LA SALUD DE LEER

Se dice con frecuencia que leer es bueno para la salud, incluso que tiene efectos curativos, y no solo para las enfermedades del cuerpo, también para lo que Julia Kristeva denomina «Las nuevas enfermedades del alma». Ciertamente, siempre la mesura impedirá locuras de exceso, como las del andante y caballero lector, en ocasiones señor de otra cordura. Mientras leemos, en tanto que leemos, la soledad se ve en algún modo acompañada. Nos encontramos abiertos, despiertos y dispuestos, lo que no impide cualquier malestar. Con la lectura salimos de un circuito clausurado y, al hacerlo, siempre se inaugura alguna posibilidad, lo que no significa ni una receta, ni una solución. En muchas ocasiones, requerimos de apoyo, de ayuda, incluso de auxilio, y siempre de afecto cálido y cercano, de otros modos de ser y de pensar. Puede decirse que la palabra cura, que al menos es capaz de hacerlo, pero no hemos de olvidar que tiene el poder de enfermarnos. Por ello requerimos de determinadas lecturas, no simplemente como consuelo, en todo caso como terapia, pero no hemos de descartarlo. Las Cartas a Lucilio de Séneca, el Enquiridión de Epicteto, o las Meditaciones de Marco Aurelio, por ejemplo, son, más que tratados, consideraciones, reflexiones, manuales, pensamientos, y proponen estilos y formas para una vida gozosa, armoniosa, dichosa, en un concepto de salud que no se agota en la ausencia de enfermedades. Leerlos nos reconforta y, más aún, nos ofrece fuerzas y razones, consideradas como procedimientos para abordar nuestra situación, para anticiparnos, para analizar cada día.

No está mal que leamos para aprender, para saber, para conocer. Pero leer tiene sentido por sí mismo, como lo tiene la salud, que no es simplemente un medio para poder desarrollar actividades. Si consideramos que leer es higiénico es porque propicia el cuidado y lo que denominamos no solo la conservación, también la prevención. Es decir, la lectura vela por nuestra salud. Mantiene nuestra disposición, la agilidad de nuestras capacidades, nos permite elegir, soñar, responder, escuchar, imaginar, y sostiene y desafía nuestros pensamientos, afectos y emociones. Es insuficiente decir que es refugio y compañía, pero hay ocasiones en que ello es extraordinariamente importante. A veces abriga nuestras esperanzas, lo que, de nuevo, puede resultarnos inadecuado, pero se dan situaciones en las que es absolutamente determinante, para vivir, incluso para sobrevivir. Y nos permite, si no relativizar ciertos momentos, sí al menos hacernos cargo de ellos en su verdadero alcance, en su justa medida. Y, no pocas veces, nos presta y acerca comportamientos estimulantes, ejemplares, referencias y horizontes que son un aliciente y un estímulo para proseguir, para luchar.

No hemos de descartar, a su vez, que, como sucede con la escritura, farmacon, esto es, el remedio, sea a la par veneno, es decir, peor que la enfermedad. Cuando se utiliza como coartada para eludir afrontar la cuestión, lo que no deja de ser en muchos casos legítimo, o cuando el refugio viene a ser un lugar de cómoda residencia, o una excusa, o un nido de melancolía, o el amparo para una descalificación global de los demás, o una posición de aristocrática indiferencia, o una actitud no ya higiénica sino higienista, o un manoseo de texto y de palabras, entonces la lectura viene a ser un sucedáneo de la salud y con excesivos riesgos. Por eso insistimos en que leer no solo es bueno para la salud, es que ha de ser en sí mismo salud.

No siempre la salud es algo que se tiene, que se gana o que se pierde, como si fuera un ingrediente, un añadido, eso sí, central, un componente de nuestras vidas. Bastaría ponerse en la tesitura de no tener salud para comprender que no se trata de un aditamento, por muy esencial que se caracterice, de nuestra existencia. Y hemos de abrazar, acompañar y combatir junto a quienes, enfermos, tratan de decidirse, de dar con su palabra, con su silencio, los cuales siquiera les permitan convivir con su dolor, con su sufrimiento. Los otros, su presencia, su cercanía, su llegada son determinantes. Y su palabra. No pocas veces esta nos adviene en el lenguaje, en la escritura que convoca a leer. Y cada cual a nuestro modo carecemos de la debida salud y estamos necesitados.

La falta de horizontes y de estímulos produce desarticulación, impide la armonía y dificulta la adecuada salud. En numerosas ocasiones proviene de lo que pensamos y sentimos, de lo que buscamos y soñamos. Leer es un espacio que sana, una posibilidad de que el sanatorio produzca sus efectos. El mero hecho de vernos con un libro, de vernos con el libro, de vernos en el libro, es ya una vía para abordar cuestiones y afrontar desafíos que nos inquietan, e incluso podría llegar a paralizarnos. Una buena lectura se ofrece como medicamento o, mejor, como medicina.

Leer aporta salud. Tanto porque implica unas vías de recreación como porque oxigena el actual estado de cosas e inyecta nuevas oportunidades. A su vez, modifica lo que cabe entender por salud, al afectar directamente a lo que genera condiciones de vida sana, y liberarnos de la sujeción a un estado de cosas dado. Cuando la palabra se nos ofrece en la acción de leer hemos de incorporarla a nuestras vidas y así nos encontraremos en mejores condiciones para vivir de modo conveniente y justo. Y eso es salud. Quizá no plena, pero sí mayor y mejor.