Por fin disminuyó el alboroto y pasamos a abordar otros puntos. Correspondió a Adam el turno de relatar su aventura de medianoche, que culminara con una visión inesperada de la extraña conducta de Andrea, y su sustracción del escrito con el cual ella estuviera ensayando el Ritual. Adam contó su historia de forma muy gráfica, reproduciendo sus gestos y actitudes, con algunos adornos que tenía a mano. Pude advertir que tanto tío Odo como el canónigo Flurry estaban intensamente interesados, aunque, en apariencia, algo perplejos, al mismo tiempo. Por fin, se presentó la copia del Ritual con rapidez, duplicada a máquina, y la pasamos de mano en mano para su inspección por parte de los expertos. Sacaron y se colocaron las gafas, y dos pares de ojos inquisidores escudriñaron detenidamente el documento.
No habían llegado al pie de la primera página cuando sus venerables anzuelos de rastreo comenzaron a elevarse. Examinando aquella masa de griego y latín con la misma facilidad que si se hubiese tratado de un editorial del Times, prosiguieron rápidamente la lectura del escrito. El arzobispo hinchaba los carrillos como un ejecutante de trombón, mientras el canónigo aspiraba profundamente como una ama de casa escocesa a quien le han cobrado con exceso por un plato de cereales. Periódicamente uno u otro extendía un índice para señalar un pasaje en especial significativo, con el acompañamiento de gruñidos, silbidos, resoplidos y otros sonidos reveladores de reconocimiento, aprensión u horror. No habían leído más de media docena de páginas cuando de pronto tío Odo observó con aire misterioso:
—¡Si esto no es el Gnosis de Valentinus, yo soy un holandés!
—¿Valentinus? No, pero… Yo pensaba más bien en Basilides —objetó el canónigo, aumentando nuestra intriga.
—¡No, Basilides ni hablar! —dijo el arzobispo—. Es Valentinus en sus formas más tempranas. O quizás posteriores. Observe la teogonía, hombre. Basilides nunca fue más lejos de sus ocho Eones, la Octaoda. Aquí tenemos asimismo una Década y una Dodécada, lo cual suma el número sagrado de treinta Eones. Y este concepto de Pleroma… mire, «propagación bajo el impulso de la concupiscencia». Es posterior aún a Valentinus. Ni Valentinus llegó nunca tan lejos como este repugnante pasaje sobre Arcontes seducido por la Virgen de la Luz. Esto es Maniqueísmo puro, o peor.
—Sin embargo —observó el canónigo—, todo esto sobre la diosa-consorte entronizada, la doctrina de thelema representada por este «Haz lo que quieras», y el concepto libertino de que todas las licencias carnales están permitidas, por cuanto no tienen importancia, sin duda, todo ello es una reminiscencia de Simón el Mago, o quizás de algo anterior. Si se trata de eso, toda la organización del templo, toda la fraseología de la liturgia, hasta ahora, recuerda más bien a la Magia que a las formas aún más esotéricas de la Gnosis.
—Sí, es Magia pura —concedió el Muy Reverendo Odo—. Pero por lo menos uno o dos siglos posteriores a Simón. Esta «misa» se ofrece a Arcontes, Supremo Dios del Mal, Supremo Creador, y Simón el Mago nunca había oído hablar de Arcontes…
—Si se me permite intervenir en esta docta discusión —dije—, creo recordar que más tarde, en el Oficio de las Colectas, se presenta una extensa lista de nombres, que recuerda algo a las líneas de la Conmemoración de los Santos en nuestra Misa. He observado que se menciona a Simón el Mago, así como también a Basilides y Valentinus, y a toda clase de gente de épocas más recientes…
Les mostré el correspondiente pasaje, y poco después tío Odo nos leyó una rápida traducción, que rezaba así:
Señor Misterioso e Inefable, que eres el poder del hombre, que eres la esencia de todo dios verdadero existente en la superficie de la Tierra, continuando el Conocimiento de generación en generación; Tú, el adorado por nosotros en sotos y bosques, en montañas y en cavernas, en las cámaras secretas de nuestras casas como en estos otros templos de nuestros cuerpos: conmemoramos debidamente a Merecedores que de antiguo te adoraron y manifestaron tu gloria a los hombres:
«Lao-Tze y Siddartha y Krishna y Tahuti, Mosheh, Dionysus y To Mega Therion;
Con éstos asimismo: Hermes, Pan, Príapo, Osiris, Khem y Amón;
Con Virgilio, Catulo, Martialis, Rabelais, Swinburne y muchos otros bardos sagrados;
Apolonio Tyaneo, Simón el Mago, Manes, Basilides, Valentinus, Bardcsanes e Hipólito, que transmitieron la Luz del Gnosis a nosotros, sus herederos y sucesores;
Con Merlín, Arturo, Kamuret, Parsifal y muchos otros, profetas, sacerdotes y reyes, que llevaron la Lanza y la Taza, la Espada y el Disco;
y éstos asimismo: Carolus Magnus y sus Paladines, con Guillermo de Schyren, Federico de Hohenstaufen, Roger Bacon, Jacobus Burgundus, Molenis el Mártir, Cristián Rosenkreutz, Ulrich von Hutten, Paracelso, Michael Maier, Rodrigo Borgia, Papa Alejandro VI, Jacob Boehme, Francis Bacon, Lord Verulam, Robertus de Fluctibus, Johannes Dee, Sir Edward Kelly, Thomas Vaughan, Elias Ashmole, Molinos, Adam Weishaupt, Wolfgang von Goethe, Ludovicus Rex Bavariae, Alphonse, Louis Constant, Karl Kellner, Forlong Dux…[2]
¡Hijos del León y la Serpiente! ¡Esclavos de Nuestra Señora Babilonia! ¡Servidores de Baphomet, Misterio de los Misterios!
¡Que su Esencia esté aquí presente, potente, poderosa, paternal, para perfeccionar esta sagrada Fiesta!
La lectura de esta monstruosa lista fue seguida por un silencio cargado de preocupación. Aparentemente nadie sabía qué decir. Por el hecho de haber escrito a máquina la lista yo mismo, aquel día, quizás no sentía tanta sorpresa como el resto de los oyentes frente a su extraño contenido.
—Cuando estaba en la escuela —dije al cabo de un rato, para romper el molesto silencio—, era necesario luchar con cosas llamadas máximo denominador común, y mínimo común múltiplo, y demás. Del mismo modo, entiendo que hay una especie de factor o denominador común entre todos los individuos mencionados en esta lista, si bien a primera vista no alcanzo a ver mucha relación entre, digamos, Príapo y Carlomagno, Dionisus y Ludovico de Bavaria, Goethe y Alejandro VI, o Krishna y el poeta Swinburne. Por lo que tú, tío Odo, y el canónigo Flurry dijisteis hace un rato, yo diría que la inferencia es que todo ese extraño surtido de personas eran en su totalidad gnósticos.
—¿O tal vez magos? —sugirió Barbary—. No conozco ni la mitad de los nombres, pero Merlín y John Dee…
—Hay esencialmente muy poca diferencia entre el gnosticismo y la magia —dijo tío Odo con aire pensativo—. El gnosticismo fue siempre lo que debemos llamar un culto «mágico». Al mismo tiempo, la causa fundamental de la incesante condenación de la Iglesia de todo lo que tenga sabor a magia ha sido siempre que, en sus planos superiores, por lo menos, la Magia tiene sus raíces profundamente entrelazadas con las formas más peligrosas de la doctrina Gnóstica, de tal manera que la participación en la Magia es un pasaporte más o menos seguro para el desastre espiritual. Por ello no se permite a los católicos asistir a sesiones de espiritismo ni consultar a los clarividentes. A pesar de que se reconoce que muchos de ellos son charlatanes y muy pocos cultivadores de estas fuentes de sensaciones de tipo pseudooculto, poseen los conocimientos o intelecto de los gnósticos en la verdadera acepción del término. La Iglesia no puede permitirse diferenciar frente a cuestiones de un peligro potencial tan enorme. Las adivinas y las mediums pueden poseer en realidad las facultades que se atribuyen, y no niego que ciertas personas son capaces de ver más que otras, o bien pueden ser simples charlatanas mercenarias. Sea cual fuere el caso, cuanto menos se mezcle la gente en ello, tanto mejor. Y como ustedes verán, cuanto más seria y más genuina se vuelve la Magia, tanto mayor es su progreso en dirección a las indescriptibles blasfemias y errores del gnosticismo, hasta que, como decía, en sus etapas más avanzadas ambos son virtualmente sinónimos.
—Y por supuesto —dijo el canónigo Flurry cuando su superior hizo una pausa—, Simón el Mago mismo era un ejemplo apropiado de la forma en que ambas cosas se funden en una sola. No sólo era un poderoso Mago, o sea que poseía el rango más elevado en la jerarquía de la Magia —con excepción del «Ipsíssimus»—, sino también el jefe de la secta de los gnósticos. A pesar de ello, debo confesar que encuentro esta lista, reproduciendo los términos de Mr. Poynings, sorprendente. Sea que lo consideremos como una especie de martirologio de la Magia, o bien del gnosticismo, los nombres aparecen curiosamente entremezclados.
—Lo que encuentro extraño —dijo Thrupp— es que muchos de los nombres en esa lista sean de personas, o bien de dioses que al menos yo siempre había considerado… mitológicos. Además de personas reales como Swinburne, Rabelais, Roger y Francis Bacon, también incluye nombres como Pan, Merlín, el Rey Arturo y Parsifal, que indudablemente son personajes legendarios, ¿no es verdad? Quizás esté hablando sin la menor autoridad, pero yo diría que esa lista es una falsificación.
—Y otra cosa —dijo a su vez Carmel—. No pude menos de notar que muchos de los nombres eran lo que podríamos llamar precristianos. No estoy muy versada en cuanto a fechas, pero estoy segura de que Pan y Osiris y Krishna, y tal vez Lao-Tze, pertenecen decididamente a períodos anteriores a la Era Cristiana. En verdad, yo siempre creí que el gnosticismo era una herejía cristiana, si me explico correctamente.
—De ningún modo —la corrigió rápidamente el canónigo—. Sin duda, sus formas más recientes y conocidas eran lo que usted ha llamado herejías del cristianismo. Las herejías de Marción y Mani y muchos otros eran gnósticas, y surgieron en realidad del verdadero tronco cristiano. Pero el gnosticismo propiamente dicho es anterior en muchos siglos al cristianismo. Amenazó la religión de los judíos mucho antes del advenimiento de Cristo. Se extendió como una plaga a través de las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma y estaba profundamente arraigado en el culto de Osiris e Isis en Egipto. El gnosticismo pagano floreció especialmente en Alejandría y Samaria, y fue el gnosticismo alejandrino el que inspiró el famoso tratado de Plutarco sobre Isis y Osiris.
—Comprendo ahora —dijo Carmel, algo anonadada por semejante bombardeo de erudición.
—En cuanto a los puntos presentados por Mr. Thrupp y Mr. Poynings —prosiguió el canónigo Flurry—, creo que la respuesta es que esta lista de nombres, si bien puede ser bastante exacta en cuanto a algunas de las personas mencionadas, está inspirada asimismo en gran parte por simples suposiciones, deseos no cumplidos o tradición de frágil fundamento respecto al resto, y aun, quizás, por la maldad, cuando llegamos a los mencionados en último término. Es difícil establecerlo, pero no creo que debamos tomar demasiado seriamente esta lista de nombres. Les diré que aun en el calendario cristiano hay algunos santos cuya existencia es sumamente problemática. No tenemos conocimiento de ellos, en verdad, aparte de una oscura tradición, y a veces una tradición muy localizada. El ejemplo más próximo de ello es el de San Cuthman de Steyning en esta región del mundo. Me atrevo a decir que lo mismo ocurre con esta lista de gnóstico-magos, o lo que quiera que sean. Algunas de las conclusiones son decididamente cómicas. Swinburne era, sin duda, un pagano, si no un ateo, pero creo que es tomarle con excesiva seriedad sugerir que haya sido un mago militante o un gnóstico iniciado. En el otro extremo, si bien Alejandro VI fue un papa repudiable y quizás un hombre sumamente malvado, además, dudo mucho que se dedicara en serio al gnosticismo o a la magia. Le interesaban demasiado los placeres carnales para preocuparse por cuestiones extrañas en el orden espiritual o sobrenatural.
Thrupp suspiró profundamente.
—El tema es muy superior a mi capacidad —dijo, lo cual todos asentimos con un gesto de comprensión—. Desgraciadamente no enseñan teología en Scotland Yard, aunque si siguen apareciendo casos como éste será esencial establecer cursos de Religión Comparada, o por lo menos contratar algunos clérigos como asesores técnicos. No sé si soy la única persona que ignora qué es el gnosticismo, pero debo confesar que no tengo ni la menor noción de ello. ¿Le sería posible a Su Ilustrísima explicarnos en dos o tres palabras la esencia del asunto?