88. LA ÉTICA DE LA GUERRA

(GOBIERNO GENERAL, POLONIA-SEPTIEMBRE DE 1939)

Desde el 1 de junio Stefan Gessner, teniente coronel de las SS, formaba parte del OKW, el Alto Mando de la Wehrmacht. El mismo Himmler lo había convencido para formar parte de los mandos de las SS como jefe de la logística de comunicaciones entre la primera línea y el cuartel general, donde el Führer coordinaba con sus generales la ofensiva. Un cargo con mucha responsabilidad no exento de riesgo. La planificación de la operación «Fall Weiss» se llevó a cabo minuciosamente. La Luftwaffe se encargaría de la primera oleada, los panzers entrarían en oleadas y la artillería de campaña arrasaría los núcleos urbanos, todo orquestado desde el cuartel general, dando como resultado la Blitzkrieg o guerra relámpago que Hitler pretendía. Había asistido a una charla que el propio Führer había impartido unos días antes a los jefes y oficiales del Estado Mayor y de las SS, en la que les había insistido que olvidaran la compasión y la misericordia. Según él los polacos no la merecían, y mucho menos los judíos que encontrarían durante la invasión. La orden era liquidar sin más a los oficiales, intelectuales, profesores, y a todos los judíos mayores de quince años que encontraran. Del resto se ocuparían más tarde.

A pesar del recelo de los jefes de la Wehrmacht, él estaba de acuerdo con aquella teoría. No en vano había participado en la Gran Guerra, y sabía que para llevar a cabo una campaña victoriosa era preciso no tener sentimientos. Ni él ni Joachim sentían el menor aprecio por los polacos, los eslavos en general, y mucho menos por los judíos. No quería pensar en toda aquella truculenta historia que sus hermanas se habían inventado acerca de la herencia judía. ¡Imposible! ¡Una patraña montada para extorsionarles a Joachim y a él! Eva siempre había sido una muchacha excéntrica capaz de cualquier cosa por llamar la atención. Nadie iba a hacerle el menor caso, y mucho menos cuando Joachim estaba muy cerca de la cúpula, y él tenía muy buenos padrinos.

Como había predicho el Führer, la Blitzkrieg fue un éxito. La política de tierra quemada, arrollando lo que se pusiera delante con bombardeos brutales e indiscriminados, consiguió sus fines. Una semana más tarde habían entrado en Varsovia. Él entró inmediatamente detrás de las tropas, en la interminable fila de automóviles que llevaban al Estado Mayor. Para entonces Francia y el Reino Unido habían declarado la guerra al Reich, pero lo cierto era que aún no se habían movido. En los momentos de descanso, durante la cena, los oficiales no dejaban de hablar de la visión de aquel Führer designado por la Providencia para convertir a Alemania en lo que todos soñaban.

Stefan era consciente de la oportunidad que le había otorgado el destino al colocarlo en primera fila de aquel gigantesco drama. Sabía que aquello no se podría conseguir sin sangre, sudor y lágrimas. Las aldeas y pueblos virtualmente arrasados, los polacos huyendo despavoridos a lo largo de las carreteras, atemorizados, atenazados por las terroríficas sirenas «in crescente» de los Stukas al entrar en picado, otra genial idea de Hitler, ametrallados en las cunetas, en su huida a ninguna parte. Se daba cuenta de que él era como un notario de la historia, dando fe de cómo se expulsaba a una raza inferior, y por supuesto a los judíos. Todos estaban asombrados de la ingente cantidad de judíos que salían de todas partes. Constantemente escuchaba expresiones como «¡Son como ratas! ¡Una verdadera plaga que tiene invadida Polonia! ¡Tendrían que exterminarlos!». Los Einsatzkommandos se encargaban de la tarea más dura. Entraban inmediatamente detrás, cuando las tropas habían conseguido cerrar la trampa, llevando a cabo centenares de ejecuciones en masa. Incluso algunos jefes y oficiales manifestaron su disconformidad acerca de cómo se estaba desarrollando aquella campaña. Él no lo veía así. Su experiencia en la Gran Guerra le hacía ver que solo podían considerar que un territorio estaba conquistado cuando se había expulsado a la población. Y por supuesto aniquilada la cabeza, los profesores y maestros, curas, médicos, alcaldes y autoridades. Era solo un instante. Agruparlos, colocarlos en fila contra un muro y disparar. Allí acababa el problema y se dirigían hacia el siguiente lugar. El Führer les había explicado que sentir compasión solo llevaría a una guerra más larga, cuando la mayor garantía de éxito para Alemania sería acortar los plazos. Ciertamente no era plato de gusto tener que asistir a aquella limpieza. Ver caer a la gente desplomada, al oficial de turno dando el tiro de gracia. Pero era sin duda lo que Alemania necesitaba.

Apenas unos días más tarde Himmler se presentó con un gran séquito en el mismo frente y señaló a unos cuantos altos oficiales, entre ellos a él. Sintió un gran orgullo cuando se vio entre los elegidos. Luego el Reichsführer se reunió con ellos en uno de los pocos edificios que habían quedado en pie y les explicó lo que pretendía. Algo muy delicado, para lo que no deberían contar con la Wehrmacht, que por principio se oponía a los fusilamientos de civiles y de prisioneros sin más, lo que dificultaba la ya compleja y esforzada labor de limpieza. Eso solo conseguiría demorar las cosas. Himmler tenía muy claro el fondo de la cuestión.

—No comprenden que los judíos y los gitanos no son seres humanos. Se ha demostrado científicamente que son infrahumanos, y por tanto no merecen ninguna compasión. Tenemos que tratarlos como alimañas y librarnos de ellos. En cuanto a los polacos son nuestros enemigos ancestrales. Siempre nos han odiado, si actuáramos de otra manera solo tendríamos una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Así que ustedes a lo suyo.

El ayudante de Himmler volvió a pasar lista. Escuchó su nombre: Stefan Gessner. Designado como uno de los responsables de la «Operación Tannenberg», bautizada así por Himmler. Necesario para conseguir el objetivo final. Hacerse con el espacio vital que el reich precisaba: el lebensraum. Les explicó que para llevarla a cabo discretamente habían localizado el lugar adecuado en polaco, Dolina Śmierci, o Valle de la Muerte. Con su bastón señaló fríamente un punto del mapa de Polonia. Los Einsatzkommandos estaban reuniendo en aquel lugar a los que deberían ser eliminados sin contemplaciones. Advirtió que por el momento todo el asunto debería mantenerse en el más estricto secreto.

Por ese motivo, ni él ni los otros oficiales de las SS comentaban aquello con los oficiales de la Wehrmacht. A pesar de la discreción, un comandante al que conocía de tiempo atrás, le replicó que una cosa era la guerra y otra una carnicería. Lo observó con desprecio. Al menos ellos asumían lo que estaban haciendo. El ejército estaba avanzando sin contemplaciones, bombardeando indiscriminadamente las poblaciones, ametrallando a los paisanos en las carreteras, haciendo muy pocos prisioneros, y aquel tipejo se atrevía a darle clases de ética. Para él, ética era cumplir con los valores morales que precisaba su patria para existir. ¡Primero era la existencia y luego la filosofía!

Quiso replicarle.

—¿Pero es que tú no sabes que ética proviene del griego êthos, que precisamente significa el lugar donde se habita?

El oficial lo observó como si le hablara en chino.

—¿Es que no te das cuenta de que ética y «lebensraum» son palabras que están mucho más próximas de lo que crees? ¡Nosotros estamos procurando un lugar para que las próximas generaciones de alemanes habiten en paz y prosperidad! ¡Esa es nuestra ética! ¡Entonces todo lo demás será historia!

Como se había acordado en Moscú, el 17 de septiembre la Unión Soviética invadió el este de Polonia. La población pensó en un principio que los soviéticos llegaban para defenderlos de los alemanes, pero muy pronto fueron conscientes de su error. Tras la rendición de las fuerzas polacas, Alemania y la URSS se dividirían Polonia de acuerdo con el protocolo secreto del pacto de no agresión. Por indicación de Himmler, él acompañó al grupo de Estado Mayor. Cerca de Brest Litovsk se encontraron con un grupo de oficiales rusos. El general soviético Krivoshein había hecho caso omiso y penetrado en la ciudad, aunque ya había sido tomada con anterioridad por las fuerzas acorazadas alemanas. Guderian había instalado su cuartel general en el centro de la ciudad, y decidió pasar por alto lo sucedido. Aquella misma tarde, un batallón de tanques soviéticos desfiló seguido de una compañía de Panzer alemanes, ante los generales Guderian y Krivoshein. Dos marchas militares, la rusa y la alemana acompañaron aquel momento. Lo pactado en las cláusulas secretas del Tratado de no agresión se había consumado y para todos los presentes Polonia, la vieja y sufrida Polonia, había dejado de existir.