UN RETIRO INDISPENSABLE

Resulta interesante comprobar que no pocas veces no hemos de aguardar a que algo sea previamente satisfactorio para realizarlo. El don, el regalo, reside en su ejecución, pero esta no es simplemente un final. Podríamos movernos entonces amparados en la expectativa o en la promesa. Pero en todo caso ello conllevaría una disciplina, una entrega, un compromiso que, sin embargo, no lo sería solo con el resultado. Leer nos hace disfrutar, lo que no significa que no comporte una exigencia. Y un cierto retiro y una ascesis. En el proceso de aprender a leer recibimos señales inequívocas y condiciones que nos recuerdan que, además de estar dispuestos, hemos de responder cuidadosa, ordenada y organizadamente a lo que el texto de modo articulado, sea cual fuera su configuración, es. Y hemos de proceder según unos pasos adecuados y hacer la experiencia de lo que significa. Solo el gesto, asimismo muy físico, de enfrentarnos con lo escrito nos permite la lectura. Y ese gesto ha de responder a la implicación de todo cuanto somos. Una cierta gimnasia, un ejercicio del cuerpo y del espíritu, que los clásicos grecolatinos bien supieron vincular con una adecuada educación, son imprescindibles para leer.

Sin retiro no hay lectura. Se requiere una determinada distancia, si se quiere desvinculación o abandono, que no son falta de implicación sino un modo de compromiso, en muchas ocasiones con otros valores. El retirarse no es sin más apartarse, también supone un nuevo recogimiento, una puesta en reserva, la búsqueda de otro espacio, de otra ocupación, quizá de un nuevo combate. Este retiro tiene un tinte de respuesta, de contestación, de toma de distancia respecto de los valores habituales, convencionales, una puesta en cuestión de lo ya dado como válido y existente, y siempre ofrece el rostro de una necesidad, de una búsqueda. Ver a alguien leer en cierto modo desajusta, desconcierta, da que pensar. Este retiro no supone una actitud anacoreta. Muchas veces es exactamente otra implicación y puede serlo con los asuntos de la ciudad, con los asuntos públicos. Situarse en tan exigente posición conlleva no pocas dosis de verdadero ascetismo, esto es, de una práctica y de un ejercicio que, sin ser solo físicos, pueden considerarse atléticos, en la tarea de mejorar, de perfeccionarse. Ello no es incompatible con una perspectiva lúdica y placentera de la existencia, pero no se puede crecer sin esta entrega, sin esta búsqueda permanente. Proust bien nos lo recuerda en En busca del tiempo perdido: «Me subía a llorar a lo más alto de la casa, junto al tejado, a una habitacioncita que estaba al lado de la sala de estudio, que olía a lirio y que estaba aromada, además, por el perfume de un grosellero que crecía fuera, entre las piedras del muro, y que introducía una rama por la ventana entreabierta. Ese cuarto que estaba destinado a un uso especial y vulgar, y desde el cual se dominaba durante el día claro hasta el torreón de Roussainville-le-Pin, me sirvió de refugio mucho tiempo, sin duda por ser el único donde podía encerrarme con llave para aquellas de mis ocupaciones que exigían una soledad inviolable: la lectura, el ensueño, el llanto y la voluptuosidad».

Puede resultar desconcertante que reivindiquemos la ascesis y el retiro para una adecuada y justa forma de leer. Se confirma, de este modo, la vinculación entre la precisa distancia y la implicación, entre el saber y el ejercicio, que ratifica que la lectura es una cierta meditación. Algunas de estas palabras, atrapadas en figuras convencionales, necesitan ser liberadas por una lectura abierta, plural, y profundamente innovadora desde su raíz más clásica, respecto de tópicos supuestamente actuales. Una profunda atención y una entrega absoluta del pensar nos permiten la consideración de lo que se dice, nos facilitan la escucha y alientan nuestra elección y decisión. Leer distrae, quizá, respecto de determinadas preocupaciones, pero no se trata de leer distraído, porque entonces lo leído no nos afecta. Para ello, no precisamos leer. Y no es solo un asunto de concentración. Es toda una forma de vivir la acción de leer: un retiro, con ascesis y meditación.

Un planteamiento semejante tiene algo de inquietante. Y de exigente. Ciertamente hay muchos tipos de lectura y muchos modos de leer. Y distintas ocasiones. Y diferentes prácticas. No conviene, por tanto, hacer declaraciones que ignoren el acaecer de esta acción de leer, la historia de la lectura y los modos de ejercitarla, sus avatares vinculados a los acontecimientos, los sucesos y los procesos humanos. Pero precisamente por eso nos ocupamos de lo que atraviesa y afecta y se ve afectado por esas peripecias. Y en todo caso, en cualquier circunstancia y época, la lectura ha supuesto un alejamiento y, a la par, una nueva aproximación. Y una cierta soledad y un cierto silencio.

El retiro y la ascesis que ahora se reclaman comportan a su vez la generación de un espacio adecuado y un tiempo propicio, ambos siempre buscados y siempre perdidos, pero que confirman que la lectura es a la par una toma de distancia y un nuevo acercamiento a aquello que más singularmente nos constituye. No es solo un lugar, es una disposición, una condición, una actitud.