102. LA REVELACIÓN DEL HOLOCAUSTO

(LONDRES, SEPTIEMBRE DE 1942)

A través del barón de Rothschild, con el que se entrevistó en Londres, Markus Gessner conoció a Jan Karski, un polaco que acababa de llegar de Varsovia asegurando traer noticias sobre el gueto de aquella ciudad y sobre el campo de concentración. Karski no era judío, pero aseguraba haber sido testigo de lo que ocurría con ellos, había pedido ayuda al barón para conseguir una entrevista con el primer ministro británico, Winston Churchill. Cuando Markus le contó su experiencia, Karski le pidió que le acompañara para demostrar sus aseveraciones. No les resultó fácil conseguir la reunión, existía una gran reticencia a hablar del tema. Finalmente, a mediados de septiembre, el gobierno británico convocó una reunión en el número diez de Downing Street, con la presencia del primer ministro Winston Churchill y el secretario británico de Exteriores, Anthony Eden, a la que asistieron el general Wladyslaw Sikorski, primer ministro del gobierno polaco en el exilio, el ministro polaco de Asuntos Exteriores, Edward Raczynski, el embajador de Estados Unidos en Londres, John G. Winant, algunos miembros del partido Mapai de Ben-Gurión acompañados por el barón de Rothschild, además de Jan Karski y Markus Gessner, como testigos independientes y objetivos.

Fue Churchill el que tomó la palabra e hizo las presentaciones. El primer ministro no parecía estar de muy buen humor, como si tuviera otras preocupaciones mayores, y considerara aquella reunión poco más que una pérdida de tiempo. Aquel sentimiento era compartido por el primer ministro polaco, que aseveró que, en la guerra que el mundo estaba padeciendo, los sufrimientos se repartían entre todos, como queriendo decir que los judíos no podían quejarse por muy mal que les fuera. No había más que ver como se encontraba Londres, Inglaterra, por no hablar de Polonia, destrozada entre alemanes y rusos. Sin embargo el delegado del Mapai tenía un concepto muy diferente y aseguró que a Ben-Gurión le hubiera gustado estar presente, algo que en aquellos momentos resultaba imposible. Añadió que lo que le estaba sucediendo a los judíos no era más que un primer paso en la política de conquista a cualquier precio de los alemanes, y que tras ellos irían muchos otros países.

El moderador otorgó la palabra a Jan Karski, que traía unos apuntes a los que ni siquiera dio un vistazo.

—Les agradezco que nos hayan recibido. Tengo la convicción personal de que no poseen la información suficiente, lo que por otra parte me sorprende. Haré una pequeña introducción. No crean ustedes que los nazis se van a quedar aquí. Aunque parezca una locura digna de un detallado estudio psiquiátrico, la intención de Adolf Hitler y su camarilla es destruir el orden existente, y transformar el mundo en un orden nuevo, en el que los germanos, según ellos descendientes arios de la raza originaria de Thule, se conviertan en los amos del mundo. Para ellos los alemanes son los que representan los valores esenciales y los demás deberán servirles. Todo eso que no parece más que una elucubración esotérica, es el verdadero motor del nazismo y su régimen. De ahí han derivado las actitudes criminales de someter, esclavizar y en su caso eliminar a las razas que ellos consideran inferiores, o a aquellos que consideran un peligro para conseguir sus fines.

»Les diré que en los numerosos campos de trabajo o de concentración que existen en el Reich y en los territorios conquistados, como Bergen Belsen, Belzec, Auschwitz, Sobibor, Treblinka, Lublin-Majdanek, Chelmno, Buchenwald, y otros centenares de campos distribuidos por toda la geografía nazi, se está procediendo a aniquilar a miles de judíos, además de gitanos, opositores políticos, y a todos aquellos a los que los nazis consideran seres indignos de vivir. Pero las víctimas son mayoritariamente judías. Se les deporta violentamente desde sus lugares en toda Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, en el caso de Francia el responsable es el régimen de Vichy. Se les conduce en trenes especiales que llegan directamente a los campos. Precisaré que no son alimentados, ni siquiera se les proporciona agua durante el trayecto. Los vagones se cierran en circunstancias terribles, ya que en ocasiones solo pueden permanecer en pie hasta que llegan a su destino, dos o tres días después. Podrán imaginar en qué condiciones. No tienen ni siquiera un recipiente donde puedan orinar o defecar. Todo ello forma parte de un proceso de humillación. Muchos no resisten y fallecen en el camino. Los cuerpos permanecen dentro del vagón. Al principio la gente no da crédito a que aquello les esté sucediendo, les resulta imposible aceptar esa realidad. Personas que una horas antes se encontraban en sus domicilios, intentando sobrevivir. Cuando llegan a sus lugares de destino son amedrentados con gritos y amenazas, los ladridos de los perros, en un escenario espantoso. Allí son seleccionados, brutalmente separados hombres de mujeres, madres de hijos, hermanos de hermanos, y en su caso conducidos directamente a las cámaras donde serán gaseados. No les da tiempo a reaccionar, ya que las víctimas son coaccionadas, golpeadas, humilladas y engañadas. Se les hace creer que van a ser fumigadas para evitar enfermedades, que solo se trata de un paso más en su llegada al campo. Muchos saben lo que va a suceder pero no pueden hacer nada para evitarlo. La forma en que fueron capturados, el stress del viaje, el terrible cansancio, los guardias y su violencia física y verbal, los perros ladrándoles, la noche, la confusión, el miedo a lo desconocido. Tendrán que creerme si les digo que cada día son asesinadas miles de personas, hombres, mujeres y niños, en tres cámaras en las que se gasea a las víctimas utilizando monóxido de carbono. El campo no posee hornos crematorios, y los cadáveres tienen que enterrarse en fosas. Eso no me lo ha contado nadie, lo he presenciado yo personalmente y tengo pruebas de lo que estoy diciendo. Para ello tuve que disfrazarme de guardia ucraniano en una ocasión en el campo de Belzec y en otra me introdujeron en el gueto de Varsovia los dirigentes del gueto. Aquí traigo una serie de fotografías y microfilms, en los que se aprecia el nuevo edificio equipado con seis cámaras de gas, con una capacidad de matar hasta dos mil personas simultáneamente.

El embajador Winant levantó la mano.

—Eso que está usted afirmando son acusaciones muy graves. Personalmente no me gustan los nazis, pero tengo un gran respeto por el pueblo alemán. Excúseme, pero no puedo creerle. ¡Me resulta imposible que un pueblo culto y sensible como el alemán acepte sin rechistar lo que según usted está ocurriendo! ¿O es que no saben nada? ¿Quiere convencernos de que hay centenares de campos de concentración distribuidos por toda Europa y que en ellos se llevan a cabo miles de asesinatos cada día?

Karski permaneció unos instantes en silencio. En aquella pregunta se encontraba el destino de los judíos. Era precisamente por ello por lo que se había convocado aquella reunión. El sol de final de verano entraba por el ventanal y todos los presentes le observaban expectantes.

—Embajador Winant. Yo no soy judío, soy polaco, y hasta hace poco no sentía empatía por los judíos. Los polacos y los judíos son como el agua y el aceite. Pero verá, antes que polaco me considero un ser humano. Soy consciente de que es algo muy difícil de creer, resulta imposible aceptarlo, incluso para mí que lo he presenciado. Gracias a algunos de los líderes sionistas, como Menahem Kirschenbaum y León Feiner, pude entrar en el gueto de Varsovia para creerlo e incluso cuando estaba allí tenía que frotarme los ojos. ¿Cómo se puede entender que muchos alemanes no solo estén informados de ello y no reaccionen, si no que sean cómplices de lo que está ocurriendo? Adolf Hitler ha creado un régimen de terror basándose en el odio a los que no son nazis. ¿Cómo pueden estar lanzando miles de bombas sobre ciudades como Londres, Coventry, Plymouth, matando a miles de personas indefensas? Me dirán ustedes que la guerra es la guerra. En el caso de los judíos, lo cierto es que no se trata de simples amenazas. Tampoco en el caso de los gitanos o los comisarios bolcheviques. Ahora si me lo permiten les mostraré unas fotos. Agradeceré a los servicios de inteligencia británicos este nuevo sistema para mostrar las fotos en una pantalla. ¿Podrían correr las cortinas? Gracias.

En la pantalla apareció la puerta de un campo. Se trataba de una película de baja calidad, aparecían rasguños y defectos de la película, pero permitía ver lo suficiente.

—Este es el campo de concentración de Belzec. Su comandante se llama Christian Wirth. Es el que aparece el segundo por la derecha en la foto. El que está junto a él a su derecha es su adjunto, Josef Oberhauser. Como ellos hay miles de nazis que trabajan en la eliminación de los judíos. Lo que llaman la «solución final». Necesitan miles de ellos para capturar a los judíos, clasificarlos, transportarlos en trenes, controlarlos. Pueden observar la llegada de los prisioneros judíos. Aquí los ven en el momento en que son obligados a desnudarse, mientras los altavoces repiten que serán despiojados y que luego se les dará de comer. No es cierto. Ahora pueden ver los barracones. Esta foto muestra el interior de uno de ellos. Otra vista. Otra más. Esta nos muestra los motores que producen el monóxido de carbono. Es una muerte cruel ya que no es inmediata, como un disparo, si no que tarda unos minutos en producirse. Si algún prisionero desobedece las órdenes lo matan sin más disparándole. Este es el lugar donde se entierra a los asesinados, como observarán para mayor rapidez colocan los cadáveres por capas. Previamente algunos de los guardias judíos son obligados a extraer los dientes y los puentes de oro, a comprobar si los asesinados habían escondido diamantes o gemas en sus orificios. Esta foto ligeramente movida permite observar una hilera de cuerpos. En esta siguiente una excavadora cubre con tierra la fosa. Aquí vemos como el terreno en esta parte se está hinchando debido a los gases de putrefacción. Les daré una cifra. León Feiner me aseguró que desde marzo hasta el momento en que yo estuve allí, a mediados de agosto, se habían gaseado ciento veintidós mil personas, de la cuales, la mayoría eran judíos. En este microfilm hay más información. Tengo un listado de algunos de los judíos que han sido asesinados allí. Según el lenguaje nazi «procesados». Esta otra serie son fotografías tomadas en el gueto de Varsovia. Iré pasándolas sin hacer comentarios. Ustedes mismos podrán calificarlas.

El silencio en la sala era absoluto. En la penumbra ninguno de los presentes era capaz de apartar los ojos de la pantalla. Las fotografías iban pasando sin ser comentadas. Algunas eran brutales. SS disparando a gente, incluso a niños. Cadáveres tirados. Un SS arrojando a una mujer judía por una ventana a la calle diez metros más abajo. En la siguiente vista se veía el cuerpo de la mujer en un charco de sangre.

Jan Karski terminó el pase. Pidió que se descorrieran las cortinas. El sol volvió a entrar en la sala, pero algo había cambiado en los presentes.

—Esto que acaban de ver es un día cualquiera en el gueto de Varsovia. Eso es lo que está ocurriendo en el Reich y los países ocupados. Se está cometiendo un espantoso crimen contra la humanidad. Si no me creen a mí, crean a sus conciencias.

»Con nosotros se encuentra el señor Markus Gessner. Quisiera que le prestaran atención, ya que su testimonio es importante. Conocí al señor Gessner hace diez días aquí en Londres, no había tenido ninguna relación con él anteriormente. Cuando me contó su experiencia entendí que se trataba de un valioso testigo de cargo, un hombre sincero y objetivo. Alguien que ha tenido la oportunidad de haber sido encerrado en un campo y seguir vivo. Será mejor que se lo cuente el mismo. Cuando usted quiera señor Gessner.

Markus Gessner había estado aguardando aquella oportunidad durante mucho tiempo. Había soñado con ello. Frente al primer ministro Winston Churchill, al primer ministro polaco, al embajador americano, se sentía algo nervioso. Comenzó su exposición explicando quién era. Habló de su familia, de sus propios hermanos. De cómo habían llegado a conocer que tenían ascendencia judía por parte de su madre, aunque no lo habían sabido hasta hacía muy poco. Mencionó nombres, datos y fechas. Intentó mantenerse tranquilo aunque en algún momento le sobrepasó la emoción. Contó que había recuperado parte de la vista en su único ojo, al menos para poder valerse. Habló de su detención y su prisión en Dachau. De la atroz experiencia que había vivido. En un momento dado llegó a prescindir que se encontraba con aquellos líderes. Comprendió que se estaba liberando de los espíritus que le impedían conciliar el sueño, y que aquel testimonio podría ser muy importante para poder cambiar la opinión de los que tenían que conducir la guerra.

—En Dachau todos los días llegan vagones repletos de judíos. Son atemorizados y coaccionados desde el mismo momento en que son hechos prisioneros. Lo que llaman sopa está hecha de agua sucia y remolachas, para la cena no llegan a doscientos gramos de pan duro. Se hacen experimentos médicos que la mayoría de las veces terminan con la muerte de los prisioneros, utilizándolos como cobayas forzosos. Los crematorios intentan transformar en humo los cadáveres de los gaseados. Cerca existe un paredón de fusilamiento. Los Sonderkommandos son unidades de trabajo compuestas por judíos, encargados de colaborar con sus propios verdugos a cambio de algunos meses más de vida. Las cámaras carecen de ventanas, solo un ventilador en el techo. Las ejecuciones se llevan a cabo de una manera industrial. Los condenados son conducidos en fila, y antes de acceder deben desnudarse. Allí no existe la intimidad. Los guardias recogen las joyas, los relojes. Los prisioneros desnudos y ateridos reciben una toalla y una pastilla de jabón y son obligados a introducirse en la cámara. Entonces se cierran las puertas y en vez de agua el gas sale por las aberturas del ventilador. La escena es dantesca, todos empiezan a gritar de desesperación, a intentar subirse sobre los caídos ya que arriba el gas tarda más en llegar. Pero todo es inútil, veinte minutos más tarde nadie se mueve. Las puertas se abren, se deja ventilar unos minutos y de inmediato los Sonderkommando judíos retiran los cadáveres y baldean el suelo. Después todo vuelve a comenzar. Luego los cadáveres son llevados a los hornos crematorios. El humo se extiende por la zona exhalando un olor acre y repugnante. Miles de personas desaparecen cada día de los centenares de campos de todo el Reich.

Tardó media hora en realizar su exposición. Al acabar se hizo un largo silencio. Fue Winston Churchill el que lo rompió. Su gesto anterior de escepticismo había cambiado. El tema parecía haberle interesado profundamente.

—Señor Gessner, señor Karski, agradecemos su detallada exposición. Al menos a mí me han convencido. Hasta ahora había oído rumores, comentarios, leído algún artículo sobre la situación. Les prometo que a partir de ahora estaré más atento. Creía saber quién era Adolf Hitler. Por si les sirve, ustedes me han ayudado a entender mejor lo que está sucediendo bajo el Reich. Dentro de poco me entrevistaré con el presidente Roosevelt, y le contaré lo que aquí he podido oír. Señor Karski, es usted un hombre valiente con sentido ético. Señor Gessner, gracias por su sincero testimonio. No duden ustedes de que nos servirá de mucho para actuar en consecuencia. Gracias a los presentes.

Al abandonar la reunión, Markus Gessner se dirigió en un taxi al apartamento que compartía con Louis Lemaître, que no había querido separarse de él. Poco a poco iba recuperando la visión de su ojo, y aunque lo veía todo envuelto en una especie de bruma se sentía satisfecho. Durante varios meses creyó que iba a quedarse ciego de por vida. Al conocer a Jan Karski comprendió que algunos hombres eran verdaderos héroes anónimos.

Su intervención en la reunión le abrió muchas puertas en Londres. El mismo consejero de Churchill, el comandante Thompson «Tommy», como lo llamaba el primer ministro, mantuvo una serie de amistosas entrevistas con él, muy interesado en saber qué estaba pasando en el Reich. Markus le aclaró que él no era judío, que tenía el punto de vista de un alemán, ya que había nacido en Prusia, y que al principio nadie creyó que los nacionalsocialistas iban a tomar un derrotero tan radical. Hitler seguía hablando de un pacto con Gran Bretaña, un acuerdo para repartirse el mundo. Era como si no hubiera comprendido que el mundo había cambiado mucho desde que él era el cabo encargado del correo entre las trincheras de la Gran Guerra.

Cuando, el 17 de diciembre de 1942, los aliados declararon que los cómplices de las matanzas de judíos no escaparían a la acción de la justicia, Markus Gessner se sintió orgulloso al saber que había colaborado en que tomaran aquella determinación.