Suele decirse que un buen escritor se caracteriza por un estilo propio, claro está, cuando este es bueno. Un buen lector también. Hasta tal punto que además de las prácticas de la lectura o de modos de leer hemos de incorporar en la historia de la lectura aquello que más difícilmente se deja incluir, la vida propia de cada lector, de cada lectura, su modo singular de leer. Difícilmente las clasificaciones permiten dibujar estereotipos que respondan a eso que llamamos estilo y que sin embargo es tan importante y necesario. El estilo es siempre una incisión, propia de estilete, que finamente deslinda y abre, separa y da a ver con su hacer. El estilo es asimismo una cierta relación de los instintos entre sí, eso que Nietzsche denomina intelligere y que no es simple atrezo o aderezo. Baste recordar que instintus es no solo impulso sino también inspiración y sugestión. El buen lector busca, pero asimismo, como el buen amante, se deja encontrar. No se mueve con catálogo previo, ni se entrega rendido a modas, consignas y recetas. Es amigo, sin embargo, de las conversaciones y en su caso de las recomendaciones, cuando estas son afectuosas sugerencias de quien ha hecho la experiencia. Pero también gusta de hacer venir algo distinto, de descubrir, de encuentros fortuitos, que por supuesto comportan sus riesgos.
Al atender lo que estilo significa no nos referimos a la pluralidad de maneras de leer, a las situaciones, a la frecuencia, a la posibilidad de acercarse de uno o varios modos a uno o varios libros. Sin duda esta tipificación ya estará realizada, el correspondiente estudio ya estará elaborado, pero si algo define el estilo es la singularidad y tal definición difícilmente pasará de ser una descripción. Ese singular modo de leer de algunas personas cautiva. En ciertos casos, es suficiente con verlas. Pero el estilo no es una postura, es una posición, una existencia no frente al libro, sino con él.
Decir en esta ocasión que uno es según los libros que ha leído no agota la cuestión. Sobre todo es según lo que le haya ocurrido al leerlos. Leer puede llegar a ser un acontecimiento que en ocasiones marca un antes y un después a quien lee. Pero hay lecturas que modifican tan decisivamente un texto que propiamente es él quien ya no será nunca más solo lo que era. Hay lecturas con tanto estilo que, puestos a incidir, inciden en el propio texto. Por eso insistimos en que un libro es fruto de sus lecturas, las que de una u otra forma están en él y las que una y otra vez se incorporan en la acción de leer.
No está claro cómo se llega a ser alguien singular. No necesariamente siendo alguien ocurrente o extravagante. Sin duda tiene que ver con tener palabra propia, no como una posesión, sino palabra apropiada, ajustada, justa. Podría decirse que tiene que ver con contar con un criterio personal. Pero «propio» no significa que no sea comunicable, ni que resulte intransferible. Los estilos dialogan entre sí, como lo hacen las lecturas. Porque, en realidad, solo se puede ser singular en el seno de lo común, solo ahí cabe ser diferente. De lo contrario, se es indiferente.
En definitiva, el estilo radica en la libertad, en la capacidad de recrear lo que se escucha, no tanto para rendirse ante los sentidos dados, sino para otorgar sentidos inesperados, inauditos. No es cierto, por tanto, que todos leamos igual o que nos hallemos en las mismas ante un mismo texto, o con él. Por eso hablamos de los libros que leemos y corremos suertes distintas, damos con pendientes y derivadas diferentes. A veces, para encontrarnos con la vida por un procedimiento muy habitual, que es pretender huir de ella. En todo caso, el estilo no es una decisión, ni una estrategia. Tiene más que ver con nuestra forma de ser y de vivir, con nuestra experiencia y nuestro cuidado, en última instancia con nuestra cultura, entendida fundamentalmente en esta ocasión como formación, y no necesariamente como información o erudición.
El atractivo de un lector con estilo nos desconcierta por su capacidad de ver y de dar a ver lo nunca visto. Su lectura es su mirada y así como ver no es lo mismo que leer, leer es otra forma de ver, la que no se ciega ante lo que nos es más evidente. El estilo lee incluso lo que da que decir, no simplemente lo dicho. Y, en cierto modo, es otra forma de escritura, esa que llamamos leer. Si no es una pose sino una posición es porque no se trata de una forma de presentarse sino de una forma de existir. Y ha de sustentarse en un afecto, el que vincula directamente con el escritor. No hay estilo de lector sin este encuentro, esta correspondencia con el autor implícito, implicado en el texto. La singularidad del estilo consiste en esta relación que estrictamente ha de ser erótica. Sin esta comunión no hay estilo propio.