Mientras daba pequeños tirones a mi barba y movía la cabeza lentamente de un lado a otro, traté de apreciar las implicaciones de este notable hallazgo.
—No comprendo —dije por fin—. No tiene ningún sentido.
—¿Hay algo que tenga sentido en este maldito asunto? —repuso Thrupp con un tono bastante petulante para tratarse de él—. Tampoco yo comprendo nada, si ello te sirve como consuelo.
—¿No hay ninguna duda de que se trata de las mismas trompetas?
—Ninguna duda. Sabía que no la habría, pero las traje conmigo, me comuniqué con el Superintendente, y acabamos por ir juntos a la Vicaría. El párroco las identificó inmediatamente. En realidad, nos llevó hasta la iglesia y nos mostró cómo quedaban en manos de los ángeles.
—Te apuesto a que estaba encantado de tenerlas de nuevo.
—Regular. Teniendo en cuenta lo que costaron, el viejo no estaba muy impresionado. Agradecido, y todo lo que quieras, pero luego señaló que estaba seguro de que aparecerían. Lo que más le preocupaba era que el obispo se hubiera marchado sin haberlas visto, Dios sabe por qué, pero entendí algo acerca de autorizaciones o algo semejante.
Yo asentí, y describí brevemente la situación. Thrupp escuchó con aire distraído, como si le costase sentir entusiasmo frente a cuestiones que aparentemente no le concernían. El hecho incidental de que en el curso de sus propias investigaciones hubiese realizado por casualidad gran parte del trabajo correspondiente al Superintendente Bede, no parecía importarle gran cosa.
En este punto apareció Barbary con la noticia de que había un cuarto de baño vacante, y Thrupp se retiró en seguida a realizar sus abluciones. Junto a la puerta se volvió para recordarme que teníamos convenido conversar un poco más tarde durante la noche.
Yo sonreí forzadamente e hice un gesto de asentimiento. No podía por menos de preguntarme hasta qué punto se mostraría agradecido Thrupp por las numerosas complicaciones adicionales que mi teoría impondría sobre su mente ya abrumada.