Si no fuese por las restricciones del tiempo y del espacio, podría seguir recordando incidentes y episodios por largo tiempo, pero seré compasivo y económico. Cuanto más pienso en aquellos días, más reconozco la relación entre hechos que parecían carentes de vinculación y sin ningún fin común. Puedo ver ahora que el bosquejo ya había sido trazado, pero entonces sólo estaba bordado de una manera eventual y fragmentaria. Todavía no daba indicios de la tapicería terminada.
Nada sensacional ocurrió. El llamado tiempo frío cayó sobre Ghadarabad, y la vida social, muy artificial en esa estación, volvió a tomar su curso. No me divertía mucho y me alegraba bastante estar de gira quince días por mes. Por lo general, Neville Bourdon se tomaba las quincenas alternadas. De este modo, rara vez estábamos juntos en casa y le veía muy poco. Tampoco veía mucho a Clemency, pero cuando yo estaba en los cuarteles, me preocupaba de que hiciese su paseo diario montando a Buggins y, ocasionalmente, la acompañaba al club. Ella también continuó visitándome una o dos tardes por semana y continuábamos manteniendo conversaciones superficiales que no tocaban nada en particular. Todo aumento de intimidad entre nosotros era puramente psicológico e intangible.
Después del último episodio, hubo algo muy parecido a un retroceso. La revelación implícita de que Clemency tenía un amigo que le escribía cartas subrepticias a mi oficina levantó inevitablemente una barrera imaginaria entre nosotros, que detuvo el progreso de nuestra amistad. Ella nunca me proporcionó ningún dato sobre la identidad de su corresponsal, y, por supuesto, nunca lo averigüé. Estrictamente hablando, yo no tenía la seguridad de que se tratara de un hombre, aunque la deducción era inevitable. Las cartas fueron menos frecuentes de lo que había pensado. Rara vez llegaban más de dos o tres por mes, término medio, por lo cual, no parecía ser un asunto muy apasionado. Este hecho tendía más a excitar mi curiosidad que a apaciguarla.
Quizás yo había mentido al decir a Clemency que no me «sorprendía» su revelación. En teoría, la idea no tenía nada de sorprendente porque hay una propensión a que tal cosa ocurra, cuando una joven no es feliz en su matrimonio (como era el caso) y las exigencias de la vida en la India la obligan a pasar más de seis meses del año separada de su esposo, a quien no ama. No obstante, me asombré, sin duda, al enterarme que Clemency tenía en verdad un amante, porque no lo había sospechado anteriormente y me intrigaba pensar cómo sería el hombre que había despertado su interés. Sin duda se trataría de alguien que había conocido en Cachemira. Esto me hizo pensar en aquella hermana suya, bajo cuya tutela nominal se había permitido que Clemency permaneciera en esa tierra. Parecía que la compañía de Prudence no había sido demasiado vigilante.
No debe imaginarse que me sentí asaltado por alguna emoción análoga a los celos con motivo de la revelación de Clemency. Sin embargo, creo que tuve un ligero sentimiento de… ¿digámoslo?… desilusión. No me pregunten por qué. No se trataba de que estuviese enamorado de ella, y aunque era joven, fuerte y soltero por la imposición de las circunstancias, ella no excitaba mis instintos primitivos hasta un punto apreciable. Hasta ese repentino impulso de besarla fue sólo un gesto ajeno a mí. El impulso que tuve no fue tanto de besar a Clemency, sino simplemente, lo repito, una manifestación de la debilidad animal. Me hubiera ocurrido lo mismo con cualquier otra mujer joven. Su sonrisa reservada me fascinó y… yo era humano.
Tampoco creo que su revelación me hubiese «escandalizado» en el aspecto moral. En aquel tiempo yo no era muy intolerante en cuestiones morales y creo que más bien aprobaba la herejía predominante llamada liberalismo. Ahora reconozco que era una especie de tolerancia cínica, consecuencia de mi vida liberal. Sería una hipocresía pretender que mi existencia, libre, pero relativamente ordenada, se basaba en las enseñanzas morales de la Iglesia en que había nacido y en la que fui educado. En teoría, aceptaba todavía los principios de moralidad que, mis padres primero y luego los jesuitas, habían tratado de inculcarme, pero temo que en ese período estaba lejos de ser un pilar brillante de mi fe. No había caído del todo, pero estaba en esa edad y vivía en esas condiciones en que se puede perder casi todo el fervor, sin buscar excusas para una debilidad moral. Es un estado endémico en la juventud, pero con un poco de suerte los síntomas no se vuelven crónicos. Y es probable que más adelante, con la ayuda de Dios, uno pueda recobrarse…
De todos modos, Clemency no me escandalizó y me pareció que si alguna mujer joven tenía circunstancias atenuantes a su favor, ésa era ella. Por un lado, creo que me sentí aliviado porque desmentía ese aire de impasibilidad tan poco vital que la revestía. Y porque me agradaba y yo la compadecía, me halagó esta evidencia de que, después de todo, era tan humana como yo. Por lo demás, me sentía muy honrado de que me hubiese considerado digno de ser su confidente. No sé por qué, pero me dio una mejor opinión sobre mi carácter y mis cualidades.
Llegó y pasó la Navidad, con el tren conmovedor de falsa alegría que caracteriza su celebración en la India. Siguió el Año Nuevo, y luego, bien entrado el año, la primavera parecía más próxima de lo que estaba en realidad, y la gente, con muchos bríos, empezó a preparar su partida para la estación calurosa.
Entre los que hacían planes, ninguno era más entusiasta que yo, aunque su realización se veía dificultada por la incertidumbre. En aquel tiempo se tenía derecho a un permiso de sesenta días al año, pero, debido a las bien llamadas «exigencias del Servicio», yo no había podido coger mi permiso el año anterior. Si, como me lo prometiera, mi jefe me permitía sumar lo atrasado a los sesenta días correspondientes al año en curso, tendría casi cuatro meses a mi disposición para hacer mi gusto e ir adonde quisiere. Pero hasta que se decidiera el permiso, me era imposible resolver qué haría. Todavía no contábamos con un servicio aéreo regular para Inglaterra y en los dos viajes por mar invertiría cinco y seis semanas. Además, mis padres habían muerto y, con excepción de la compañera de infancia, mi prima Barbary, no tenía a nadie que me produjera placer ver. La misma Barbary estaría en su colegio de monjas hasta fines de julio y en su última carta hablaba con entusiasmo de un proyecto de viaje de vacaciones a Escandinavia. Por esto, poco o nada me tentaba el regreso al hogar.
Sólo supe mi destino, con certeza, a principios de febrero, cuando mi jefe me citó en una casa de descanso alejada en las colinas de Kangra. No puede hacer daño revelar ahora que éste se llamaba Philip Grotian, pero, pocos sospechaban entonces que su nombramiento nominal como Comisionado Financiero del Gobierno de la India no era en verdad de un grado superior a mi trabajo como ARO. Era terriblemente eficaz y al mismo tiempo un jefe afable y bondadoso. Me dijo que, excluyendo un exceso de contingencias por enfermedad entre mis colegas desconocidos, él podía prescindir de mí desde principios de mayo hasta fines de agosto.
—Hay una sola dificultad —agregó— y es la posibilidad de que tenga que hacerle volver por una o dos semanas después de los dos primeros meses. Mayo y junio los tiene completos y no me importa por donde desaparezca. Pero el comienzo de julio va a ser difícil, y si hay muchos enfermos, tendré que traerlo, sencillamente, de un tirón y usted completará el resto de su licencia más adelante. Espero que esto no suceda, pero debo tenerle a corto alcance de una oficina telegráfica, desde el primero de julio en adelante. Lo lamento, Roger. Con suerte, no tendré que mandarle llamar para entonces, pero por lo menos debo saber dónde encontrarle. Felizmente usted no proyectaba volver a la patria.
Cuando regresé a Ghadarabad encontré que los Bourdon también habían estado haciendo proyectos para la temporada veraniega.
Una tarde, al entrar Clemency a mi apartamento, con su modo indiferente, me encontró echado sobre los mapas. Yo le pregunté si su programa estaba resuelto. Sus ojos grises se iluminaron al instante.
—Sí, ¡a Dios gracias! —dijo suspirando aliviada—. He estado discutiendo con Neville sobre esto mientras usted estaba ausente, pero ahora todo está decidido. Me reuniré con mi hermana y su marido en Pindi a mediados de abril, y nos trasladaremos a Murree por un par de semanas antes de ir a Cachemira. Derek, mi cuñado, pasará con nosotras el primer mes. Prudence y yo nos quedaremos en Srinagar hasta que el tiempo se ponga demasiado caluroso, y luego es probable que subamos a Gulmarg, aunque espero no tener que hacerlo. Derek tiene una casa flotante propia en Srinagar y a mi me encanta vivir en el río.
—A mí también. En cambio Gulmarg es tan aburrido que siempre le he huido como a la peste. Me alegro que esté todo dispuesto, Clemency, y espero que se divierta tanto como el año pasado.
—Gracias, Roger. Espero volver a ver algunas personas que encontré entonces.
—¿Neville se reunirá con usted?
Una nube pasó rápidamente por sus ojos.
—No estoy segura. Dice que tal vez… Pero también lo dijo el año pasado y no llegó. En lugar de esto fue a Mussoorie con Felix. Dice que no sabe qué hará este año.
—Es un poco vago —juzgué—. Quizá se resuelva antes de que usted parta.
Ella me lanzó una mirada ligeramente intrigada.
—Me gustaría saber si usted es tan torpe como aparenta, Roger, o si tiene aptitudes para la diplomacia. ¡Válgame Dios! ¿Cree usted verdaderamente que él no tiene hechos todavía sus planes? ¿O que él ni remotamente tiene la idea de hacerme saber si caerá o no sobre mí, por sorpresa? ¿Se imagina usted de verdad que él se desprenderá de esa arma poderosa que es la incertidumbre? Bien sabe usted que aunque él dijese que se reunirá conmigo en una fecha determinada, no llegará o se aparecerá quince días antes, sin avisar, con la esperanza de pescarme en… en algo. Usted sabe todo esto tan bien como yo, Roger. ¿Tendremos que seguir aparentando ser diplomáticos?
No supe qué contestar y no dije nada.
—Usted sabe también que Felix leyó mi carta aquella noche —continuó acusadora—. Y si usted no es peor actor que el más torpe actor de Hollywood, no finja ignorar que cualquier cosa que pesca Felix va directamente a Neville. Fue un terrible descuido por mi parte dejar mi bolso como lo hice aquella tarde. Neville ha sospechado de mí antes, por supuesto, pero no tenía ninguna prueba. Lo peor es que esto también descubre a mi hermana. Hasta ahora siempre se ha considerado a Pru competente para vigilarme, por lo cual él no se molestó en entrometerse conmigo el año pasado. Ahora sabe que no estuve todo el tiempo con Pru y este año no tendrá confianza en ninguna de nosotras. Dejarme libre con ella otra vez es posible que sea sólo una trampa…
Aquello, más que una conversación resultaba un monólogo. Era una nueva Clemency. Francamente, yo no sabía qué decirle. Comprendía que había dejado caer la máscara y que me hablaba con una intimidad nueva como a un amigo en quien se confía. Se desahogaba, si se prefiere, en una forma que yo difícilmente la hubiera creído capaz. Durante estos pocos minutos el control había desaparecido y no se dominaba. Luego, de pronto, mi silencio pareció enojarla.
—Maldita sea, Roger, ¿no puede usted decir algo? ¿Debemos seguir siendo diplomáticos por los siglos de los siglos, amén?
—Clemency —pregunté—, ¿qué diplomacia demostré cuando hice entrar aquí a Sherry, pasando por su dormitorio y el mío a través de la puerta de comunicación abierta?
—Eso también fue un mal principio, Roger —dijo—, y no mejor por haber sido completamente inocente. Es natural que eso haya llegado hasta Neville lo mismo que la carta. Me imagino que sospecharán también de usted. ¡Oh, bueno! ¡Qué diablos!
—¿Qué diablos? —repetí—. Es inútil lamentarse por lo pasado que no tiene remedio. A mí no me interesa ni a usted tampoco; sin embargo lo lamento. ¿Alguna vez le ha dicho a usted algo sobre todo esto?
—No. No lo haría. Nunca muestra su mano en el juego, y cuando recoge un as, lo oculta para utilizarlo en el momento oportuno. Hace difícil la vida.
—Sí, pero de algo sirve saber qué cartas tiene. —Callé para pesar mis palabras—. Clemency, ¿hay algo que pueda hacer yo por usted? Tal vez sea torpe, como dice, pero usted no tiene más que pedir…
Ella sacudió la cabeza y me sonrió ligeramente. El fuego se extinguía y otra vez parecía pálida y cansada.
—Nada, Roger, salvo lo que usted hace. No me refiero a las cartas, sino a esto de permitirme que venga a conversar con usted algunas veces y a tirarle de las orejas cuando no lo merece. Ésta es mi principal dificultad, Roger: no tengo a nadie con quien hablar de asuntos como éstos. A Nan Candler la quiero mucho, pero usted sabe que no es del todo como usted y como yo. No le puedo hablar de los hombres porque los odia y además trata de que yo también los odie. Pero yo no puedo…
Aproveché la ocasión para preguntar:
—¿Ni siquiera a Neville?
—No a la manera de Nan —repuso—. En realidad no sé si lo odio o no. Es una de esas preguntas que una no se formula a sí misma… Hay veces que lo mataría con toda facilidad, y si algún otro lo matara, creo que me alegraría, pero a pesar de ello no estoy nada segura de si realmente lo odio o no. ¿Tiene importancia?
—Quizá no —respondí—, fuera de que todo esto convierte su vida en un infierno. ¿No puede hacer algo, Clemency querida? Escapar, por ejemplo.
—¿Escapar?
—Sí, escapar. Me imagino que es inmoral, pero odio verla metida en este maldito enredo. ¿No puede irse? No quiero meter mis narices en sus asuntos, pero este hombre que le escribe… Si está enamorada de él, ¿no puede usted…?
—No estoy enamorada de él —interrumpió resuelta—. Ése es el caso; sólo que, por supuesto, usted no sabría…
—Disculpe. Como usted dice, yo no puedo saber. Lo di por sentado.
Ella sacudió la cabeza y agregó:
—Me figuro que debería fingir que estamos enamorados. En esa forma parecerá más respetable. Por lo menos sería una excusa. Pero estoy cansada de fingir, Roger, y odio presentar excusas, en especial si son falsas. Me gusta mucho y creo que yo le gusto a él, pero eso es todo. Aparte de esto, fue sencillamente une affaire común, para el que no tendría ninguna excusa valedera, salvo que soy simplemente humana. ¿Está escandalizado?
—Por supuesto que no —contesté ceñudo.
—Lo está, seguro. De todos modos, no hay escape por ese lado. Puedo ser bastante débil para pensar que no se precisa estar desesperadamente enamorada de un hombre para tener une affaire, pero no soy tan inmoral como para pretender que se case conmigo, nada más que porque quiero deshacerme de mi marido. Además, no creo que desee volver a casarme. Como experiencia, basta una vez…
Ambos callamos. Me levanté y de nuevo serví bebidas.
—¿L’affaire va a reanudarse este año? —pregunté.
—Es posible. Creo que él estará en Cachemira casi todo junio. ¿Tiene importancia?
—Disculpe, Clemency. No tengo derecho a hacer preguntas.
—Por raro que le parezca, no me importa que las haga. —Bebió y apagó el cigarrillo—. Para variar, hablemos de usted. ¿Adónde va a pasar su permiso? —dijo señalando los mapas.
—Como Neville, tampoco lo he decidido todavía —respondí—. Sin embargo, en mi caso es la verdad. Tengo cuatro meses para llenarlos de cualquier modo, y aunque puedo desaparecer de la vista del jefe durante los dos primeros, debo estar a su alcance el resto de mi permiso. Creo que para empezar, me perderé en alguna parte del Himalaya y volveré a la civilización a fines de junio. Otra vez como Neville, tal vez vaya a Cachemira. Pero, a diferencia de él, no iré a importunarla a usted. Le prometo no hacerlo, en verdad.
—¡No sea absurdo, Roger! —Su voz tenía una nota de sincero reproche—. Si usted se atreve a ir a Cachemira sin hacérmelo saber, jamás volveré a dirigirle la palabra. Aunque no pudiéramos vernos, usted puede enviarme unas líneas para decirme que se encuentra en las cercanías. ¿Lo hará?
—Me encantaría, si usted está segura de que…
—Lo estoy. ¿Prometido?
—Desde luego. De todos modos no es seguro que yo termine mi viaje en Cachemira, pero si lo hago me gustaría verla.
—Me agradaría que conociese a Pru y a su hijita, mi tocaya. Pru es bastante divertida, creo que le gustará. Y, por supuesto —continuó con una ligera sonrisa—, si ocurre que el querido Neville también se encontrase allí, sé que estaría encantado de verle y que se alegraría de tener con quien ir a beber.
Sonreí burlón.
—Si nos emborrachamos bastante, puedo llegar a zambullirlo en el río y a mantenerle la cabeza debajo del agua durante diez minutos o más. Creo que a la policía de Cachemira le desagradaría perseguir por asesinato a un europeo.
—Pero el residente podría tener algo que decir —dijo mientras se levantaba. Se alisó el vestido—. Debo irme, Roger. Me alegro de haber hablado. No vine aquí para decir lo que he dicho, pero me alegro de haberlo dicho. Me siento mejor, ahora que usted lo sabe.
—La confesión hace bien al alma —dije trivialmente—. Yo también me alegro.
Me acerqué a la puerta y la abrí.
—¿Y qué piensa usted de mí ahora que le he contado lo peor? —preguntó acercándose—. ¿Cosas malas?
Vacilé un momento. Luego tomando deliberadamente una resolución dije con calma:
—Clemency, voy a hacer algo sin ningún derecho, algo que usted puede, fácilmente, interpretar mal. Sin embargo, sé que no lo hará.
Y diciéndole esto, tomé entre mis manos su suave cabeza de ratita, me incliné y la besé en la frente.
Durante un momento ella no se movió ni habló ni me miró directamente a los ojos. Luego…
—Gracias, Roger —dijo con lentitud, y silenciosamente salió a la galería.