Capítulo 16

PERO Sarah no pudo expulsar aquella posibilidad de su mente.

La tarde del sábado se dirigió de nuevo a la rosaleda. Era un lugar tranquilo y aislado, sin nadie que pudiera verla paseando de un lado para otro ni la oyera mascullar de vez en cuando. En su salita siempre cabía la posibilidad de que Charlie, Crisp o cualquiera de los lacayos o criadas que pasaban por allí la viera y se preocuparan por ella más de lo que ya lo estaban.

Desde que se le había ocurrido aquella horrible idea el día anterior, había estado distraída, inquieta, intentando convencerse a si misma de que los accidentes y las ofertas de compra por el orfanato no estaban relacionados. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no había tenido éxito.

Por fin, se había dado por vencida y ahora trataba de decidir qué hacer… a quién podía recurrir para pedirle consejo. ¿A su padre? A pesar de conocerla bien, lo más probable es que pensara —como una parte de ella seguía haciendo— que estaba viendo fantasmas donde no los había y preocupándose sin razón alguna.

¿A Gabriel Cynster? Con su historial en los negocios sin duda aceptaría que algo así pudiera ocurrir, pero él no la conocía muy bien, y cuando le hablara de los accidentes y sus sospechas podría parecerle un poco histérica. Y, ciertamente, se preguntaría por qué hablaba con él y no con Charlie.

Con lo cual sólo había una conclusión y era contárselo todo a su marido. Si no lo había hecho antes era porque pensaba que podía encargarse ella sola del asunto del «fantasma». Desde entonces las cosas habían ido de mal en peor, pero Charlie no había vuelto a preguntarle al respecto, y sus palabras de que no estaba interesado en el orfanato todavía resonaban en la mente de la joven, todavía herían sus sentimientos. Así que Sarah había evitado decirle nada; aunque él sabía que había algo que la preocupaba, no sabía qué era.

Y quería saberlo. De hecho parecía atormentado por no saber qué pasaba.

Sarah hizo una mueca. Con los brazos cruzados, se dio la vuelta y desanduvo el camino. Si entraba en la biblioteca y le pedía su opinión sobre los problemas que habían surgido en el orfanato, tendría de inmediato toda la atención de su marido. Charlie no mencionaría sus anteriores palabras, ni tampoco las de ella. Todo sería terriblemente educado, pero también muy poco satisfactorio.

Aquello era una estupidez. En el dormitorio, no había barreras entre ellos —ni la cuidadosa cautela de Charlie ni la irritación de Sarah—, ninguno de los dos podía negar lo que sucedía allí dentro, no importaban cuáles fueran sus sentimientos, ni las reglas del amor… No importaba nada de eso en absoluto. Pero en cuanto abandonaban la habitación, se levantaba un muro entre ellos, y ella todavía no había encontrado la manera de sortearlo ni de atravesarlo.

Sarah quería derribarlo, sacudir sus cimientos hasta que cediera y se viniera abajo sin que fuera posible para Charlie volver a reconstruirlo. Todavía no sabía cómo lograrlo, pero darle una salida a la reciente actitud protectora de su marido sin que este reconociera que tal proteccionismo estaba allí, dolorosamente presente, porque él la amaba, le parecía una mala idea. De esa manera nunca conseguiría avanzar en su relación.

Si ella hiciera tal cosa, él se daría cuenta y se aferraría a ello como prueba de que su plan —el impenetrable muro que levantaba cada día— podía funcionar. Y no podía hacerlo, no debía hacerlo, pero él era un hombre y casi tan terco como ella.

No obstante, si no buscaba la ayuda de su marido —ayuda que él debería y podría darle—, ¿qué ocurriría si ella tenía razón? ¿Si los accidentes y las ofertas por el orfanato estaban vinculados?

—¡Maldita sea!

Sarah se detuvo, debatiéndose entre su deber para con el personal y los niños del orfanato y tener que tragarse su orgullo e ir a pedirle ayuda a Charlie ya, ahora, antes de que ocurriera algo más, antes que alguien más resultara herido. Sí, pedirle ayuda perjudicaría sus objetivos personales, pero Sarah era terca, más terca que él incluso y, con el tiempo, conseguiría que Charlie cambiara de actitud.

Apretó los dientes y cogió aire mientras levantaba la cabeza para mirar hacia la biblioteca. Un movimiento en el otro extremo de la terraza, cerca de la salita, captó su atención.

Era Barnaby Adair, que venía de los establos.

Todo lo que ella había escuchado sobre Barnaby cruzó como un relámpago por su mente… Todo lo que Charlie le había dicho, todo lo que Jacqueline, Pris y los demás habían comentado de él. Las preguntas de Penelope. No se dio tiempo a cuestionar su juicio, simplemente le llamó y le hizo señas con las manos.

Él la oyó y luego la vio. Cuando Sarah se recogió las faldas y corrió hacia él atravesando el césped, Barnaby se detuvo y la espero.

—Sarah. —Le tomó la mano que ella le ofrecía y se inclinó sobre ella.

Haciendo caso omiso de cualquier formalidad, la joven se aferró a su mano.

—Necesito tu opinión sobre un asunto… es algo urgente. ¿Puedes dedicarme unos minutos?

La aguda mirada de Barnaby buscó la de ella.

—Todos los que necesites.

Ella señaló su salita.

—Ven, sentémonos.

Al entrar, Sarah le indicó que tomara asiento en la chaise. Ella permaneció de pie delante de la chimenea. Se apretó las manos y cogiendo aire, dijo:

—Soy dueña de una granja, la granja Quilley, a las afueras de Crowcombe, hacia el norte. Sólo consta de una casa y algunos campos, no demasiado grandes, pero suficiente para un orfanato. —Con brevedad, le explicó que la había heredado de su madrina, luego continuó—: A principios del mes pasado, vino a verme al orfanato un abogado con una oferta de un cliente anónimo que quería comprarme la granja, y que yo rechacé. Las cosas parecieron quedarse ahí, pero más tarde, después de casarnos, Charlie recibió una oferta similar. Quienquiera que desee comprar la granja dio por sentado que el título le pertenecía a él en virtud de nuestro matrimonio, pero no es así. Lo recuperé inmediatamente por medio de los acuerdos matrimoniales.

Barnaby seguía con los ojos azules clavados en su rostro y una expresión de absoluta concentración. Asintió con la cabeza a las palabras de la joven con los labios apretados en una línea tensa.

—¿Y qué pasó después?

—Luego… —Sarah respiró hondo— empezaron a ocurrir los accidentes.

Sarah comenzó a pasearse por la estancia, describiéndole concisamente todos los incidentes.

—Y es por ello que las cosas son cada vez más complicadas. No puedo creer, como cree el personal del orfanato, que esos accidentes sean obra de algún perturbado. Después de eso… —Sarah dejó de pasear y clavó la mirada en Barnaby— vino a verme otro abogado ayer por la mañana. Charlie no estaba y él había preguntado específicamente por mí. Traía otra oferta por la granja que era incluso mayor que la primera, tan generosa que él mismo admitió que era absurda. Era un hombre arrogante y despótico, pero antes de rechazar la oferta exigí saber el nombre de su cliente. Me dijo que era información confidencial.

Barnaby había demostrado ser un buen oyente, pero cuando Sarah hizo una pausa y lo estudió, se dio cuenta de que tenía los ojos como platos y se había erguido en el asiento; su mirada azul se había vuelto distante como si estuviera viendo algo que ella no podía.

Entonces él parpadeó y la miró directamente a los ojos.

—Ah, lo siento. Es sólo que… —De nuevo se le nublaron los ojos y se le perdió la mirada—. Has dicho que el orfanato está hacia el norte, ¿verdad? Es decir en el valle entre Watchet y Taunton, ¿no?

Sarah frunció el ceño.

—Sí.

Barnaby se puso repentinamente en pie, tan bruscamente, que ella dio un paso atrás. Él levantó las manos en un gesto tranquilizador.

—Espera un momento.

Sarah se dio cuenta de que estaba poseído por una excitación intensa y vibrante, que hasta se le entrecortaba la voz.

—Tengo que comprobar algo con Charlie. No te muevas de aquí… volveré dentro de un momento… Entonces decidiremos qué hacer.

Atónita, Sarah lo vio abandonar la salita a toda prisa. Oyó el resonar de sus pasos en el pasillo, y el abrir y cerrar de la puerta de la biblioteca.

—Bueno. —La joven se quedó mirando la puerta de la salita durante un rato, luego se acercó a la chaise. Barnaby le había dicho que no se moviera de allí, pero no que tuviera que esperar de pie.

Sentado en el escritorio de la biblioteca, Charlie clavó los ojos en la pluma que sostenía entre los dedos. La tinta se había secado en la punta. Sobre el papel secante había un sucinto e incompleto resumen de todo lo que había aprendido con Malcolm Sinclair sobre el mundo financiero de las compañías ferroviarias. Había comenzado a escribirlo para hacer algo útil, para distraerse de lo que se veía incapaz de hacer: Ayudar a Sarah en lo que fuera que la estuviese preocupando.

El hecho de no poder hacerlo —de seguir en aquella extraña situación sin poder proteger a su esposa como todos sus instintos le impulsaban a hacer— sólo le provocaba una constante inquietud. Su incapacidad de actuar iba contra lo que era, contra el hombre que sabía que debería ser.

Sobre todo, contra el hombre que quería ser.

Lo único que había conseguido apartando a Sarah —y todo lo que sentía por ella— de su lado era que la joven lo hubiera excluido de su vida. Algo que él no había previsto, ni había considerado siquiera. No había pensado que se sentiría aislado de algo que, ahora sabía, era de vital importancia.

Con los dientes apretados, dio golpecitos en la página con la punta de la pluma dejando pequeños puntos emborronados. Eso —su vida tal y como la había planeado— no funcionaba. Se había equivocado por completo, demasiadas emociones pesaban sobre él. Tenía que cambiar las cosas, pero ¿cómo?

No tenía ni idea. En especial cuando, en ese caso, él estaba atado de pies y manos y, pese a todo, era incapaz de permitir que el amor entrara libremente en su vida.

Oyó el sonido de unos pasos apresurados junto a la puerta un segundo antes de que Barnaby entrara bruscamente en la habitación. Un Barnaby transformado. Charlie parpadeó ante el rostro resplandeciente de su amigo mientras se acercaba apresuradamente al escritorio.

—Acabo de hablar con Sarah. Dime, ¿es cierto? —Apoyándose en el escritorio, Barnaby clavó los ojos en Charlie lleno de excitación—. Después de tanto investigar, apenas puedo creer que haya estado delante de nuestras narices todo este tiempo. Jamás podríamos encontrar una oportunidad mejor que esta para atrapar a nuestro especulador.

Una fría oleada atravesó a Charlie. Miró a Barnaby fijamente sin comprender lo que había querido decir, pero con una certera premonición helándole lentamente la sangre en las venas.

Al ver el desconcierto de su amigo, Barnaby hizo una breve pausa, luego continuó:

—Quizás he sacado una conclusión precipitada. ¿Es esa granja un objetivo? ¿Es crucial para la construcción de la línea del ferrocarril?

«¿Qué granja?». Pero Charlie lo sabía. Lentamente, dejó la pluma en el escritorio.

—La granja Quilley.

Barnaby notó el extraño tono de voz de su amigo; intentó leer su expresión, pero fracasó.

—Sarah acaba de contarme lo de los accidentes. Todo me hace sospechar que nuestro especulador está detrás de ellos, y teniendo en cuenta las ofertas de compra por la propiedad…

—¿Ofertas? ¿En plural?

Barnaby asintió con la cabeza y apretó los labios.

—Pero hay que comprobar si la granja está ubicada en una zona crucial para la futura construcción de la línea del ferrocarril. ¿Es así?

A Charlie le costó trabajo reprimir sus emociones lo suficiente para poder pensar. Respiró hondo. El control que tenía sobre sus sentidos era muy frágil, pero Charlie conocía la zona y su topografía. Tardó sólo un minuto en determinar la ubicación de la granja.

—Sí. —Apretó los labios—. Totalmente. Una vez que esté en marcha la línea entre Bristol y Taunton, sería lógico continuar hasta Watchet; es una mina de oro comercial. Y el valle donde está la granja es… La propiedad incluye una franja de tierra por donde podría pasar el ferrocarril.

Con la cabeza ya en otro sitio, Charlie se levantó, se acercó a una cómoda y abrió el último cajón.

—Échale un vistazo al mapa. Más allá de Crowcombe el terreno asciende bruscamente y no queda espacio para meter curvas. La línea del ferrocarril tendría que comenzar a subir antes, por la ladera anterior a Crowcombe, al sur de la granja, para proseguir por la franja de terreno que te decía, atravesando los campos hacia el norte. Ese sería el mejor recorrido.

Sacó un enorme plano del cajón, lo desenrolló y lo extendió sobre el escritorio.

—Trazando una línea a lo largo del valle, podrías llegar hasta Crowcombe, pero no más allá.

Barnaby alisó el plano y se inclinó sobre él.

—No queda más remedio que comprar la granja.

Charlie no se molestó en asentir con la cabeza. Situó la granja en el mapa.

—Si me perdonas un momento…

No esperó respuesta, no le importaba lo que Barnaby pensara. Lo único que sabía cuando abrió la puerta de la biblioteca era lo que él sentía. Una especie de horror diferente que no podía compararse en nada que hubiera sentido antes, seguido muy de cerca por una furia ciega.

Sentada en la chaise, Sarah cavilaba sobre la abrupta salida de Barnaby cuando oyó que se abría la puerta de la biblioteca y, acto seguido, el sonido de pasos apresurados acercándose a la salita.

Reconoció las zancadas de Charlie un instante antes de que este apareciera en la puerta. Aunque su marido la taladraba con la mirada, la distancia era aún demasiado grande para leerle la expresión. Charlie vaciló, luego se dio la vuelta y, con deliberada lentitud, con todo el control que poseía, cerró la puerta doble.

Una oleada de inquietud recorrió la espalda de Sarah, impulsándola a erguirse en su asiento. Pero en vez de eso, se negó a dejarse intimidar y se reclinó en la chaise, observando cómo su marido se acercaba a ella.

Charlie cruzó la estancia con paso lento y deliberado. Se detuvo ante la chimenea y bajó la mirada hacia ella.

Sarah estudió su pálido y rígido rostro; cada línea, cada plano parecía inclemente y duro. Pero su expresión, por una vez, no era impasible; era tensa, casi torturada.

Su mirada atrapó la de ella y la sostuvo. Charlie respiró hondo antes de hablar:

—Acabo de enterarme, por Barnaby, de que ha habido una serie de accidentes en el orfanato. Y de que has recibido más ofertas de compra por la propiedad, ofertas que sospechas que podrían estar relacionadas con los accidentes. —Charlie le sostuvo la mirada con dureza—. En resumen, crees que, como propietaria del orfanato, eres el blanco de un extorsionador que pretende obligarte a vender.

Sarah no dijo nada, sólo le observó.

De repente, los ojos de Charlie llamearon.

—¿Por qué no me lo has dicho? —Aquel grito atormentado le salió del alma—. ¡Eres mi mujer! —continuó gritando mientras caminaba de un lado para otro de la estancia—. Es mi deber protegerte… Hice votos ante Dios para honrarte y defenderte. ¿Cómo voy a hacerlo si ni siquiera me entero cuando alguien te está amenazando?

Charlie le lanzó una mirada furiosa. Ella mantuvo la calma por fuera. Por dentro, su temperamento estaba a punto de estallar, aunque encontraba intrigante el estallido de su marido. Charlie jamás perdía la calma.

—Sabes que esos accidentes son muy serios… llevas semanas preocupada por ellos. Y aun así no me has dicho nada. Te pregunté, pero no, decidiste dejarme a un lado. —Los ojos de Charlie eran mi turbulento mar de emociones. Tenía los músculos tensos y sus gestos eran bruscos—. Pero en cuanto viste a Barnaby te faltó tiempo para ir a contarle tus problemas.

Charlie se llevó la mano al pelo y se despeinó su corte elegante mientras soltaba un gruñido. Sarah observó fascinada cómo se agarraba un mechón y tiraba con fuerza antes de soltarlo bruscamente. Su marido se giró con violencia y volvió a caminar, deteniéndose delante de ella con una ardiente mirada llena de emociones desnudas.

—Me has ocultado todo esto a propósito. —La voz de Charlie no había aumentado de volumen, pero sí de fuerza torturada—. Te negaste a decirme lo que tenía derecho a saber. Lo que necesitaba saber.

Charlie se atragantó. Sus ojos relampaguearon.

—¿Por qué?

Era una exigencia furiosa, una súplica torturada.

Mirándolo directamente a los ojos, Sarah comprendió, por fin, lo que Charlie quería decir. El dolor oscurecía sus ojos azules, un dolor provocado por lo que no podía evitar sentir. Era real, a Sarah no le cupo duda.

Pero ella no estaba dispuesta a aceptar ni la más mínima pizca de culpa.

—¿Me preguntas por qué? —Con esfuerzo, Sarah mantuvo el tono neutro con la mirada clavada en los ojos furiosos de su marido—. Porque me dejaste muy claro que el orfanato era sólo asunto mío, que no era responsabilidad tuya, que no estabas interesado ni querías tener ninguna relación con él. Me dejaste bien claro que el orfanato formaba parte de mi vida personal, no de la tuya.

Sarah titubeó, luego continuó hablando:

—¿Acaso no es eso lo que llevas semanas diciéndome… justo desde que nos casamos? Que no querías saber, que no querías que te molestara con nada, que no querías que te incluyera en mi vida. ¿No era eso lo que querías?

Al ver que la mirada de Charlie se vaciaba de toda expresión y al percibir su repentino desconcierto, Sarah se detuvo; luego, sin dejar de mirarlo a los ojos, añadió en voz muy baja:

—No te lo dije porque creí que no querías saberlo.

Charlie no apartó la mirada, no le ocultó lo que ella vería en sus ojos, aunque por la evidente tensión de sus músculos Sarah supo el esfuerzo que eso le costó.

Sin embargo, permaneció quieto, mirándola, y Sarah vio aparecer la primera grieta en el muro que había levantado su marido. La vio crecer. Vio cómo toda la edificación se tambaleaba, se resquebrajaba y caía, hasta que entre ellos dos no hubo barrera alguna.

Por un momento, reinó un silencio absoluto; luego él suspiró profunda y dolorosamente, y acercándose al sillón que había frente a ella se dejó caer sin dejar de mirarla.

Sin barreras, sin escudos.

—He cambiado de idea.

Dijo las palabras en voz baja pero llena de emoción. Sarah sabía que no sólo se estaba refiriendo al orfanato.

Charlie se recostó lentamente en el sillón con la mandíbula tensa, con los ojos aún fijos en ella.

—Sobre todo. Sobre nosotros. Pero ahora debemos concentrarnos en el orfanato. Del resto… hablaremos más tarde.

Era una pregunta. Charlie esperaba su respuesta, su conformidad. Reconociendo que el repentino y radical cambio de su marido lo había dejado conmocionado, inseguro, y a pesar de todo dispuesto y hablar de las emociones que existían entre ellos, y sabiendo que aún era media tarde y que Barnaby estaba en la biblioteca, sin duda impaciente por reunirse con ellos, Sarah asintió con la cabeza.

Charlie soltó el aliento con algo más de calma.

—Háblame de los accidentes. Y de las ofertas.

Ella lo hizo, rápida y concisamente. Charlie estaba más familiarizado con la situación que Barnaby, así que no le llevó demasiado tiempo.

Cuando terminó, Charlie la estudió por un momento antes de decir:

—Lo que tú no sabes es… —Sucintamente, le contó la misión de Barnaby.

No tuvo que explicar la conexión, por la mirada entornaba de Sarah supo que la había visto de inmediato. Le explicó las distintas opciones que habían barajado, y el detallado resumen de las finanzas del ferrocarril que le había sonsacado a Malcolm mientras Barnaby y Gabriel se concentraban en identificar las parcelas que podrían ser objetivo del extorsionador por su probable ubicación en la futura línea entre Bristol y Taunton. Al final, concluyó con seriedad:

—Al parecer no íbamos tan desencaminados, sólo que mirábamos en la dirección contraria. —Miró hacia la puerta—. Deberíamos llamar a Barnaby; le he dejado estudiando un mapa en la biblioteca. —Volvió a mirar a Sarah.

Las noticias sobre el especulador y sus pasadas fechorías la habían alarmado. Su esposa había visto la necesidad de centrar la atención en el orfanato, de pensar en cómo protegerlo. Sarah asintió con la cabeza.

—Es la hora del té. Podemos tomar algo mientras hablamos.

Levantándose, Charlie tiró del cordón de la campanilla. Cuando Crisp apareció en la puerta, Sarah ordenó que trajera el té mientras Charlie le pedía a un lacayo que avisara a Barnaby.

—Dile que traiga el plano.

Diez minutos más tarde, los tres estaban sentados alrededor de una mesita baja que colocaron entre la chaise y el sillón para extender el plano encima.

Tras confirmar que la granja Quilley sería de vital importancia para cualquier enlace ferroviario entre Taunton y Watchet y que, por consiguiente, su extorsionador estaría con toda seguridad detrás de las ofertas y de los accidentes, Barnaby les habló de las investigaciones que había llevado a cabo hasta la fecha.

—Montague aún no ha descubierto nada, pero le gustó tu sugerencia de buscar el origen del capital… dice que ya sabe cómo obtener algunas respuestas. Gabriel y yo hemos investigado varias propiedades que podrían interesar al especulador entre Bristol y Taunton pero no encontramos ninguna prueba de que haya extendido sus redes por allí.

Hizo una mueca.

—Al parecer no estábamos siendo tan previsores como deberíamos, pero como la línea entre Londres y Bristol apenas está en proceso y el tramo entre Bristol y Taunton no se construirá hasta mucho después, ¿quién habría imaginado que nuestro hombre estaría interesado en una línea que tardará tanto tiempo en ver la luz?

—Tú lo has dicho. —Charlie bajó su taza—. Es cauteloso. A menos que fueras un transportista local o alguien consciente del crecimiento gradual de la región, no habría ninguna razón para imaginar que se construirá una línea entre Taunton y Watchet. Los imperativos comerciales no son tan evidentes, ni mucho menos.

—Es alguien precavido y listo. Y muy bien informado —refunfuñó Barnaby.

Se recostaron en sus asientos, tomaron el té y discutieron sobra lo que sabían de ese hombre, y cómo podrían averiguar todavía más.

—No creo que los abogados vayan a decirnos quién es.

—Dejadme eso a mí. —Apoyando un pequeño cuaderno de notas en la rodilla, Barnaby anotó los nombres de los tres abogados—. Son todos de Taunton. Es interesante que hiciera cada oferta por medio de un abogado distinto.

—Es menos arriesgado de esa manera que mostrar ante los abogados, que son de la localidad, un inusitado interés por una propiedad sin ningún valor aparente. —Charlie hizo una mueca—. Incluso aunque lograras sonsacarle algo, es muy probable que detrás de esa oferta haya un nombre diferente, incluso el nombre de una compañía en vez de una persona.

—Cierto. —Barnaby levantó la mirada—. Pero alguien tuvo que contratar a los abogados, ya fuera por carta o en persona. Y probablemente han tenido que rendirle cuentas a la misma persona. Eso podría darnos alguna pista.

—Quizás. Entretanto… —Charlie buscó la mirada de Sarah— nosotros nos ocuparemos de la seguridad del orfanato. Y esperaremos el siguiente paso de nuestro especulador.

Cuando Charlie siguió a Sarah al dormitorio esa noche, estaba lejos de sentirse satisfecho con la situación, aunque no podía hacer otra cosa que resignarse, pues sabían que habían hecho todo lo humanamente posible. El rechazo de la última oferta había dejado la pelota en el tejado del extorsionador. Ahora debía ser él quien tomara la iniciativa.

Habían pasado la tarde con Barnaby y, durante la cena y la tertulia posterior, habían considerado qué medidas tomar para proteger el orfanato y a sus ocupantes. No era una tarea sencilla. Cuando Sarah había sugerido diversas acciones, Barnaby se había puesto serio y le había señalado que esa podía ser su única oportunidad de atrapar al malhechor, alguien que ya había matado varias veces y cuyos planes eran cada vez más arriesgados. Con una apuesta tan alta, no debían dar ningún paso que pudiera advertirle de sus intenciones si el especulador tenía el más mínimo indicio de que le vigilaban, de que esperaban descubrir su juego, interrumpiría sus planes y desaparecería sin dejar rastro.

A fin de cuentas, había un montón de sitios y una infinidad de líneas de ferrocarril por construir. Si no conseguían atraparlo allí, no había muchas posibilidades de que volvieran a dar con él.

Sarah, cuya principal preocupación eran los niños y el personal del orfanato, había aceptado a regañadientes. Por su parte, Charlie estaba desolado. Permitir que aquellos que él consideraba bajo su protección estuvieran expuestos a ese tipo de riesgos no le sentaba nada bien.

Tras cerrar la puerta del dormitorio y quedar los dos solos, Charlie se detuvo, observando cómo Sarah se acercaba lentamente, todavía absorta en sus preocupaciones, hasta la única ventana que no tenía las cortinas corridas y por la que se veían el lago y los jardines iluminados por la tenue luz de la luna. Una vela en el tocador y el fuego de la chimenea eran las únicas fuentes de luz de la estancia.

Charlie estudió a través de las sombras danzantes la delgada figura de su esposa, el gesto regio de cabeza, los suaves tirabuzones castaño claro que le caían sobre la nuca. Y una vez más sintió la realidad de que era suya.

Y recordó, vivamente, todo lo que había sentido antes… Todo lo que había tenido que relegar a un rincón de su mente para poder pensar con claridad e idear un plan con Barnaby y con Sarah para atrapar al malhechor y proteger al orfanato. Y lo había conseguido, pero…

Aún se estremecía de horror. Hasta ese momento en la biblioteca, cuando las revelaciones de Barnaby habían desgarrado el velo que le cubría los ojos, no se había dado cuenta de lo tonto que había sido. Se había convencido a sí mismo de que su deber hacia el condado estaba por encima de todo, pero, en realidad, no tenía deber más sagrado, más fundamental en su vida, que el que le debía a Sarah.

Había irrumpido en la salita dominado por tantas emociones que no había sabido cuál de ellas imperaba sobre todas las demás —rabia, miedo, rechazo, dolor—, presa del pánico por haber creado una situación en la que su esposa había corrido peligro sin que él hubiera sido consciente de ello. Cuando ella le había formulado aquella pregunta: «¿No era eso lo que querías?», se había quedado paralizado, enfrentado al resultado de su cobardía emocional. A las emociones que había estado conteniendo.

Pues era eso lo que había estado haciendo, consciente e inconscientemente. Pero ya no podía engañarse por más tiempo.

Sarah era el centro de su vida, de todo lo que quería, de todo lo que necesitaba; ahora lo sabía. Ella era el origen de todo, de la familia, de sus herederos, de la vida familiar que había deseado durante toda su vida y que siempre había dado por sentado que tendría. Por esos motivos y más, ella era la piedra angular de su hogar.

La dueña de su corazón.

Había sido él quien la había puesto ahí y luego había intentado negarlo.

Pero ahora, finalmente, lo entendía. En su mente veía a Alathea sonriendo. Casi podía sentirla dándole una condescendiente palmadita en la mejilla.

Sarah todavía estaba delante de la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad. Preocupada por el orfanato y, quizá, preguntándose por ellos. Por él. Charlie había necesitado la tregua que ella le había dado esa tarde para ponerse en pie de nuevo, tiempo para asumir sus vertiginosas y convulsivas emociones y aclararse. Por ese motivo, él le debía… eso.

Charlie se movió y atravesó la estancia lentamente. Se detuvo al lado de ella, hombro con hombro. Deslizó las manos en los bolsillos y se quedó mirando la misma oscuridad que ella.

—Sobre nosotros… y todo lo demás…

Sarah le miró y esperó.

Charlie no le devolvió la mirada, sino que siguió mirando por la ventana; el tenue reflejo de la cara de su esposa se reflejaba en el cristal.

—Sé qué cometí un error y que te hice daño, y no tengo palabras para decirte lo mucho que lo siento. Pero lo hecho, hecho está, y no puedo reescribir el pasado. Sin embargo, si estás de acuerdo conmigo, si aceptas, me gustaría empezar de nuevo. —Hizo una pausa, apretó los dientes y luego continuó—: Volver a intentarlo.

Ella desvió la mirada de la cara de Charlie al cristal de la ventana, buscando allí sus ojos como si se reflejara en un espejo. Esperó.

Él estudió la cara y cogió aire.

—Tengo… tengo problemas, dificultades para manejar y acostumbrarme a lo que hay entre nosotros. No me gusta y me resisto a cualquier cosa que pueda hacerme perder el control. Lo que ha crecido entre nosotros… lo que ocurre todas las noches sólo confirma lo poderoso que es lo que siento por ti. Por eso he luchado contra ello.

Charlie hizo una pausa como si buscara las palabras adecuadas para lo que tenía que decir. Sarah le sostuvo la mirada a través del reflejo del cristal. «No más engaños». Él sintió una opresión en el pecho. Apretó los dientes y siguió:

—Ignorar mis instintos. Darle la espalda a mis temores y aceptar lo que siento por ti… no me resulta fácil. Acostumbrarme a ello será todavía peor, pero reconocerlo abiertamente y dejarme llevar… —Volvió a coger aire sin dejar de sostener la mirada de su esposa—. Eso será todo un reto. Puedo arreglármelas dentro de esta habitación, pero fuera de aquí…

Sin dejar de mirar los ojos de Sarah, Charlie se obligó a continuar:

—Sé lo que quieres, pero no puedo prometerte que me reforme de inmediato. Lo único que puedo prometerte es que lo intentare. Y que lo seguiré intentando… siempre y cuando sea eso lo que tú quieres.

Sarah parpadeó varías veces para aclararse los ojos. Jamás había esperado oír tales palabras —tal admisión— por parte de su marido. ¿Había cambiado él o lo había hecho ella? ¿Quizás habían cambiado los dos?

Charlie la estaba observando, esperando. Sin previo aviso las palabras de la gitana resonaron en la mente de Sarah.

«Es complicado». Por supuesto.

«Será decisión suya, no de él».

Sarah había pensado que la gran decisión que había tenido que tomar era aceptar o no la propuesta de matrimonio de Charlie, pero quizá fuera esta la auténtica decisión, ahora que sabía cómo era él, que lo conocía, ahora que habían dejado caer todos los velos y los dos sabían qué era lo que querían el uno del otro, y eran sinceros acerca de lo que ofrecían a cambio.

Sarah tomó aire y asintió con la cabeza sin dejar de mirar su reflejo.

—Sí, eso es lo que quiero… Lo que siempre he querido. Pero… —Él había sido sincero, más de lo que había esperado, y ella tenía que serlo a su vez—. Probablemente te estaré vigilando. No porque espere lo peor, sino porque no estoy segura.

Charlie entrecerró los ojos.

—No confías en mí —dijo tras un momento.

Ella arqueó las cejas.

—Te confío mi vida, pero mi corazón…

Él le sostuvo la mirada durante un largo rato, luego curvo los labios y bajó la vista.

—Quizás… —Esperó a que él volviera a levantar la mirada y buscara sus ojos en el cristal—. Quizás esa sea la verdadera piedra angular de nuestro matrimonio. La confianza. Que yo confíe en que no volverás a equivocarte, a pesar de algún lapsus ocasional, y no vuelvas a reincidir y dejarme de lado. De que hieras mis sentimientos. Estar segura de que, pase lo que pase, no volverás a comportarte así. Y que tú confíes en que yo nunca utilizaré lo que hay entre nosotros para intentar controlarte, para obligarte a hacer lo que no quieres. Quizás eso es lo que necesitamos, tener confianza el uno en el otro.

Él le sostuvo la mirada durante un largo rato, luego se giró hacia ella.

Sarah hizo lo mismo.

Charlie alargó los brazos y tomándole el rostro suavemente entre las manos, se lo alzó hacia él para mirarla directamente a los ojos.

—Quizá.

Luego bajó la mirada a los labios de Sarah y esta sintió cómo palpitaban en respuesta. El tiempo de hablar había pasado. Él inclinó la cabeza y ella se puso de puntillas para recibir el beso.

Un beso que fue como pura ambrosía para dos hambrientos. Los dos estaban necesitados, ávidos de obtener una confirmación tras aquella intensa agitación emocional. Los dos se necesitaban el uno al otro más que nada en el mundo.

Dejaron caer la ropa al suelo como pétalos esparcidos a su alrededor, como velos descartados. Se tocaron la piel desnuda. Se rozaron y acariciaron con los labios. Lentamente. Con suaves suspiros que muy pronto se convirtieron en gemidos entrecortados.

La llama de la vela titiló; la pálida luz de la luna se derramó sobre ellos cuando él la alzó en sus brazos, y ella le rodeó la cintura con las piernas, cuando la bajó hacia él y la llenó por completo.

Se movieron juntos con los labios fundidos, con los cuerpos unidos y ese poder que siempre surgía entre ellos, y se rindieron a él. Se dejaron envolver por él. Los atravesó y los rodeó.

Charlie la alzó y la bajó lentamente. Sarah se aferró a él y lo soltó, para volver a agarrarlo con más fuerza. Saboreando cada instante como sabía que él hacía. Saboreando el placer de su marido a través del beso y sin ocultar el suyo.

Durante unos momentos se comunicaron sin palabras en la penumbra, él, ella y aquel poder que los embargaba, que los vinculaba, que los unía.

Hasta que el deleite se convirtió en placer, y el placer en pura pasión. Hasta que el deseo los atrapó y los fundió, hasta que explotaron y cualquier pensamiento racional desapareció de sus mentes.

Hasta que aquella potente explosión creció y los envolvió, los acosó y derribó, los espoleó y, entonces, los destruyó, los hizo pedazos y los rompió, dejándolos expuestos al placer que les atravesaba las venas.

Que llenaba de dicha sus corazones.

Finalmente la oleada cesó. De alguna manera fueron tambaleándose hasta la cama y cayeron sobre ella. Sarah se giró hacia Charlie y apoyó la cabeza en su pecho. Sintió que él tiraba de las mantas y cubría sus cuerpos húmedos; luego la rodeó con sus brazos.

Charlie yacía boca arriba, relajado; los únicos músculos que aún seguían tensos eran aquellos con los que estrechaba a Sarah contra su cuerpo.

Sarah sonrió, besó el cálido músculo que tenía bajo los labios. Estaba a punto de dejarse llevar por el sueño cuando él le dio un beso en el pelo.

—No has comprendido lo que te he dicho. No me preocupa lo que tú puedas hacer, sino lo que yo podría hacer bajo la influencia de un poder que jamás seré capaz de controlar.