17

Cuando por fin regresé a la posada encontré a Thrupp en un estado muy distante de su carácter normalmente equilibrado. Además de parecer fastidiado por mi ausencia y deseoso de que volviera, estaba insultando al desgraciado y acongojado posadero con una acritud de la que yo no le hubiese creído capaz.

—¡Usted merece que lo fusilen! —le oí gritar al pobre hombre cuando entraba yo al salón—, o por lo menos que le quiten la licencia y vaya a parar a la cárcel por uno o dos años. ¡Maldito sea! ¿Se imagina usted que estos reglamentos se hacen para diversión o que simplemente son fastidiosas exigencias burocráticas? ¡Oh! Aquí está usted, Roger. ¿Dónde diablos se ha metido todo este tiempo? ¿Por qué todo el mundo tiene que…? Escuche, Roger. Cuando se anotó anoche, ¿alguien le pidió su cédula de identidad?

Le miré sorprendido.

—No, pero debí firmar el libro de huéspedes y llenar un formulario.

—¡Que el Diablo fría el libro de huéspedes y corrompa el formulario! —gritó Thrupp (o palabras por el estilo)—. No me diga que usted es un grandísimo tonto capaz de pensar que los libros de huéspedes y los formularios pueden sustituir a su cédula de identidad. ¿Qué puede evitar que usted se anote como Ichabod Dripanitch de Chipping Sodbury o cualquier otro nombre que se le ocurra? Qué impedimento…

Lo interrumpí sorprendido:

—¿Qué pasa Thrupp?

—¿Qué pasa? —Creí que Thrupp iba a estallar—. Qué ha pasado, querrá usted decir, aparte de que a este imbécil le han tomado el pelo. ¡Oh lárguese! —gritó al posadero que, agradecido, giró sobre los talones y se retiró—. Más tarde me ocuparé de usted —le lanzó el detective.

Me hundí en un sillón, intrigado con lo que ocurría y pasó un minuto entero antes de que Thrupp pudiese aplacar su ira para decírmelo.

—Disculpe, Roger; pero este barrigón, inepto y negligente, me saca completamente de quicio —dijo al rato—. En realidad no pasa nada. Es sencillamente la muy vieja historia de los posaderos que son demasiado haraganes para hacer lo que se les manda. —Rió—. Estrictamente, no tengo en qué apoyarme porque ese reglamento de que los huéspedes deben presentar sus cédulas de identidad no ha tenido por objeto prestar ayuda a una investigación criminal, sino simplemente es una medida de tiempo de guerra para tener el control de los extranjeros y de los indeseables. En realidad, es una violación ofensiva de la libertad del individuo. No obstante, persiste el hecho de que si se hubiese observado el reglamento como se debía, ahora yo tendría el caso ganado. Podré todavía conseguirlo, pero…

—Cuénteme —le rogué.

Thrupp resopló.

—Usted firmó anoche ese maldito libro de huéspedes —refunfuñó—. ¿Supongo que no se le ocurriría observar ninguno de los otros nombres?

Oculté una sonrisa entre mi barba.

—Lo hice —contesté amistosamente—. Una gran coincidencia, ¿no?, que Felix Sherry…

—¡Qué! —Thrupp estalló como un cohete—. ¡Santo Dios que estás en los cielos! ¿Usted lo observó y no tuvo el decoro de decirme una palabra?

—Usted tiene ojos en su cabeza, ¿no es así? —dije—. Y usted se inscribió unos días antes que yo. Cuando anoche leí aquel nombre Felicity Vine no me dio a entender a mí más de lo que a usted cuando lo vio. Sólo esta mañana se ha hecho la luz al ir a la Iglesia como buen cristiano, en vez de revolcarme en una pereza pagana como usted insidiosamente me incitaba a hacerlo. Y he vuelto tan de prisa como he podido, con la esperanza de darle una sorpresa. No entiendo cómo ha llegado usted a descubrirlo.

Thrupp, azorado, se alisó la ceja y tomó un puñado de periódicos dominicales de una mesa próxima. Escogió una hoja extraordinariamente nutrida y señaló una noticia en una de las páginas interiores. Decía:

SENSACIÓN EN EL> HOSPITAL DE SUSSEX:

UNA «MUJER» HERIDA ERA HOMBRE.

Un descubrimiento sensacional efectuado por una joven enfermera en el Cottage Hospital de Nutbridge (Sussex) ahonda el misterio para identificar a una de las personas heridas el viernes por la mañana, en el accidente del Southern Railway, cuando el tren de pasajeros de las 7 y 14 de Lewes a Haywards Heath se estrelló contra un tren de mercancías estacionado cerca de la estación de Nutbridge.

Por fortuna, el tren de las 7 y 14 avanzaba prudentemente debido a la niebla y nadie murió. De las siete personas que fueron conducidas al Cottage Hospital, a tres se les permitió retirarse después del tratamiento para conmociones. Una sola de las cuatro retenidas, una «mujer», bien parecida, de unos treinta y cinco años, ha sido herida de gravedad. «Ella» estaba sin conocimiento cuando la ingresaron y se teme que tenga graves heridas internas además de una fractura de pelvis.

La hermosa muchacha Pauline Staples, enfermera empleada en el hospital, declaró a nuestro periodista: «Al principio ninguna de nosotras teníamos idea de que la “mujer” accidentada fuese un hombre. Sólo lo noté cuando “la” estaba metiendo en la cama. El roce de una pluma me hubiese hecho caer cuando me aseguré…».

Anoche, a última hora, la identidad del herido, aún inconsciente, era todavía un misterio. No se encontró ningún documento de identidad; los únicos indicios son una cigarrera grabada F. S. y la primera página de una carta que empieza: «Querido Felix…». Desgraciadamente la carta no revela el nombre ni domicilio del remitente.

Las investigaciones continúan. Entretanto el estado del paciente misterioso es considerado muy grave.

—Foxy lo encontró —dijo Thrupp cuando yo dejé el periódico—. Anoche le hice una reseña de su historia y el nombre de Felix quedó grabado en su memoria dándole que pensar. Me mostró la noticia con cierta timidez y me hizo notar que se puede ir a pie de aquí a Lewes y que la fecha coincidía. Tengo costumbre de no adelantarme a conclusiones, pero este dato era demasiado tentador. Según las leyes de probabilidades conocidas, si Felix Sherry, disfrazado de mujer, había estado a tan corta distancia de la casa de Clemency Orgill la misma noche en que fue muerta, debe de haber tenido algo que ver con ello. Se ve a las claras. De otra manera, la coincidencia hubiese sido intolerable. Y entonces se despertó mi subconsciente y recordé a aquella Felicity del libro de huéspedes. Evidentemente, Felix, disfrazado de mujer, es igual a Felicity. Pedí a gritos el libro, vi el apellido Vine lo más exacto para sugerir «Sherry». El único problema era que, con los reglamentos de defensa existentes, ¿cómo puede un hombre disfrazarse de mujer cuando se hospeda en una posada? Al llegar aquí, Foxy y yo mostramos nuestras credenciales y entonces no hubo cuestión de cédulas de identidad. Pero después, cuando pregunté al posadero si él había examinado la cédula de identidad de esta mujer, el muy tonto me informó despreocupadamente que a él «¡no le van estos reglamentos recién inventados!». En otras palabras, le dejó hacer de las suyas. No satisfecho con esto, el imbécil llegó a más y trató de disculparse con el argumento de que, aunque esta Felicity Vine se inscribió aquí y reservó una habitación, nunca la ocupó. ¡Dios mío!, ¿qué me dice usted a esto? En verdad, Roger, sobrepasa mi entendimiento cómo esta mentalidad confusa ha podido formalmente referir a Foxy ese cuento increíble de que Vine le había preguntado el camino para Putticks Farm Camp saliendo en esa dirección, sin que él haya pensado mencionar el hecho insignificante de que ¡ella jamás volvió aquí! Usted puede imaginarse que debió pensar que bastaba ese solo punto para llamar la atención de la Policía, ¿no es así?, aunque ciertamente no felicito a Foxy por no haberlo descubierto él. De todos modos, en esto estamos. Está tan a la vista como la nariz de su cara que Felix Sherry estuvo aquí, en Fulkhurst, el jueves por la noche y seguramente es responsable de lo ocurrido a Mrs. Orgill. Sin embargo, no podemos estar seguros hasta que hayamos ido a Nutbridge a ver a ese «paciente misterioso». Usted me dirá si es Sherry y también debemos llevar al posadero para que compruebe si es la misma persona que se inscribió aquí el jueves.

—Bueno, ¿por qué este dolor de cabeza? —dije—. Después de todo sólo significa una pequeña demora. Por una parte, usted debe estarle agradecido a este posadero por haber descuidado sus obligaciones, pues si hubiese pedido la cédula de identidad de Felicity, ella, evidentemente no hubiera podido mostrársela; entonces no se habría inscrito aquí ¡y jamás la hubiésemos descubierto! Animo, muchacho. Usted debe darse cuenta de que las cosas marchan muy bien. Una visita a Nutbridge lo va a confirmar. Entretanto, he encontrado un testigo de primer orden que le tranquilizará por adelantado. No hay una sombra de duda de que Sherry estuvo aquí aquella noche y de que preguntó el camino para High Seneschals. Le digo, Thrupp, que el caso está resuelto.

—¿Preguntó el camino para High Seneschals? —repitió con incredulidad—. ¡Dios mío! ¿A quién se lo preguntó y cómo supo esa persona quién era él?

—Se lo preguntó al Padre Peter Brazenose, S. J., antes miembro del IPSO y ahora capellán del convento del camino —repuse—. Espera verle en cuanto usted pueda. Está cojo a causa de una fiebre reumática; de otra manera hubiese venido personalmente.

Thrupp me contempló por un momento con atención. Luego, con una mirada triste en sus ojos, hundió la cabeza entre las manos y gimió. Por los movimientos de sus hombros parecía que sollozaba.

—No puedo soportarlo —le oí lamentarse—. No puedo soportarlo…