El muy Reverendo Odo regresó poco después de las seis, no solo, como partiera, sino acompañado por un joven sacerdote de rostro copiosamente sembrado de granos y de aspecto en general enfisematoso, que conducía el automóvil, y por un clérigo de edad muy avanzada a quien presentó como el Canónigo Flurry. El canónigo, según explicó mi tío, se había quedado tan intrigado con la historia de los vuelos de brujas y otros hechos misteriosos tan próximos, que había solicitado permiso para acompañar a Su Ilustrísima al lugar de dichos hechos, con la esperanza de tener una oportunidad de interrogar en persona a Carmel. El canónigo, un octogenario sumamente enjuto cuyos brillantes ojos azules relucían con vivacidad en medio de una red de arrugas, se disculpó cortésmente por su aparición, pero aseguró a Barbary que él y el joven sacerdote enfisematoso —que parecía ser uno de los tenientes curas— habían tomado ya habitaciones en la Doncella Verde y no abusarían en modo alguno de su hospitalidad. No obstante, aceptó una invitación a cenar con nosotros, pero autocráticamente envió al joven teniente cura a comer a la hostería.
—En realidad —dijo el canónigo Flurry poco después, mientras sorbía una copa de jerez en la sala—, creo haber justificado ya hasta cierto punto mi intromisión, por cuanto puedo sugerir una razón por la cual robaron esas trompetas de la iglesia parroquial —dirigiéndose a Thrupp, como representante oficial de la policía, añadió—: No quiero decir que sé cómo las robaron, sino que creo conocer el motivo del robo. ¿Sería una indiscreción preguntar si usted mismo se ha formado alguna opinión acerca del motivo, Mr. Thrupp?
Thrupp movió la cabeza negativamente.
—Este caso no me corresponde, en realidad —aclaró—. Por lo menos, no diré que me sorprendería que tenga alguna relación directa con el que me ocupa, pero la policía del condado se ha hecho cargo de la investigación de ese robo, y mi propia participación en ella se limita al hecho de que uno de mis hombres encontró, accidentalmente, las trompetas robadas. Con franqueza, el único motivo que he considerado es el muy concreto de que las trompetas son de oro y valen mucho dinero.
El canónigo Flurry agitó la cabeza, como un copo de nieve movido por el viento norte.
—¿Por qué habría de mirar usted más lejos, en verdad? —dijo—. Ciertamente, no le culpo por ello. También yo pensé en esto cuando Su Ilustrísima mencionó el asunto por primera vez, sólo que hallé algo extraño en el hecho de que el ladrón, o los ladrones, en lugar de llevar con rapidez estos objetos tan valiosos a un lugar seguro donde fuera posible fundirlos y de este modo imposible localizarlos, se limitaron simplemente a ocultarlos de la vista del público en general en un escondite no muy bueno de los Downs. Este hecho era algo… pues bien, era una incongruencia.
—Es exactamente lo que comenté al Superintendente —dijo Thrupp—. Ambos convinimos en que daba al hecho el aspecto de un trabajo de aficionados más bien que de profesionales.
—Se me ocurrió, en cambio, una alternativa cuando Su Ilustrísima mencionó que los ángeles en cuestión eran anteriores a la Reforma —prosiguió el canónigo—. Confieso que es una idea algo aventurada, pero la verdad es que inicié una serie de reflexiones, y para seguirlas hasta el fin me tomé la libertad de visitar la iglesia durante el trayecto hacia aquí. Como resultado de ello, me atrevo a decir que mi extraña idea es correcta.
Luego de apurar el último sorbo de su jerez, me permitió llenar otra vez su copa.
—¿Hay alguien aquí, con la excepción obvia de Su Ilustrísima, que haya oído hablar alguna vez de Miriel y Tamael? —preguntó.
Nadie había oído nunca esos nombres. Tampoco Su Ilustrísima, al parecer, porque tío Odo hizo un gesto semejante al de un escolar que no ha hecho sus deberes.
—Nuestro estimado canónigo es un distinguido angelólogo —dijo—. Lo que él ignora sobre ángeles no merece la pena conocerse, y en verdad, lo mismo puedo decir de demonios.
—Nadie sabe mucho acerca de los ángeles —replicó suavemente el canónigo Flurry—. Es una lástima, por cuanto se trata de un tema absorbente. Hay numerosas alusiones a los ángeles en la Biblia, pero en realidad se nombran muy pocos. Miguel y Gabriel en la Biblia propiamente dicha, y cuatro o cinco más, Rafael, Uriel, Chamuel, Jofiel, Zadkiel, en los libros apócrifos. Los cuatro últimos aparecen en el libro apócrifo llamado Libro de Henoch, conocido más vulgarmente como Enos. Ahora bien, Enos, como recordarán ustedes, «caminaba con Dios», y por lo tanto, se le atribuye el haber tenido autorización para conocer los secretos del Cielo y del Ejército Celestial. A pesar de ello, los diversos libros que mencionan su nombre son de una autenticidad sumamente dudosa. Nadie sugiere que haya escrito o dictado los libros en persona, y lo más que puede afirmarse es que fueron escritos largo tiempo después de su época por alguien ansioso por conservar las diversas tradiciones existentes respecto a sus revelaciones. Si ello es exacto, no debemos inferir, necesariamente, que estos libros atribuidos a Enos son en realidad falsos. La tradición es a menudo verídica, y siempre existe la posibilidad de que en este caso se haya consignado por escrito la tradición con cierta exactitud. Sea como fuere, es en uno de estos antiguos libros, llamado El Apocalipsis de Enos, donde encontramos la única referencia a Miriel y Tamael, y les interesará saber que en esta obra aparecen mencionados como los Capitanes de las Trompetas del Ejército Celestial.
Naturalmente, todos acogimos este dato con gran interés.
—De acuerdo con la tradición, fueron las trompetas de Miriel y Tamael —trompetas de oro, huelga decir—, las que dieron la señal para la batalla entre los ejércitos de Miguel y de Lucifer, y fue asimismo al son de dichas trompetas como Lucifer y sus secuaces finalmente «cayeron como el rayo del Cielo». Es tradición pura y, desde luego, enteramente imposible de verificar. Pero en la Iglesia medieval la leyenda de que Tamael y Miriel eran Capitanes de las Trompetas gozaba de tanto respeto como la de Gabriel como Ángel de Anunciación. No era en modo alguno raro en las iglesias de la época anterior a la Reforma ver estatuas de un par de ángeles, uno de cada lado del altar mayor, ángeles con trompetas doradas cuya función simbólica era, no solamente saludar a la Consagración de la Misa, sino, además, y observemos bien este punto, recordar al Diablo, en caso de que estuviese merodeando en las inmediaciones, lo que ocurrió hace mucho tiempo, cuando las trompetas sonaron para anunciar la victoria de Miguel. En aquellos días en que, según parece, el Diablo era perceptiblemente más activo que hoy, se consideraba a estas estatuas de Miriel y Tamael de gran valor para mantenerle dominado en cualquier parroquia que tuviese la buena fortuna de poseerlas. Hoy, por supuesto, tendemos a rechazar semejante cosa como una flagrante superstición. Pero debo confesar, no obstante, que cuanto más investigamos estas cuestiones más bien ocultas, tanto más sospechamos que los iconoclastas tienden a simplificar exageradamente el problema.
—¿Y son los ángeles que tenemos aquí los que usted ha citado? —preguntó Barbary cuando el viejo sacerdote dejó de hablar.
—Sin duda. Son sumamente característicos, estimada señora. A través de un período de varios siglos, estos temas se vuelven convencionales, como usted imaginará. En los libros de la Iglesia medieval existen muchos grabados contemporáneos de Miriel y Tamael, y los reconocí inmediatamente. Para estar bien seguro, no obstante, aproveché el hecho de que la iglesia estaba vacía para subir al santuario y mirarlos con mayor detenimiento. Hallé lo que buscaba, el nombre de Tamael grabado con bastante nitidez en caracteres hebreos en el ruedo de la túnica del ángel colocado al lado de la Epístola, y rastros más borrosos del nombre Miriel en el otro. Las letras del medio están deterioradas por el tiempo, pero la M inicial y la L final son claramente visibles… Es un jerez excelente, Mr. Poynings —observó el Canónigo, apurando el suyo por segunda vez.
Llené de nuevo su copa, satisfecho de que el anciano estuviese entregándonos buenos valores a cambio de mi excelente jerez.
—¿Pretende usted sugerir —dijo tío Piers con tono de duda— que este individuo Drinkwater es el Diablo, o bien un diablo, y que en ese caso no ha de hacerle mucha gracia la perspectiva de que estos trompetistas reanuden sus funciones tan cerca de su campo de actividades?
Presentada en estos términos, la teoría era sumamente absurda.
El Canónigo Flurry encogió sus frágiles hombros.
—No quiero parecer un pedante —dijo—, sobre todo porque en realidad no he tenido tiempo de estudiar con detenimiento la situación local. Lo único que afirmo es esto: no es posible aceptar el concepto de los ángeles y rechazar el de los diablos, ni aceptar el de los diablos y rechazar el de los ángeles. Los dos son complementarios e interdependientes. Y si verdaderamente existe alguna razón sólida para sospechar que este hombre, Drinkwater, es… una materialización de carne y hueso de algún espíritu maligno, es muy comprensible que sea un poco… alérgico al rearme de sus antiguos adversarios, Miriel y Tamael, con los medios necesarios para reanudar su función tradicional. Sin sus trompetas eran enteramente inofensivos, y, en verdad, el hombre en cuestión debe haber obtenido un cierto placer malicioso ante el espectáculo de su impotencia. Tampoco es válido suponer que este argumento se desvirtúe por el hecho de que no se halle en presencia de los Capitanes de Trompetas en persona, sino de sus representaciones simbólicas en madera tallada. No debemos confundir las estatuas con los ídolos, pero al mismo tiempo debemos recordar que una estatua solemnemente bendecida puede adquirir, y adquiere en ciertas condiciones, la categoría de «sacramental», y uno de los efectos más notables de los sacramentos es el de alejar a los espíritus malignos. Todos ustedes conocen las viejas leyendas sobre la aversión del Diablo al agua bendita, la cual es asimismo un «sacramental», y pueden creer en mi palabra cuando afirmo que estas estatuas medievales de Miriel y Tamael fueron bendecidas con una fórmula dirigida especialmente contra Satanás y todas sus obras y criaturas. Naturalmente, hoy en día reina mucho escepticismo frente a estas cuestiones, asimismo dentro de la Iglesia, pero… —el canónigo terminó su comentario encogiéndose de hombros una vez más.
—Sería muy interesante saber si los ángeles fueron bendecidos de nuevo con ocasión de su restablecimiento en la iglesia, luego de haber estado ocultos en el establo de recolección de los diezmos durante dos o tres siglos —murmuró el Muy Reverendo Odo.
Inmediatamente advertí la dirección de sus pensamientos.
—De cualquier manera, es interesante señalar que las trompetas fueron robadas pocas horas antes de la fijada para su bendición, o quizás para su repudio, por parte del Obispo de Bramber —dije.
Thrupp elevó una ceja.
—¿Admite, pues, que un obispo anglicano puede bendecir objetos eficazmente? —dijo de manera provocativa.
—No puedo opinar sobre ello en términos generales —repuso—, pero en esta ocasión, en particular, no viene al caso. Hasta la Santa Sede admite que Bloody Ben ha tenido una ordenación válida.
El pobre Thrupp hundió la cabeza en las manos y gimió:
—¡Es fantástico! —le oí quejarse mientras agitaba la cabeza de un lado a otro—. ¡Por mi sagrada tía! ¡Qué no daría por que el Subjefe estuviera aquí esta noche!…
En este punto llegaron Adam y Carmel en el automóvil del primero, y poco después fuimos todos a comer.