107. DE NUEVO EL AZAR
(STALINGRADO Y SICILIA-MAYO DE 1943)
Que el azar juega con las vidas de los hombres lo había aprendido por experiencia propia Klaus Edelberg, pero nunca hubiera creído hasta qué punto. Cuando el mariscal de campo von Paulus se dirigió andando hacia los rusos del general Vassili Chuikov en Stalingrado para rendirse, además de los mandos de estado mayor y los altos oficiales, uno de los que lo acompañaba era el teniente Klaus Edelberg, como ayudante personal, encargado de custodiar la maleta conteniendo los libros de órdenes del sexto ejército para entregarlos oficialmente a los vencedores.
Mientras el resto del ejército se rendía a lo largo del frente, algunos siguieron ofreciendo resistencia al no llegarles las órdenes, otros porque prefirieron morir antes que afrontar lo que les esperaba, algunos, como los oficiales SS y los Einsatzgruppen SS, llegaron a optar por suicidarse, con la convicción de que los bolcheviques iban a darles el mismo tratamiento que ellos habían dado a los comisarios políticos soviéticos. Un tiro en la nuca.
Sin embargo el estado mayor y los ayudantes fueron enviados a uno de los sótanos, donde aún se encontraban los heridos. Entre ellos el teniente Edelberg como ayudante personal de von Paulus. Todos ellos iban a ser interrogados por el NKVD y los servicios de inteligencia del ejército soviético para contrastar informaciones. Para sorpresa de muchos oficiales, los rusos enviaron enfermeras y médicos para atender a los heridos, y valorar sus posibilidades de supervivencia real. Mientras, el grueso del ejército, cerca de cuatrocientos mil hombres, alemanes, rumanos, italianos, comenzaba su calvario caminando sobre la nieve hacia el noroeste, en terribles condiciones, ya que escaseaban las provisiones de boca, y las mantas. Por supuesto sería imposible encontrar refugio a cubierto en las gélidas noches del invierno ruso. Para hombres mal alimentados, mal abrigados, obligados a realizar un esfuerzo sobrehumano, sobrevivir a temperaturas de veinte y treinta grados bajo cero resultaba muy difícil. Cerca de treinta mil de los que se encontraban en mejores condiciones físicas fueron obligados a permanecer en Stalingrado para colaborar en el desescombro y reconstrucción de la ciudad.
Cuando los oficiales de inteligencia soviéticos interrogaron a Klaus Edelberg, le hicieron una serie de preguntas acerca de sus antecedentes, de su relación con von Paulus, de datos del ejército. Cuando comprobaron que era un oficial de Panzers, que hablaba fluidamente inglés y francés, y que se encontraba en buenas condiciones físicas, lo apartaron junto a otros oficiales. Fue entonces cuando llegó el inglés, Thomas Hobson, que volvió a entrevistarse con los seleccionados. Eligió a seis de los hombres que le parecieron más adecuados y entre los que se encontraba Klaus Edelberg. Aquella misma tarde volaban con destino a Ankara. Klaus comprendió que con un poco de suerte podría librarse de morir en Siberia.
Los británicos habían llegado a un acuerdo con los rusos, en aquellos momentos camaradas de armas. Necesitaban unos cuantos alemanes que reunieran determinadas características, entre otras hablar inglés, saber conducir tanques de los modelos utilizados por los alemanes, y no odiar a los aliados o ser fervientes seguidores del Führer. La primera selección la habían realizado los agentes del NKVD. Klaus Edelberg reunía las condiciones y desde el primer momento notó una cierta sintonía con Hobson. Ya en Ankara, tuvo que volver a contarle lo que pensaba y los motivos por los que aceptaría colaborar con los aliados. Desde su experiencia en la que había visto asesinar a miles de civiles inocentes no se consideraba un traidor. También le contó lo que había conocido a través de su abuela Charlotte. Él siempre había creído que era un alemán más, hasta que su abuela le explicó que parte de su sangre era judía. Su abuelo materno era un tal David Goldman de Viena. Podía demostrarlo y le mostró la carta que había cogido de entre los documentos de su abuela y un extracto bancario de la cuenta.
Hobson consideró que lo que le estaba contando aquel joven tenía todos los visos de ser cierto, y tras hablar con él toda una mañana lo seleccionó definitivamente junto a otro alemán de Berlín, Heinrich Weizsäcker, cuya historia era parecida, pero que había estado ocultándola desde que tenía uso de razón por temor a ser liquidado por la Gestapo. Pero lo que hizo que Hobson lo aceptara fue cuando le preguntó sobre las características del Tiger I, Klaus contestó sin vacilar.
—Señor Hobson, el cañón KwK 36 L/56 de ochenta y ocho milímetros es excepcional, ya que permite una trayectoria plana del proyectil, y una gran precisión en los disparos, con una cadencia superior a cualquier otro tanque actual. Ello se debe también a la calidad y el diseño de los visores Zeiss TZF 9b, que son muy precisos. Pero el blindaje del Tiger posee un punto débil. Los radiadores son vulnerables a los disparos de bazzokas anticarro si se realizan desde el lateral y la parte trasera.
Hobson lo sabía por un informe secreto de los servicios de inteligencia soviéticos. Pero la manera en que aquel joven alemán se lo dijo terminó de convencerlo. Dos días más tarde ambos fueron enviados a Túnez en un largo vuelo a través de El Cairo. Desde el aeródromo los condujeron al cuartel general de los aliados, donde los generales Montgomery y Patton estaban planificando la campaña de Italia.
Klaus se daba cuenta de que su abuela le había abierto los ojos antes de morir, como si hubiera tenido una premonición, ya que en otro caso, en aquellos momentos, probablemente él también estaría muerto. La matanza de los judíos en Ucrania le había marcado a sangre y fuego. No deseaba pertenecer a un ejército que permitía tales crímenes.
Allí fueron sometidos a un nuevo test por separado ¿Estaban dispuestos a colaborar con los aliados? Ambos asintieron. A partir de aquel momento se les instruyó. Deberían formar parte de un comando británico en la inminente «Operación Husky», la invasión aliada de Sicilia.
El 8 de julio el comando en el que ambos participaban fue lanzado sobre el sureste de la isla, en la provincia de Siracusa. Tenían como misión penetrar tras las líneas alemanas y sabotear el almacén de piezas de repuesto de los panzers del general Kesselring.
La misión resultó un éxito. Pudieron llegar hasta los almacenes. Una serie de hileras situadas en el interior de un recinto vallado con alambradas de seguridad. Los británicos mataron a los guardianes con arma blanca. Después ambos, acompañados de un teniente, buscaron el almacén donde suponían se hallaban las piezas que debían sabotear. Increíblemente la numeración de los almacenes era la misma que en Stalingrado y que en el campo de entrenamiento. En su interior encontraron los filtros de aire y las cajas de pernos de enganche de las cadenas. Tardaron cerca de una hora en destruir gran parte de las cajas. Luego huyeron en silencio, sorprendiéndose de la facilidad con la que habían conseguido su misión.
El 10 de julio llegó la gran invasión aliada. Muchos de los tanques de la División «Hermann Goering» no pudieron ser reparados y tuvieron que ser abandonados sobre el terreno. La lucha por la cabeza de puente de Gela, en la que los alemanes intentaron reiteradamente reconquistar la carretera de Piano Lupo, ya en poder de los estadounidenses. Divididos en dos secciones, tuvieron que iniciar la retirada hacia el estrecho de Messina.
La primera sección «Conrath» huyó a lo largo de la carretera Gela-Adrano. A la segunda «Schmalz» se le ordenó seguir la línea Ranzazzo-Taormina-Messina, para cruzar al continente. Los aliados habían conseguido conquistar la isla en un plazo muy breve. La intervención de los dos oficiales que se habían pasado a sus filas resultó decisiva.
La noche siguiente a la conquista de Sicilia, el teniente Klaus Edelberg pensó que para él los traidores eran los que habían llevado a Alemania hasta aquella situación, que solo terminaría con la destrucción total del país y la muerte de millones de personas.