92. BOTÍN DE GUERRA
(VARSOVIA, OCTUBRE DE 1940)
El gobernador general de Polonia, Hans Frank y hombre de confianza del Führer, estaba más que harto de las artimañas del Judenrat o Consejo Judío y de su líder, Adam Czerniaków. A principios de agosto recibió una orden de Reinhard Heydrich, que de acuerdo con Himmler tomó la decisión de cercar con alambre de espino el gueto en el que pensaba encerrar a todos los judíos de Varsovia de una vez por todas. Entre los designados para redactar el informe que Himmler había pedido sobre el gueto se encontraba Stefan Gessner, uno de los hombres de confianza del mariscal Goering. En cuanto al enojoso asunto de la boda de su hermano Joachim, parecía olvidado, o al menos Himmler no volvió a mencionarlo.
Stefan llegó a Varsovia el 10 de septiembre. No había estado allí desde que Joachim lo invitó cuando era canciller de la embajada. Encontró una ciudad bombardeada, con muchos edificios demolidos por las bombas, otros incendiados. Nada tenía que ver con la vitalista Varsovia que conoció entonces. Un cabo de las SS uniformado lo recogió en la estación y lo trasladó al gobierno general donde lo aguardaba Hans Frank, al que conocía desde hacía años.
Frank, licenciado en derecho, era un hombre astuto y previsor, convencido de la maldad humana y sobre todo de la de los astutos y taimados judíos. Conocía la estrecha relación de los hermanos Gessner con Himmler y Goebbels, y quiso agasajarlo además de hacerle partícipe de sus inquietudes.
—Mire, general de brigada Gessner. Estos polacos no colaboran en nada. Solo me proporcionan un problema tras otro. ¡Y en cuanto a los judíos ni le cuento! Ese tal Czerniaków, el líder del Judenrat, es un bribón redomado que pretende tomarnos el pelo continuamente. ¡Pero ya se han acabado las tonterías! Ahora se está procediendo a cercar con alambre de espino el límite del gueto, y enseguida se levantará un muro de ladrillo de tres metros. ¡Van a saber quién es Hans Frank! Por otra parte tenemos más de cien mil judíos actualmente mezclados con los polacos, que deberán ser trasladados al interior del gueto en cuando esté acabado de vallar. En total calculamos que cerca de cuatrocientos mil deberán ir a parar ahí dentro. ¡Van a estar ahí como sardinas en lata, pero es lo que merecen! Todo ello figura en el memorándum que le entregaré para el Reichsführer. En él se analiza la administración del gueto, hasta lo más mínimo, incluso las calorías que se les van a proporcionar por persona y día. ¡Está todo bien estudiado! Con esa dieta, pensamos que los más débiles no aguantarán, siguiendo el detallado plan que me entregó Heydrich. ¡No queremos gente inútil! ¡Los niños, los enfermos, los ancianos no nos son de utilidad! Naturalmente la imagen que pretendemos dar es muy diferente. Por indicación del propio Reichsführer vamos a permitir que el Comité Conjunto Judío-Estadounidense de Distribución realice una distribución de alimentos, aunque de una manera muy controlada, y sin poder salir de la zona de acceso al gueto. Desde allí se llevarán los carritos con sopa al interior. Hemos calculado que eso nos ahorrará una parte importante de alimentos. ¡En cualquier caso lo que les proporcionen ellos se lo restaremos nosotros! Y al tiempo servirá como contra propaganda en Estados Unidos, donde resulta que según un estudio que hemos realizado discretamente tenemos muchos seguidores. Todo el informe se le ha preparado para que no tenga que molestarse, y si necesita algún dato más me lo pide a mí, que se lo proporcionaré de inmediato.
Stefan Gessner sonrió satisfecho.
—Muchas gracias gobernador Frank. Mejor así. Conociendo al Reichsführer, no dudo que el informe se ajustará a la realidad.
—¡Por supuesto, general Gessner! ¡No se preocupe por eso! Bien. Le he reservado la suite del Hotel Bristol. ¡Sigue en pie afortunadamente! Ahí no va a faltarle nada. Lo que necesite. Me he permitido invitarle a cenar esta noche. Tengo una pequeña sorpresa para usted. Ya sabe. ¡El reposo del guerrero! A las seis y media lo recogerá un coche para llevarlo a mi residencia. Vaya al hotel y descanse. Varsovia es ahora una ciudad caótica. Es más seguro no pasear por ella. ¡Esos malditos judíos están locos y se puede esperar cualquier cosa! ¡Hasta luego, Gessner! Es un placer volver a verle.
Stefan Gessner se dirigió al hotel en uno de los vehículos oficiales. Durante el trayecto pudo ver la situación de la ciudad. Mucha gente deambulaba como si no supiera donde ir. Había grupos negociando en el mercado negro a pesar de la prohibición. Una gran cantidad de soldados alemanes vigilaban las calles. Los bombardeos habían destruido una gran parte de la ciudad que intentaba seguir adelante. Pasó por donde se estaba cercando el gueto y el chófer se lo hizo notar. Grupos de niños se hacinaban al otro lado de la alambrada.
—Están buscando comida. Algunos soldados les tiran pan para divertirse viendo como pelean por él, aunque el gobernador lo ha prohibido.
El chófer lo comentó con un tono natural. El automóvil se detuvo frente al Hotel Bristol y un mozo se acercó para coger su maleta. Entró en el vestíbulo. Allí el ambiente era el de cualquier hotel de Alemania. El recepcionista tenía su reserva hecha, aunque en el interior del hotel prácticamente todos los clientes pertenecían a la Wehrmacht, salvo algún paisano, por supuesto alemán.
Un mozo lo acompañó a una de las suites de la tercera planta. Se asomó a la ventana. Todo parecía normal, salvo por los soldados en las esquinas tras las barricadas de sacos terreros, y algunos de los edificios en ruinas. Sin embargo la habitación estaba impecable, incluso con rosas frescas en un jarrón. Se duchó con agua caliente mientras imaginaba lo que habría querido decir Frank con lo del reposo del guerrero. Se cambió de uniforme pensando en la cena con el gobernador Hans Frank. No era alguien con clase, solo un tipo untuoso y servil por otra parte, que acababa de ser ascendido a SS-Obergruppenführer. Esperaba que pronto se reconociesen sus propios méritos.
A la hora prevista le recogió un coche para conducirlo a la residencia del gobernador. Un edificio protegido por una sección de las SS y con acceso restringido por las calles que llevaban a él. Frank lo aguardaba también de uniforme. Era la norma en aquellos días. El interior mostraba una atmosfera recargada, atiborrada de muebles, cuadros y objetos artísticos. La calefacción central mantenía una agradable temperatura. Frank señaló algunos de los cuadros y le dijo que si le gustaba alguno o cualquier detalle se lo regalaba.
—Todo esto se hallaba en las lujosas residencias de esos judíos ricos. Algunos de estos cuadros valen mucho dinero, pero hay tantos que ya no sé qué hacer con ellos, y muchos pertenecen al llamado arte degenerado. ¿Qué opina usted? En París los aprecian más que aquí. Ahora vamos a cenar tranquilamente y después le he preparado una pequeña fiesta privada si le apetece. Creo que el cocinero se ha pasado, ¡no deseo engordar más! Pero en fin… ¿Un poco de caviar? Le sorprendería de dónde me llega ahora que somos socios de los soviéticos. Yo les proporciono otras cosas. Así es la vida. Este es magnífico, le enviaré unas latas al hotel. También tenemos buen champán francés, pero eso ya no es ninguna novedad. ¡Este año todo el mundo en Alemania está bebiendo champán francés, menos los franceses!
Frank intentaba ser un anfitrión encantador. Hablaron un poco de todo. Se comentaba que Italia iba a invadir Grecia para impedir que cayera en manos británicas. Frank le aseguró que todo iba viento en popa para el Reich. Le contó que su familia seguía en Alemania y que no se reunirían con él hasta más adelante. Conocía la estrecha relación de Gessner y de su hermano con la cúpula, y no quería dejar nada al azar. Estaban acabando de cenar. Entrecerró los ojos sonriendo beatíficamente para referirse a la sorpresa.
—Y ahora, amigo mío, permítame una pequeña sorpresa. Le permito escoger. ¿Qué prefiere, una muchacha de trece, quince o dieciocho? ¿O tal vez dos? Son judías, así que les hacemos un favor. ¡Después de todo son vidas que no valen nada! ¡Puede hacer con ellas lo que quiera! ¡De todas maneras de aquí las deportamos a Auschwitz y asunto concluido! ¡Como esas tenemos para dar y tomar! Al terminar pueden llevarse algo de comida. ¡Ah, Varsovia! ¡Después de todo este lugar tiene algunas ventajas!
Stefan asintió. No tenía nada que objetar. En Berlín las cosas no eran muy diferentes, sabía muy bien lo que estaba sucediendo con muchachas y muchachos judíos apenas adolescentes, que eran entregados a muchos jefes del partido como esclavos sexuales, aunque nadie se atreviera a hablar de ello. Él no iba a cambiar el mundo. Se decidió por dos de quince años y Frank palmoteó entusiasmado por la elección. Luego lo invitó a pasar a un amplio dormitorio de estilo rococó, con cortinajes de damasco, muy recargado, como el resto de la mansión. Una enorme cama con baldaquín y grandes espejos que devolvían las imágenes. Aquel lugar no parecía la residencia de un gobernador, sino un enorme almacén de objetos robados. Era un ambiente opresivo. Se encogió de hombros. En una mesa auxiliar disponía de un amplio surtido de bebidas. Se sirvió un brandy, se quitó los zapatos, la chaqueta, la camisa y el pantalón para acostarse en la cama. Apagó algunas lámparas. Tenía que reconocer que Hans Frank sabía lo que estaba haciendo al convertir a sus invitados en cómplices de sus andanzas.
Unos minutos más tarde entraron dos muchachas con aspecto de colegialas, no tendrían aún quince años y parecían no saber lo que esperaba de ellas. Se mantuvieron unos minutos junto a la puerta, sin apercibirse al principio de su presencia a causa de la penumbra. Pensó que mujeres y niñas siempre habían sido botín de guerra. Ahí estaban Briseida y Criseida, esclavas de Agamenón, tal y como Frank se había referido al reposo del guerrero. Sonrió, aquel tipo tal vez tendría un sentido siniestro del humor, pero humor después de todo.