111. EL AGENTE DOBLE

(LONDRES Y MOSCÚ, DICIEMBRE DE 1943-ENERO DE 1944)

Los del MI-6 llegaron dos días más tarde. No le dijeron cómo habían conseguido llegar hasta allí, aunque Kurt imaginó que era posible que se hubieran dejado caer en paracaídas, ya que parecían tener mucha prisa en entrevistarlo. Tuvo que hacerles un largo resumen desde cuando había comenzado. Ambos tomaban notas, luego le hacían preguntas para comprobar si se contradecía. Kurt tenía una memoria fotográfica y ellos parecieron darse cuenta de que les estaba diciendo la verdad.

Cuando les dijo que pertenecía al KGB lo miraron con sorpresa. ¿Alguien que había alcanzado aquel nivel dentro del Tercer Reich era al tiempo un agente de Moscú? Uno de ellos comentó que el asunto se ponía interesante.

Él insistió en que nunca había sido nazi, que le repugnaba su filosofía y la manera en que actuaban, y que, por el otro lado, Stalin le había defraudado, él se consideraba trotskista. Terminó diciendo que solo deseaba ayudar a los aliados. Les explicó los motivos por los que había tomado la decisión de informar a Gran Bretaña durante el pacto secreto entre el Reich y Rusia. Lo que presenció más tarde en Babi Yar le había demostrado que no estaba equivocado. Les entregó un maletín repleto de documentos, incluyendo lo que había averiguado acerca de las llamadas «armas secretas».

Tras dos días completos los agentes terminaron su informe de evaluación previo. Le dijeron que les mantuviera informados para poder localizarlo. Kurt les explicó que debía volver a Moscú, y que para ello debía apoyarse en la red de los servicios de inteligencia soviéticos en Suiza. Sabía que en Moscú tendría que explicarlo todo minuciosamente en la Dirección General de Contrainteligencia « SMERSH».

Kurt se sentía harto. Sin embargo no se arrepentía de haber entregado la información a los ingleses. Por el momento eran los únicos que podrían poner a Hitler en su lugar.

Casi un mes más tarde se encontró con Iván en Moscú. Le confesó que no le había resultado fácil llegar hasta allí a pesar de la ayuda del KGB. Le explicó lo que había sucedido, no podría volver a su anterior situación. Iván estaba informado. Le confesó que en cualquier caso los del Abwehr llevaban unos meses tras su pista, y si no se lo habían advertido era porque querían estrujar el limón al máximo. Comentó que en el mundo del espionaje un día cualquiera se terminaba. Le advirtió que tendría que pasar por el servicio de contraespionaje, para que evaluaran lo sucedido y Kurt le contestó que estaba preparado para ello.

La Dirección General de Contrainteligencia, el SMERSH, le hizo un profundo examen. Era como si no se conformaran con lo que recordaba. Lo sometieron a una máquina de la verdad. Salió airoso. El coronel que le dijo que había pasado la prueba, reconoció que era de los muy pocos que la superaba. Los demás eran fusilados por orden de Stalin. De momento no se le asignaría ninguna misión, pero debía permanecer en Moscú, dispuesto y listo para lo que fuese necesario, y escribir un informe lo más completo posible sobre la personalidad de Goebbels, ya que se suponía que podría dar una imagen de lo que pensaba aquel hombre, y de los más cercanos a él en el ministerio de Propaganda nazi.

Iván, que se había alejado de Berlín por lo mismo, iba a visitarlo con frecuencia. A pesar de su amistosa relación, Kurt sabía que no debía confiar en aquel hombre. Como le había advertido su madre antes de morir, no debía confiar en nadie. Volvía a estar solo. Si alguien en Moscú sospechaba de sus simpatías por Trotsky era hombre muerto.

Fue el propio Viktor Semiónovich Abakúmov, el jefe del Smersh, quien lo mandó llamar un mes más tarde a mediados de enero. Tuvo que volver al edificio en el Kremlin donde estaban los servicios de contraespionaje. El termómetro de la plaza marcaba quince grados bajo cero.

Abakúmov le dijo que había leído su informe acerca de Goebbels y que le había parecido brillante. Le confesó que se había librado por pocos días de ser detenido, le había salvado la decisión de marcharse a Viena. En otro caso probablemente no habría tenido otra oportunidad. Ni el propio Goebbels estaba informado de ello.

Le informó de la gigantesca contraofensiva que los ejércitos soviéticos estaban comenzando contra los alemanes para liberar Leningrado y también en Ucrania.

—¡No saben la que les aguarda! ¡Esta vez los que los cogeremos por sorpresa seremos nosotros! ¡Luego iremos a por Sebastopol! ¡Y los que caigan prisioneros morirán en Siberia, como ellos han hecho con nuestros hombres!

Salió de Abakúmov el enviarlo a Londres. Lo comentó como con desgana.

—Allí llevará a cabo otro tipo de trabajo. Queremos estar informados de lo que pretenden lo británicos y sus amigos americanos. Iván le explicará detenidamente. Él me sugirió que era una lástima desaprovechar a alguien como usted paseando por Moscú. Saldrá dentro de unas semanas. Mientras vivirá con una mujer inglesa, mejore su inglés lo que pueda. Ahora se la presentará mi secretaria. Tenga más suerte esta vez, aunque no nos quejamos de lo que ha hecho estos años. Adiós.

La secretaria lo acompañó hasta una salita contigua. Allí le presentó a Ethel Scott. Una mujer de alrededor de treinta años, de mirada penetrante. No se podía decir que fuera bella, con aquel rostro singular, una boca demasiado grande y la tez pecosa. Salieron juntos en silencio al intenso frío de la mañana. Fue ella la que rompió el hielo hablando en inglés con un leve acento desconocido para él.

—Vamos a mi apartamento. Está muy cerca, al menos ahí no pasaremos frío.

Kurt asintió en silencio. El termómetro de la Plaza Roja no se había movido un solo grado.