LA LECCIÓN

La lección se da, se entrega, es una lectura abierta, en acción. Y se da de muchas maneras. Cuando es adecuada, adopta la forma de un encuentro, de una comunicación. Se produce asimismo una transmisión de conocimiento y, si es generoso, quien da también recibe al darla. Aún resuenan en nuestras lecturas los balbuceos del momento en que aprendimos a leer. No fue exactamente solo un momento, sino todo un proceso. Y quizá recordamos a quien sin duda con cierto afecto nos abrió no solo un camino, sino todo un mundo: deletrear, aislar, separar, enlazar, vincular, para finalmente asistir emocionados a entender y, lo que aún resulta más impresionante, a reconocer en nuestras vidas lo que allí se decía, tanto como verlas afectadas por lo que tiernamente empezaba a latir. Y así, poco a poco, se abrió el milagro de la comprensión, el gran don de toda lección. Sin duda, es importante saber, pero lo decisivo es comprender.

Mostrar una lectura, ofrecerla, desgranarla para otros, dejar caer cuidadosamente sentidos y significados, explicar y explicarse y estar dispuesto a recibir como retorno, desde la maravilla de la sorpresa conmovida hasta una absoluta indiferencia, implica una cierta maestría que ha de profesarse. Ellos, maestros y profesores, maestras y profesoras, lo son fundamentalmente en el arte de la lectura. Aprender a leer alcanza toda una vida. Y nunca se deja de hacer. La lección nos despierta, nos da ocasión para crecer. Y efectivamente, puestos a enseñar también cabe enseñar a aprender permanentemente, a no cejar en la necesaria tarea de no encerrarnos en una lectura. Si nos aferramos a ella, la lección fallecería, carente de vida. También necesitamos aprender a leer Matemáticas o aprender a leer Filosofía, o Biología. Porque aprender a leer comporta mucho más que poder completar las frases. Antes de leer, en el momento y después, se requiere un enorme caudal de conocimientos, sin los cuales no podemos enfrentarnos al desafío de la lectura, y unas capacidades, que hemos de nutrir y sustentar. Leemos con todo lo que sabemos y con todo lo que somos. También aprendemos así.

Quizá por ello la primera y decisiva lección es la que se da con el modo de vivir, de afrontar la existencia, y tal vez eso explica por qué toda lectura se hace al abrigo de una consideración del mundo y de los otros. No hay lectura aséptica, como no hay escritura que no nos ofrezca ese entorno, ese espacio, ese ámbito que es más que un contexto. En rigor, se trata de una ética. Ethos es etimológicamente una madriguera, un cobijo en el que por el mero hecho de situarnos en él ya nos vemos condicionados a ciertos hábitos y comportamientos. No es una moral, y menos individual. El Ethos nos da siempre, incluso en silencio, una lección. Y por ello toda lección tiene una raíz ética y la ética una dimensión social.

Ciertamente cabe decir que denominamos a algo «lección» porque es una lectura que tiene un alcance, en uno u otro sentido, público. Pero no solo es lección porque se da, es lección porque se trata, en efecto, de una lectura. Y ello explica por qué no es cuestión simplemente de repetirla. Una buena lección da que hacer y que pensar. El buen maestro, nos recuerda Deleuze, no es quien ordena «hazlo como yo», sino quien dice «hazlo conmigo». Una lección es una convocatoria. No le resta ni objetividad ni verdad la implicación de quien la da, su toma de posición o su emoción y menos aún que no lo ofrezca todo clausurado para ser ingerido. Sin duda, entrega algo pensado y definido, pero no con el fin de sustituir o de reemplazar el decir de quien la recibe. Dar y recibir conforman conjuntamente una experiencia, la de enseñar y aprender. Es necesario aprender, pero es imprescindible enseñar y dejarse enseñar. No como un acto de condescendencia, sino de reconocimiento. Para empezar, de las propias limitaciones.

Transmitir lecturas, ofrecer conocimiento es un deber y no solo individual. No es que uno dé la lección amparado en la arrogancia de su supuesto saber y ni dude ni se cuestione. El conocimiento busca comunidad, constituye comunidad. Y bien sabemos que sin comunidad científica no hay mucho que hacer en ninguna disciplina. Y esa transmisión va fijando todo un caudal, por el que precisamente fluye una tradición que no hemos de limitarnos a repetir. Por ello, con cada lección nos llega una oportunidad de entrar en relación directa, en contacto, con lo que de otro modo nos resultaría inaccesible. Y por eso subrayamos que se aprende por contagio —literalmente contacto—. Ya Platón soñaba en Fedro con la posibilidad de un saber que pasara de uno a otro como el vino se desliza por el hilo de lana de una vasija a otra. No es ahora lo decisivo qué ocurre en la operación, sino qué nos enlaza y nos vincula para comunicarnos. El saber y cuanto somos. Tal vez la palabra, que es relación, sea nuestra gran posibilidad. La palabra, que no es solo un conjunto de palabras, que es gesto, que es comportamiento, que es toda una actitud de afectos, sentimientos y convicciones. Esa palabra, que es singular en cada cual, que nadie dirá por nosotros, que en ocasiones se articula en un discurso y que no pocas veces se dice en silencio, es la mejor lección.