McUik se movió por fin, deslizándose como una sombra junto a la pared exterior del ala oriental. Me quedé solo, la frente húmeda de sudor frío más que de lluvia. Tenía en cambio la boca tan reseca que apenas podía tragar, tan seca que debí decir mentalmente mis plegarias entrecortadas, puesto que no podía articularlas…
Un momento o un siglo más tarde, pues había perdido toda noción del tiempo, advertí de pronto que había abandonado el abrigo de la pared oriental y que estaba en medio del espacio abierto, frente a los ventanales de los cortinajes de color petunia. No tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí ni por qué. Tal vez la luz me había hecho presa del mismo sortilegio que a las mariposas nocturnas.
Entonces, por segunda vez, una sombra oscura apareció en la habitación, y alguien pasó entre los cortinajes y el foco de luz. Pero esta vez no fue el simple paso de un punto a otro…
Y en el momento en que comprendí lo que estaba a punto de suceder, mi cerebro se despejó y se refrescó instantáneamente. Siempre he sabido actuar con rapidez frente a una emergencia, y un salto bastó para colocarme completamente pegado a la pared. Siempre que los ventanales se abriesen hacia afuera, estaría seguro. Contuve la respiración y oculté el rostro bajo el brazo. Las barbas tienen su utilidad, en el sentido de que sólo tuve que ocultar la parte superior.
Los ventanales se abrían hacia afuera; pero…
Entre truenos, una voz dijo con tono petulante:
—Entre, por favor. Debe estar medio ahogado ahí…
Ni hablé ni me moví. Sorprendido como estaba, pasó por mi mente la idea de que quizás estuviese hablando al azar. A menos que tuviese facultades verdaderamente sobrehumanas, no era posible que me hubiese visto u oído…
—Mi querido Poynings, es inútil —la voz era siempre petulante, pero tenía además cierto matiz burlón—. Sería mucho más conveniente que entrase como un hombre razonable en lugar de ponerme a mí en la dificultad, y a usted en la situación humillante, de… digamos, traerle por la fuerza. Sus compañeros no llegarán hasta dentro de diez minutos por lo menos, aun cuando su mensajero logre localizarles inmediatamente con este tiempo inclemente. Y diez minutos son suficientes para que yo termine mis preparativos para… para lo que debo hacer…
¿Humano o sobrehumano? ¿Hechicero o espíritu? ¿Clarividencia o participación parcial en la divina omnisciencia? ¿Pillo o demonio?
—¡No sea tonto, Poynings! —la voz era brusca ahora, y llena de arrogancia—. No va a sacar nada quedándose allí, y le será mucho menos doloroso y humillante entrar espontáneamente que obligarme a que… le traiga. No le veo, Poynings, pero en este momento tiene la mano derecha en el bolsillo, con el dedo en el gatillo de una pistola automática. Se está preguntando cómo maniobrar hasta llegar a una posición que le permita disparar sin sacar el arma del bolsillo. Como usted prefiera, desde luego. Pero debo advertirle que es inútil. Debo decirle que también yo estoy armado, no con nada tan crudo como un revólver, Poynings, sino con mi Poder —reconocí el uso de la mayúscula tan claramente como si lo hubiera escrito—, y ni la más sólida de las balas de plata consagradas por la tradición podría penetrar la cortina protectora invisible con la cual me he rodeado —la voz era incisivamente cínica ahora—. Temo que mis puntos de vista no coincidan a menudo con los de su muy reverendo tío, mi querido Poynings, pero en este sentido, por lo menos, le dio buenos consejos.
Con que listo, ¿eh?… Si no era más que eso… Impresionante, pero lejos de ser convincente: pues Andrea Gilchrist nos había oído, y Andrea había estado en contacto…
—¡Sí, tengo Poder! —la arrogancia del hombre era incontenible, y sonaba como el eco del Orgullo Primitivo que precediera a la Caída—. O mejor dicho, ¡soy el Poder! Una vez más, Poynings, su tío adivinó correctamente cuando me comparó a una Planta de Fuerza.
En realidad, había sido el canónigo Flurry, lo cual era prueba adicional de que los conocimientos de Drinkwater provenían del inexacto informe de Andrea y no de una percepción infalible y directa.
—En presencia del Poder, Poynings, la obstinación no es sólo tonta, sino que además puede fácilmente ser fatal. ¿No puede aprender su lección? Puella Stretton fue obstinada, Poynings. Se resistió a mi Voluntad, se rebeló contra mi Poder. Y así, como su detective no del todo incapaz infirió, muy directamente, el Poder que se utilizara para sostenerse se… cortó, se retiró. Y eso es sólo una cosa pequeña, Poynings. Mi Poder es capaz de proezas mucho mayores que ésta…
Mis oídos escuchaban su voz con una atención sobrehumana. ¿Me había engañado, o bien aquellas últimas palabras habían sonado como si las pronunciara alguien afectado de vegetaciones adenoideas, o que hablaba con la nariz apretada? ¿Eran aquellos simples deseos míos o bien se trataba de una falla de su parte?
—No hay nadie tan ciego como quien se niega a ver —prosiguió la voz desdeñosa e insolente. Usted llegó aquí, Poynings, en medio de una tormenta inusitadamente violenta. Estaba llegando a su punto culminante. Los truenos eran incesantes, los relámpagos, ininterrumpidos. Dos minutos más, y habría llegado al máximo de su furia… ¿Quién controlará los elementos, Poynings? ¿Quién, en verdad, a menos que tenga Poder? Seguramente no habrá dejado de advertir, Poynigs, que desde el momento en que abrí estas ventanas de par en par y comencé a hablar, habiendo visto primero un Signo, invisible para usted, no se han registrado más truenos ni más relámpagos. Hasta la lluvia ha cesado…
En aquel preciso momento respiré profundamente, hice un Signo propio, la Señal de la Cruz, extraje mi pistola, quité el resorte de seguridad, y bajando la cabeza, avancé.