Capítulo 11

Sibylle le descubrió poco antes de que Rosie se adentrara en el camino de acceso a la casa. Aguardaba sentado sobre el césped, delante del arbusto salpicado de flores blancas que separaba la propiedad de Rosie de la vecina. Rodeaba indolentemente con los brazos sus flexionadas rodillas y era evidente que estaba esperando algo.

El hombre desconocido.

Mientras Sibylle le observaba a través de la ventanilla lateral, él se llevó el índice a los labios y sacudió la cabeza en señal de negativa. Creyó detectar una extraña alarma en su mirada, algo que impidió a Sibylle advertir a Rosie acerca de su presencia. Su corazón palpitaba de nuevo de forma incontrolada.

Cuando el vehículo se detuvo, el desconocido quedó oculto por el seto. Sibylle miró a Rosie, sin descubrir en ella señal alguna de que hubiera advertido la presencia de aquel hombre.

La mente de Sibylle comenzó a trabajar de modo febril. ¡El desconocido la estaba esperando a ella!

Pero ¿cómo sabía que Rosie…?

Sólo hacía pocas horas que las dos mujeres se conocían.

Tengo que hablar con él. Ya.

—Sibylle. —La llamada interrumpió sus pensamientos—. ¿Qué te ocurre? ¿Prefieres quedarte a dormir en el coche?

Sibylle esbozó una distraída sonrisa. Le agradaba aquella mujer tan extraordinaria, pero quizá el hombre que la aguardaba poseyera algún tipo de información sobre ella, su situación o incluso, mejor aún, pudiera ayudarla a encontrar a Lukas.

Bajó del coche y siguió a Rosie hasta la casa.

—Rosie… —comenzó titubeante, aún antes de entrar en el pasillo—. Creo que… creo que me gustaría dar un pequeño paseo. Me sentará bien.

—El aire fresco siempre sienta bien. De acuerdo, vamos.

Sibylle sacudió la cabeza.

—¡No! No, por favor, no te enfades, pero… me gustaría pasar unos minutos a solas, pensar. Te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí, pero creo que…

—Claro que sí. No hay problema —la tranquilizó Rosie con un gesto—. No tienes que justificarte. Pero ten cuidado de no perderte. —Le dirigió un guiño tranquilizador y de complicidad—. Y no dejes que te aborden hombres desconocidos, ¿me oyes? —añadió.

Sibylle la obsequió con una sonrisa torturada y se despidió.

Una vez en la calle, giró a su izquierda, dejando atrás el arbusto de separación sin buscar al hombre que sabía que la aguardaba allí, y continuó incluso hasta pasar la propiedad anexa, con el fin de asegurarse de que Rosie la veía alejarse realmente, si acaso decidiese vigilar su marcha desde la puerta. Después de unos metros, se dio la vuelta y retrocedió, encaminándose directamente hacia el arbusto donde salió a su encuentro el hombre, hasta entonces oculto, dirigiéndole una mirada amigable, aunque seria.

—Le agradezco que haya venido.

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí?

Constató el temblor en su propia voz.

—Mi nombre es Christian Rössler —contestó él, y, al ver la muda reacción de ella, continuó su discurso—. Sé en qué situación se encuentra y puedo…

—¿Sabe usted en qué situación me encuentro? ¿Cómo lo sabe? ¿Es usted uno de los que me están haciendo esto? ¿Sabe algo acerca de mi hijo?

Él alzó lentamente las manos con las palmas hacia fuera, como si quisiera evitar asustarla.

—No, no tengo nada que ver con esa gente. Al contrario, quiero ayudarla.

—¿Por qué? No le conozco. ¿Qué motivos podría tener usted para querer ayudarme? ¿Y cómo ha llegado a la conclusión de que yo pudiera necesitar su ayuda?

Rössler bajó la voz.

—Porque creo que se encuentra usted en una situación similar a la de mi hermana Isabelle, y porque juntos tenemos más posibilidades de descubrir qué está pasando.

¿Hermana? ¿Situación?

Fueron tantos los pensamientos que simultáneamente cruzaron a toda velocidad por la mente de Sibylle, que se sintió impotente para que uno sólo de ellos se abriera camino en su cerebro. No fue capaz de articular palabra. Permaneció en silencio, frotando nerviosamente entre sí sus manos temblorosas.

—Créame, sé cómo se siente —explicó Rössler.

—¿Cómo…? ¿Cómo quiere usted…? —comenzó ella, resultándole extremadamente difícil encadenar las palabras hasta formar con ellas una frase con sentido—. ¿Dónde… dónde se encuentra su hermana ahora?

La obsequió con una triste sonrisa.

—Le contaré todo lo que sé. ¿Qué le ha explicado usted a la mujer, a dónde le ha dicho que se marchaba?

El aturdimiento de Sibylle se incrementaba cada vez más.

—¿Por qué quiere saberlo?

—Por favor, ¿qué le ha explicado? Es importante.

Parecía casi suplicar una respuesta.

—Le dije que quería dar un paseo. Pero ¿por qué…?

—Eso está bien. Pero tendrá que volver antes de que sospeche algo.

Sibylle retrocedió instintivamente.

—¿Sospechar? ¿Qué significa eso? No sé si sabe que esa mujer es la única persona en el mundo en la que confío.

Él resopló y dirigió una mirada apresurada al arbusto que los aislaba de la casa de Rosie.

—Si tanto confía en ella, ¿por qué no le ha dicho que me ha visto?

—Porque… porque yo…

Sí, ¿por qué? Tiene razón, maldita sea.

—Escuche, ahora mismo no puedo darle todos los detalles, pero créame, por favor: esa mujer no pretende ayudarla, eso seguro, ella… —se interrumpió, pero continuó con su discurso cuando vio que Sibylle se disponía a objetar—. Detrás de todo esto se encuentra una organización bastante importante, y resulta imprescindible para ellos conocer cada paso que realizan sus víctimas. Para eso necesitan a alguien de confianza en el entorno más inmediato. Alguien en quien éstas deseen confiar.

¿Víctima? ¿Soy yo…?

—¿De qué organización me habla? ¿Pretende usted decirme que Rosie…? —dijo Sibylle, negando enérgicamente con la cabeza—. No, eso es una locura. Jamás lo creeré.

Él dirigió una nueva mirada rápida al arbusto.

—¿Cuándo y cómo conoció usted a esa mujer?

—Eso no es asunto suyo. Además, ¿cómo ha sabido dónde me alojo?

—Las he estado siguiendo, he estado detrás de usted desde el momento en el que subió a ese coche. Por favor, créame, sólo pretendo advertirla del peligro en el que se encuentra.

Sibylle titubeó.

—He visto a Rosie por primera vez esta mañana —concedió al fin—. Me ha estado ayudando. ¿Y usted cómo…?

Él realizó un gesto tranquilizador con la mano.

—Más tarde llegaremos a eso. Ahora tiene que volver a la casa, de verdad. Si esa mujer nos descubriera, sería nefasto para usted, y perjudicaría también a mi hermana. Créame, por favor. Sólo recuerde en qué circunstancias se ha encontrado con ella y pregúntese a sí misma si le parece normal el comportamiento de esa mujer. En el caso de mi hermana también apareció por sorpresa una mujer que aparentemente deseaba ayudarla. ¿Me entiende?

—¿Y qué hay de malo en coincidir con personas dispuestas a ayudar? —repuso Sibylle, que ni se esforzó siquiera en ocultar su irritación.

Rössler la miró imperturbable.

—Mi hermana ha vuelto a desaparecer, hace ahora tres días. Poco antes habíamos visitado juntos a esa mujer que la ayudó, así que cuando no logré localizarla de nuevo pensé… que quizá se encontrara con ella. Me dirigí entonces a la casa de su amiga y allí me sorprendí muchísimo cuando vi que me abría un hombre mayor, el cual, al preguntarle por la mujer, que se supone que se llamaba Johanna, me comentó que no conocía a nadie de ese nombre, y que, desde luego, esa mujer no vivía allí. Él era viudo y llevaba años solo en aquella casa. —Rössler concluyó su relato prácticamente en susurros—. Aquel hombre había estado fuera unos días, visitando a su hija. Había regresado de su viaje aquella misma mañana. ¿Entiende lo que le digo? La casa en la que se supone que vivía aquella mujer, y en la que estuve con Isabelle, no le pertenecía, nunca había vivido allí.

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un trozo de papel arrugado.

—Éste es mi número de teléfono. Podrá localizarme aquí a cualquier hora del día y de la noche. Si quiere saber qué he descubierto hasta ahora, llámeme mañana. Si decide no creerme, sería una lástima, pero no puedo hacer nada al respecto. No volveré por aquí y tampoco la seguiré molestando. Simplemente hágame un favor: decida lo que decida, no le hable a esa mujer de mí, pues lo más probable es que perdiera toda oportunidad de encontrar a mi hermana y a quienes están detrás de todo este asunto.

Este asunto, qué asunto, ¡qué asunto! Esto es una locura, todo esto es una locura…

Sibylle procuraba desesperadamente pensar en lo que acababa de escuchar, pero, por mucho que lo intentaba, no lograba concentrarse. Sentía deseos únicamente de ponerse a gritar en voz alta. Rössler le tendió el pedazo de papel, pero ella no se decidía a cogerlo.

—¿Querría usted indicarme su nombre? —preguntó él entonces.

—Sibylle. Me llamo Sibylle.

—¿Y usted también busca a alguien a quien, aparte de usted, nadie parece conocer, Sibylle?

Sintió como si la hubiesen golpeado en pleno estómago.

—Lukas —se oyó susurrar—. ¿Su… su hermana también…?

—Sí, buscaba desesperadamente a su hijo.

—Dios mío. ¿Y lo encontró?

Rössler agachó la cabeza. Cuando la volvió a alzar, Sibylle creyó ver lágrimas en sus ojos.

—Jamás tuvo hijo alguno.

La mirada de Sibylle sobre el lugar en el que sólo pocos minutos antes había estado aquel hombre pareció perpetuarse antes de que se decidiera a agacharse muy despacio y recoger el papel que Rössler había dejado caer. Sin mirarlo siquiera, lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

Jamás tuvo hijo alguno. Jamás. ¿Lukas?

—¡No! —gritó en voz tan alta que ella misma se sobresaltó. Sacudió la cabeza y se puso en movimiento.

No.

Se alejó del camino para adentrarse en el sendero que conducía hasta la casa y no vio a Rosie hasta que prácticamente la tuvo encima. Se encontraba de pie en la puerta de entrada y era evidente que había estado esperándola.

Sólo piense en qué circunstancias se han encontrado y evalúe si el comportamiento de esa mujer es mínimamente normal.

Una amplia sonrisa se extendió por el rostro de Rosie.

—¿Qué me dices, chiquilla? ¿Te ha sentado bien el paseo?