5. CUADRILÁTERO IRREGULAR

Es inevitable que, por un tiempo, esta historia sea más episódica que continua, porque es la historia de mis relaciones con Clemency Bourdon y, en ese período, consistían esencialmente en una serie de episodios (algunos muy importantes, otros menos) ocurridos a intervalos irregulares en los meses siguientes a nuestro conocimiento. Aunque vivíamos bajo el mismo techo, si se exceptúa el tiempo en que yo estaba de gira, no era raro que pasaran días y semanas sin vernos, encontrándonos únicamente de la manera más casual. Esto era, sin duda, culpa mía, porque a pesar de haber sido llamado a menudo por los Bourdon, pocas veces aproveché la generosa invitación del dueño de casa de «aparecer» cuando me aburriese de estar solo. En realidad, eso no me ocurría con frecuencia, pero más aún me retenía la presente situación doméstica existente al otro extremo del bungalow y mi aversión innata a intervenir, hasta como observador, en asuntos que no me concernían directamente.

Por otra parte, no estaba seguro de cuál era la verdadera situación. Podía tener mis propias ideas sobre el asunto, pero con tantas lagunas, que me faltaba la resolución (o si se prefiere, el coraje) para intentar ponerlas en orden.

Entretanto, una vez que hubo terminado su permiso, regresó mi amigo Fabian Gillyard de la Policía, y su presencia en Ghadarabad me dio un interés que hasta entonces que había faltado. Fabian y yo nos habíamos tratado muchos años antes en el Punjab, y tal vez porque ambos estábamos expatriados de «la tierra de los cinco ríos», nos sentíamos contentos de estar nuevamente juntos. Gillyard era un hombre considerado, tranquilo y reservado. Con frecuencia parecía taciturno a aquellos que no lo conocían, pero en el fondo, su naturaleza era muy distinta. Como yo, no era sociable, aunque podía ser muy buen compañero si se le dejaba actuar por su propia cuenta. En su carácter de Inspector de Policía de distrito de primera clase, era un sagaz observador de hombres y mujeres y tenía la facultad de captar a través de sus párpados entornados más de lo que el común de los hombres podía ver con los ojos bien abiertos.

Comenzamos a vernos Fabian y yo con alguna asiduidad. Nos reuníamos dos o tres veces por semana en su alojamiento, en el mío o con menos frecuencia en el club. Una tarde, estábamos en mi habitación, sentados y bebiendo, cuando «apareció» Neville Bourdon y preguntó si podía cambiarle un billete de diez rupias. Ni Fabian ni yo pudimos complacerlo. Por ello, después de algunos chistes y pullas de muchacho, se fue a tentar la suerte a otra parte.

—¿Es amigo suyo —preguntó Fabian cuando aquél se alejó—, o es simplemente el dueño de casa?

Me encogí de hombros.

—Creo que un poco de cada cosa. Ante todo, es el dueño de casa, pero se empeña en querer hacerse amigo mío y estoy obligado a retribuirle la amistad hasta cierto punto. Evidentemente, yo no debería hablar así porque se ha portado muy bien conmigo.

—Me intrigaba qué diablos estaría usted haciendo en este bungalow —dijo Fabian—. Es una combinación extraña, ¿verdad?

—Usted lo ha dicho. Sin embargo, nada tiene que ver conmigo y durante el tiempo que yo conserve estas habitaciones, no me importa lo que suceda en el otro extremo. Bourdon es un pájaro raro, mas no olvido que me salvó de aquel hotel asqueroso, lo que representa casi tanto como salvarme la vida.

Fabian se estremeció.

—No necesita decírmelo. Allí pasé una semana cuando llegué. Por cierto que ha tenido suerte de conseguir este lugar, Roger. Es sorprendente que Bourdon se lo haya cedido. Hasta ahora siempre las ha tenido desocupadas.

Expliqué mi encuentro afortunado, aunque puramente casual, con Neville Bourdon y su ofrecimiento espontáneo.

—¡Curioso! —fue el comentario de Fabian—. Yo creía que ese individuo nunca haría nada sin motivo y que el motivo, por lo general, no sería filantrópico. De todos modos es una suerte para usted. ¿Ningún contratiempo hasta ahora?

—Ninguno, o casi ninguno. Compartir un bungalow es siempre un asunto difícil, por supuesto, sobre todo con gente que no se conoce bien. Pero puede dar buen resultado si se resiste a la tentación de fraternizar demasiado liberalmente. Cuando se vive con un matrimonio, en particular si el marido a menudo está de gira, se debe evitar que se lo mire como a tercero en discordia.

—Sí —Fabian fumó lentamente la pipa—. Por cierto, en este caso usted difícilmente podría aspirar a ser… el quinto vértice del pentacle[4], ¿verdad?

Le guiñé un ojo, y él sonrió burlón.

—A eso llegaría usted, seguramente, si se apartara de una política de aislamiento —explicó Fabian—. Usted llega tarde para formar el «eterno triángulo». Resultaría un deslucido pentágono o quizá una endemoniada «estrella de cinco vértices». El tercero y cuarto vértice han sido llenados hace tiempo.

—¿Se refiere usted a Sherry y a Miss Candler?

—Por supuesto. —Fabian bebió un trago—. ¿Qué piensa usted de esta situación, Roger?

Volví a encogerme de hombros.

—Mi geometría es pésima —dije, defendiéndome.

—Y la mía es un poco superficial. Sin embargo, algunos elementos saltan a la vista. La situación está llena de anormalidades que complican la apreciación de los hechos y sus combinaciones. —Pensativo, se frotó su afilada mandíbula—. Empezamos por una pareja de casados, los Bourdon —continuó—. Si estaban enamorados o si fue sólo un impulso biológico lo que les llevó a casarse, no lo sé. Es innegable que ahora no están enamorados y dudo que les haya quedado algún impulso biológico, aunque Bourdon es muy capaz de seguir aparentándolo como medio de maltratar a Clemency, en castigo, por decirlo así, por haberse casado con él, o simplemente por ser mujer. Usted sabrá que Bourdon pertenece a la clase de hombres que odian a las mujeres. Me lo dijo una vez estando borracho y creo que era un caso auténtico de in vino veritas. Si el casamiento lo ha puesto así o si es uno de esos individuos capaces de llegar a casarse simplemente para adquirir el derecho de ser cruel con su mujer, no lo sé. Ni tampoco sé si maltrata a Clemency física o sólo mentalmente. Concedámosle el beneficio de la duda y digamos que no se trata sino de crueldad mental. Aun así, es una bajeza, y eso daría base para un divorcio en algunos países. Y con mucha razón, según mi opinión. Pero no es base para divorcio aquí y es típico de Bourdon tener buen cuidado de no darle a Clemency la oportunidad de escapar de él.

Cierto malestar me embargó al escucharlo porque sabía que, por lo menos, había algo de verdad en lo que me decía. Coincidía con cosas que yo mismo había descubierto, cosas que todavía no había tenido la ocasión o tal vez el coraje de analizar como es debido. ¿Cómo sabía Gillyard lo que sabía? Yo no tenía idea, pero tenía el sentimiento desagradable de que estaba en lo cierto. Era probable, sin embargo, que por lo menos en un sentido su deducción pecara por exceso de prudencia.

—Como consecuencia, Clemency odia a su marido como al veneno —continuó Fabian—, pero es demasiado orgullosa para demostrarlo y no quiere darle la satisfacción de sublevarse o de dejar que todo el mundo conozca la situación por que atraviesa. Y Neville la odia tanto más porque no puede vencer el orgullo de Clemency y ponerle el pie encima. Me imagino que usted ya habrá averiguado todo esto por usted mismo, Roger.

—No con tantos detalles —dije—, aunque por supuesto he sospechado que algo andaba mal entre ellos. Siempre me pareció que esa cara impávida y malhumorada de Clemency no era natural, sino fingida.

—Ya lo creo. Ahí tiene usted, ellos dos constituyen la base de cualquier figura geométrica de forma rara que usted quiera construir. Tome luego a Nan Candler. ¿Qué piensa usted de ella?

—Me asusta un poco —confesé—. Es una mujer atrayente y propensa a ser peligrosa en lo que se refiere a Clemency. A pesar de esto, la apruebo más que la desapruebo porque, evidentemente, es una buena amiga de Clemency y, por lo que usted dice, parece que ésta necesita una amiga así.

—Nan adora a Clemency y, por consiguiente, detesta a Neville. Pertenece a la clase de mujeres que no gastan mucho tiempo en los hombres y por cierto que no gasta ninguno en Neville, debido a la forma en que él trata a su querida Clemency. Nan es el tercer vértice de nuestra figura. Los tres forman un triángulo especial. No es de ningún modo el «eterno triángulo» común, sino una figura deformada en la cual las dos jóvenes son las que se entienden y el hombre es el vértice común de su aversión. En realidad, creo que él desagrada a Nan mucho más que a Clemency, lo que aumenta la deformación. Esto, presumiblemente, es a causa de que Nan quiere a Clemency con mucha más intensidad de lo que ésta quiere a Nan. Comprenda, Clemency es, ante todo, una joven perfectamente normal. No rechaza a los hombres por su sexo, como lo hace Nan y, no teniendo la aversión fundamental de aquélla por los hombres, no puede odiar a Neville de todo corazón como lo hace Nan ni tampoco querer a ésta como ella la quiere. Como corolario, no es menor la antipatía de Neville por Nan de lo que es la de ella por él, no sólo porque es mujer, sino también porque se ha metido entre Clemency y él y ha fortalecido la resistencia de aquélla ayudándola a mantenerse a pesar de todo. Él haría cualquier cosa por destruir el compañerismo de las dos jóvenes, pero juntas son demasiado fuertes para él. No se atreve a correr el riesgo de un escándalo público, prohibiendo a Nan la entrada a su casa o algo por el estilo, aunque no fuera más que porque es hija del viejo John Candler. Usted sabe que el viejo es viudo, y Nan cuida el hogar y desempeña oficialmente el papel de ama de casa, lo que la convierte en un personaje importante entre las mujeres de la localidad.

—Supongo que ésa habrá sido la razón por la cual ella y Clemency no pudieron pasar juntas la estación estival.

—Exactamente. John Candler ha actuado este año de jefe de Simia, y, por consiguiente, Nan tuvo que acompañarle. Por otro lado, Clemency tiene una hermana casada que pasaba la estación calurosa en Cachemira, lo que determinó la elección de su destino. Sin embargo, me imagino que siempre que Clemency se encuentre fuera del alcance de Neville, no precisará tanto del sostén moral de Nan. En verdad, es una extraña combinación.

—Usted debía haberse hecho médico, psiquiatra o algo por el estilo, Fabian —observé con admiración—. ¡Se está malgastando como policía cruel y corrompido! Parece tenerlo todo registrado y tengo que reconocer que cuanto usted ha dicho coincide con mis propias observaciones. A propósito, ¿qué piensa usted de Felix Sherry, el cuarto vértice de la figura?

Fabian hizo sonar la pipa contra sus dientes.

—Creo que simplemente es un aborto de la naturaleza, Roger —dijo en seguida—. Y, dicho sea de paso, una prueba viviente de que es posible tener una cara como la suya y ser sin embargo un hombre perfectamente normal. La cara de Sherry es su desgracia, porque muchas personas llegan, a primera vista, a conclusiones totalmente equivocadas. Hay poco o nada de anormal en este muchacho. Puede parecer afeminado, pero le aseguro que no lo es. En el fondo, es un hombre fuerte. A mí, personalmente, no me gusta, pero hay que ser justo con él.

—¿Qué piensa usted de su vinculación con los otros tres? —pregunté—. Sé, naturalmente, que es muy adicto a Neville, pero todavía no he descubierto cuál es su situación respecto a las dos jóvenes. Clemency y él parecen muy atentos uno con el otro. Sin embargo, no creo que a ella le guste mucho…

—Eso es decir poco, Roger, y es, además, un gran mérito para la impasibilidad de Clemency, que nunca demuestra lo que realmente piensa sobre los demás. Su dominio es extraordinario. Por ejemplo, le apuesto a que usted nunca la ha visto demostrar el menor signo de odio hacia Neville.

—Realmente, no.

—Con todo, puede creerme que lo odia. Sherry le desagrada otro tanto, y por muy buen motivo. En cierto modo, él es, como usted sabe, el ejemplar más curioso y contradictorio del grupo. Por un lado, no solamente es el mejor amigo de Neville: también es su chacal (éste es el calificativo que yo siempre le aplico en mi mente) a pesar de que es bastante anómalo que el chacal pertenezca a la familia de los perros: Felix es esencialmente felino. Sin embargo, la situación es ésta: él espía a Clemency y, por lo general, ayuda e induce al marido a oprimirla. Pero hay otra complicación en el hecho de que Sherry, a diferencia de Bourdon, no odia exactamente a las mujeres. A pesar de su cara de niña bonita, es todo un hombre y yo aceptaría una fuerte apuesta a que, secretamente, siente una pequeña inclinación por Clemency y a que no se opondría a salvarse con ella en una isla desierta, en un naufragio. ¿Entiende usted lo que quiero decir? Es natural que se cuide de que Neville lo sospeche, pero, a veces, lo he visto mirar a Clemency, cuando no sabía que lo observaban.

—Si siente así —objeté—, ¿por qué ayuda a Neville a atormentarla?

—Mi estimado Roger, las pasiones humanas son cosas muy extrañas. Sherry no está «enamorado» de Clemency en la forma común. Aun si lo estuviese, recuerde que en el amor siempre hay en potencia un elemento de crueldad. Pero creo que la atracción de Sherry por Clemency surge de una de esas curiosas emociones que no se pueden clasificar.

—¿Así que hace un doble juego?

—Sin duda. Trata de ser chacal y felino a un mismo tiempo ayudando a su querido amigo Neville contra Clemency y tratando de hacerle a aquél una insinuación en privado de «permítame ser su amigo». Me imagino que ella no caerá en la trampa.

—Yo no he notado ningún indicio de esto —dije—. A propósito, y respecto al último vértice de esta situación de cuatro puntas, quiero decir que Sherry y Miss Candler, por lo que he visto, no parecen quererse.

—Tiene usted mucha razón. Miss Candler tiene una idea confusa sobre los hombres en general, pero le desagrada Felix en particular, porque, queriendo ella tanto a Clemency, ha notado que los ojos de Sherry se desvían en esa dirección y teme que Clemency, siendo una joven normal, se enamore de él. Por otro lado, a Sherry le desagrada la actitud posesiva de Nan hacia Clemency, porque esto frustra sus esfuerzos secretos de conseguir una oportunidad. Y, finalmente, Nan y Felix tienen, probablemente, como es natural, una mutua antipatía psíquica. Algo así como la teoría de electrostáticos. Usted sabe que el positivo atrae al negativo, pero dos positivos se rechazan mutuamente, lo mismo que dos negativos. Como asimismo en magnetismo los polos diferentes se atraen, los iguales se rechazan.

Nada dije por un momento. Luego:

—¿Habrá acaso algo que usted no sepa, Fabian? —pregunté burlón—. Creo que está perfectamente acertado en todo cuanto ha dicho, aunque no esté a mi alcance el comprender cómo diablos lo ha resuelto. En realidad, no ha dicho nada que no confirme mis propias ideas, y, sin embargo, al reunir los cuatro vértices en la superficie, hay poco que permita ver lo que ocurre por debajo. Es, por cierto, una extraña combinación.

Fabian rió entre dientes.

—Sería más extraña si usted se introdujera como quinto vértice —observó—. Quiero decir, si usted llega a enamorarse de Clemency y aprovecha su posición, relativamente normal, en este asunto. Creo que no sería de buen amigo deseárselo a usted, Roger, pero como aficionado a observar el proceder de la humanidad, mucho me interesaría ver qué sucedería en ese caso.

—No, gracias, Fabian —respondí riendo—. Prefiero seguir siendo simplemente Roger el realquilado.

—¿No encuentra usted atrayente a Clemency?

—No se trata de eso. No es una belleza, pero tiene algo. Sin embargo, no me excita lo suficiente para estar dispuesto a librar batalla por ella contra los otros tres. Ni aun si ella me hubiese estimulado a hacerlo, lo que no ha sido así. Además, hasta este momento nunca he sido co-respondent, y no deseo iniciarme ahora. Un obstáculo mayor sería correr el peligroso riesgo de querer arrancar a Clemency de Nan Candler, con sus ojos verdes y sus afiladas uñas encarnadas. Podría hacer frente a un marido ultrajado, pero no a nuestra Nan.

—Me parece muy prudente —dijo Fabian al levantarse—, aunque desde mi punto de vista me gustaría que lo intentara. Bueno, debo irme. Espero verle uno de estos días.