EL siguiente movimiento del extorsionador se produjo dos días más tarde bajo la forma del deán Ferris, enviado por el Obispado de Wells.
Al reconocer el emblema del obispo en la puerta del carruaje, Crisp pidió a un lacayo que avisara a Charlie. Sarah estaba en su salita privada con él. La joven se apresuró hacia la puerta y Charlie la siguió a paso vivo mientras el deán subía lentamente las escaleras de la puerta principal.
—Deán Ferris. —Sarah salió al porche para recibirlo—. Es un placer darle la bienvenida a Morwellan Park, señor.
El deán la conocía desde hacía años. Sonrió y tomó la mano de ella entre las suyas.
—Querida, no necesito preguntarte como estas, el sol brilla en tus ojos. —Luego le soltó la mano, mostrando un semblante serio—. Por desgracia, estoy aquí por un asunto serio, uno que me temo resultará muy perturbador.
—¿Sí? —Abriendo mucho los ojos, Sarah se giró hacia Charlie, que se había parado a su lado—. No sé si conoce a mi marido, lord Meredith. —Dirigiéndose a Charlie dijo—: Como sabes, el orfanato funciona bajo los auspicios del Obispado de Wells. El deán Ferris es el primer consejero del obispo.
El deán Ferris no conocía a Charlie. Le estrechó la mano mientras sus sagaces ojos azules tomaban nota de la presencia intimidante del conde y la rápida mirada que este le lanzó a Sarah.
—Por favor, acompáñenos dentro, señor, y hablemos sobre ese asunto tan perturbador. —Dando un paso atrás, Charlie hizo un gesto con la mano al deán y a Sarah para que entraran delante de él.
Al darse cuenta de que su marido la había incluido en aquella reunión, Sarah condujo al deán a la salita, luego avisó a Crisp y le pidió que les llevara el té. Mientras esperaban a que llegara, el deán les informó que estaba realizando una visita de rutina por las iglesias del distrito, pero que a raíz de una inesperada información que había recibido el obispo, había decidido pasarse por allí para consultarla con Sarah.
En cuanto llegó el té y lo sirvieron, y Crisp se hubo retirado, el deán se volvió hacia ella.
—Querida, como habrás imaginado, mi visita tiene que ver con el orfanato. El obispo recibió una carta anónima, como suelen ser este tipo de cartas. Pero en vista de la seriedad de las acusaciones vertidas en ella, el obispo resolvió que, en conciencia, deberíamos avisarte de este asunto lo más rápidamente posible.
Sarah dejó la taza en la bandeja.
—¿Qué sucede? ¿Qué acusaciones?
El deán parecía incómodo. Le lanzó una mirada a Charlie.
—En la carta nos comunicaban que el personal del orfanato permitía ciertas costumbres a los muchachos que… En resumen, se los acusa de permitir actos inmorales.
Sarah clavó los ojos en el deán.
—¡Eso es absurdo! Lo sabe de sobra. Tanto usted como el obispo conocen al personal del orfanato. Así que saben muy bien que tales acusaciones son falsas.
—Por supuesto. —El deán Ferris asintió con la cabeza, tanto las palabras como el gesto demostraban determinación—. Es por eso por lo que el obispo y yo nos hemos sentido impulsados a actuar. —Inclinándose hacia delante tomó la mano de Sarah entre las suyas—. Querida, tales acusaciones, a pesar de que los dos sabemos que son falsas, son… bien, espantosas. El obispo y yo creemos que son obra de alguien deseoso de infligir un daño serio al orfanato o a ti. —Miró a Charlie—. Es por eso por lo que no hemos dudado en poner este asunto en tus manos de inmediato.
Sarah cruzó una mirada con Charlie. Supo que él pensaba lo mismo que ella, que aquello era, claramente, la siguiente maniobra del extorsionador.
Charlie miró al deán.
—¿Por casualidad ha traído la carta con usted, señor?
—S… sí. —El deán parecía avergonzado mientras metía la mano en la sotana—. Querida, espero que no lo tomes a mal si insisto que sea sólo lord Meredith quien lea la carta. Mi conciencia no me permite manchar tu mente con este tipo de cosas.
La joven vaciló, pero resultó evidente que el deán hablaba en serio. No tenía sentido contrariarle. Sarah asintió con la cabeza y observó cómo Charlie cogía la misiva, la abría y la leía.
Los rasgos de su marido se endurecieron mientras sus ojos se desplazaban por la hoja. Al leer la segunda página tensó la mandíbula. En cuanto finalizó, alzó las cejas.
—¡Santo Dios! —Con una evidente expresión de aversión en su rostro Charlie dobló de nuevo las hojas—. ¿Le importa que me quede con la carta, señor? Una vez que le expliquemos la razón de todo esto, y vea lo que está ocurriendo, entenderá por qué esta misiva puede serme útil.
El deán se retorció las manos.
—A decir verdad, estaría feliz de deshacerme de ella. Quienquiera que la escribió tiene la mente muy sucia.
—Una mente muy sucia, sin duda. —Reclinándose en el sillón, Charlie le explicó que un desconocido estaba empeñado en comprar el orfanato, que intentaba obligar a Sarah a vender la granja por las buenas o por las malas. Luego le relató la larga serie de crímenes que había cometido el malhechor y la naturaleza de dichos crímenes.
El deán se quedó consternado.
—Santo cielo.
Charlie asintió con la cabeza.
—Por fortuna, en esta ocasión, somos conscientes de lo que está pasando gracias al señor Adair y sus conexiones con el nuevo cuerpo de policía de Londres. Sin embargo, aunque sabemos cuál es el motivo de estos incidentes, nos falta identificar quién está detrás de ellos. Quién es realmente nuestro extorsionador.
—¿Y es el mismo hombre, u hombres —preguntó el deán—, que está detrás de los demás incidentes?
—Creemos que sí. Parece poco probable que haya dos grupos u hombres independientes que sean capaces de tramar algo tan complejo, aunque la esencia del plan sea bastante sencilla. —Charlie miró fijamente al deán—. Se trata de alguien muy cauteloso y listo.
—Y carente de escrúpulos —añadió el deán señalando con la cabeza la carta que Charlie había dejado a un lado—. Difamar a mujeres inocentes que dedican sus vidas a cuidar a los huérfanos es un acto de lo más vil.
—Tenemos una oportunidad única para atraparlo —dijo Charlie—. Espero que nos ayude.
El deán le lanzó una mirada perspicaz.
—Haré todo lo que esté en mi mano para ayudar.
—Excelente. —Charlie miró a Sarah y sonrió débilmente—. Ayer pasamos el día en el orfanato explorando todas las vías posibles para mejorar las medidas de seguridad sin delatar nuestros propósitos. Es muy probable que nuestro hombre esté vigilando el lugar y que espere alguna reacción a esta carta. Si nos acompaña al orfanato hoy, supondrá que lo hace en respuesta a esas acusaciones. —Miró al deán—. Tenemos que representar una charada para que crea que su carta ha logrado el resultado deseado: Crear problemas en el orfanato, y a Sarah. Si cree que lo ha conseguido, nos abordará con otra oferta. Y eso es lo que queremos, hacer que caiga en nuestra trampa.
El deán sonrió y dejó la taza en la mesita.
—Hace años que no participo en una charada.
El resto del día siguió las directrices de un cuidadoso guión escrito con la intención de dar gato por liebre al malhechor. Todos, adoptaron un semblante grave y serio cuando llegaron al orfanato en el carruaje del obispo, e hicieron lo mismo cuando abandonaron el lugar horas después, tras un agradable y divertido almuerzo con los huérfanos y una seria, pero muy motivadora, charla con el personal.
Al salir, las mujeres que formaban parte del personal del orfanato los acompañaron al porche para representar su papel. Katy Carter había parecido asustada mientras retorcía el delantal con sus manos; Quince había sorbido por la nariz mientras bajaba la cabeza; Jeannie estaba ruborizada —más de indignación que de otra cosa— y algo aturdida; mientras Lily había logrado mostrar una asombrosa combinación de enfado y hosca severidad. El deán, que intentaba en todo momento mantener una expresión condenatoria en su rostro ante tales habilidades histriónicas, se había paseado de un lado a otro del porche, gesticulando y sermoneándolos. En realidad las palabras que había dicho habían sido una bendición.
Charlie había permanecido detrás de ellos, contemplando la función con expresión impasible. Colgada de su brazo, Sarah había adoptado el semblante más inexpresivo que podía, como si aquel episodio hubiera resultado ser demasiado para ella y no pudiera esperar a escaparse de allí.
Charlie había escudriñado con discreción los alrededores, pero con los montes Quantocks enfrente y las colinas Brendon detrás, había muchas posiciones ventajosas desde las que un hombre con un catalejo pudiera vigilar de cerca el lugar. Salvo asegurarse de que el carruaje del obispo estuviera a un lado del camino para que no impidiera la vista de la escena que representaban ante la puerta, poco más podían hacer.
Después del aparente escarmiento al personal del orfanato, se habían subido al carruaje y habían hablado sin parar de regreso al Park.
Llegaron a tiempo para el té de las cinco y recibieron a Gabriel, Alathea y Barnaby, que llegaron a caballo desde Casleigh. Gabriel y Alathea conocían al deán. Todos se acomodaron en la salita y Charlie les explicó el último acontecimiento y cómo se habían ocupado de él.
—Tratar con malhechores siempre debería tener una parte de diversión. —Alathea cogió la taza que le ofrecía Sarah—. Es la única manera de hacer frente a tales horrores.
Sonriendo, el deán la alabó por su sabiduría.
Con su pasado común en mente, Gabriel y Charlie se miraron disimuladamente y pusieron los ojos en blanco.
Barnaby había viajado al sur el día anterior por la mañana para visitar a los tres abogados de Taunton y ver qué información lograba sonsacarles. De camino, se había detenido en Casleigh con intención de reclutar a Gabriel, y se había encontrado con la ayuda no sólo de Gabriel sino de Alathea.
—Me quedé sorprendido —les informó Barnaby—. Los tres consintieron en hablar conmigo.
—Por supuesto. —Alathea cogió una galleta de la bandeja—. Ejercen la abogacía en la localidad. Perder el favor de los Cynster y los Morwellan sería como suicidarse laboralmente. —Alathea miró a Charlie—. Esgrimí tu título de una manera desvergonzada. —Sonrió ampliamente—. Has sido muy útil a pesar de no estar presente.
Gabriel y Charlie intercambiaron otra mirada.
Barnaby, sin embargo, seguía impresionado.
—Aunque no les contamos ningún detalle, los tres nos dieron voluntariamente toda la información que tenían sobre el cliente que había presentado la oferta de compra por el orfanato. —Miró a Charlie e hizo una mueca—. Como predijiste, los clientes eran compañías con domicilio en Londres.
—Todas parecen sospechosamente direcciones de abogados —apuntó Gabriel—. Todas están cerca de Inns of Court.
Charlie suspiró.
—Por la manera en que nuestro hombre lo tiene todo organizado, sugiero que reprimamos la tentación de investigar esas direcciones.
—Nos encontraríamos ante compañías ficticias —convino Gabriel—, o nos toparíamos con abogados menos dispuestos a colaborar.
Barnaby asintió con la cabeza.
—En especial cuando la comunicación entre los abogados y las compañías no tiene lugar en esas direcciones.
Cuando Charlie le miró con el ceño fruncido, Barnaby le brindó una amplia sonrisa.
—Aunque parezca mentira, nuestro extorsionador utiliza un agente. Un hombre de carne y hueso. Al parecer es de estatura media, con el pelo castaño, aunque medio calvo, y cara redonda; los rasgos comunes de un individuo sencillo y poco llamativo que ronda los treinta y cinco. Utiliza la ropa pulcra de los agentes de comercio. Es cuidadoso con las palabras y, definitivamente, no es un caballero.
Barnaby hizo una pausa, como saboreando una pequeña victoria.
—Los tres abogados nos dieron la misma descripción. En cada caso, nuestro hombre presentó sus credenciales como agente de la compañía pertinente. Discutió los detalles de la oferta y le ofreció a cada abogado una parte de sus honorarios como anticipo. Posteriormente, después de que la oferta hubiera sido rechazada, los abogados habían esperado informar a la empresa en la dirección que les habían dado, pero en las tres ocasiones el agente fue a verlos en persona, en uno de los casos incluso coincidió con el abogado cuando regresaba a Taunton tras hacer la oferta, así que los abogados le dieron la triste noticia directamente al agente.
—Un dato interesante —intervino Gabriel—. Los tres abogados no esperaban recibir el resto del pago convenido, pero se quedaron sorprendidos cuando el agente, al ser informado de su fracaso, les pagó igualmente.
Gabriel miró a Charlie.
—Quienquiera que esté detrás de todo esto no es un tunante de medio pelo, dada su manera de actuar. No intenta robar cada vez que puede… se concentra en un solo objetivo, pero por lo demás se comporta de una manera íntegra.
Charlie recordó a otros malhechores con los que se habían topado y asintió con la cabeza.
—No será fácil de identificar. Nadie le delatará.
—Lo que nos lleva al punto de donde partimos —dijo Barnaby—. La única manera que tenemos de atrapar a este hombre es por medio del orfanato de la granja Quilley.
Quince minutos más tarde, Charlie, Sarah y Barnaby estaban en el porche despidiendo a Gabriel y a Alathea. Volvían cabalgando a casa. Cuando Charlie acompañó a Sarah al interior, sonrió para sus adentros al recordar la mirada que había visto intercambiar a Alathea y a Gabriel, y la risita que habían soltado un instante antes de espolear sus caballos hacia el camino y salir cabalgando como alma que lleva el diablo.
Miró a Sarah y se dio la vuelta cuando Barnaby se excusó y se retiró para reparar los estragos que había sufrido su normalmente impecable persona tras dos días a caballo.
—Yo también tengo que marcharme —dijo el deán sonriendo, en medio del vestíbulo. Tomó la mano de Sarah y se la palmeó—. Me siento aliviado, querida, al ver que tanto el orfanato como tú contáis con unos defensores tan buenos. Informaré al obispo de la verdadera naturaleza de los sucesos acaecidos aquí. Nuestras oraciones estarán contigo. —Se despidió de Charlie con un gesto de cabeza—. Y con usted, lord Meredith. Es necesario encontrar y detener a ese malhechor.
Charlie asintió con la cabeza.
—Haremos todo lo posible para atraparle.
Un traqueteo de ruedas en el camino de entrada anunció la llegada del carruaje del obispo. Charlie y Sarah acompañaron al deán al exterior. Cuando subió al vehículo, volvieron al porche y se despidieron de él con la mano mientras el carruaje se alejaba.
Había un hombre a caballo al final del camino. Se echó a un lado y, al observar el emblema del coche, se inclinó respetuosamente mientras pasaba por su lado. Luego, con un movimiento de muñeca agitó las riendas y enfiló hacia el Park.
Charlie se volvió hacia Sarah, que le dirigió una mirada vacilante.
—Es Sinclair. —Hizo una mueca—. Sin duda es de fiar, pero cuantas menos personas conozcan nuestros planes mejor. ¿Te sientes con fuerzas para seguir actuando? Tendrás que mostrarte contrariada, ya que se supone que el deán ha sermoneado al personal del orfanato amenazando con cerrarlo.
Ella dejó caer los hombros.
—Me mostraré cansada, disgustada y sin querer hablar en absoluto del tema. —Apoyándose en el brazo de su marido, alzó la mirada hacia él—. Me quedaré lo suficiente para saludar al señor Sinclair, pues sería extraño que no lo hiciera, pero me retiraré con la excusa de un dolor de cabeza.
Con la mirada clavada en la cara de Sarah, Charlie dudó, luego murmuró:
—Me mostraré irritado y molesto, y diré que ya hablaremos de esto más tarde. En cuanto te hayas ido le contaré la visita del deán al orfanato. Si en realidad hubiésemos creído esas acusaciones, yo insistiría en que vendieras el lugar, que es lo que nuestro hombre espera oír. Malcolm comienza a ser conocido en los alrededores. Aunque no me gusta engañarle y utilizarle, puede ser un buen medio para dar a conocer nuestra reacción ante este último acontecimiento. Cualquiera que oiga una observación de él no imaginará que haya nada raro detrás.
Sarah asintió con la cabeza mientras Malcolm entraba al trote en el patio delantero.
—Sí, me parece una idea estupenda.
Y lo fue, y como Sarah pensó luego, ofrecieron una actuación excelente.
Cuando Sinclair se acercó, la joven esbozó una sonrisa forzada que ni siquiera le llegó a los ojos ni borró las líneas verticales entre sus cejas y le tendió la mano.
—Señor Sinclair.
—Condesa. —Él hizo una pequeña reverencia y la miró con preocupación—. ¿Se encuentra bien?
Sarah apretó los labios.
—Me temo que he recibido una… dolorosa noticia —reconoció. La joven le lanzó una mirada de reojo al rígido hombre que había a su lado. Charlie llevaba puesta su habitual máscara de impasibilidad, pero irradiaba desaprobación e irritación—. Yo… eh… —Levantando una mano se frotó la frente—. Si me disculpa, creo que me acostaré un rato. Estoy segura de que mi marido… —dijo lanzando una rápida mirada a su censuradora presencia— apreciará su compañía.
—Por supuesto, querida. —Bajo el tono ronco de Charlie se percibía la dureza del acero—. Sé cuánto te han disgustado las últimas noticias. Hablaremos de ello más tarde.
La última frase parecía contener una promesa que no presagiaba nada bueno. Sarah se despidió de Sinclair con un gesto de cabeza y luego, con los labios apretados y la cabeza y la espalda erguidas, se dirigió a las escaleras.
Mientras la observaba marcharse, Charlie contuvo el impulso de aplaudir. Sarah había interpretado el papel de «mujer ultrajada y frágil», a la perfección. Una mirada al ceño fruncido de Sinclair le confirmó que lo había convencido por completo. Charlie le indicó con la mano el camino a la biblioteca.
Sinclair caminó a su lado.
—Hummm, una visita del clero… ¿Ha sido el obispo el causante del malestar de la condesa?
Charlie reconoció que la pregunta no era demasiado correcta; no era lo que un caballero preguntaría en tales circunstancias. Aunque un poco molesto porque Malcolm hubiera mostrado el suficiente interés en Sarah como para preguntar algo que sin duda era de carácter privado, aprovechó la oportunidad que le ofrecía la pregunta.
Alargó la mano hacia la puerta de la biblioteca mientras fruncía el ceño, luego miró a un lado y otro del pasillo como si comprobara que no había nadie en los alrededores que pudiera escucharle; después invitó a Malcolm a entrar en la estancia antes de seguirlo y cerrar la puerta.
Charlie lo condujo a su escritorio.
—Me temo que la condesa no es consciente de que se está viendo involucrada en una… —apretó los labios y se hundió en la silla— desagradable situación en el orfanato. Por involucrada me refiero a la relación que tiene con el lugar, no a que esté personalmente envuelta en alguna fechoría.
—Por supuesto que no. —Malcolm se sentó en la silla frente al escritorio.
—El consejero del obispo vino a informarnos de un problema, un asunto que llegó a oídos del propio obispo y que involucra al personal del orfanato —continuó Charlie con voz brusca. Recogió una pluma y tamborileó con ella sobre el papel secante—. Creo necesario que la condesa se distancie del lugar y sé que ella estará de acuerdo conmigo una vez haya descansado y recuperado el equilibrio.
Malcolm frunció el ceño. Vaciló, luego dijo tímidamente:
—Según tengo entendido, su relación con el orfanato es de hace mucho tiempo, cuando lo heredó.
Charlie asintió bruscamente.
—Sin embargo, dadas las circunstancias, Sarah no dudará en buscar otra obra benéfica en la que emplear su tiempo y, después de todo, su madrina está muerta. —Intencionadamente, clavó la mirada en el papel doblado que Malcolm había sacado del bolsillo—. ¿El el boletín informativo sobre el consorcio Newcastle-Carlisle?
Malcolm miró la página parpadeando, como si hubiera olvidado que la llevaba en la mano.
—Ah… sí. Te lo he traído por si querías verlo. —Alargó la mano hacia el escritorio y le tendió la página a Charlie.
Charlie la cogió y la abrió. A partir de ese instante y durante el resto de la visita de Malcolm sólo se dedicaron a hablar de temas financieros.
Cuando Malcolm finalmente se levantó y se marchó, Charlie le siguió con la mirada suspirando para sus adentros. Se pasó la mano por la cara intentando deshacerse de los últimos rastros del desagradable y despreciable papel que le había tocado interpretar: Rígido, controlador, despiadado y cruel con tal de proteger su condado y su reputación, y dispuesto a pisotear los sentimientos de su esposa para alcanzar esa meta. Había dejado que Malcolm creyera que él era esa clase de hombre y, si bien todo era fingido, se sentía deshonrado. Casi culpable por asociación.
Quitándose ese sentimiento de encima, fue en busca de Sarah para asegurarse a sí mismo —y a ella— que él no era esa clase de marido.
Pasaron dos días antes de que sus esfuerzos dieran sus frutos bajo la forma de un abogado. En esta ocasión el hombre provenía de un bufete de Wellington. Sin dilación expuso ante los condes de Meredith lo que creía que era una oferta justa y más que generosa por la compra de la granja Quilley.
Charlie estaba sentado en un sillón de la salita de Sarah, luchando por ocultar una amplia sonrisa mientras observaba a su esposa. Ella estaba sentada en la chaise dándole al desventurado empleado del bufete una lección sobre cuál era la manera correcta de hacerle una oferta a una condesa por un terreno que dicha condesa poseía.
Una vez que redujo al empleado a meros balbuceos, cuando prácticamente lo tenía postrado ante sus delicados pies, la joven se dignó a coger los documentos con la oferta que él le tendía.
Sarah hojeó las páginas, observando la suma de dinero y la ausencia del nombre del cliente. La joven levantó la mirada y le indicó al abogado que saliera un momento.
—Espéreme en el vestíbulo. Me gustaría hablar de este tema con mi marido.
Aguardó a que Crisp, que estaba esperando en la puerta, acompañara al joven, que no dejaba de hacer reverencias, fuera. Luego le pasó los documentos a Charlie.
—No viene ningún nombre, pero la oferta es mayor que la última vez.
Barnaby, que había estado observando el jardín por la puerta-ventana, se acercó a ellos y leyó por encima del hombro de Charlie las páginas que su amigo iba pasando.
—Wellington… Está al norte de Taunton, ¿no es así?
Charlie asintió con la cabeza.
—A unos veinte kilómetros. —Tras acabar de leer la última página, le pasó los documentos—. Salvo por la falta de nombre, es una oferta bastante sencilla. —Levantó la mirada hacia Barnaby—. ¿Qué opinas? ¿Seguimos adelante con tu plan?
Barnaby asintió, levantando la mirada de los documentos. Se habían pasado horas discutiendo sus opciones… o la falta de ellas.
—Yo mismo le daré la respuesta a este abogado. Indudablemente no tendrá más información que los demás, pero si nuestro hombre sigue el mismo patrón de siempre, aparecerá el agente para conocer vuestra respuesta. Cuando lo haga, yo estaré allí. Seguiré al empleado del bufete, dejaré que se adelante por si acaso el agente se acerca a él por el camino.
Charlie estudió la cara de Barnaby.
—Ten cuidado.
Barnaby sonrió con dulzura.
—Lo tendré. —Miró a Sarah—. Tú también tienes que tener cuidado, y seguir fingiendo con respecto al orfanato. Con un tipo de esta calaña, uno que quizá tenga una apariencia perfectamente respetable, nunca se sabe cuándo él o alguien que él conozca te estará vigilando.
Sarah hizo una mueca, pero asintió con la cabeza.
—Si vas hasta Wellington, no podrás estar de regreso esta noche.
La dulce sonrisa de Barnaby se tornó más dura.
—No importa. Me quedaré en Wellington hasta que encuentre al agente.
Esa misma noche, Charlie yacía junto a Sarah en su mullida y cómoda cama, rezando porque Barnaby hubiera tenido éxito. En cuanto pudo se había deshecho de su papel autoritario, para convertirse en el mejor marido del mundo.
Tenía las cálidas piernas de Sarah enredadas con las suyas. La joven, exhausta tras el placer que acababan de compartir, se había acurrucado contra él y había acomodado la cabeza en el hueco de su hombro como si hubiera sido hecho para ella. Charlie la estrechó entre sus brazos; la satisfacción que sentía era como una droga que le recorría las venas.
El sabor de la inocencia se había transformado en otro sabor más puro y apasionado, incluso más adictivo. Y él quería asegurárselo para siempre, quería saber que siempre sería suyo.
Y haría cualquier cosa, literalmente hablando, para asegurarse de que así era.
Ese impulso —ese compromiso— chocaba de bruces con el papel que actualmente se veía obligado a interpretar.
La sensación de su adormecida esposa descansando confiadamente contra él sólo reforzaba su resistencia a fingir como lo había hecho los últimos días, cada vez que cualquier desconocido estaba presente. Sarah había avisado a la señora Duncliffe y a Skeggs para ponerlos al corriente de la visita del deán y asegurarles que el buen nombre del personal del orfanato permanecía intacto, por si acaso el especulador se le ocurría comenzar una campaña de difamación con la intención de presionarla aún más y conseguir que vendiera. Pero teniendo en cuenta la necesidad de mantener el secreto, no habían podido decirle a la esposa del vicario ni a Skeggs toda la verdad. De hecho, habían tenido que convencerles no con palabras, sino con hechos, de que Charlie insistía en privado en que Sarah se deshiciera del orfanato.
Nada más lejos de la realidad. O lo que era peor, el papel que había asumido Charlie exigía que se comportara de una manera que era totalmente contraria a sus deseos. A como quería, ahora y siempre, comportarse con ella.
A como sabía y aceptaba que tenía que comportarse si quería que su matrimonio funcionara.
Se habían reído juntos después de que la señora Duncliffe y Skeggs se hubieran ido. Como si sintiera la incomodidad de su marido, Sarah había sonreído y bromeado, quitándole importancia al asunto y aliviando las heridas emocionales que la escena les había infligido a los dos. Pero él no podía evitar sentir —de manera ilógica quizá— que incluso aquellos actos forzados traicionaban su amor.
Charlie se estremecía interiormente cada vez que pensaba en esa palabra en relación consigo mismo.
Lo que ilustraba a la perfección su acuciante necesidad de poner fin a esa charada, liberarse de la inesperada influencia de ese malhechor y así poder concentrarse en superar aquella arraigada reacción que le impedía confesarle su amor a Sarah. Poder demostrárselo a su esposa sin tener que tomar en cuenta cuándo y dónde estaban. Luchar contra las ideas que durante años habían prevalecido en su mente no era tarea fácil; todavía persistía la creencia de que el amor era una peligrosa emoción a la que dar rienda suelta.
Pero estaba resuelto a conseguirlo, a vencer y erradicar aquella atrincherada resistencia, y darle a Sarah y a su matrimonio lo que ambos necesitaban, no sólo para sobrevivir sino para prosperar.
Quizá si pudiera decir las palabras… Pero no podía, sabía que no podía. Eso marcaba un objetivo que él debía alcanzar.
Un pequeño objetivo, quizá, pero ¿acaso no decían los filósofos que si alguien se comprometía a algo de palabra tenía que cumplirlo? Eso era algo que valía para los negocios, ¿por qué no para el matrimonio?
Así que necesitaba hacer una declaración, algo real, algo que ella supiera que le salía del corazón. Palabras, las palabras correctas.
Estaba razonablemente seguro de que estas no eran: «¿Estás embarazada?». Si bien él sospechaba que podría estarlo, Sarah no le había dicho ni una palabra al respecto, y él no sabía si tenía derecho a preguntárselo, al menos todavía no. Quizá sería mejor esperar a que ella se lo dijera. Sospechaba que era una de esas cosas de mujeres sobre las que los hombres inteligentes fingían absoluta sorpresa.
Volvió a darle vueltas a la cabeza al tema de las palabras correctas, cavilando una y otra vez hasta que se quedó dormido.
Dos días después, mientras la tarde caía sobre las colinas, Sarah salió del orfanato a lomos de Blacktail para regresar a su casa, Morwellan Park. Sonrió al pensar en lo rápido que había comenzado a pensar en el Park, la casa de Charlie, como suya. Desde su primer día como condesa, había sentido que era así, como un guante que se ajustara a la perfección.
Ansiosa por regresar, agitó las riendas de Blacktail. Detrás de ella, Hills, el mozo de cuadra que Charlie había insistido en que la acompañara, le seguía el paso.
Había cabalgado hasta el orfanato sólo para ver cómo iban las cosas por allí, y asegurarse de que todos estaban bien y no había habido más accidentes, como así había sido. Todo el mundo lo achacaba al estricto nivel de vigilancia, la mejor manera de estar en guardia contra más ataques.
Charlie había querido acompañarla, pero Malcolm Sinclair había ido a verlo para hablar de algunos informes sobre inversiones que Charlie había prometido compartir con él. Aunque mantenían la charada ante Sinclair, Charlie se había quedado de mala gana. Saltaba a la vista que hubiera preferido mandar a Malcolm a freír espárragos y cabalgar con ella hacia el norte.
Sarah sonrió ampliamente recordando el momento, atesorándola en su corazón por todo lo que aquel gesto había significado para ella. El viento le echó el pelo hacia atrás; se rio y se inclinó hacia delante para palmear el cuello de Blacktail.
Sólo oyó un débil zumbido antes de que una punzada ardiente le atravesara la espalda.
Soltó un grito ahogado al sentirse desgarrada por el dolor. Se puso rígida, intentando respirar, ignorando la agonía creciente.
Escuchó un grito a su espalda… Hills. Las riendas de Blacktail se le deslizaron de las manos. El castrado continuó su galope. Algo había impactado en la espalda de la joven. A través del ardiente dolor podía sentir algo allí, clavado en ella, rebotando con cada paso de Blacktail. Agarrando con una mano las crines ondeantes del caballo, se aferró con fuerza a él, mientras con la otra mano se tanteaba la espalda, intentando saber qué la había golpeado. Palpó una especie de palo con plumas. El simple hecho de tocarlo hizo que soltara otro jadeo y le diera vueltas la cabeza.
Cuando volvió a abrir los ojos, vio sangre, húmeda y roja, en su guante. ¿Una flecha? Apenas podía creerlo.
Apresurándose para alcanzarla, Hills se puso a su lado.
—¡Milady!
Con la cara cenicienta, el mozo intentó coger las riendas de Blacktail.
—¡No! —gritó Sarah con voz ahogada—. No te detengas. Quienquiera que haya disparado todavía está por aquí.
Si no se hubiera inclinado hacia delante…
—Al Manor —dijo dejándose caer sobre el cuello de Blacktail. Tenía la voz débil, pero Hills la escuchó—. Déjale a su aire y me llevará allí.
Le costaba mantener los ojos abiertos, así que los cerró, aunque se obligó mentalmente a seguir el camino del caballo; Sarah había tomado esa ruta cientos de veces y se la conocía como la palma de su mano.
Supo cuándo Blacktail viró para coger el sendero que conducía al Manor. Notó el cambio de dirección cuando el caballo se salió del camino de herradura, más arenoso y recorrió los campos de su padre.
Luego llegaron al puente de madera que cruzaba el riachuelo; cada paso del caballo la sacudía. Sarah gritó, casi se desmayó, pero logró conservar la conciencia hasta que los guijarros resonaron bajo los cascos de Blacktail y este se detuvo en el patio de los establos del Manor.
El caballo resopló y echó la testuz hacia atrás.
Sarah oyó gritos, llamadas, una confusión de voces; luego sintió unas manos firmes pero suaves que la bajaban del lomo del caballo.
Suspirando, se dejó llevar y se hundió en una profunda oscuridad.
Repantigado en un sillón ante la chimenea de la biblioteca, Charlie estudió a Malcolm —que estaba sentado en otro sillón frente a la lumbre leyendo los boletines informativos de inversiones bursátiles que Charlie había recibido de Londres— y deseó que se diera prisa en leerlos. Aunque eso era algo que ya no tenía demasiada importancia. Desplazó la mirada a las ventanas y vio que estaba atardeciendo. Sarah volvería pronto. De hecho —frunció el ceño mentalmente— ya debería estar en casa.
¿Habría habido algún problema en el orfanato?
Charlie se removió, mirando de reojo el reloj. Eran casi las cuatro. Sarah ya debería haber regresado. Quizá ya había regresado y no se le había ocurrido pasarse por la biblioteca a saludar.
Frunció aún más el ceño interiormente. Sin duda, Sarah sabría que él querría saber que había vuelto… No podía creer que al menos no se pasara a verle para decirle que todo iba bien.
Lo embargó el impulso de levantarse y averiguar si había llegado a casa, y en caso contrario, ir a buscarla al orfanato y descubrir qué la había retrasado, Pero Malcolm seguía siendo una fuente de información valiosa, y él había prometido explicarle las complejidades de la banca de inversiones a cambio de los profundos conocimientos de Malcolm sobre la financiación del ferrocarril.
Pasaron otros dos minutos en silencio. Charlie preparaba las palabras para excusarse un momento e ir a averiguar si Sarah había vuelto a casa cuando el sonido de unos pasos apresurados resonó en el pasillo fuera de la biblioteca.
Tanto él como Malcolm se volvieron alarmados hacia la puerta cuando esta se abrió de golpe.
Crisp irrumpió en la estancia, había llegado corriendo por el pasillo; Charlie estaba de pie antes incluso de que el mayordomo empezara a hablar.
—Milord, es lady Sarah. Hills acaba de llegar diciendo que le han disparado cuando regresaba a casa desde el orfanato.
Un frío desolador oprimió el corazón de Charlie.
—¿Le han disparado? —gritó mientras corría hacia la puerta.
Crisp se volvió hacia él.
—Según Hills le han disparado una flecha, milord. Está seguro. La han herido en la espalda. Ocurrió frente al Manor, y es allí donde está. Se desmayó justo cuando llegaron, milord, pero su padre dijo que la herida no es grave.
Charlie ya corría por el pasillo. Entonces recordó, se detuvo y se volvió. Y vio a Malcolm siguiéndole los pasos con la cara pálida y la expresión tan desencajada y horrorizada como la de él.
Malcolm le hizo un gesto brusco para que siguiera.
—¡Vete! No te preocupes por mí.
Charlie no esperó más, se giró y corrió hacia el establo.
A lomos de Tormenta, Charlie enfiló hacia el norte campo a través, tomando la ruta más rápida hacia Conningham Manor y Sarah.
Cinco minutos más tarde, Malcolm Sinclair abandonó Morwellan Park por el camino principal. También se dirigía al norte a lomos de su castrado negro, pero sin salirse del camino.
Sarah despertó ante la caricia suave y tranquilizadora de la mano de su madre apartándole el pelo de la frente. El dolor ardiente de la espalda había disminuido, casi desaparecido. Ahora era más parecido al dolor producido por un arañazo.
Abrió los ojos y parpadeó. Estaba tumbada de lado con la cabeza en el regazo de su madre. Levantó el cuello con cuidado y se incorporó lentamente, notando que tenía un vendaje en la espalda por debajo de la blusa.
—Despacio, cariño. —Su madre la ayudó a levantarse. Cuando Sarah finalmente se incorporó y se sentó, la soltó—. Ya está. —Miró al otro lado de la habitación—. Señorita Twitterton, ¿podría pedirle a la cocinera que envíe ahora ese caldo de pollo?
Sarah movió la cabeza y descubrió que ya no le daba vueltas. Sintiéndose lo suficientemente estabilizada en el familiar asiento junto a la ventana de la salita de atrás, Sarah miró a su alrededor y vio desaparecer las faldas de Twitters por la puerta, y a Clary y a Gloria, las dos con los ojos muy abiertos, mirándola impaciente desde el otro lado de la estancia. Parecía como si tuvieran cientos de preguntas en la punta de la lengua. Antes de que decidiesen cuál de las dos preguntaba primero, Sarah miró a su madre.
—¿De verdad me dispararon una flecha?
Su madre asintió con la cabeza mientras apretaba los labios.
—Una flecha de ballesta. Como las de tu padre. Pero no hay ninguna razón para que alguien utilice esa arma fuera de temporada.
Sarah intentó tocarse la espalda, pero hizo una mueca al estirar la piel y el músculo.
—No es necesario que te toques. —Su madre le cogió la mano y se la apartó de la espalda—. Por suerte, el doctor Caliburn estaba aquí hablando con tu padre. Limpió la herida y dijo que no era demasiado profunda. —Le dio una palmadita en la mano, luego la soltó y cogió aire, que expulsó lentamente—. Dijo que habías tenido mucha suerte.
Al oír el temblor contenido en la voz de su madre, Sarah se obligó a esbozar una sonrisa y le apretó la mano.
—Estoy bien, de verdad.
Y lo estaba, siempre y cuando ignorara la punzada dolorosa de su espalda. Desvió la mirada hacia la ventana y vio que estaba anocheciendo.
—¿Qué hora es?
—Poco más de las cuatro. Evidentemente mandamos a nuestro mozo de cuadra para que avisara a Charlie. —La madre de Sarah sacudió la chaquetilla y los restos de la blusa que su hija había llevado puesta—. Podemos lavar y arreglar la chaqueta, pero la blusa está inservible. La que llevas puesta es de Clary.
Sarah bajó la mirada hacia la fina blusa que la cubría y luego le brindó a Clary una sonrisa.
—Gracias.
Clary hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No tiene importancia. ¿Qué sentiste? Me refiero al clavársele la flecha.
—¡Clary! —recriminó lady Conningham mirando a su sanguinaria hija con un ceño severo.
Pero Sarah sonrió ampliamente y dijo:
—Fue como una punzada ardiente.
—Ya basta, chicas. —Lady Conningham interrumpió a Gloria cuando intentaba decir algo, frunciendo aún más el ceño. En ese momento Twitters reapareció llevando una bandeja con un tazón de la famosa sopa de pollo reconstituyente de la cocinera.
—Necesitas recuperar fuerzas —le dijo la diminuta gobernanta mientras depositaba la bandeja en la mesita que habían colocado delante de Sarah—. Sin duda el conde llegará dentro de poco y no querrás desmayarte otra vez.
Ocultando una sonrisa ante el ingenio de Twitters, que siempre sabía qué argumento emplear para salirse con la suya, Sarah cogió la cuchara y comenzó a tomar la sopa.
Jamás se había desmayado antes, pero para su sorpresa descubrió que sí necesitaba tomar algo para recuperar las fuerzas.
Justo cuando dejaba la cuchara junto al tazón vacío, el sonido de cascos sobre la grava atrajo la atención de todas hacia el patio, donde vieron a Charlie bajar de un salto de la silla de montar y correr hacia la puerta principal.
Lady Conningham miró a Sarah con el ceño fruncido.
—¿Te encuentras lo suficientemente bien para ponerte en pie?
La joven se puso en pie con cuidado. Twitters se apresuró a apartar la mesa con la bandeja. Salvo una punzada de dolor en la espalda, Sarah no se encontraba mal. No se mareó. Reanimada por la taza de caldo de pollo, se sentía relativamente bien.
—Me encuentro bien.
Y quería irse a casa. Con su madre y Twitters revoloteando a su alrededor como gallinas cluecas, y Clary y Gloria presionándola para que contara cada sangriento detalle, el Manor podía ser confortable pero ya no era su hogar.
Esa certeza cristalizó en su mente mientras la puerta de la salita se abría de golpe, con tal violencia, que casi golpeó a Clary que, con un grito agudo, la consiguió atrapar.
Charlie no pareció oírla. Parado en el umbral, miraba a Sarah con ojos ardientes y ensombrecidos, que le recorrieron el cuerpo, examinando cada mínimo detalle desde la cabeza a los pies. Cuando terminó la miró directamente a los ojos. Con la misma dolorosa intensidad le escrutó la cara, los ojos, la expresión.
—¿Estás bien?
Sorprendida —algo anonadada incluso— de verle tan alterado, de que mostrara abiertamente las crudas y desnudas emociones en su rostro, de que las exhibiera sin tapujos ante su madre, Clary, Gloria y Twitters, Sarah se estremeció mentalmente y se apresuró a brindarle una sonrisa mientras le tendía las manos.
—Tengo una pequeña herida en la espalda y una autoridad competente me ha dicho que es poco más que un arañazo profundo.
Charlie masculló algo que Sarah creyó interpretar como: «¡Gracias a Dios!». Luego cruzó la estancia en dos zancadas, la tomó de las manos para acercarla a su cuerpo y la rodeó suavemente con los brazos. Teniendo mucho cuidado de no tocarle la herida, le rozó con los dedos el vendaje que le cubría la espalda bajo la blusa.
—Hills me ha dicho que te dieron debajo del omóplato —le murmuró contra el pelo.
Sarah no podía creer lo reconfortante que era su calidez, cuánto la aliviaba sentir aquella fuerza rodeándola.
Oyeron que alguien se aclaraba la garganta y Charlie alzó la cabeza y se giró, pero sin soltar a Sarah.
—Quizá —dijo su madre— deberíamos trasladarnos a la salita de estar.
Sarah supo exactamente en qué momento Charlie se dio cuenta no sólo de que llevaba el corazón en la mano, sino que lo agitaba para que todo el mundo lo viera. Se puso rígido. Los brazos que la rodeaban se tensaron, pero no se aflojaron; no la soltó ni la apartó de él.
Sarah le cogió de la manga y tiró de ella. Cuando Charlie bajó la mirada, Sarah les habló tanto a él como a su madre.
—En realidad preferiría emprender el viaje de regreso al Park antes de que anochezca.
—No creo que… —dijo su madre.
—Por supuesto. —Charlie interrumpió a la madre de Sarah sin vacilación—. Le pediré prestado el carruaje a tu padre.
Sosteniéndole la mirada, Sarah hizo una ligera mueca.
—Será más cómodo para mí montar a Blacktail. Así no tendré que sufrir el traqueteo del carruaje y podremos dirigirnos a casa campo a través y no por los duros caminos.
Charlie frunció el ceño. Por el rabillo del ojo, Sarah vio que su madre volvía a abrir la boca para protestar, pero se detuvo y la cerró a regañadientes.
—Muy bien, sólo si estás segura de que estás lo suficientemente bien para ir a caballo. —Charlie todavía tenía el ceño fruncido, pero su mirada se había vuelto distante. Sarah supo que estaba planificando el regreso, luego centró su atención en ella y asintió con la cabeza—. Pero si vamos a volver a casa a caballo tenemos que salir de inmediato.
Charlie se volvió hacia la madre de Sarah y la tranquilizó con su habitual encanto, asegurándole que su pollito estaría en manos seguras.
Sarah ocultó una amplia sonrisa. A él no le gustaría saber que era su anterior y preocupada reacción por lo sucedido lo que su madre encontraba más tranquilizador, que era eso lo que había hecho que cerrara la boca cuando su padre y ella los acompañaron al patio de los establos.
Charlie subió a Sarah a la silla de montar. No se apartó de su lado hasta asegurarle los estribos y observar cómo la joven se recogía las faldas y tomaba las riendas. Sarah parecía lo suficientemente fuerte, pero se movía con rigidez, y él supo que ella quería irse a casa.
Y eso era algo que él no pensaba discutir.
Charlie se dio la vuelta y le estrechó la mano a lord Conningham, luego se subió a lomos de Tormenta. Hizo que el enorme caballo de caza se pusiera al lado de Blacktail y se despidió del resto de la familia de Sarah con la cabeza. Cruzaron lentamente el arco de los establos ante Clary y Gloria, quienes sonreían radiante y alentadoramente, y luego tomaron dirección sur.
Al principio fueron al trote, luego Sarah puso a Blacktail a medio galope. Charlie le siguió el paso hasta que coronaron la primera colina y quedaron fuera de la vista del Manor.
—Frena. —Charlie observó cómo Sarah, que había permanecido en silencio desde que abandonaron el patio de los establos de su padre, le obedecía.
Cuando Blacktail se detuvo, ella giró la cabeza y lo miró con las cejas enarcadas.
Él detuvo a Tormenta a su lado, luego acercó el enorme caballo gris al costado de Blacktail. Cogió las riendas de la mano de Sarah y estiró los brazos hacia ella.
—Ven aquí.
Sarah permitió que la tomara por la cintura y la alzara para sentarla delante de él en la silla. Que no emitiera una sola protesta le indicó a Charlie que había tenido razón: La herida no era tan grave como para no poder montar a caballo, justo lo que ella había dicho.
—Estoy bien —murmuró ella mientras él le acomodaba las piernas y las faldas antes de reclinarla contra su pecho.
—Cierto, pero así te dolerá menos. Apóyate en mí.
Él ató las riendas de Blacktail a su silla de montar, luego la rodeó con un brazo y la estrechó contra su cuerpo. Cogió las riendas de Tormenta y se pusieron en marcha.
Acunada entre los brazos de su marido, protegida por el cuerpo de Charlie contra cualquier sacudida o movimiento brusco, Sarah se fue relajando poco a poco. Con un suspiro apoyó la cabeza contra su hombro.
Charlie relajó la mandíbula, que había mantenido apretada. Algo en su interior se liberó. Le rozó el pelo con los labios.
—El mozo que envió tu padre me dijo que tu vida no corría peligro, pero no sabía lo grave que era la herida y Hills tampoco supo decírmelo.
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Luego alzó una mano y le acarició la mejilla.
—De verdad, estoy bien.
Charlie asintió con la cabeza, luego respiró hondo y dejó salir el último resto de aquel miedo oscuro que lo había atenazado.
—Cuéntame qué pasó.
Sarah guardó silencio por un momento. Él sintió que tenía el ceño fruncido cuando le respondió:
—En realidad, no lo sé. Iba a caballo, acababa de dejar atrás las colinas. Había cruzado el puente del riachuelo, así que fue un poco después. Me incliné hacia delante, palmeé el cuello de Blacktail y entonces… sentí que me golpeaba la flecha.
—Hills me dijo que no vio a nadie, pero que estabais mucho más adelante del punto en que ocurrió cuando miró hacia atrás.
Sarah asintió con la cabeza.
—Yo iba al galope y dejé caer las riendas, así que Blacktail siguió al mismo paso.
Charlie no hizo más preguntas. No le gustaba nada la dirección que estaban tomando sus pensamientos. Quería reflexionar sobre ellos antes de compartirlos con nadie. Tormenta y Blacktail conocían el camino al establo, así que abrazó a Sarah y dejó que su mente y todos sus sentidos se tranquilizaran ante la realidad de que ella estaba sana y salvo, y con él. Todavía con él.
Malcolm Sinclair no tiró de las riendas al llegar a su casa alquilada en Crowcombe, sino que siguió adelante, hacia el norte, a la costa.
Con los labios apretados y el semblante sombrío, urgió a su caballo negro a subir la cuesta a Williton.
—Ten paciencia —masculló con los dientes apretados—. Sé discreto. ¡Y el tonto va e intenta matarla! ¿Qué demonios cree que está haciendo?
No había nadie a su alrededor que pudiera oírle ni, mucho menos, contestarle. Dejándose llevar por la furia que le embargaba, azuzó a su caballo.