Nada se gana azotando al caballo medio muerto. En otras palabras, no fastidiaré llevando esta historia a un final muy detallado pues mis queridos y cariñosos lectores tienen inteligencia e ideas propias y su dinero no estaría bien gastado si les insultara tratándolos como niños. No estamos jugando al ludo, sino al ajedrez y, como todos saben, no es nada raro en un jugador de ajedrez que estudia varias jugadas por anticipado, reconozca que el resultado es completamente inevitable y abandone entonces la partida. Las mismas consideraciones pueden aplicarse a este libro.
Por lo tanto, sólo diré que cuando Thrupp recuperó su equilibrio, partió para Nutbridge un coche-patrulla conducido por el propio Inspector Jefe, con el posadero a su lado y el Padre Brazenose y yo atrás. Llegamos a aquella pequeña ciudad y encontramos el edificio del hospital. Luchamos para abrirnos paso, entre la amenaza de los periodistas, hasta que estuvimos delante de la Nurse Pauline Staples y, después de ella, de una directora de labios apretados que me permitió entrar de puntillas a una pequeña sala muy higiénica y espiar por una mampara a la persona inconsciente tendida en la cama. Era, por cierto, Felix Sherry, y fue para mí una sorpresa ver la bondad con que el tiempo le había tratado, pues parecía muy poco mayor que cuando le vi por última vez. Sus mejillas habían perdido la lozanía femenina de la juventud y, lo mismo que su frente, mostraban surcos elocuentes de las vicisitudes por las que había pasado. Además, aun para mi ojo experto, parecía estar muy gravemente enfermo. Supe después que sufría largos y graves períodos de delirio y que habíamos tenido suerte de verle en un momento de tranquilidad.
El jesuita me siguió y confirmó mi identificación. Luego pasó el posadero, que no vaciló en reconocerlo como la Felicity Vine que se había inscrito en la Silver Martlets pocos días antes. El reconocimiento de Thrupp era, por supuesto, una simple fórmula.
Cuando todos nos retiramos y nos reunimos en la sala de guardia, apareció un médico para averiguar a qué se debía el alboroto y quedó muy turbado con lo que Thrupp le dijo sobre su paciente desconocido. Luego sacudió lentamente la cabeza.
—No hay esperanzas —declaró con certeza—. Será un asesino, un extorsionista o lo que ustedes quieran, pero jamás se presentará en este mundo ante un tribunal. Le doy cuarenta y ocho horas de vida; setenta y dos, a lo sumo. En realidad me sorprendí mucho de encontrarle vivo todavía esta mañana. Tal vez recobre el conocimiento antes del fin, aunque no lo creo probable, y si esto ocurriese yo no daría demasiada importancia a lo que diga.
—De todos modos —dijo Thrupp, sombrío— arreglaré para que haya alguien cerca, para en caso de que pueda hacer una declaración. Virtualmente, él está ahora arrestado.
El médico se encogió de hombros.
—Usted debe hacer lo que considere conveniente, Jefe Inspector, pero dudo mucho que consiga algo.
Después de una llamada a la comisaría local para dar las instrucciones necesarias, regresamos pensativos a Fulkhurst. Insistimos para que el Padre Brazenose se quedara a compartir nuestro almuerzo.
—¿Qué proyectos tiene usted, Roger? —preguntó Thrupp al terminar la comida—. ¿Se va a quedar para el entierro?
Yo había reflexionado sobre este punto durante todo el viaje de regreso a Nutbridge.
—Creo que no —contesté lentamente—. No creo que pudiera soportarlo. La misma Clemency comprendería por qué. Tampoco soportaría tener que hablar con Orgill, y me parece que será mejor para ambos si estoy lejos. Mañana debo estar en mi puesto en la Oficina, y si permaneciese aquí significaría robar un día a expensas de un compañero, cosa que todos tratamos de evitar siempre que podemos. Por supuesto que si la Policía insiste en que me quede, como «testigo importante» o lo que fuere, tendré que quedarme. Pero, francamente, preferiría irme.
—Creo que tiene razón —asintió Thrupp—. Pueden necesitarle dentro de quince días para la próxima indagatoria. Todo dependerá de hasta qué punto sea indispensable aclarar el pasado de Clemency. Le aseguro que haré cuanto pueda para evitar que le llamen. De cualquier modo, sé dónde hallarlo. Si Sherry recobra el conocimiento y puede hacer cualquier clase de declaración podremos aclarar todo sin mezclarlo a usted. Aun si no lo recobra, puede ser únicamente necesario que muestre la carta que Clemency le escribió y diga algunas palabras sobre su anterior amistad con ella.
—No faltaré a mi deber —dije—, pero cuanto menos tenga que intervenir, más contento estaré. De todos modos creo que me iré esta tarde. ¿No me considerará insociable, Padre, si me escapo tan pronto después de volver a encontrarle? Me encantaría tener una verdadera charla amistosa con usted, mas por el momento…
—Mi querido amigo, usted hace perfectamente bien en irse —dijo el jesuita—. Es natural que lamente perderlo en seguida, pero, por otra parte, espero estar aquí, en Fulkhurst, hasta el fin de mis días y tengo esperanzas de que nos veamos más a menudo en el futuro de lo que nos hemos visto en el pasado. Confío verle aquí cuando esté dispuesto a hacerme una visita y todo esto quede concluido.
Asentí.
—Vendré, desde luego, y cuando esta maldita guerra haya terminado, usted tendrá que ir a pasar una temporada en Merrington con Barbary y conmigo, si las Hermanas pueden privarse uno o dos días de usted. Entretanto, ¿no se olvidará de Clemency?
—De ningún modo, Roger. Puede contar conmigo.
—Le llevaré hasta la ciudad —me ofreció Thrupp mirando el reloj—. Debo movilizar a Scotland Yard para averiguar el pasado de Sherry, en caso de que muera sin recuperar el sentido. Considero que puedo aducir la urgencia del caso y la escasez del servicio de trenes en domingo como excusa para ir en automóvil. Lo dejaré en Paddington, luego seguiré a Scotland Yard y regresaré aquí mañana por la mañana. Vamos, despachemos pronto.