—Ese idiota —masculló el Doctor después de que Hans le hubiera explicado cuál era la situación. Golpeó con la mano con fuerza sobre el escritorio—. A veces no puedo creer que realmente…
Calló y sacudió la cabeza.
No acaba la frase porque estoy yo aquí, pensó Hans. Era la primera vez que el Doctor criticaba a Rob en su presencia y Hans comprobó que le satisfacía enormemente.
Junto a otros pequeños fallos, aquel era el segundo gran error de Rob. El primero había llevado a que tuvieran que crear a Jane Doe cuando, en realidad, había sido demasiado pronto para ello.
—Encuéntrala, Hans. Has de encontrarla rápidamente —dijo el Doctor con semblante pétreo—. Y recuerda: no debes hacerle daño a Jane. La necesito lúcida, y tampoco debe estar herida para poder analizarla por completo y minuciosamente. Después…
Hizo un gesto inequívoco.
—Sí, señor —dijo Hans.
—¿Qué crees que ha podido ocurrir?
—No creo que Rob se haya marchado voluntariamente. Y tampoco me parece posible que Jane haya logrado dominarlo ella sola.
El Doctor asintió.
—¿Rosemarie Wengler?
—No la he visto en el tren, pero cabe la posibilidad de que se ocultara en alguna parte.
—Y si ha sido así, ella ha sorprendido a Rob, y tal vez se dirijan a la policía. ¿O serán más valientes aún? De un modo u otro, no nos queda más que esperar.
Hans asintió.
—Estoy deseando ver a Jane —dijo el Doctor, y Hans notó que ya no hablaba con él—. Mucho.