Thrupp terminó la carta y, pensativo, volvió a meterla en el sobre azul. Puro éste, junto con la esquela de Rufus Plugge, dentro del otro sobre más grande y se lo metió todo en su bolsillo.
—Tengo que conservar estas pruebas por el momento, Roger —murmuró mirándome con seriedad—. Como usted dice, la carta de Mrs. Orgill lo explica todo ampliamente y usted podrá aclarar más adelante los puntos obscuros. Por otra parte, la esquela adjunta explica los términos de su telegrama. Ha sido una lástima esa demora.
—¡Una lástima! —repetí con amargura— ¡Dios mío! Si yo hubiese recibido la carta de Clemency hace una semana podría haberla salvado de este horrible suceso. Hoy estaría viva.
—Es posible —reconoció—, pero este pensamiento ahora es inútil, Roger. La pobre joven está muerta y no hay cómo volverla a la vida.
—¿Cómo la mataron? —pregunté temeroso—. Usted dijo que parecía un suicidio.
—En un principio así lo pensé, y si no hubiese sido por la desconfianza del médico, del Jefe local y del Primer Oficial, probablemente hubiera quedado en eso. En apariencia ella se ha envenenado, Roger, con una dosis más que fatal de hioscina disuelta en una taza de té cargado, en la que pasaría inadvertido el gusto.
Su criada la encontró muerta junto al tocador, en pijama y envuelta en una chalina. Al alcance de la mano estaba la taza vacía que contenía unos sedimentos muy informativos. La criada y la policía de la aldea no titubearon mucho y creo que tampoco el Inspector detective del condado. Las impresiones digitales eran las de ella. No había señales de violencia. La criada declaró que desde hacía una o dos semanas, Mrs. Orgill se encontraba en un estado de ánimo muy deprimido y nerviosa, razón por la cual la joven llegó a decir a su madre, pocos días antes, que esperaba en Dios que su señora no acabara consigo misma. No tenía idea de lo que pudiera ocurrirle, aunque lo relacionaba en alguna forma, naturalmente, con la noticia de que en breve regresaría a casa el Coronel Orgill.
—¡Pobre Clemency! —murmuré—. ¿Qué provocó la sospecha de que podría no ser un suicidio?
—He dicho que Mrs. Orgill había tomado hioscina, mas esto necesita una explicación. Era hioscina, pero en ninguna de las formas farmacéuticas comunes en que recetan hioscina los médicos, como por ejemplo la hioscina bromhídrica. Según el médico forense que hizo la autopsia, se trataba de un conocimiento rudimentario y casero. La hioscina proviene de la planta silvestre venenosa llamada beleño (su nombre botánico es Hyosciamus Niger) y tengo entendido que no es difícil extraer la droga, sin refinarla, si se conoce la manera de hacerlo. Como droga, la hioscina es lo que se llama un sedante o calmante. Como veneno, pertenece al grupo de los narcóticos y lo duerme a uno sin dolor, lo cual haría que fuese un favorito de los suicidas si pudiera obtenerse más fácilmente. Pero el problema está en prepararlo por sí mismo. Si Mrs. Orgill hubiese conocido sus propiedades y la manera de extraerlo del beleño, habría sido muy natural que lo tomara si deseaba terminar con su vida. Por otra parte, nada demuestra que alguna vez ella lo haya preparado, ni parece haber beleño que crezca en varias millas de los alrededores de su casa. En segundo lugar, no hay rastros de ninguna botella u otro recipiente en el que ella hubiese guardado la sustancia antes de tomarla, y el médico afirma que la cantidad que ella tomó debió de actuar demasiado rápidamente para darle tiempo a destruir el recipiente. Tiene que haber quedado completamente inconsciente antes de los diez minutos de tomar la droga. En tercer lugar, si Mrs. Orgill deseaba suicidarse, en uno de los cajones de su tocador había una pistola 32 con su carga completa y en el botiquín un frasco de pastillas muy fuertes para dormir, de las que un pequeñísimo exceso en la dosis hubiese obrado tan rápidamente y sin dolor como la hioscina casera, y con mucha mayor seguridad, pues el destilado casero es un asunto bastante arriesgado. De todos modos, el Jefe local no estaba nada satisfecho con la teoría del suicidio y por las dudas acudió a Scotland Yard.
—¿Se sospecha de alguien en especial? —refunfuñé.
—Por el momento se sospecha de todos los que la han conocido, Roger, a no ser que, como usted, puedan presentar para anteanoche una coartada verdaderamente buena. Eso es todo cuanto se ha averiguado, y cuando yo regrese allí mañana, espero saber más sobre los vecinos, amigos y conocidos de Mrs. Orgill. A propósito, ¿puede usted confirmar lo que ella dijo de sí misma en esa carta, eso de que no tenía facilidad para hacerse de amigos?
Me acaricié la barba.
—En cierto modo, sí —dije—. En realidad ella expresó que no tenía facilidad para hacerse de amigos en general, y eso era verdad cuando yo la conocí. Nunca tuvo un círculo amplio de amigos. No es que fuese huraña o impopular. Era demasiado sincera para hacer creer, nada más que por cortesía, que le gustaban las personas que le desagradaban. No era una persona atenta y sociable, pero usted no debe interpretarlo en el sentido de que no tuviera amigos. Se interesaba más por la calidad que por la cantidad y los pocos amigos que tenía eran verdaderamente buenos.
—Usted se contaba entre éstos.
—Yo fui uno de ellos —confirmé—. Para decir verdad —añadí—, lo fui de una manera bastante extraña, porque empezó por no atraerme y ella tampoco parecía pensar mucho en mí. Todo esto es historia antigua, Thrupp. Clemency todavía era muy joven en aquellos tiempos; no tenía más de veintitrés o veinticuatro años, y era algo reservada y tímida en público. Supongo que se habrá modificado desde entonces, aunque en su carta dice que en Fulkhurst no se había hecho de muchos amigos.
—Desde mi punto de vista, cuantos menos tenga, mejor —dijo Thrupp—, porque estrecha el círculo y ayuda al proceso de eliminación. Por otra parte, esta carta más bien desvía mi punto de vista hacia esa dirección: toda aquella conversación sobre «los pollos que vuelven a mi gallinero» y demás, indica un peligro que viene de afuera, más que de circunstancias locales. A propósito, observo que ella contaba con que usted supiese exactamente el significado de esos «pollos». ¿Lo sabe usted?
Vacilé.
—En forma general —reconocí con lentitud—, sólo en forma general, Thrupp, y de nada vale pretender que yo pueda decirle exactamente qué temía Clemency cuando escribió aquella carta. La forma de expresarse me da a entender algo, por cierto, pero no proporciona ninguna solución inmediata al misterio de su muerte y mucho menos manifiesta quién puede haberla asesinado, si alguien lo hizo. Seré totalmente sincero con usted, Thrupp. No conozco nada, absolutamente nada de su vida actual; para mí no ha existido por lo menos en los últimos doce años. Pero si su muerte estuviese ligada con algo que hubiera ocurrido en el período en que la conocí íntimamente, yo pienso que sería mucho más probable que se haya suicidado a que la hubieran asesinado. Quiero decir que puedo imaginarme un motivo probable para que se descerrajara un tiro, si tan lejos hubiese llegado, y, en cambio, no hallo ningún motivo posible para que alguien quisiera asesinarla.
Era característico en Thrupp (uno de los hombres más pacientes y tenaces que conozco) no parecer exasperado por mi forma de hablar, deliberadamente obscura. Como yo bien sabía, es costumbre suya palpar el ambiente en conjunto antes de cargar su mente con las minucias del caso. Yo estaba seguro de que más tarde me pediría mayores detalles sobre estos «pollos» metafóricos: su raza, linaje y demás. Pero todo eso podía esperar.
—¿Extorsión? —preguntó lacónicamente después de asimilar mi última frase.
—Es posible —confesé con pesar—. Esta idea cruzó mi mente en seguida que leí su carta. Puedo estar equivocado, pero no veo ninguna otra explicación. Tuve la impresión de que alguien, enterado de algo que le ocurrió a Clemency en tiempos pasados, algo que ella probablemente no tuvo el coraje de decirle a Orgill cuando se casó con él, pudiese estar sacando provecho de esta situación.
Usted ve lo que dice en la carta respecto a su casamiento: que tuvo una segunda oportunidad sin correr ningún riesgo y demás. Es evidente que deseaba desesperadamente no echar a perder las cosas. Y si alguien surgió del pasado amenazando con descubrirla ante Geoffrey Orgill, me parece que puede haber llegado al suicidio antes que arriesgarse a la ruina de su casamiento.
Thrupp asintió pensativo.
—Las extorsiones, Roger, generalmente incluyen una petición de dinero y yo diría que en la casa de Orgill el dinero no andaba escaso. Por mucho que a Mrs. Orgill le disgustase la idea de comprar el silencio, es de presumir que lo hubiese hecho en vez de envenenarse. Si pagaba, tendría por lo menos la probabilidad de conservar a su marido, en tanto que matándose, lo perdería igualmente y su única satisfacción sería que el extorsionista no habría conseguido lo que buscaba. Es posible que todo el dinero fuera de su marido y que ella no haya podido echar mano de una suma suficiente para comprar el silencio. A propósito, ¿conoce usted a Orgill?
—Creo que sí, aunque no estoy muy seguro. En una ocasión conocí a un Orgill. Tengo idea que pertenecía a la Caballería. Es probable que sea el mismo, pero no le conocí bien. De todos modos, hace de esto muchísimo tiempo. Entonces él no era más que un subalterno, pero ahora debe de ser por lo menos Mayor o Teniente Coronel.
—El marido de Mrs. Orgill es ahora todo un Coronel —dijo Thrupp—. Tal vez sea una graduación obtenida en actividad, debido a la guerra. Parece ser el mismo hombre. ¿Cómo era cuando usted lo conoció?
—Francamente, si es el joven en quien estoy pensando, para mi gusto era demasiado perfecto. Hacía siempre alardes sobre el honor del Regimiento, la responsabilidad del hombre blanco, la decadencia de la Caballería y otras cosas por el estilo, y además, se lo tomaba todo muy en serio. Un tipo recto, de vida limpia, cazador y pescador, sin una pizca de sense of humour. Lo peor que había en él era que tomaba la vida endemoniadamente en serio y no tenía ninguna de las debilidades corrientes que hacen humanas a las personas. A no ser que hubiera perdido su rigidez con los años, difícilmente puedo imaginarlo casándose con Clemency. Sólo que…
—¿Entonces?
—Estaba pensando que Clemency era una joven un poco hermética. A primera vista uno no se podía hacer una idea de cómo era en realidad. Preciso era conocerla bien, antes de descubrir a la verdadera Clemency (y éste era un descubrimiento muy sorprendente). Yo trataba de explicarme su casamiento con Orgill y pensaba si ella no habría tomado precauciones para que aquél nunca pudiese descorrer el velo, por decirlo así.
—¡Hum! Pero ¿habrá podido casarse con un hombre de ese tipo? Lo que usted dice indica que debía de haber mucha incompatibilidad de caracteres.
Asentí pensativo.
—A pesar de esto, no nos demos por satisfechos, Thrupp —insistí—. Si Orgill es el hombre en quien he pensado, estoy de acuerdo con usted en dudar de que Clemency se haya casado con él. Por otra parte, cuando una mujer alcanza la edad de Clemency (tendría por lo menos treinta y cinco años cuando se casó) puede resignarse a prescindir de los elementos novelescos más convincentes, a fin de obtener la tranquilidad. Si parece haber dinero en abundancia en High Seneschals casi todo es, por cierto, de Orgill. Clemency no tenía un cobre cuando la conocí. Y cuando una mujer tiene que elegir entre la vejez solitaria en la pobreza o casarse (venderse si lo toma usted de ese modo) con un hombre que en realidad no ama, pero que por lo menos puede tolerar, para tener a cambio una vida de lujo y bienestar, no se debe culparla por haber elegido el camino que ofrece menor resistencia. Pero, ¡diablos! ¡Mire la hora! Tengo que levantarme.