía el diario de Edith en la otra mano.
Charlie se apeó sin decir nada. Anudó las riendas de Tormenta en la silla de montar antes de palmearle el anca para que se dirigiera al claro donde estaban los otros caballos.
Luego comenzó a bajar la cuesta sin vacilación. El rugido de la cascada hacía inútil hablar hasta que estuviera más cerca.
—¡Detente!
Charlie alzó la vista ante la orden de Malcolm. Dio un paso más hacia el penúltimo escalón delante del puente. Estudió a Sarah. Parecía estar tan conmocionada como él, puede que incluso más confundida e insegura, aunque todavía conservaba la calma.
Charlie se paró y miró a Malcolm. A pesar de lo que sabía ahora, de todo lo que había adivinado, aún podía ver en los ojos color avellana de Malcolm al mismo hombre que había admirado hasta media hora antes.
—Eres tú, ¿verdad? El inversor que quiere adquirir la granja Quilley. Eres quien está detrás de todas las operaciones especulativas que involucran al ferrocarril.
A pesar de la falta de pruebas, las piezas habían encajado en la mente de Charlie. Incluso podía explicarse porque estaban allí. Malcolm había sabido que podía conseguir llevar a Sarah hasta aquel lugar con la excusa del diario de su tía, y atraerlo a él por medio de Sarah. Pero lo que esperaba sacar Sinclair de todo aquello quedaba lejos de su comprensión.
Vio que alzaba las cejas pero que mantenía la expresión impasible.
—Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en llegar a esa conclusión. No pensé que sería tan pronto. —El tono de su voz sugería que se había quedado gratamente impresionado, pero al instante parpadeó y cualquier atisbo de admiración desapareció de su rostro. Después de un momento, dijo—: Ah, por supuesto… debí haberme dado cuenta antes. Eras tú quien estaba detrás de todas esas investigaciones sobre la procedencia de los fondos en lugar de averiguar quién recibía los beneficios, ¿verdad?
Charlie le sostuvo la mirada pero no respondió.
Malcolm esbozó una sonrisa.
—Por supuesto, ¿quién más podría ser?
Había un gran problema en el escenario que se había formado en la mente de Charlie. Había visto el horror de Malcolm cuando oyó que habían disparado a Sarah, lo había visto combatir el fuego que había engullido el orfanato con la misma desesperación que ellos. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza.
—¿Qué pasó? ¿Tu secuaz se volvió loco? —Cuando Malcolm siguió guardando silencio, le preguntó—: ¿Quién es?
Malcolm descartó la pregunta con un movimiento rápido de su mano libre. Con la otra seguía sujetando con firmeza la muñeca de Sarah, justo encima del pasamanos de cuerda.
—No te preocupes por él, muy pronto conocerás su nombre. Ahora no es él quien me preocupa. —La voz de Malcolm se endureció—. Sino tú.
Charlie vaciló, luego extendió los brazos con las palmas hacia arriba.
—Me pediste que viniera y aquí estoy.
Dio un paso hasta el último escalón.
—¡No! —El tono de Malcolm lo dejó paralizado. Mirándolo a los ojos, Malcolm indicó con la cabeza las cuerdas que sujetaban el puente—. Mira las cuerdas.
Charlie lo hizo y se quedó sin aliento. Las gruesas cuerdas que habían sostenido el puente durante años estaban cortadas y unidas con otras más finas. Las cuerdas que ahora anclaban el puente en el que se encontraban Malcolm y Sarah eran significativamente menos resistentes y por lo tanto menos capaces de soportar más peso.
—En ambos lados —dijo Malcolm. Cuando la mirada de Charlie se desplazó al otro extremo para comprobarlo, continuó hablando—: He calculado la fuerza, la tensión… tú sabes bien cómo se hace. Las cuerdas que hay ahora soportarán el peso de dos personas, pero no de tres. —Malcolm hizo una pausa, luego continuó—: Así que, si tratas de acercarte a nosotros, el puente cederá y caerá, y tú serás el responsable de la muerte de todos nosotros, incluida tu esposa.
Con un gesto de cabeza señaló la rugiente cascada que rompía sobre las dentadas rocas de abajo.
—Sin duda, nos esperaría una muerte segura.
—Dice la verdad. —Sarah habló por primera vez desde que Charlie había llegado. Buscó los ojos de su marido con una expresión pálida y horrorizada—. El puente se ha tambaleado cuando lo he pisado. —Desplazó la mirada al final de las cuerdas—. Pero no he comprendido por qué.
Malcolm dejó pasar un momento mientras ellos asimilaban la situación, luego le habló a Charlie:
—Como sin duda te habrás dado cuenta ya, no hay otra manera de resolver este asunto salvo que yo suelte a Sarah y deje que abandone el puente.
Ignorando el pánico devastador que amenazaba con asfixiarle y la sombría furia que lo embargaba, Charlie sostuvo la mirada de Malcolm. Dejó pasar también otro momento mientras se estrujaba el cerebro, intentando buscar una salida.
—¿Qué tengo que hacer para que liberes a Sarah? —preguntó finalmente Malcolm.
Malcolm sonrió.
—Diría que nada excesivo, pero… sólo tienes que hacer dos cosas. La primera es escuchar.
Charlie buscó los ojos de Sarah. Sí, ella tenía miedo, pero aún no era presa del pánico. A pesar de su confusión, su esposa parecía mucho más serena que Malcolm o él mismo. Conseguir que Sinclair siguiera hablando mientras decidía qué hacer parecía lo más inteligente.
Clavando la mirada en la cara de Malcolm, arqueó las cejas.
—¿Escuchar qué?
—Una historia de amor… y pérdida. —Malcolm también arqueó las cejas en un gesto vagamente desafiante—. Una historia familiar en ciertos aspectos, pero muy desagradable en otros.
Charlie vio la mirada desconcertada que Sarah le lanzó a Malcolm y se preguntó si su esposa estaría comenzando a dudar de la cordura de Malcolm, igual que lo estaba haciendo él. La escena parecía cada vez más rocambolesca, pero si Sinclair quería seguir hablando y que él le escuchase, estaba más que dispuesto a complacerle. Mientras hablaba, Malcolm no prestaba atención a Sarah, y resultaba evidente que no tenía planes inmediatos de hacerle ningún daño. Muy bien. Charlie era perfectamente capaz de escuchar con atención mientras planeaba qué hacer.
Asintiendo con la cabeza para indicarle que estaba escuchando, que podía seguir contando esa historia que tantas ganas tenía de narrarles, Charlie se afianzó sobre la roca con los pies separados. Durante las negociaciones, las manos a menudo revelaban más de lo que uno quería, así que se las metió en los bolsillos de los pantalones.
Malcolm sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
—Durante estas últimas semanas, he llegado a respetar tu inteligencia, tu perspicacia; ciertamente eres tan listo como yo. Pero hay un tema en el que eres un tonto redomado. Considero que los ejemplos siempre son mejores que las advertencias y, ya que somos tan parecidos, déjame describirte cómo podría haber sido tu vida. Tu, al igual que yo, podrías haber nacido de unos padres que jamás hubieran tenido tiempo para ti. En una familia sin hermanos, sin vínculos familiares, podrías, al igual que yo, haber crecido completamente solo.
»Y al igual que yo, podrías haber educado tu mente sumergiéndote en problemas puramente teóricos, de los que se aprenden en la escuela. Sin nadie a tu alrededor a quien le importaras, ni padres ni tutores. Podrías, al igual que yo, haber llegado a la edad adulta conociendo sólo los retos y los triunfos de una mente brillante y sin ninguna de las alegrías que tantos dan por supuestas, como los simples placeres de las relaciones humanas.
»Sin embargo… —Malcolm hizo una pausa.
Charlie parpadeó, desconcertado por completo ante la inesperada dirección que habían tomado las palabras de Sinclair.
Malcolm esbozó una sonrisa y continuó:
—… tu vida jamás ha sido así. Naciste en el seno de una familia que te quería, pasaste todos los años de formación rodeado de personas a las que les importabas. Y a las que tú amabas y por las que te preocupabas a su vez. Incluso más, como el heredero de un condado, has estado condicionado desde tu más tierna infancia a recibir los elogios que eso conlleva. Tu posición tiene responsabilidades, sí, pero también tiene intangibles recompensas. No sólo es la posición que ocupas, sino el reconocimiento que te supone, algo que marca una auténtica diferencia con la vida de otras personas… y que todo el mundo aprecia. Tú posees el poder, y la habilidad para ejercerlo como quieras, de influenciar en la vida de mucha gente y hacerla mejor. Puedes llevar consuelo y felicidad a otros, mientras que yo sólo les he traído oscuridad y desesperación.
Malcolm sostuvo la mirada de Charlie con ojos penetrantes.
—Pero no ha sido hasta hace poco que has aceptado dedicar tu tiempo y energía a tales actos. Por tu bien, espero que lo ocurrido en el orfanato te haya cambiado para siempre.
La cara de Charlie parecía de piedra.
—¿Hablas de mi legado?
Malcolm curvó los labios. Asintió con la cabeza.
—Si quieres llamarlo así. Pero la posición que ocupas como conde no es más que uno de los muchos puntos sobre los que quería hablarte.
»Antes de irme, quería decirte, ya que nadie más lo hará, y nadie más podría hacerlo con la misma comprensión que yo, que serás un tonto redomado durante el resto de tu vida si no intentas aceptar el amor y todo lo que este te ofrece. Si no aceptas a Sarah de la manera en que ella se ha ofrecido a ti.
Charlie se lo quedó mirando, totalmente perplejo.
—En efecto. —Una vez más, Malcolm curvó los labios en una desdeñosa sonrisa—… No es un tema sobre el que los caballeros hablen habitualmente. No obstante, lo haré y tú escucharás. —Capturó los ojos de Charlie con una mirada fija e inquebrantable—. El amor es lo que da sentido a la vida… lo que da sentido a la vida de un hombre. Si no hay amor, la vida carece de sentido, por mucho que yo y los que son como yo queramos desear lo contrario. He comprendido eso ahora. Mi vida ha sido una concha vacía, una cascara que una vez que os deje se llevará el viento con la misma ligereza que pasa el tiempo.
Mantenía la misma voz neutra, pero en su tono se percibían la pasión y la sinceridad.
—Jamás busqué el amor, jamás lo deseé ardientemente, porque nunca supe lo que era, ni mucho menos lo que podría significar para mí. Al observaros a Sarah y a ti juntos, se me abrieron los ojos y entendí la verdad. Sólo podría haberme ocurrido contigo, Charlie, porque por una ironía del destino, yo podría haber sido tú y viceversa.
Esta vez, cuando hizo una pausa, Charlie sintió que Malcolm miraba su propio interior, cavilando con aire crítico su propia confesión; luego pareció salir de su ensimismamiento, respiró hondo y volvió a mirar los ojos de Charlie.
—Mi tiempo ha pasado, ya es muy tarde para que aprenda otra manera de vivir la vida. Pero tú… Tú tienes ante ti la oportunidad que yo querría, una por la que mataría, ahora que sé lo suficiente para apreciarla. —Una expresión de impaciencia cruzó brevemente los rasgos de Malcolm—. ¿Tienes idea de lo frustrante que es haber observado cómo te equivocas al no aceptar el amor? Tu indiferencia, tu rechazo a un regalo por el que yo mataría, ha sido y es un insulto rotundo. Todo lo que tenías que hacer era extender la mano y tomarlo, pero no. Has vacilado, una y otra vez, en aceptar algo por lo que yo daría cualquier cosa.
Entrecerró los ojos y pareció leer los pensamientos de Charlie, su reacción. Negó con la cabeza lentamente.
—Sí, te envidio todo eso, pero sé que no es para mí. Sarah y todo lo que ella te ofrece no son para mí. Dejaré que rectifiques y que tu vida sea todo lo que pueda ser, y espero que después de todo lo que te he dicho aprecies cada regalo como se merece.
De una manera indefinible Malcolm pareció erguirse, como si hubiera retrocedido mentalmente. Vaciló y luego continuó:
—Y quizá, cuando todo esto haya acabado, cuando te acuerdes de mí, espero que también recuerdes que Malcolm Sinclair habría sido un hombre muy diferente si la vida, el destino, hubiera puesto en su camino la mitad de las cosas que tú tienes.
Sostuvo la mirada de Charlie.
—Dale gracias a Dios por tu vida, acéptala con todo lo que esta te ofrece.
Charlie tenía intención de hacer exactamente eso. Aunque no había necesitado que Malcolm se lo señalara, no podía negar los dones que la vida le había ofrecido. Pero había sido por el acuerdo que tenía con Sarah y toda la charada que habían interpretado en presencia de Malcolm por lo que este había creído su equívoca actitud ante el amor, ante la familia y su posición.
Malcolm se había quedado callado. Reflexionando sobre sus propios sentimientos turbulentos, sobre todo lo que había expuesto Malcolm, Charlie asintió con la cabeza para demostrarle que le había entendido.
—¿Cuál es la segunda cosa que tengo que hacer para que sueltes a Sarah? —le preguntó entonces.
La sonrisa que curvó lentamente los labios de Malcolm fue extraña e hipnótica.
—Es muy sencillo. —Su voz apenas era lo suficientemente fuerte como para oírse por encima del rugido del agua—. Dile a ella por qué debería soltarla.
Charlie miró a los ojos color avellana de Malcolm y entendió perfectamente lo que había querido decir. Pero la paz que veía en los ojos de Malcolm hizo que se cuestionara de nuevo la cordura de ese hombre. Se humedeció los labios, repentinamente secos.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Sarah estaba todavía en el puente, al lado de Malcolm, que la retenía por la muñeca. La joven había oído su discurso sin decir nada. En algún momento había sentido el impulso de hablar, incluso había abierto la boca para defenderle, sin duda, pero al final había optado por guardar silencio, algo que Charlie le agradecía profundamente.
Pero en sus ojos había ahora una expresión cautelosa. Al igual que él, no sabía adónde quería llegar Malcolm.
Al igual que Charlie, no sabía si podía confiar en él.
Malcolm suspiró.
—Porque aún no le has dicho las palabras, ¿verdad? Sarah necesita oírlas, y yo también. Es mi última petición, o mi precio, como quieras llamarlo. Si pronuncias esas palabras, sabré que has aceptado lo que he dicho, no me importa que lo hagas a regañadientes.
Charlie ya había aceptado más allá de lo que Malcolm pretendía, ya había aceptado el amor y lo que este significaba en su vida. Pero aunque tenía intención de decir las palabras no quería tener que hacerlo bajo coacción. Le molestaba pensar que la primera vez que Sarah las oyera sería de esa manera.
No quería eso. Y no creía que ella lo quisiera tampoco.
Pero las diría, eso y cualquier otra cosa que Malcolm quisiera, aunque todavía seguía dudando de la cordura de este. Ahora que había oído lo que Sinclair pensaba de sus vidas, la envidia que había confesado sentir, ¿no podía ser que bajo todo eso sintiera un enconado resentimiento? Y si era así, ¿hasta dónde supuraba el veneno?
¿Hasta qué punto se habría visto afectada su inteligencia? ¿Y su voluntad? Evidentemente la integridad, en vista de los hechos, nunca había sido su fuerte.
Todos esos pensamientos y especulaciones zumbaban en la mente de Charlie; había sopesado las distintas opciones, evaluando impactos y reacciones, calculando los riesgos mientras escuchaba el discurso de Malcolm.
Finalmente, todo —la vida de Sarah y la suya— dependía de un solo acto, de una reacción. Si admitía su amor por Sarah, si ponía voz a sus palabras para que tanto Malcolm como Sarah las oyeran, ¿qué haría Sinclair después?
¿Cumpliría su extraño trato y dejaría que Sarah saliera del puente hacia un lugar seguro? Y luego, ¿qué?
¿No podría ser todo una trampa? ¿No podría Malcolm dejarte llevar por la envidia y atacar a Charlie, arrebatándole el amor de la manera más cruel posible, una vez que este hubiera confesado lo que sentía por su esposa?
Sabía que Malcolm podía coger a Sarah por la cintura, alzarla y tirarla por encima de las cuerdas antes de que él pudiera impedirlo.
Como Malcolm había dejado muy claro, solo les esperaba una muerte segura allí abajo.
A pesar de todo, de todas las posibilidades y consideraciones, ¿podía confiar Charlie lo suficiente en la cordura de Malcolm como para arriesgar la vida de Sarah?
Respiró hondo y miró a su esposa a los ojos y supo que ella no confiaba en Malcolm hasta ese punto. Dado que…
La vacilación de Charlie había irritado a Sinclair.
—Di las palabras. —La impaciencia le teñía la voz—. Esta es mi última acción antes de irme, mi único gesto totalmente altruista. Pero… —aguzó la mirada— no lo hagas, no la rechaces, disfruta de esa emoción todo lo que puedas. —Hizo una pausa y luego añadió—: Ha llegado el momento de que empieces a hablar.
Charlie tomó aire, miró a Sarah y vio su propia pregunta reflejada en sus ojos: «¿Qué era lo más conveniente?». Sólo podía darle una respuesta.
—Confía en mí.
Sacó las manos de los bolsillos y bajó al puente de un salto.
La sorpresa en la cara de Malcolm fue totalmente genuina.
Charlie agarró a Sarah, la liberó de un tirón de la mano de Malcolm, se dio la vuelta sin dejar de agarrarla y la lanzó hacia la cuesta, al lado de los escalones de piedra.
El puente comenzó a tambalearse. Charlie se agarró al pasamanos de cuerda, que estaba tirante y a punto de soltarse. Sintió que las tablas oscilaban bajo sus pies y se precipitó hacia delante, buscando el poste de anclaje más próximo.
Lo alcanzó con una mano, pero no pudo agarrarse a él con la suficiente fuerza para ponerse a salvo.
Detrás de él oyó cómo Malcolm maldecía:
—¡Maldito tonto!
Las tablas se balancearon sobre el vacío; dos de los anclajes se habían soltado, uno en cada extremo, y los otros dos apenas podían soportar aquella sobrecarga. No había tiempo que perder.
Charlie se impulsó hacia arriba, intentando agarrarse mejor a la superficie resbaladiza y redondeada del poste, que estaba cubierto totalmente de humedad, y sintió que Malcolm se acercaba por detrás.
Unas manos firmes le agarraron una de las botas y de repente se vio empujado hacia arriba.
Charlie rodeó el poste de anclaje con un brazo. Sarah se apoyó en el mismo poste y le agarró por el hombro y la manga. Entonces desplazó la mirada tras él y soltó un grito.
Charlie miró atrás.
Al principio no comprendió lo que veía.
Con su peso fuera del puente, este estaba ligeramente ladeado, pero aunque las dos últimas cuerdas estaban bajo una fuerte presión, seguían aguantando.
Sin embargo, Malcolm tenía un cuchillo en la mano e intentaba cortar la cuerda atada al poste de anclaje.
Mientras Charlie miraba, la cuerda cedió.
Malcolm levantó la cabeza y sus miradas se encontraron durante un instante.
Luego el puente cayó y chocó contra la roca del lado opuesto; Malcolm había desaparecido.
Durante un buen rato, Charlie y Sarah se quedaron mirando al vacío. Charlie aguzó el oído, pero no oyó nada más que un chapoteo entre el ruido ensordecedor del agua; luego el rugido continuó y la corriente siguió su curso.
Por encima de él, Sarah tragó saliva, luego lo agarró con más firmeza por la chaqueta y tiró con fuerza.
—¡Sube!
Antes de que cayese él también.
Sarah había gritado cuando había visto a Malcolm detrás de Charlie, sacando el cuchillo de su bota, pero Sinclair ni siquiera había mirado a Charlie.
Ahora lo entendía. No había sido ese su propósito. Jamás había sido su objetivo hacerles daño. Le había dicho que jamás atentaría contra la vida de Charlie o la de ella… que sería contraproducente. Recordó la extraña sonrisa en sus labios cuando le había dicho eso, y tragó saliva.
Tiró con fuerza y soltó aire cuando Charlie comenzó a subir lentamente. El barranco estaba desgastado por el tiempo y la roca era lisa. Había muy pocas grietas o surcos en los que poder apoyarse. Sarah aspiró profundamente, volvió a tirar de la chaqueta de su marido y retrocedió cuando, con su ayuda, él comenzó a subir, trepando por el poste hasta que finalmente pudo poner el pie en los escalones.
Se dejó caer hacía atrás, sin importarle que pudiera estropeársele la falda de terciopelo y sin soltar la chaqueta de Charlie, hasta que este se dejó caer de espaldas a su lado en lo alto de la cuesta. Una cuesta que ahora conducía directamente al abismo. Sarah comprobó que ninguno de los dos corría peligro de caerse ni de deslizarse, entonces se dejó caer de espaldas al lado de Charlie.
Se quedaron allí tumbados uno al lado del otro, simplemente respirando. Miraron el cielo azul con sólo unas pocas nubes flotando en el aire.
Durante largos momentos permanecieron quietos y en silencio. Sarah no sabía por dónde empezar, pero luego la mano de Charlie encontró la suya y se cerró en torno a ella.
—Malcolm tenía razón en un montón de cosas, pero se equivocaba en una. Una declaración de amor forzada no tiene ningún valor. —Hizo una pausa y luego continuó mientras le apretaba la mano—: Te amo. Ya lo sabes. Hace tiempo que busco las palabras adecuadas para decírtelo, pero estas son las únicas que conozco. Lo eres todo para mí. Mi sol, mi luna, mis estrellas… mi vida. Sin ti no sé qué sería de mí… te necesito, te deseo. Daría mi vida por ti en cualquier momento o lugar sin dudarlo siquiera. Pero preferiría vivir una vida a tu lado, cuidándote y amándote tanto tiempo como me lo permita el destino. Esa es la única realidad que conozco. Y, aunque no he tenido el valor de decirte estas palabras antes, intentaré decírtelas todos los días durante el resto de nuestras vidas. Te amo. —Se llevó la mano de Sarah a los labios y le besó los dedos entrelazados con los suyos—. Jamás lo dudes.
Sarah había girado la cabeza para observar el perfil de Charlie mientras hablaba.
—Yo también te amo —le dijo con los ojos empañados—, y siempre lo he hecho… como ya sabes. —Apoyándose en un codo, Sarah se inclinó hacia delante y le besó en la mejilla. Estudió el rostro de su marido durante un rato y añadió—. Siempre lo has sabido, ¿verdad?
Él vaciló, luego la miró a los ojos.
—No de manera consciente, pero tal vez lo supiera a un nivel más profundo. —Levantó la mano y le colocó el pelo detrás de la oreja—. Puede que esa sea la razón por la que me fijé en ti.
Sarah se recostó sobre él y apoyó la frente en su hombro. Volvieron a mirar al cielo.
—Todavía no puedo creer lo que… hizo.
—Yo no estoy seguro de que pueda llegar a comprenderlo —dijo Charlie tras un rato.
—Antes de que llegaras, me dijo que antes de irse quería hacer una buena acción, algo que mi tía hubiera aprobado —dijo la joven tras un momento de vacilación—. Creo que se refería a enderezar nuestro matrimonio.
—No puedo culparle por eso, nuestro matrimonio es importante. Y el vínculo entre él y yo, nuestra amistad, también. Sin tener en cuenta sus intenciones, a pesar de que nos haya puesto en peligro en el puente. —Levantando una mano, Charlie le acarició la cabeza, alisándole el pelo—. Y no pienses que no te habría dicho cuánto te amo si él no me hubiera presionado.
Sarah encontró la otra mano de Charlie y entrelazó sus dedos con los suyos.
—Pensé, cuando te exigió que lo escucharas y luego empezó a hablar, que debía de estar loco. Comencé a asustarme. No podía imaginar lo que haría una vez que hicieras lo que te exigía.
—Lo sé. Yo tampoco podía imaginarlo. Por eso salté a por ti.
Sus corazones ya se habían tranquilizado. Sarah suspiró.
—No tenía otra intención, ¿verdad? Desde el principio pensaba en morir.
Los dos habían nacido en la zona. Conocían la cascada. Sabían que sería un milagro que Malcolm hubiera sobrevivido.
—Sí. —Charlie respiró hondo y soltó el aire—. Este era otro de sus inteligentes planes diseñados para lograr muchas cosas. Para devolverte el diario de tu tía, para forzarme a escuchar su perorata sobre el amor, para obligarme a decirte que te amo antes de tener que abandonar esta vida. Si hubiera querido salvarse, podría haberlo hecho con facilidad. Cuando salté al puente y te liberé, lo único que tenía que haber hecho era correr al otro lado. No hay duda de que tenía tiempo de sobra para ponerse a salvo. Es imposible que no lo supiera. Pero en lugar de eso, se acercó a mí y se aseguró de que yo estuviera a salvo.
—Y luego cortó la cuerda.
Charlie pensó en eso.
—Ha venido preparado con el cuchillo porque asumió que yo hablaría, y que luego tú saldrías del puente. Una vez hubieras hecho eso, él habría cortado las cuerdas mientras yo te ayudaba a subir. Ninguno de los dos habría podido detenerle.
Pasó otro largo rato, luego Sarah suspiró y se incorporó. Charlie hizo lo mismo. Él le pasó el brazo por los hombros y juntos miraron el profundo abismo que se abría a sus pies.
—Era un hombre extraño —dijo ella.
Charlie asintió con la cabeza.
—Un hombre que jamás había conocido el amor —añadió, como si fuera un epitafio.
Se pusieron en pie y se sacudieron el uno al otro la suciedad y las hojas húmedas de la ropa como mejor pudieron. Sarah recuperó el diario de Edith de donde lo había dejado tirado, y caminaron lentamente hacia el claro donde los aguardaban los caballos.