94. OPERACIÓN «MARITA»

(TESALÓNICA, ABRIL DE 1941)

Por algún motivo Moshe Zeev se mantuvo en contacto con David Goldman. Tiempo después volvieron a encontrarse, Zeev le dijo que necesitaba que colaborara en algunos temas y que se olvidara de la edad que tenía. Aseguró que lo que importaba era la cabeza. David aceptó sin tener que meditarlo. Tenía información de lo que estaba sucediendo en Viena, donde miles de judíos estaban siendo deportados a Polonia. Se hablaba de un campo de trabajo en Lublin, pero algunos judíos pensaban que de allí ya no saldrían jamás. David sabía que si permanecía sin hacer nada, su familia podría encontrarse en una situación parecida en algún momento. Estaba convencido de que al menos allí, a Tesalónica, los alemanes no llegarían por el momento.

Tiempo después Zeev le confesó que confiaban en él no solo porque conocían su pasado, sobre todo por la estrecha vinculación de su hija Selma con los líderes sionistas. Sabía incluso que su nieta Esther Dukas formaba parte de las juventudes sionistas y que durante dos años permaneció en un kibutz. Zeev se reservó la información de que la muchacha se había afiliado al Irgun y que tenía información de lo que estaba haciendo en Varsovia.

Cuando a final de febrero de 1941 Zeev le informó que acababa de regresar de Rumanía donde había podido comprobar que los alemanes estaban preparando varias divisiones de la Wehrmacht para invadir Grecia de inmediato, a David Goldman le costó creerlo. ¿Cómo habían podido los alemanes mantener secreto un enorme movimiento de tropas y equipos? Zeev le mostró algunas fotos tomadas por algunos agentes que colaboraban con él. No tenían demasiada calidad pero se podían distinguir aviones con las esvásticas, artillería, tanques, en otras aparecían numerosas tropas acampadas. David se quedó perplejo y preocupado al comprender que la amenaza era inminente. Zeev le comentó que la información sobre la «Operación Marita», el nombre de la invasión alemana de Grecia, ya la tenían los ingleses. A pesar de todo, los sionistas mantenían una relación de colaboración con los servicios de inteligencia británicos. Los británicos serían unos imperialistas y mucho más, pero existía una clara diferencia en el sentido ético comparados con los alemanes. Eran los buenos contra los malos. Los nazis eran el enemigo común. En la región donde todo aquello estaba ocurriendo, los servicios especiales alemanes habían tomado la precaución de eliminar a sus habitantes. Salvo algunos pastores que habían permanecido prudentemente escondidos en lo más profundo de los bosques y cuevas aisladas, los posibles testigos habían sido aniquilados. En cualquier caso era algo inminente, lo más unas semanas, ya que los alemanes sabían que no podían despreciar el factor sorpresa.

David comentó aquella información con Rachel que se quedó muy preocupada, no solo por Selma y Lowe, a la que consideraba su hija adoptiva, sino sobre todo por la importante población judía de Tesalónica que, aún disminuida por la gran emigración de los últimos años, sobrepasaba las sesenta mil personas. La posible llegada de los nazis hacía peligrar a la comunidad y David fue a hablar con el gran rabino de Tesalónica, Zvi Koretz, que le replicó que no creía que tal cosa fuera a suceder. David intentó huir a Francia con su familia, pero las circunstancias se le habían echado encima.

El rabino estaba totalmente equivocado, ya que el 6 de abril los alemanes invadieron la región de Tesalónica. Apenas hubo resistencia, salvo algunos guerrilleros de la ELAS. Los paracaidistas alemanes caían sobre los pueblos y llevaban a cabo redadas en las que fusilaban sumariamente a los sospechosos de oposición. El día 9 entraban en Tesalónica y ocupaban el puerto y los lugares estratégicos. Una prima de Rachel llegó a su casa asegurando que había llegado del día el guéoulah, el fin del mundo sefardí. Selma y Lowe habían podido escapar a Palestina. Selma les dejó una nota explicándoles que ellos —se refería a Rachel y a él— no podían acompañarla ya que era muy arriesgado, pero que se mantendría en contacto y buscaría la manera de sacarlos de allí. Rachel rezaba dando gracias a Dios porque sus nietos estuvieran a salvo. Jacques en Francia, ya había dado señales de vida, y Esther en el Comité Americano en Varsovia, amparada por su pasaporte. Parecía que la realidad le estaba dando la razón. Se escuchaban continuas detonaciones, en todas partes detenían a los judíos y a los griegos sospechosos de no colaborar. A algunos los fusilaban sobre la marcha, sin más, como si quisieran demostrar que nada los detendría y que era preferible no oponerse.

Apenas al día siguiente, el doctor Max Merten, un alto oficial alemán de las SS se constituyó como gobernador provisional. De inmediato citó a las autoridades de la ciudad y de la comunidad judía, comenzando por el gran rabino Zvi Koretz, a quien exigió redactar una lista de los hombres más influyentes de Tesalónica. Entre ellos figuraba David Goldman. Los integrantes de la lista fueron citados al día siguiente: no asistir significaba la pena máxima. El doctor Merten los reunió en el salón del ayuntamiento. Les explicó que toda Grecia se hallaba dividida por los tres ocupantes: los búlgaros, aliados del Reich, los italianos que formaban parte del Eje, y las tropas alemanas, que se encontraban fundamentalmente en la región de Tesalónica. Les aseguró que por el momento las leyes de Núremberg no serían de aplicación en Grecia, y que pretendía mantener un «statu quo» positivo. Eso sí, exigió un listado de todas las familias judías, con sus profesiones miembros, y dirección. Allí mismo anunció que quedaban prohibidos los diarios «L’Indépendant», «Le Progrés» y «El mensajero», este en judeoespañol y el más leído por la comunidad sefardita. Añadió que todos los judíos deberían utilizar la Estrella de David para poder distinguirlos de la población griega, pero insistió en que era por su bien.

—Si ustedes no me dan problemas, yo no se los daré a ustedes.

David salió de allí pensando que aquel nazi era un cínico, que les estaba haciendo falsas promesas para evitar problemas.

Durante las siguientes semanas todos los edificios públicos y muchos privados fueron requisados, incluso el hospital. A finales del mes un edicto prohibió a los judíos la entrada en los cafés y restaurantes. A mediados de mayo el gran rabino fue arrestado por la Gestapo. Nadie sabía lo que los alemanes habían hecho con él y se corrió la voz de que lo habían asesinado. Luego se supo que se encontraba en una prisión austríaca.

A principios de junio, David Goldman, dada su condición de especialista en el tema recibió una citación del gobernador para que colaborara con el Estado Mayor Especial, que acababa de llegar a Tesalónica por orden de Rosenberg, nuevo ministro de los «Territorios Ocupados del Este». El Einsatzstab quería requisar los archivos de la comunidad judía con destino al Instituto de Investigaciones Judías, de Frankfurt. David estaba enterado de las manías racistas de Rosenberg, quien mantenía que la influencia de la cultura judía en la alemana era nefasta, tal y como había manifestado en su libro sobre las teorías raciales, un panfleto racista titulado «El mito del siglo XX». Como investigador, David ya había sufrido la pérdida de los principales archivos durante el gran incendio, y sabía que para la cultura judeoespañola perder los restantes significaría un verdadero desastre. Sin embargo Rosenberg era un hombre influyente, en aquel momento líder del partido solo por debajo del propio Führer, por lo que sus deseos eran órdenes. No pudo evitar que entraran en las sinagogas y en los domicilios de aquellos rabinos y profesores que los custodiaban. Se tiraba de los pelos, pensando que tendrían que haberlos escondido en una especie de genizah para evitar aquel expolio. Gran parte de la cultura sefardí se perdería definitivamente.

Las promesas de Merten se demostraron falsas desde el primer momento. La comunidad judía era maltratada de palabra y obra, los alemanes entraban en los domicilios y se llevaban los objetos de valor. Muchos judíos eran enviados a prisión, se confeccionaban listados de familias por el menor incidente. David sabía lo que aquello significaba. Tenía noticias de lo ocurrido en Bucarest donde los Legionarios de la Guardia de Hierro habían destrozado el barrio judío de aquella ciudad, quemado las sinagogas y asesinados cruelmente centenares de judíos. Algunos fueron degollados, colgados de ganchos de carnicero y expuestos en las calles con rótulos de «Carne kosher», en un brutal escarnio a la cultura y a las creencias judías.

Las cosas no iban a mejorar. Aquella situación se repetía en todos los lugares ocupados por los alemanes. Se enteró a través de amigos de que en la misma Francia los judíos de la zona ocupada no estaban en mejores condiciones que los de Tesalónica. El «Commissariat General aux Questions Juives» demostraba que los nazis pretendían deportar a todos los judíos europeos. Moshe Zeev estaba convencido de ello, e intentaba sacar a los que pudiera de Tesalónica, que se había transformado en una trampa mortal. David le preguntó si él y Rachel podrían huir a Turquía, y de allí intentar pasar a Palestina, pero Zeev le contestó que cada día los alemanes cerraban más el cerco y que tendrían muy pocas posibilidades, ya que estaba resultando muy difícil incluso para gente más joven y en buena forma física. Incomprensiblemente los británicos tampoco estaban favoreciendo la entrada al Mandato, a pesar de conocer la situación cuando los sionistas colaboraban con ellos, como era el caso de Moshe Zeev. Solo dijo que no era propio de ellos.

Entonces llegó la mala noticia. A finales de abril, miles de judíos habían sido arrestados en París tras una denuncia del movimiento ultraderechista «Action Française». El listado con los nombres de todos ellos llegó a Tel Aviv unos días más tarde. Fue Golda Meier quien se lo comunicó a Selma Goldman que se hallaba allí. Entre ellos figuraba un tal Jacques Dukas, y su destino era el campo de trabajo de Mauthausen, cerca de Linz.