105. ¡STOP HITLER NOW!
(NUEVA YORK, EEUU-MARZO DE 1943)
A finales de enero Esther Dukas había sido obligada a abandonar Varsovia y expulsada del Reich a través de Suiza. Los motivos fueron sintetizados en la orden de expulsión inmediata como «comportamiento de colaboración con los judíos, en contra de los intereses del Reich». No tuvo tiempo ni de despedirse de Lewis Auster, con el que acababa de prometerse. Lewis fue informado por el director en Varsovia de CENTOS, la organización de ayuda humanitaria al gueto, que le tranquilizó asegurándole que al tratarse de una ciudadana de los Estados Unidos no se atreverían a tocarle un pelo. Lewis intentó seguirla, pero para ello debía tramitar previamente una serie de documentos ante el Gobierno General nazi. Sabía que le pondrían obstáculos, ya que él también figuraba en la lista negra y probablemente sería expulsado en cualquier momento.
Esther llegó a Londres procedente de Zúrich el 7 de febrero. Tres días más tarde embarcaba en Plymouth, en un mercante que se incorporaba al gran convoy que se estaba formando para protegerse de los ataques de los U-Boots al cruzar el Atlántico Norte, con destino Nueva York. Dieciséis días después desembarcaba sana y salva en los muelles del Hudson. Su sorpresa fue mayúscula al ser recibida por los padres de Lewis, que había conseguido enviar una carta urgente que había llegado a su destino antes que ella, desde Varsovia. Arnold y Lena Auster vivían en el centro de Manhattan y antes de que ella pensara otra cosa le pidieron que ocupara el cuarto de Lewis. Esther aceptó de buen grado, la habían aceptado como una más de la familia. Arnold Auster era miembro del Congreso Judeoamericano y formaba parte del comité organizador de la manifestación «Stop Hitler Now», que iba a celebrarse en el «Madison Square Garden» el día 1 de marzo. Naturalmente la invitó a asistir y Esther le agradeció la invitación.
El día 28 de febrero Esther recibió un telegrama de su madre en la casa de los Auster. No era capaz de entender cómo su madre había conseguido localizarla. El telegrama decía escuetamente que sus abuelos, David y Rachel Goldman, habían muerto asesinados por los nazis. Otro telegrama recibido dos horas después ampliaba la información con detalles de cómo habían sucedido los acontecimientos. Selma quería que supiera lo que había ocurrido.
Desde la oficina de la Agencia Judía en Suiza, donde Selma había conseguido llegar después de mil peripecias, con la ayuda de Eduard Hirsch y a través de los contactos de ambos, con grandes dificultades Selma consiguió hablar con un responsable de la organización CENTOS en la embajada de los Estados Unidos en Ginebra. Allí le comunicaron que tenían información de que la miembro de la organización, Esther Duke, había sido expulsada del Reich por los alemanes. Selma insistió en que quería hablar con alguien de allí, ya que se trataba de algo muy grave y urgente. Le proporcionaron el teléfono del consulado de los Estados Unidos en Varsovia, y tras varios intentos fallidos consiguió hablar con ellos. Cuando explicó al cónsul el motivo de su llamada, le dijo que avisaría a algún responsable de CENTOS en Varsovia, con los que mantenía una relación casi cotidiana. Tres horas más tarde devolvieron la llamada desde el consulado.
El hombre que se puso al teléfono se presentó como un amigo de Esther de nombre Lewis Auster. Selma le dijo que necesitaba localizar urgentemente a su hija. Fue entonces cuando Auster le explicó por qué los nazis habían expulsado a Esther. Añadió que la idea de ella era dirigirse lo antes posible a Nueva York para conectar con el Congreso Judeoamericano, y explicarles de primera mano lo que en realidad estaba sucediendo con la comunidad judía en el Reich. Añadió que si Esther hubiera conseguido llegar a Nueva York era probable que sus padres supieran donde encontrarla, ya que él les había escrito un telegrama explicándoles la situación, y advirtiéndoles de la posible llegada. Le explicó que su padre, Arnold Auster, era alguien dentro del Congreso Judío y que si Esther desembarcaba en Nueva York sin duda él la localizaría. Le pidió que copiara la dirección y Selma la apuntó en su agenda. El número cuarenta de Broome Street, en el Lower East Side, Manhattan, NY, USA. Insistió que no perdería nada si le enviara un telegrama a través de Londres donde lo reenviarían. Antes de colgar, Lewis le dijo que Esther y él estaban prometidos.
Fue entonces cuando a pesar del intenso ruido de fondo y los continuos cortes de línea, Selma consiguió explicarle que acababa de saber que su padre, David Goldman, había muerto de un infarto al no ser atendido en el gueto de Tesalónica, y que pocos días más tarde su madre había sido conducida a Auschwitz. La información que a través de sus agentes en Varsovia había llegado a la Agencia Judía de Zúrich era que los judíos deportados desde Grecia, en el primer tren de Tesalónica a Auschwitz, habían sido asesinados al llegar. Al contarle aquello Selma no pudo evitar sollozar a pesar de su intento de mantenerse fuerte. Al otro lado de la línea Lewis se mostró muy afectado al escucharla, aunque por experiencia propia sabía bien que de los alemanes no podía esperarse ninguna compasión.
Esther se encerró en su habitación y lloró amargamente. Era un golpe muy duro. Quería mucho a sus abuelos, y perderlos de aquella manera era algo terrible. Al cabo de una hora bajó a explicarle a los Auster lo sucedido, pero no derramó ni una lágrima. Sus ojos hinchados y enrojecidos delataban suficientemente sus sentimientos. Arnold Auster se mostró indignado. Lena sollozó al enterarse. Murmuró que si aquella muchacha iba a ser su nuera, su familia era ya parte de la suya. Después celebraron una pequeña ceremonia familiar en recuerdo de David y de Rachel. Arnold murmuró que harían una ceremonia de kadish mientras le decía a Esther:
—«Jazak v’amatz». Que sean fuertes y valientes. Tal como Moisés le había dicho a Josué.
El día siguiente amaneció gris y brumoso. Los Auster la llevaron al «Madison Square Garden». Sobre el inmenso escenario se podían leer con grandes letras de diez pies de altura «Boycott Nazi Germany». Las enormes banderas de los Estados Unidos colgaban en el techo. Allí iba a celebrarse el mitin en contra de Hitler «¡Detened a Hitler!», organizado por el Congreso Judeoamericano, la federación Americana del Trabajo, el Congreso de Organizaciones Industriales, el Comité para un Ejército Judío, y muchas más. Arnold se fue a trabajar en los detalles y Esther se quedó en la tercera fila con Lena Auster. No quería pensar en la muerte de sus abuelos, aunque le consolaba pensar que al otro lado del mundo mucha gente comenzaba a reaccionar contra el régimen nazi. Poco a poco fue llenándose el inmenso edificio. Arnold vino para comentarles que estaba siendo un éxito. Cerca de setenta y cinco mil personas. Cuando a las siete comenzó el acto no cabía ni un alfiler.
El presentador del acto fue el rabino Stephen Wise. Por primera vez Esther oyó la palabra «Holocausto» referida a lo que estaba sucediendo con los judíos bajo el nazismo. Luego hubo varios oradores que dieron su versión. La gente aplaudía o permanecía en un absoluto silencio, mientras les contaban lo que los nazis estaban haciendo con los judíos.
Como le había explicado Arnold, se trataba de un acto muy importante para intentar conseguir convencer al presidente Roosevelt de que actuara directamente para salvar a los judíos antes de que Hitler hubiera acabado con todos. Se mencionaron las escalofriantes cifras aportadas por varios organismos. Incluyendo CENTOS y otros del Consejo Mundial Judío. Esther era consciente de que desde Nueva York, y aún más desde los estados del medio oeste y del oeste todo aquello se veía como algo que sucedía muy lejos. Las encuestas demostraban que los americanos estaban mucho más preocupados por los japoneses que por los alemanes. Por otra parte había hojeado algunos periódicos, en los que los comentaristas de prensa hablaban de exageraciones de los judíos. Salvo los judíos que tenían familiares en Europa, aquello no terminaba de calar en la gente.
El acto fue avanzando a lo largo de la tarde. Terminaría en media hora y las expectativas parecían cumplidas. Sin embargo Esther pensaba que se podrían haber dicho muchas más cosas, que aquel acto tenía casi un carácter político y poco realista. Fue entonces cuando Arnold Auster mencionó por el micrófono que le gustaría que una persona subiera a explicar su experiencia. Esther tardó unos segundos en reaccionar. Lena que estaba a su lado se puso en pie y aplaudió señalándola. Todos los que la rodeaban hicieron lo mismo. De pronto los presentes en el anfiteatro la miraban queriendo saber quién era aquella persona. Esther se levantó murmurando excusas para salir al pasillo. La gente aplaudía sin saber muy bien lo que estaba ocurriendo. Alguien descendió del escenario y la acompañó escaleras arriba. Arnold le sonrió entre los flashes.
Un hombre desconocido, sudoroso, se acercó al micrófono pidiendo silencio con los brazos.
—¡Señoras y señores! ¡La señorita Esther Duke, recién llegada del gueto nazi de Varsovia!
El Madison enmudeció. Era un silencio asombroso en una multitud tan enorme. Se hubiera escuchado el vuelo de una mosca. Esther se sentía algo aturdida. Aún no se había recuperado de la terrible noticia. Pensó que era algo que les debía a sus abuelos.
—Mi nombre es Esther Dukas. La mía es una historia muy larga de contar, pero les diré que fue el presidente Woodrow Wilson quien me otorgó la ciudadanía estadounidense. Desembarqué ayer procedente de Londres y Zúrich, donde fui deportada por los nazis, expulsada del gueto judío y de Varsovia. Si no se atrevieron a asesinarme fue gracias a mi pasaporte norteamericano. Mi padre es el doctor Paul Dukas, ahora huido de Viena y creo que sigue vivo. Mi madre es Selma Goldman, que trabaja para la Agencia Judía, ayudando a que la gente pueda escapar de la Europa ocupada, ahora se encuentra refugiada en Suiza tras huir de la Gestapo. Mi hermano Jacques está huido. Mi abuelo David Goldman murió hace dos semanas en el gueto de Tesalónica, en Grecia, de un infarto al negarse los nazis a que recibiera atención médica. Mi abuela, su esposa, nacida en esa ciudad como Rachel Safartí, fue deportada hace diez días desde Tesalónica al campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde junto a otros miles de judíos fue asesinada en una cámara de gas apenas una hora después de su llegada. Cada día los nazis asesinan a miles de judíos en los centenares de campos de concentración distribuidos por todo el Reich y sus conquistas. Mi abuelo David investigaba el legado cultural sefardí, y mi abuela traducía antiguos poemas al yiddish. Aún me resisto a aceptar la triste noticia. No tenían enemigos, o al menos eso ellos era lo que creían. Como a ellos, los nazis están aniquilando a los judíos en todo el Reich y los países sojuzgados por ellos. Su intención es conquistar el mundo y aniquilar no solo a los judíos, también a los que no se sometan al nazismo. Lo que he podido comprobar en el gueto es el más vil, malvado y terrible comportamiento de los nazis alemanes con los judíos, a los que odian y desprecian. Tengo la certeza de que también les temen. Han jurado que no se detendrán hasta que desaparezca de la faz de la tierra el último judío. Según los datos del CENTOS, puedo asegurarles que los nazis han asesinado ya a cerca de tres millones de judíos. Si esta noche nos encontramos aquí setenta y cinco mil personas, los alemanes han asesinado a cuarenta judíos por cada uno de los presentes. ¡Mi opinión es que a pesar de todo, el mundo sigue mirando para otro lado!
No había acabado sus palabras cuando una gran ovación impidió escuchar el final. Esther Dukas acababa de convertirse en la heroína de la noche. Varios corresponsales de los periódicos neoyorkinos quisieron entrevistarla, los organizadores la felicitaron por su valentía y le dieron el pésame por la muerte de sus abuelos. Los Auster se sentían felices de la clase de mujer que su hijo Lewis había elegido para compartir su vida. Esther sin embargo se sentía triste mientras recordaba a sus abuelos y su vida en Tesalónica. Ya no volvería a verlos, pero debía ser fuerte y seguir adelante como si pudieran estar viéndola. Lucharía contra los nazis mientras tuviera fuerzas para ello.