Las órdenes de mi tío de que las mujeres y los curas se acostasen no eran tan fáciles de cumplir como sonaban, dada la circunstancia, pero sus etapas iniciales, por lo menos, no tardaron en realizarse. Adam se alejó en la oscuridad con sus dos pasajeros. Tío Odo y Barbary mostraron algunos signos de amotinamiento, y durante algunos minutos hubo peligro de choque en las esferas superiores de la Iglesia y del Ejército, para no mencionar una violenta muestra de insubordinación conyugal en contravención flagrante a un famoso precepto del Apóstol Pablo. La dificultad en la familia de los Poynings es que hasta sus mujeres y sacerdotes provienen de una casta de guerreros y no se resignan a permanecer al margen de cualquier batalla, aunque sea potencial. No obstante, se llegó por fin a un acuerdo según el cual mi mujer y tío Odo accedieron a regañadientes a quedarse en casa, aunque no a ir a acostarse. Y en realidad lo primero era lo único que nos interesaba.
Desenterré mis armas de fuego y las cargué hasta su máxima capacidad. Entregué el revólver a Sir Piers y me guardé la pistola, y por último movilicé a mi Fiel Coche. Tres minutos más tarde nuestra pequeña fuerza expedicionaria avanzaba dando tumbos por un sendero apropiado en dirección a nuestro punto de reunión. Llevaba solamente las luces laterales encendidas, aprovechando la luminosidad de la noche, para seguir el sendero. Un siniestro velo de nubes oscurecía ya la órbita de la luna, y la tensión sofocante de la atmósfera indicaba que la tormenta no tardaría en estallar. A pesar de la hora avanzada de la noche, el calor era intenso.
Apenas habíamos terminado de situar mi Fiel Coche detrás de un macizo de arbustos cerca del borde de la cantera de yeso, cuando avistamos las luces del automóvil de Adam que se aproximaba por el sendero. Poco después estaba con nosotros y nos informó, en primer término, que no habían hallado rastro de Andrea en la Vicaría, ni, en verdad, de ningún otro ser viviente, pues, como se presumía, el vicario y el ama de llaves se habían retirado ya. Segundo, que Carmel había sido devuelta sana y salva a los cuidados de Barbary. Thrupp, quien para entonces se había despojado del último vestigio de actitud oficial y había adoptado en lugar de ello el aspecto de un escolar que parte en busca de aventuras, me dijo, en un entusiasta murmullo, que esperaba que tuviesen una escoba adicional en la Vicaría, por cuanto no había podido devolver aún la que robara algún tiempo atrás, con el objeto de examinarla. Imbuido del mismo espíritu, le aseguré haber visto por lo menos dos escobas en el jardín, además de la utilizada por el jardinero para castigar a la gata Grimalkin durante su ataque al señor Obispo…
Estábamos remontando ahora el empinado y tortuoso sendero que conducía a la parte superior de las mesetas.
Desde los días de mi incorregible juventud en que me dedicaba a andanzas de mujeriego, no había vuelto a frecuentar los Downs a estas horas de la noche; pero cuando comenzamos a ascender, la antigua magia del lugar me trajo destellos de recuerdos y ecos de conversaciones olvidadas durante largo tiempo, susurradas en noches ahora lejanas, cuando el mundo y yo éramos mucho más jóvenes. Y si el lector me acusa de estar realizando tontos esfuerzos por crear una atmósfera apropiadamente misteriosa para las escenas finales de esta poderosa narración, le embutiré esta falsedad por su embustera garganta invitando a todos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, a acompañarme en un paseo a la luz de la luna por estos nuestros viejos Downs, a fin de que juzguen por sí mismos. Es, en efecto, un hecho ampliamente conocido entre los habitantes locales que nuestros benditos Downs están poblados de duendes, y espectros, y suspiros, y murmullos, y leves trinos de música olvidada, y cadencias de palabras susurradas en horas de la noche, de la misma forma en que un Budín de Sussex está repleto de azúcar. Y todos estos rumores son totalmente diferentes de las visiones y sonidos de la infinidad de Personas Diminutas que habitan allí, sólo perceptibles para los puros de corazón, y particularmente para los Ancianos y las Hadas, y Aquellos sobre quienes sólo los niños saben…
Debido a todos estos factores no es fácil hablar en voz alta en los Downs durante la noche, aun cuando se haya uno tendido cómodamente sobre una suave pendiente cubierta de pasto con sólo la caricia de una mujer estática para quitarnos la serenidad. Y cuando estos deleites juveniles son simples fantasmas y ya la madurez comienza a señalarnos con un dedo tembloroso, la abstención de todo intento de hablar queda impuesta, además, por factores respiratorios, aparte de los metafísicos. Del cuarteto masculino que ascendió hacia Burting Clump aquella noche, sólo Adam era suficientemente joven como para conservar el aliento, y él pertenecía a un arma en la cual no se aprueba que un subalterno charle en presencia de mariscales de campo. De cualquier manera, no era el tipo de muchacho, tan frecuente hoy en día, a quien han vacunado aparentemente con una púa de gramófono. Sólo cuando llegamos a la cumbre de la colina, algo jadeantes todos, y buscamos el refugio oscuro del bosquecillo de Burting, se inició una conversación coherente, y ello una vez que nuestros pulmones se recobraron un poco. Protegidos por la espesa maraña de retamas y espinos y con la mitad del bosquecillo entre nosotros y nuestro punto de destino, Sir Piers permitió que encendiéramos un solo fósforo, que utilizamos para tres cigarrillos y un cigarro, con la mayor cautela.
—La una y diez —anunció mi tío, examinando la esfera luminosa de su reloj—. Si nos apresuramos y no dejamos de movernos, debemos llegar allí a las dos y media, aproximadamente. Antes de reanudar la marcha, quiero decirles dos o tres palabras. Debo hacer una confesión.
El resplandor rojizo de su cigarro iluminaba su rostro curtido.
—La verdad es que no me interesaban los diablos y demás —dijo—, ni tampoco las hechiceras, rameras, escolias o bobas. No están dentro de mi especialidad. Dejemos esas cosas a Odo, o a quienes conciernan… En cambio me interesa Drinkwater. Me interesa mucho, en verdad. Puede ser un mago, o un yogui, o un fantasma, o el Diablo en persona. No sé. No me importa lo más mínimo. Al parecer, es un canalla en cuanto a mujeres se refiere. Tampoco ello me preocupa en modo alguno. Las muchachas de hoy saben cuidarse, y seguramente no nos darían las gracias si le diésemos de latigazos a este individuo. Quizás se indignarían, y nos dirían que no nos entrometiéramos con su forma de vivir la vida —prosiguió sardónicamente—. ¡Hombre apuesto, ése! El sueño de las doncellas; y con seguridad sabe lo que quiere.
Cuando resopló con desprecio, su nariz despidió dos columnas de humo acre.
—El motivo por el cual me interesa Drinkwater es muy distinto —prosiguió—. Se aproxima la guerra, como ustedes saben. Es inútil cerrar los ojos. El Primer Ministro no sabía lo que decía cuando habló al regresar de Munich, o bien ocultaba la verdad, lo que es en definitiva lo mismo. ¡Paz en nuestra época! ¡Qué esperanza! Guerra después de la cosecha, tan seguro como que estamos aquí. Nadie está preparado para ella, salvo ese matón de Hitler. Francia está podrida, con un gobierno corrompido… Su Estado Mayor cree que vive todavía en 1066, con su condenada línea Maginot, que servirá tanto como el Castillo de Arundel contra las armas modernas. Los Países Bajos esperan mantenerse al margen del conflicto, y son demasiado débiles para resistir si se ven obligados a entrar. América está demasiado lejos para molestarse. Rusia… está jugando a las prendas con Adolfo. No nos quiere. No levantaría un dedo para ayudarnos. No hay nada que ganar con ello, de todos modos. Nos esperan momentos difíciles, no lo duden ustedes. Ganaremos si tenemos suerte, pero será muy duro. Sumamente duro…
»Con todo, debemos mantener a los alemanes fuera de nuestro territorio. Todo depende de ello. Tenemos que contar con armas modernas, métodos modernos. Invasión por mar, no es posible mientras esté a flote nuestra Armada. El nuevo negocio es la invasión aerotransportada. Excelente negocio, dicho sea de paso. Debemos destrozar primero la fuerza aérea enemiga. La Fuerza Aérea sufriría un duro castigo, pero es posible. Debemos considerar el factor posibilidad. Debemos prever tentativas de aterrizaje de aviones cargados de tropas. No hay un lugar más apropiado para ello que los Downs, con sus mesetas, en especial en este sector. Hacia el sur, los Downs suben suavemente desde el mar; su superficie es plana como la palma de la mano, no hay cerca ni zanjas, no hay tampoco pendientes bruscas hasta llegar al límite norte. Sería posible aterrizar con dos mil planeadores entre Brighton y Cocking con la mayor facilidad. Bajar al atardecer o al amanecer, tomar el límite norte, y ya está…
Tío Piers despidió humo como un dragón.
—En los últimos días he estado mirando esto. No es estrictamente mi especialidad. En este momento no desempeño funciones oficiales, pero nunca sabemos qué nos tocará en el futuro. Le prometí a Curley Antrobus echar una ojeada tan pronto como viniese por estas regiones, Curley tiene varios muchachos ocupados en esta tarea que hacen el trabajo minucioso, en su mayor parte oficiales subalternos y suboficiales, zapadores y señaleros que estudian los puntos de posible aterrizaje y marcas de navegación, localizando extranjeros y elementos de poca confianza que pueden ayudar a los alemanes, cuando llegue el momento, con luces ocultas, puestos de radio y demás. Los muchachos de Curley están trabajando sigilosamente. El que estudia esta región es un individuo a quien todos ustedes conocen, pero les apuesto diez contra uno a que no adivinan quién es. No es fácil para un forastero permanecer en un pueblo sin llamar la atención, a menos que invente una buena excusa. Este muchacho ha actuado muy bien…
Por mi parte no recordaba a ningún forastero, misterioso o no, cuya presencia hubiese advertido en Merrington recientemente. No obstante…
—Ya le conocerás —prosiguió mi tío—, y entonces verás quién es. No tiene el aspecto de serlo, pero en realidad es un sargento del Cuerpo de Señales, y su misión es localizar toda onda radial sospechosa captada en esta región. Tiene un precioso equipo portátil… Bueno, para resumir, este muchacho ha descubierto algo que aparentemente proviene del lado de Bollington, un «transmisor intermitente», que no sé qué es, en verdad. Alguien está enviando mensajes por radio. El sargento dice que de pronto puede transformarse en una estación radial completa, o bien quedar como está. Quizás no se atreverán a utilizarla hasta la hora cero, por temor a que les descubran, pero este transmisor indicaría que están preparando las cosas para Der Tag.
—¡Drinkwater otra vez! —exclamamos Thrupp y yo a la ver.
—¡Un espía! ¡Con que era ése su oficio!… —murmuró Adam.
—En marcha —dijo mi tío, poniéndose de pie—. No fumar desde este momento —dijo, y abrió la marcha, alejándose del bosquecillo en dirección al campo abierto. Estaba más oscuro ahora, y la atmósfera más pesada que nunca. Las nubes eran más espesas y bajas, y comenzábamos a ver relámpagos fugaces en el oeste—. Tendremos tormenta —observó mi tío en forma superflua—. Nos conviene, hasta cierto punto. Protegerá nuestra llegada, pero será muy incómodo si llueve demasiado, y además las descargas eléctricas entorpecerán el funcionamiento del detector del sargento McUik…
—¿McUik? —no pude resistir la tentación de hacer un chiste a expensas de la declarada xenofobia de mi tío—. ¿No querrás decir que estás colaborando con un maldito escocés para la defensa de la bendita tierra de Sussex? —dije.
Sir Piers rió ásperamente en medio de la oscuridad.
—Debemos usar las armas que tenemos —repuso—. Los salvajes son a menudo buenos soldados. Cuando se trata de luchar, las divisiones de los Lowlands o Highlands no vacilan mucho. Yo diría que el ruego secreto de todo general británico es contar con una buena proporción de tropas escocesas bajo su mando…
Avanzamos en silencio sobre las mesetas. La oscuridad aumentaba por momentos, a medida que se aproximaban las nubes tormentosas, pero todavía veíamos lo suficiente como para mantener el rumbo correcto. En cuanto a mí se refería, estaba tratando de reflexionar acerca de las supuestas actividades de Drinkwater, y de ver cómo, si ello era verdad, era posible armonizar estas actividades con las de carácter más oculto que nos habían preocupado hasta ahora. ¿Habría en realidad alguna coherencia en el hecho de que Drinkwater se dedicase simultáneamente a la hechicería y al espionaje, a la magia negra y a la traición, a los ritos gnósticos y al mantenimiento de una estación de radio secreta, en una alianza simultánea con Arcontes y con Hitler? Bueno, aun en 1939 no faltaba quienes identificaban sin vacilar a Hitler con el Diablo encarnado, y mucho más lo suponían poseído por el demonio.
Durante unos centenares de yardas no me fue posible hallar ninguna razón específica por la cual Drinkwater no pudiera ser al mismo tiempo un cultivador de las artes mágicas y un agente secreto del Tercer Reich. Ni siquiera sus encarnaciones anteriores como Boileau y Bevilacqua tenían por qué desvirtuar semejante hipótesis. En verdad se me ocurrió inmediatamente que tanto en Francia como en Italia los misteriosos vuelos de brujas habían tenido lugar a poca distancia de sus respectivas zonas fronterizas, lo cual podía o no significar algo. Contra esta teoría, no estaba enterado de ningún rumor local que indicase que Drinkwater se dedicaba a otras actividades que sirviesen para apoyar el supuesto espionaje. Su aislada vivienda no estaba cerca de ninguna instalación defensiva, y nunca había oído mencionar que tuviese el hábito de visitar zonas más estratégicas. Luego surgía la cuestión de si aún Alemania era capaz de desarrollar sus actividades de espionaje con tanta abundancia de medios como para permitir a un hombre en edad militar, como Drinkwater, estar instalado en Sussex durante un período tan considerable antes de la fecha calculada para la invasión, y sin otras obligaciones que instalar el equipo necesario para el funcionamiento de una estación de radio clandestina en un momento no especificado del futuro lejano. Lo menos que podía afirmar es que era aparentemente antieconómico. Pero por otra parte…
De pronto me detuve bruscamente, en el instante en que advertí la falacia. Mis compañeros se detuvieron a su vez, volviendo rostros interrogantes hacia mí.
—¿Dónde debemos reunirnos con este individuo McUik? —pregunté a mi tío.
—A una milla de aquí. Tengo una cita con él. ¿Por qué?
—Quiero hablar con él. Entretanto, ¿qué conocimientos tienes tú acerca de la radio inalámbrica en sus aspectos técnicos, tío Piers?
—No me hables de eso —repuso Sir Piers—. Siempre muevo el botón que no es. ¿Por qué?
—Tampoco yo conozco mucho el tema —admití—. Pero por lo menos tengo algunas nociones de los principios elementales. Tú dices que Drinkwater ha estado enviando algún tipo de ondas de radio, por medio de un transmisor intermitente, o lo que sea. Lo que yo sé es que no es posible enviar ningún tipo de mensaje por radio sin fuerza, fuerza eléctrica, quiero decir. Y esto es exactamente lo que no tiene Drinkwater.
—¿Qué?
—Por supuesto que no la tiene. No hay ninguna fuente de electricidad a varias millas de estas aldeas apartadas. La única iluminación que se ve en esta región es la de velas y lámparas de aceite.
—Te diré que hay plantas llamadas privadas —dijo Thrupp—. Son bastante corrientes en los distritos rurales. Máquinas a petróleo, con dínamos o comoquiera que se llamen.
—Estoy completamente seguro de que Drinkwater no la tiene —dije—. Recuerdo que Carmel me dijo ayer mismo que una de las deficiencias de Old Pest House es la falta de buena iluminación, Además, ¿dónde está su antena? No es posible transmitir desde aquí hasta Alemania sin contar con una poderosa antena de uno u otro tipo…
—Nadie ha dicho que esté transmitiendo a Alemania —me corrigió Sir Piers—. Si McUik está en lo cierto, lo único que haría esta estación sería guiar a una escuadrilla aérea invasora durante las últimas millas de su trayecto. No sería necesaria mucha fuerza eléctrica para esto.
—Pero necesitas algo —insistí—. Y…
—¡Calla! Sigamos y veamos a McUik —gruñó mi tío—. Seguramente ya lo tiene todo resuelto. No falta mucho…
Seguimos caminando. Habían comenzado a caer grandes gotas aisladas de lluvia cálida, y en la cargada atmósfera retumbaban ya truenos cercanos. Calculé que nuestro barroso destino serla llegar a Pest House casi a la vez que la tormenta.
A continuación me asaltó otro pensamiento. Tirando de la manga a Thrupp, le atraje a un lado.
—Quisiera saber si McUik estuvo aquí la noche en cuestión. La noche que mataron a Puella y Andrea salió a pasear con su escoba. En ese caso…
Vi el brillo de la dentadura de mi amigo cuando éste sonrió en la oscuridad.
—Es lo que yo me estaba preguntando, Roger —dijo—. Decididamente, uno diría que… Sin embargo, si hubiera visto algo, un hombre en su situación, un suboficial de rango superior, habría informado al respecto, con seguridad. Si ha estado viviendo en Merrington, debe haber oído hablar de la investigación. Naturalmente, está realizando un trabajo secreto, y no querrá atraer la atención hacia su persona, pero por lo menos podría habérselo dicho a Sir Piers.
—Rootham está a cinco o seis millas de distancia de aquí, de modo que no es probable que haya visto caer a Puella —comenté—. Pero si Andrea y las otras brujas estuvieron en Pest House esa noche, y si McUik la estaba vigilando… —un trueno terminó mi frase.
Un momento más tarde comenzó a llover copiosamente. Mascullando imprecaciones, levantamos los cuellos de nuestros impermeables y seguimos avanzando mientras los rugidos y resplandores de la artillería celestial nos rodeaban gradualmente. No había ningún refugio visible, aun en el caso de que hubiésemos tenido intenciones de hacer un alto. La visibilidad era muy mala, y nuestra navegación se realizaba, principalmente, merced a la iluminación de los relámpagos.
Al cabo de un rato, cuando estábamos ya empapados, uno de estos relámpagos nos reveló una visión fugaz de una figura humana delante de nosotros. Era una mujer, a juzgar por lo que alcancé a ver de ella, ya que había distinguido los contornos de su cuerpo, pues llevaba muy adherida su falda empapada. Estaba a un centenar de yardas de distancia, aproximadamente, agazapada al pie de un promontorio, en una pequeña depresión, y al parecer no había advertido que nos acercábamos. Una vez más mi subconsciente comenzó a actuar con rapidez, e intuí, más bien que supe, que no sólo era esta figura la muchacha «amiga» de tío Piers, que viera el día anterior, en Burting Clump, y acerca de la cual le hiciera comentarios jocosos cuando la sorprendí persiguiéndole, sino que la depresión en que estaba ahora era la misma desde la cual había observado a Sir Piers en la anterior ocasión.
Comencé a susurrar una advertencia, pero aparentemente mi tío también la había visto, pues se detuvo, se volvió hacia nosotros, y dijo:
—Allí está McUik. Quédense aquí hasta que yo silbe. Me espera a mí, pero no al resto de ustedes… —dicho esto, se alejó solo.
¿McUik? Hubiera jurado haber visto una falda, a pesar de lo fugaz de mi visión… Y luego, al mismo tiempo que Thrupp, sobre quien cayó la revelación del misterio en el mismo instante que a mí, exclamé, sorprendido:
—¡No puedo creerlo! ¡El gaitero!…