113. OPERACIÓN OVERLORD
(NORMANDÍA, FRANCIA-5 Y 6 DE JUNIO DE 1944)
Desde Sicilia el teniente Klaus Edelberg, bajo el nuevo nombre de John Muller, se había ganado el cargo entre los aliados. Lo habían entrevistado en varias ocasiones y comprobado que, a pesar de ser alemán y amar a su patria, no sentía la menor afinidad hacia los nazis. Aquellos sentimientos eran sinceros.
A finales de la primavera formaba parte de la avanzadilla en la Operación Overlord, en la 82.º estadounidense. El día 5 a las tres de la madrugada fue lanzado en paracaídas sobre Vierville-sur-Mer antes de amanecer en una compañía bajo el mando del capitán Jacobson. Hacía muy mal tiempo, sin embargo los hombres lograron llegar a tierra, sanos y salvos, refugiándose en una antigua granja abandonada. Su misión era poner en marcha medidas de confusión y distracción entre los alemanes, ya que supuestamente unas horas más tarde comenzaría la operación. Luego el tiempo empeoró notablemente y la operación de invasión aliada tuvo que ser abortada por el momento.
Pronto comprendieron que habían sido detectados. Comenzaron a disparar contra ellos desde todas partes y tuvieron que repeler el ataque como pudieron, ya que solo llevaban armas ligeras. Eran veinticuatro hombres más el capitán y una hora más tarde solo permanecían con vida seis, entre ellos Klaus Edelberg, que tuvo que tomar el mando. Un rato más tarde eran apresados.
Cuando lo instruyeron los americanos, le dijeron que se mantuviera firme. Era descendiente de alemanes americanos. Vivía en Columbus, Ohio. Le crearon una familia ficticia, una vida, dónde había estudiado. Al menos hablaba el inglés con soltura.
Klaus conocía los métodos de la gente del Abwehr. Sus compañeros eran americanos de distintos estados, y ninguno de ellos conocía su verdadera identidad lo cual le daba ciertas garantías. Fueron conducidos a una de las torres de vigilancia donde se encontraba parte del estado mayor alemán. Era evidente que el lanzamiento de paracaidistas aliados había puesto a los alemanes en alerta.
Fueron interrogados individualmente. Mantuvo su papel aceptando de entrada que hablaba el alemán, intentando, eso sí, darle un ligero giro a su lenguaje, tal y como lo había practicado con expertos. Fue conducido ante un comandante de las SS que le interrogó acerca de cómo se estaba preparando la invasión. Las órdenes que tenían en caso de ser apresados eran mantener que existía un segundo ejército preparado para desembarcar por Calais, y que sería por allí por donde se realizaría el grueso de la invasión prevista.
Más tarde los condujeron a una celda e incluso les dieron algo de comer y de beber. Por el momento para los alemanes lo importante era controlar que no hubiera más paracaidistas tras sus líneas, estudiar las órdenes entre los aliados que se podían captar y mantenerse alertas. Todos estaban preocupados y nerviosos, y tampoco iban a descubrir nada que no supieran con aquellos soldados aliados.
Sin embargo aquella mañana un comandante de las SS quiso averiguar algo más. Entró en la celda para interrogarlos. Quería saber por qué les habían enviado a ellos primero. Comenzó desde el principio y solicitó permiso para conducirlos al lugar donde los habían capturado. Para ello señaló un grupo de sus hombres. Entre ellos se hallaba el capitán Werner von Runstedt, sobrino del mariscal Gerd von Runstedt al mando de las tropas en aquel frente. Cuando vio a Klaus Edelberg lo reconoció al instante, aunque dudó ya que resultaba casi imposible que fuera él. Klaus intentó explicarle que tenía un primo en Alemania, el hijo de un hermano de su padre, pero resultó inútil. Von Runstedt no tenía la menor duda de quién era aquel hombre y de inmediato los SS se hicieron cargo de él. Aquella situación cambiaba muchas cosas.
Klaus no perdió la calma sabiendo que necesitaba ganar tiempo. Aquella situación también había sido prevista por los americanos. Cambio de táctica y aceptó que era alemán, manteniendo que pertenecía a los servicios de contraespionaje de la Abwehr. Dio un nombre en clave que pertenecía a uno de los verdaderos agentes capturados recientemente en Inglaterra. Aquello volvió a cambiar las cosas. Le interrogaron sobre quiénes eran sus contactos y se negó a hablar. Mantuvo que sus órdenes eran secretas y que solo hablaría ante los mandos que le habían encargado la misión de infiltración entre los aliados, pero mencionó que pertenecía a la Abwehr III bajo las órdenes del coronel Egbert Bentivegn. Aquel dato era secreto y por tanto nadie que no perteneciera al servicio podría conocerlo. Parecieron dudar, y tomaron la decisión de conectar con la central de contraespionaje.
Aquello le proporcionó a Klaus un respiro. Había anochecido y la preocupación no era un posible espía que en todo caso se encontraba a buen recaudo. Los mensajes cifrados hablaban de la inminente invasión aliada y los preparativos necesitaban a todos los hombres útiles.
Durante la madrugada comenzaron a escucharse aviones sobrevolando la costa. La invasión acababa de comenzar. Se trataba de aviones arrastrando planeadores cargados con tropas especiales para llevar a cabo la preparación del terreno. Una hora más tarde comenzó la artillería de la armada aliada. Un machaqueo constante, brutal de las defensas costeras, como la torre de vigilancia en la que él se encontraba, un enorme edificio construido con hormigón reforzado con muros de dos metros de grosor, aparentemente inexpugnable, pero que no evitaba que cada vez que era alcanzado por un proyectil del calibre de 406 mm. Temblaban hasta los cimientos, produciendo enormes explosiones. También los alemanes respondían con artillería de costa. El fragor de la batalla resultaba en el interior aterrador.
La torre pareció estallar por los aires. A pesar de su experiencia como suboficial de panzers, en los que el sonido llegaba a aturdir los sentidos, Klaus pensó que ahí acababa todo. Después los cañones aliados debieron elegir otros objetivos y el fragor descendió de nivel.
Fue entonces cuando escuchó abrirse la puerta de hierro. Reconoció a Werner von Runstedt, seguido de dos suboficiales. Solo dijo que les siguiera. No tenía otra opción y salió tras ellos. Uno de los suboficiales le pasó una MP40, el subfusil de asalto con el que había realizado su instrucción militar. Estaban intentando huir de la torre. Werner murmuró que todos los demás defensores habían muerto con la explosión de la santabárbara. Añadió que confiaba en que hubiera dicho la verdad pero que lo estarían vigilando.
Mientras corrían hacia el interior por las sendas entre grandes setos que los ocultaban, viendo como innumerables aviones pasaban por encima y como a lo lejos ardían los pueblos, advirtió que Werner llevaba una mochila de las que utilizaban los mensajeros entre los puestos militares. No pensaba hacer nada por el momento, solo intentaría huir cuando las circunstancias fuesen muy favorables. Al escuchar los cañonazos contra la gigantesca torre de hormigón había creído escuchar los aldabonazos de los que creían en la libertad al entrar en los dominios de la opresión. No quería morir, había hecho todo lo que tenía que hacer. Ya estaba bien por su parte.
Tres horas más tarde fueron rodeados por un grupo de paracaidistas británicos. Se identificó gritando su número clave y su graduación, al tiempo que Werner y los dos suboficiales le entregaban las armas. A fin de cuentas Werner le había ayudado a escapar de la celda y le debía una. Los británicos comprobaron su identidad por radio, luego se llevaron a los otros prisioneros junto a una fila de hombres que habían capturado. No dijo que Werner era sobrino del mariscal alemán al mando, pero al requisar la mochila encontraron documentación de gran valor estratégico. Aseguró que ni él mismo sabía lo que llevaba, solo que uno de los mandos le había dicho que sacara aquello de allí.
Klaus fue propuesto para una medalla al valor. Tres prisioneros en combate además de la captura de material estratégico. El coronel le dijo bromeando que con la medalla no tendría problemas para obtener la nacionalidad americana. Aquella noche pensó que si sobrevivía a la guerra le gustaría vivir en los Estados Unidos.