Como nos dijera Thrupp más tarde, era lo más natural del mundo que conversase unas palabras con Andrea al terminar la investigación, para obtener de esta manera, sin haberla buscado aparentemente, una presentación al acompañante de la muchacha. Éste le fue presentado, según previera el detective, como Mr. Drinkwater. Aparte de un convencional saludo mientras se estrechaban las manos, Drinkwater pareció acoger la presentación con una reacción totalmente neutral.
Thrupp, a su vez, no reveló emoción alguna, al menos exteriormente, sino tan solo un interés de hombre bien educado en la identidad de Drinkwater, dirigiéndose casi exclusivamente a Andrea e ignorando virtualmente la presencia del otro durante la mayor parte de la entrevista. En su interior, en cambio, se sintió presa de una serie de sensaciones que, según comentó posteriormente, eran a la vez nuevas y perturbadoras en extremo. Aun mirando el episodio en sentido retrospectivo no alcanzaba a analizarlas, aparte de manifestar que eran sensaciones tanto físicas como psíquicas, pero de un tipo en alto grado extraño. En su mente, había tenido conciencia de una antipatía que llegaba casi a la repulsión, o tal vez a esa especie de rechazo electrostático que en determinadas condiciones hace que las dos hojas idénticas de un electroscopio de hojas de oro se separen una de la otra como disgustadas mutuamente…
Pero más curiosos aún habían sido los síntomas físicos provocados por su proximidad a Drinkwater. Era un día muy caluroso para el mes de mayo, húmedo, pegajoso y sin la menor brisa, con cierta amenaza de tormenta eléctrica en la atmósfera, y durante su conversación con Nadin-Miles y su permanencia en la sala donde se desarrollara la investigación, Thrupp se había sentido muy acalorado e incómodo bajo sus ropas londinenses de tonos oscuros, y había llegado a enjugar el sudor de su rostro con intervalos frecuentes. Pero ahora, mientras estaba de pie allí, con el sol cayendo directamente sobre él, y el considerable calor reflejado por el piso de asfalto frente al Ayuntamiento, una misteriosa sensación de frío se posesionó de su persona y le hizo estremecerse.
No fue, según insistió luego, simplemente el tipo de estremecimiento psíquico que todos tendemos a experimentar en momentos de sorpresa inesperada o de temor. Fue un escalofrío físico semejante al que provocan los grandes panes de hielo en una pescadería cuando se entra en ella en un día de verano, sólo que era mucho más intenso. Era como hallarse de pronto, y en forma totalmente inesperada, en presencia de una montaña de hielo. La sensación comenzó, según dijo Thrupp, en el instante en que estrechó la mano de Drinkwater. No era que la mano estuviese fría o húmeda; por el contrario, al contacto la había hallado normal y con la tibieza habitual. No obstante, el efecto de aquel apretón de manos había sido como la inoculación de una corriente de hielo líquido que se había extendido como una infección virulenta por todo el organismo, neutralizando su calor animal y congelando su mecanismo. Sólo las funciones más elevadas, como el razonamiento de su cerebro, se habían mantenido inmunes, permitiéndole de un modo u otro el control de su economía física y proseguir su conversación relativamente trivial con Andrea como si no ocurriera nada.
Pero cuanto más conversaba, más amenazaba aquel extraño frío atontar sus sentidos y paralizar sus funciones. Y tal amenaza engendró el temor, el temor casi místico del animal sano frente a lo sobrenatural, el temor del homo sapiens civilizado de sucumbir al pánico.
Diremos ahora que nadie llega a ser Detective Inspector-Jefe del Departamento de Investigación Criminal si posee una naturaleza excesivamente nerviosa o con tendencia a la histeria. En verdad, dentro del orden normal de las cosas, el sistema nervioso de Robert Thrupp es por completo sano. Como he tratado de señalar previamente, Thrupp es un hombre de excepcional serenidad y fortaleza, que se destaca por su autocontrol, especialmente en presencia de un suceso inesperado. A menos que esto quede bien establecido, no es posible apreciar el enorme significado de esta repentina sensación de pánico inminente que le venció en aquel momento.
—No acierto a describirlo —me dijo más tarde, en la soledad de mi despacho—. Nunca lo había sentido con anterioridad, y espero de todo corazón que sea la última vez. Era algo… infernal, y si tuviera que escribirlo, utilizaría una letra mayúscula. Siempre he sostenido la creencia de que el Infierno es un lugar caluroso, pero ahora sé que reina allí un frío paralizante. Ahora me siento bien nuevamente. Comencé a entrar en calor medio minuto después de hacer un esfuerzo de voluntad sobrehumano para alejarme de él, y dos minutos más tarde estaba enjugándome el sudor de la frente una vez más. Pero en aquel momento, en cambio…
Tirando de mi barba, dije con cierta brusquedad:
—Bueno, tío Odo te lo advirtió…
Thrupp se sobresaltó como si le hubiesen disparado un tiro. Luego, mirando muy enojado, dijo:
—¡Roger, no hablaba en serio! Seguramente estaba tomándome el pelo…
—¡Ni tu pelo ni mi barba! —dije con vehemencia—. ¡Mi querido Thrupp, en su vida ha hablado con mayor seriedad, aun cuando lo dijese con aire despreocupado! Es un fenómeno ampliamente conocido, mencionado por todos los estudiosos de la demonología.
Inmediatamente me dirigí al anaquel con puertas, lo abrí y extraje el tomo de Demonolatría de Nicolás Remy. Luego de hallar el pasaje que acudiera a mi mente en aquel momento, lo coloqué debajo de las narices de Thrupp.
—Lee esto —dije—. El pasaje que comienza con «la frialdad física del Diablo»… mira… «froid comme glace», según lo describe una bruja francesa convicta y confesa. Y aquí tenemos un par de brujas escocesas que afirman que es «as cold as spring-well water», y «very cold, as ice», respectivamente. Te aseguro, hombre, que toda la literatura sobre hechicería y demonología está llena de ejemplos como éstos… Tío Odo, sabedor de que eres un escéptico, no insistió mucho, pero lo dijo con la mayor seriedad…
Con aire pensativo, Thrupp cerró el libro y lo depositó sobre el escritorio.
—Bueno, bueno, bueno —dijo en voz baja, los ojos fijos en el espacio—. ¿Y adónde vamos a parar?… ¡Que me cuelguen, si el Subjefe no se sentirá encantado con esto!