109. UNA CUESTIÓN DE ORDEN
(BERLÍN-OCTUBRE DE 1943)
Fue Himmler el encargado de entrevistarse con Joachim Gessner. En realidad no había ningún cargo contra él. Solo la sospecha fundada de sus antecedentes judíos por vía materna, lo que en aquellos días se estaba verificando en Budapest y en Viena. La información de que Himmler disponía, como la declaración notarial efectuada por Eva Gessner, venía a ratificar las sospechas, pero por otra parte tanto Joachim Gessner, como su hermano Stefan, eran personajes situados en la cúpula del partido, por lo que era preciso hacer las cosas con tiento.
Lo citó en su despacho en la cancillería. No era cuestión de enviar a un alto jefe de las SS a buscarle como le había sugerido Goering. Joachim se presentó recelando de lo que ocurría. Sin embargo aún nadie le había acusado de nada, ni existían cargos contra él. Quería mantener su serenidad habitual delante de Himmler esperando ver cómo salía de aquella situación.
Un secretario le hizo entrar en el despacho del reichsführer. Himmler se levantó para saludarle, y luego ambos tomaron asiento en unos sillones junto a la ventana. Los adjuntos de Himmler habían bautizado aquel lugar como «el confesionario». Himmler aguardó en silencio a que Gessner dijera algo. Era su forma de actuar.
—Mi reichsführer, creo que me han citado en relación con la desgraciada muerte de mi hermana María Gessner.
Himmler asintió.
—Sí. En efecto esa es la causa inicial. Siento lo ocurrido. La verdad, creo que alguien se extralimitó en sus funciones. Se está investigando —le observó fijamente—. Todo se está investigando. ¿Hay algo que deba decirme?
Joachim negó con la cabeza.
—No mi reichsführer. Mi hermana María no se llevaba muy bien con el resto de la familia. Junto a mi otra hermana elucubraban absurdas teorías. Nada de importancia.
Himmler se levantó haciendo un gesto con la mano para que permaneciera sentado.
—Sí, comprendo… esas rencillas familiares en ocasiones son terribles. ¿Y de que se trataba? ¿Algún problema de herencia quizás?
—No en realidad, mi reichsführer. Algo muy absurdo y enconado. Ellas mantenían que en nuestra familia podría existir algún antecedente judío. ¡Una tontería sin pies ni cabeza en realidad!
—Sí, la verdad, ¡qué mala intención! ¡Judíos! ¿Y cuál era el fundamento para ello? ¿Por qué esa absurda sospecha?
—Bueno, mi reichsführer. Cosas de familia. Antiguos rencores, habladurías, celos, nada que no se pueda explicar.
—¡Ah, mi querido Gessner! ¡Tengo tiempo! ¿Le importaría explicarme la situación?
Joachim Gessner se había dado cuenta de lo que Himmler buscaba. Prefirió no dar más vueltas. Comenzaba a ponerse nervioso.
—Según mis hermanas, una de nuestras abuelas, Ada Rothman, era judía. Nos informaron de ello hace tiempo. Estamos convencidos de que no era cierto, una mera suposición sin fundamento, simplemente no le dimos más importancia.
—Gessner, su hermana María murió al ser confundida con una tal Selma Goldman. Esa mujer sí es judía y sionista. ¿Qué podría estar haciendo su hermana en el antiguo domicilio de Goldman?
—No lo sé, mi reichsführer. Yo también lo he pensado. Ni Stefan ni yo manteníamos relaciones desde hacía tiempo con nuestras hermanas. ¡Somos alemanes leales al Reich y al Führer!
—Sí, Gessner. Le ruego que no se excite. Sabemos cómo han servido al Reich en los últimos años. Pero verá. Usted conoce muy bien las leyes raciales. Desgraciadamente la mera sospecha mancha. Siento tener que apartarle del servicio hasta que el asunto quede aclarado. También a su hermano. Les ruego que no salgan de Berlín. Es solo una cuestión de orden, ya que creemos que pronto todo volverá a su lugar. ¡Me molesta el desorden! ¡Cada cosa tiene que estar en su sitio! ¿Lo comprende, verdad? Y ahora váyase tranquilo, no tenemos nada contra ustedes.
Joachim salió de allí muy preocupado, también muy enfadado. Sabía muy bien lo que significaba ser apartado del servicio. Solo era el primer paso para la catástrofe. Tendrían que haber hecho lo que pensaron, y de esa manera no hubiera sucedido aquello. Stefan no se atrevió. ¡Estúpido! Ahora se encontraban en un verdadero problema. Con la Gestapo, las SD, y todos los demás investigando los antecedentes familiares. En el fondo temía que fuera verdad, lo habían hablado él y Stefan al ver los documentos. Probablemente habrían ido al notario de Viena donde Eva había realizado la manifestación notarial. ¡Qué desastre! Resultaría muy difícil quedar limpio de algo así. ¡Cada vez que se hablara de judíos delante de ellos todos observarían su reacción!
Cuando llegó a su piso llamó a Stefan. Resultó que también estaba informado a través del mismísimo Goering, con el que siempre se había llevado muy bien. Desde el putsch de Múnich cuando se conocieron. ¡Y ahora aquello! Pensó que si tuviera delante a Eva la mataría, pero había desaparecido el mismo día de la muerte de María. Nadie sabía nada acerca de ella, había sido lo suficientemente astuta para desaparecer antes de que llegara la Gestapo.
Se dirigió al piso de Stefan. Miró hacia atrás en varias ocasiones, con la certeza de que lo estarían vigilando. Entró en el portal con recelo, alguien estaría vigilando a su hermano.
Stefan le abrió la puerta pálido y con los ojos hinchados. Se dio cuenta de que no había sido capaz de soportar la tensión nerviosa. Stefan lo miró a los ojos.
—¿Y ahora que vamos a hacer? ¡Sabía que esto terminaría por ocurrir! ¡Malditas sean! ¡Esta asquerosa mentira ha acabado con nuestra carrera! ¡Tendría que haberte hecho caso!
Joachim se mantenía más frío.
—Mira, Stefan. El daño ya está hecho, pero no soy tan pesimista como tú. A Reinhard Heydrich lo asesinaron los partisanos checos, no la maledicencia. Debemos aguantar y seguir como si nada. Aunque nos hayan retirado la confianza. Te aseguro que no prescindirán de nosotros. Sabemos demasiadas cosas.
Stefan le devolvió la mirada.
—¡Joachim! ¿Es que no te das cuenta? ¡Ese es el problema! Si solo fueran a dejarnos de lado lo comprendería. ¡Pero no se quedarán ahí! ¡Ellos creen que les hemos estado engañando todos estos años! ¡Que conocíamos la situación! ¡No quieren correr riesgos! ¿Es que no lo comprendes?
Joachim se había puesto tan pálido como su hermano.
—¿Quieres decir que nos eliminarán? ¿Qué nos asesinarán? ¡No lo creo!
Stefan asintió con la cabeza.
—Estoy seguro de ello. Una vez que ya no les somos útiles, que ya hayan perdido la confianza en nosotros, no querrán correr el riesgo de que desaparezcamos con toda la información que poseemos. ¡Maldita sea, Joachim! Estamos en grave peligro, y si no te das cuenta es que después de tanto tiempo aún no los conoces. Yo tengo muy claro lo que voy a hacer, pero quería que supieras lo que pienso. Y ahora vete. He comprobado que hay dos de las SD vigilando el edificio desde un coche aparcado ahí enfrente. Simplemente no hay salida, hemos llegado hasta aquí. Quiero que sepas que siento haberte metido en esto.
Joachim estrechó la mano que le ofrecía su hermano. Siempre habían sido una familia de gente reservada y fría. Lo cierto era que no sentía ningún cariño por él. Solo habían sido socios durante una época. Descendió en el ascensor encendiendo un cigarrillo para calmar los nervios. Stefan no le había dicho lo que pensaba hacer aunque lo imaginaba. Él tenía muy claro que intentaría salir del Reich cuanto antes. Correría el riesgo, ya que acababa de darse cuenta de que era la única salida. Miró de pasada el coche negro situado en la acera de enfrente. Sin ninguna duda eran de la Gestapo. No tenía tiempo que perder.
El cuerpo sin vida de Stefan Gessner fue encontrado la mañana siguiente cuando un cerrajero de las SS tuvo que forzar la puerta del piso. Lo encontraron en la cama, como si siguiera durmiendo. Solo el rictus del rostro delataba lo ocurrido. Una ampolla vacía, un vaso derramado. El agente especial comentó con desgana.
—Cianuro. Un efecto instantáneo. Este tipo ya no nos contará nada más. Ahora tendremos que comprobar todo el piso hasta el último rincón. Después iremos a su despacho en el ministerio. Quieren un informe completo.
Joachim Gessner se había dirigido a su casa como si no ocurriera nada. A las once de la noche los agentes que vigilaban el edificio, vieron cómo se apagaban las luces del piso, no notaron nada. Nadie salió ni entró hasta cerca de las siete de la mañana, cuando otro coche se colocó paralelo al suyo y les dijeron que debían subir a detenerlo. Su hermano se había suicidado. Si Joachim Gessner seguía con vida debía ser trasladado al cuartel general de la Gestapo. En el caso de que hubiera tomado la misma determinación que su hermano, deberían avisar a los servicios especiales.
Cuando los agentes llamaron al timbre no les respondió nadie. Pensaron que podría haberse quitado la vida y avisaron al portero. Finalmente forzaron la puerta, Joachim Gessner había huido. Se dio la alarma en la estación y a todas las sedes de la Gestapo. Era como si se hubiera evaporado.
Joachim Gessner tomo la decisión de huir por Travemünde, una región que conocía muy bien, y en la que mantenía contactos. No fue algo improvisado. Pudo llegar en el automóvil de uno de sus hombres de confianza que aún no estaba informado del asunto. Solo cuando llegaron a Travemünde se lo contó. Le dijo antes de bajar del coche que sabía a lo que se arriesgaba si decía algo. Una vez allí fue a ver a alguien que le debía favores políticos, quien le presentó al patrón de un pesquero para que lo llevara a Suecia. Gessner sabía ser un hombre generoso cuando era su propia vida la que estaba en juego.
Tres días más tarde se encontraba a salvo en la neutral Suecia, en Stenkyrka, al norte de Goteborg. Veinte días después estaba en Londres. Solo entonces se pudo relajar. El plan de fuga le había salido como pensaba. Lo cierto era que lo había preparado mucho tiempo atrás, cuando sus hermanas le amenazaron con desvelar el secreto de familia, consciente de que tendría que utilizarlo en cualquier momento. Ni siquiera lo había comentado con Stefan. Hubiera sido un grave error.