HAY MUCHO QUE HACER

Hay que hacer. Estamos de acuerdo. Ahora solo falta saber qué. Y falta saber cómo saberlo. Dado que no hay tiempo que perder, cabe esperar que ese tiempo de saberlo no se dé por perdido. No faltan quienes ya parecen saberlo de antemano. Eso que ganamos. Por lo visto, basta con atenderles o, mejor, con obedecerles. Puesto que insisten en que ya lo sabemos todos, espero que no les moleste que sea uno cualquiera quien lo decida. En caso de que no sea así, convendrá que hablemos. Otro asunto, nada lateral, es cómo hacerlo. Es decir, que si nos tomamos en serio, es preciso conversar. Y puestos a una conversación, no compartimos algunas posiciones. Quizá por ello mismo podemos entablarla. No se trata de leer cuando todo está hecho, ni siquiera de leer solo lo más importante. Leer es hacer algo y no precisamente lateral. Si esperáramos a que no hubiera nada que hacer para cultivarnos, recrearnos y crecer, no solo no leeríamos nunca sino que, desvinculados de la tensión que requiere la acción, la lectura se reduciría a ser un entretenimiento, como ya se ha señalado. No negamos que también pueda o deba serlo, pero incluso para hacer de verdad hay que leer.

Desde una consideración abierta y amplia de la lectura, que en todo caso requiere análisis y pensamiento, siquiera para entender y comprender, no parece ni sensato, ni prudente embarcarnos en acciones esporádicas o supuestamente decisivas, sin contar con lo que al respecto se ha dicho y se sabe. No faltan quienes estiman improcedente perder el tiempo en lo que creen divagaciones y su voluntad es ejecutar cuanto antes la acción, que queda reducida a un acto o a una actividad, y dar por zanjado el asunto.

No es tan fácil hacer. No se requiere menos decisión para proceder con cautela, con prudencia, con coherencia que para intervenir inmediatamente, considerando que la energía solo es auténtica si se hace sin lo que solemos denominar miramientos. Cabe desconfiar de este modo de intervenir tan frecuente, según el cual no es preciso detenerse a analizar o a considerar situaciones o personas, ya que tenemos imperiosamente que actuar. Para semejantes fundamentalistas del hacer, cualquier camino es impropio, no desean andar, solo llegar, y su forma de atajar es, no acortar, sino cortar limpiamente con precisión que estiman quirúrgica, pero es de guillotina.

Leer es una acción, y un arte que entiende lo que significa ir cautelosamente. No es una tarea ocasional, reservada a momentos vacíos, que hemos de rellenar con ocupaciones de tiempo libre. Quizá sea necesario que recordemos el sentido y alcance del ocio como recreación. Esta voluntad de que cada actividad sea rentable, inmediatamente rentable, comporta una visión según la cual todo ha de ser negocio, esto es, la negación del ocio. Pero el ocio es una puesta en cuestión del trabajo convencional y la apertura de un espacio para el cuidado y el cultivo de uno mismo. La lectura es, en ese sentido, no un respiro, sino otro aire. Y de tal alcance que pone en cuestión esta permanente vorágine empeñada más en los desplazamientos de lugar, que en su transformación. Quienes plantean así las cosas, si llegan a la lectura es para cambiar de sitio, no para ser otros, es para confirmar lo que ya saben, añadiendo más «conocimientos» a su modo de saberlo, a fin de ratificar su posición. Pero no se trata de leer a pesar de que hay mucho que hacer, ya que plantear así las cosas es tanto como confirmar que al leer y con el leer no hay nada que hacer.

Ciertamente nos encontramos con enormes necesidades y no faltan ocasiones en las que hemos de entregarnos para responder a lo que requieren. No caigamos en la caricatura de alguien leyendo indiferente al dolor ajeno. Puede ocurrir y hemos de evitarlo. Pero no es menos esperpéntico encontrarnos con quienes se ocupan en un quehacer empeñados en que nunca llegue a ser una acción eficaz, trasformadora. No pocas veces precisamos buenas razones y buenas fuerzas para una participación activa y crítica y en ocasiones nos llegan del otro, de los otros, de las vidas vividas, de las vidas contadas y, en gran medida, de lo que dicen, piensan y realizan. Leer es una acción y no simplemente un acto cerrado y clausurado. Y es una acción de hospitalidad para con la actuación de los demás, para con su palabra.

Que la palabra es acción se desprende de una pertinente consideración del lógos, y puestos a requerir alguna adecuada intervención, a veces lo que necesitamos es una palabra, que se diga, que se dé. No solo palabras. Toda una vida de lecturas busca esa palabra propia, quizá la que nos permita vivir en común, esa palabra que hace y nos hace ser quienes somos. Leer no es una actividad más, una entre otras y entre tantas. Es un modo peculiar y singular de pensar concretamente algo, no solo en algo, y de reescribirlo y de recrearlo. Efectivamente, hay mucho que hacer. De ello se deduce la necesidad de leer para hacerlo convencidos y convincentemente, adecuada y argumentadamente, conscientes de que ni siquiera tampoco está ya escrito como algo dado y cerrado lo que haya de hacerse.

Siempre nos falta tiempo, si entendemos inapropiadamente que la vida es un depósito que hemos de completar con actividades. Siempre las hay e importantes y siempre tendremos explicaciones para demorar un modo singular de enfrentarnos a la labor que la acción reclama. Precisamente, dado que hay mucho que hacer, no dejemos de leer.