98. LA GUERRA MUNDIAL

(BERLÍN-7 DE DICIEMBRE DE 1941)

Uno de las primeras personas en Viena que supo que Japón había bombardeado una base de los Estados Unidos en el Pacífico fue María Gessner. El mismo 7 de diciembre, unas horas después del ataque, recibió una llamada urgente desde Berlín. Era Kurt Eckart que se lo dijo sin hacer más comentario. Quería que lo supiera. Cuando se lo contó a Eva, vio que su hermana se mostraba muy satisfecha. Aquello iba a poner en su lugar a los nazis, a mucha gente, entre otros a Stefan y Joachim, que durante los últimos años se creían los amos del mundo. Tanto Eva como María estaban convencidas de que Markus se hallaría en Londres desde mucho antes de la toma de París, y que se sentiría muy satisfecho con aquellas noticias.

Ese mismo día las hermanas Gessner supieron que los Hirsch, los importantes peleteros vecinos de Selma Goldman, habían perecido ahogados en el hundimiento del mercante «Struma», junto a centenares de judíos que huían de Europa intentando llegar a Palestina. Se hablaba de una única superviviente. Una tal Lowe Lowestein, que bajo otro nombre era la que colaboraba en la expedición desde el movimiento sionista. El destino y el azar jugaban una partida sin final. Más tarde, Eva relacionó a aquella joven con los Goldman. Se trataba de la muchacha judía que su exmarido había rescatado de Varsovia. Era una increíble casualidad.

Al día siguiente bajaron temprano a comprar la prensa. En casi todos los periódicos venía en primera plana, a pesar de que los alemanes querían restarle importancia. Sabía que no solo significaba la guerra de los Estados Unidos contra el Japón. Casi inmediatamente, a causa de su vinculación con el Eje, el Reich se hallaría en guerra contra la primera potencia mundial. No se equivocaban. Tres días más tarde, el 11 de diciembre, el Reich no tenía otra salida que declararle la guerra a los Estados Unidos, que unas horas más tarde entraba en la guerra. La invasión de Polonia que el Führer había pretendido que fuese algo tan discreto como la invasión de Checoslovaquia, en la que las potencias europeas habían agachado la cabeza, acababa de transformarse en la guerra total. Alguien junto a ellas comentó en el quiosco de prensa que aquella iba a ser la segunda guerra mundial.

Aquel día los judíos de Viena, y con seguridad todos los judíos europeos, celebraron la noticia. También los muchos agraviados por los nazis, los que se sentían frustrados, los que no estaban de acuerdo con la situación, los comunistas, los británicos, los franceses, y sobre todo los rusos.

Kurt Eckart vivió muy de cerca lo que realmente significó en la cancillería la entrada en la guerra de los Estados Unidos. Participó en la reunión que convocó el Führer para que la opinión del pueblo alemán no se viese alterada. Cuando les dijo que Estados Unidos se encontraba muy lejos de Alemania, pero que, por el contrario, Alemania estaba muy cerca de los Estados Unidos, el Führer se estaba refiriendo a los U-Boots que patrullaban la costa este, desde Canadá hasta Florida. Aseguró que tenían a su merced a la flota mercante norteamericana, y que también la Kriegsmarine se consideraba capacitada para llevar a cabo su propio «Pearl Harbor» en las bases de Virginia, y asestar un duro golpe directamente en el corazón de la marina de guerra americana. Pudo comprobar como todos ellos seguían convencidos de que, con Adolf Hitler, Alemania no podría perder jamás una guerra. Fue en aquella reunión cuando le escuchó mencionar por primera vez la «guerra total». La situación de ambigüedad con América había acabado. El Führer mencionó que el lobby judío americano había conseguido lo que andaba buscando, y añadió que él les daría una buena ración de su propia medicina.

Unos días más tarde Goebbels le mencionó en confianza que el Führer sufría de insomnio y dolores de estómago, a pesar de los tratamientos de su «infalible» doctor Morell, al que por cierto el ministro de propaganda no podía ni ver. El Führer le había confesado que aquello se refería a la entrada en la guerra de los americanos, le iba a complicar las cosas al Reich. Kurt comprendió que había perdido la confianza que mantenía en la victoria final.

Iván se dejaba ver de vez en cuando y le pedía informes personales sobre determinados personajes del Reich. Frecuentemente se quedaban algunos de los hombres de confianza hasta que hiciera falta, en ocasiones durante toda la noche si era preciso. Una tarde a última hora, aprovechando que Goebbels se encontraba en Múnich, en su despacho fotografió los ficheros con los personajes de relevancia del Tercer Reich, sus aliados, y con los que mantenía cualquier tipo de relación. Los ficheros se los iba pidiendo a la secretaria particular del ministro, que se los iba dejando sobre su mesa sin más. La «Minox» hizo un gran papel para fotografiar algunas de las fichas. Era una operación pesada, ya que tenía que dar con los nombres que estaba buscando. Bajo el flexo disponía de la luz adecuada para la película ultra rápida de 4 grados DIN. Aquella sensibilidad posibilitaba la ampliación de planos, y de los documentos. Uno de los secretarios llamó a la puerta cuando estaba fotografiando para decirle que se iba. Salió a la puerta y asintió, diciéndole que él se quedaría un rato más, ya que el ministro necesitaba un informe que debía encontrar sobre su mesa por la mañana. Aquello era cierto, ya que Goebbels le había llamado para que se lo preparara. No podía exponerse a que el secretario le dijera al ministro algo, como dejándolo caer. Cerró la puerta y siguió hasta que terminó, consciente de que, a pesar de la confianza con que actuaba, estaba jugando con fuego. Entregó a Gretel el informe que había preparado aquella misma tarde. En él se resumía que en el mes de septiembre habían comenzado los tratamientos experimentales en la cámara de gas de Auschwitz. Centenares de prisioneros de guerra rusos, incluyendo a otros centenares enfermos, habían servido como conejillos de indias para experimentar las cámaras de gas, para analizar la capacidad de exterminio del gas Zyklon B, fabricado por la empresa Degesch, del grupo I.G. Farben, en la que Goebbels, Himmler y el propio Gessner tenían participación. I.G. Farben fabricaba entre muchos productos: gasolina y caucho sintéticos. Entre los que firmaban el expediente del gas figuraba Joachim Gessner. Había sacado una copia más, también fotografiada con la «Minox».

Gretel Riegner era como el ama de llaves del ministro, una berlinesa más nazi que el Führer, que flirteaba descaradamente con Goebbels, con el que a menudo se encerraba en el despacho, olvidando a su marido que se encontraba luchando contra los bolcheviques en el helado frente ruso, convencido de que aquel era el Reich de los mil años que su Führer les había prometido.