86. LA «OFICINA DE EMIGRACIÓN»

(PRAGA-JULIO DE 1939)

Como tantos otros judíos austríacos que comprendieron tarde la situación, o que se habían confiado creyendo que a ellos no les ocurriría, Selma Goldman había tenido que huir precipitadamente de Viena el mismo día del «anschluss». En el último momento consiguió escapar a Tesalónica, y desde allí intentaba proseguir con su tarea, aunque las cosas se habían complicado. Eran tiempos revueltos y había tomado la decisión de no esconderse a aguardar a que pasara la tormenta, y seguir intentando ayudar a los que querían huir hacia Palestina. Su mayor interés era colaborar en la construcción del futuro estado para los judíos, Eretz Israel, como había decidido en sus conversaciones con David Ben-Gurión, con Nahum Goldman, y sobre todo con Golda Meier durante su estancia en Evian. No se le ocultaba el gran riesgo que estaba corriendo, pero eso no la arredraba. No venía una época fácil.

La anexión de Austria le había demostrado que Hitler era un hombre extremadamente ambicioso, que no iba a conformarse con aquello. Por otra parte sus amenazas se estaban cumpliendo. Los judíos las estaban sufriendo directamente y ella se había comprometido a hacer todo lo que pudiera por ayudarlos a llegar a un lugar seguro. En aquellos momentos todo lo demás era secundario.

Al igual que estaba ocurriendo en Alemania, la mayoría de los doscientos mil judíos austríacos pretendían escapar de los nazis al precio que fuera, pero tras la invasión de Checoslovaquia en marzo, y la constitución del «Protectorado de Bohemia y Moravia», el Reich se había encontrado allí con otros doscientos mil judíos, de los que solo una pequeña parte había conseguido huir antes de la invasión. El resto era para los nazis un problema añadido con una difícil solución, ya que no tenían muy claro como quitarse de encima a un número tan importante de judíos. Por entonces soluciones radicales como llevarlos a Madagascar o a cualquier otro lejano país se habían desechado como inviables. Aunque muchos estaban siendo enviados a los campos de trabajo eran conscientes de que tendrían que buscar otras soluciones. Londres había roto con su política anterior basada en la Declaración Balfour. Se prohibió a los judíos comprar tierra en Palestina. En junio Inglaterra había cerrado toda emigración judía a Palestina. La agencia sionista estaba negociando con los nazis la salida de diez mil judíos alemanes desde el puerto de Hamburgo.

Como si hubiera intuido que deseaba ponerse en contacto con ella, recibió una carta de Golda Meier con la que se carteaba desde Evian. Meier le proponía que colaborase con ellos en una difícil y arriesgada misión.

Unos días más tarde recibió una llamada en Tesalónica. Se trataba de Salomón Cohen, un enviado del comité sionista que quería entrevistarse con ella. Se encontraron aquella misma tarde y Cohen le entregó una carta que iba acompañada de un pasaporte. En el informe se hablaba de la recién creada «Oficina de Emigración» en Praga, cuyo director era un anodino funcionario del partido nacionalsocialista, un tal Adolf Eichmann. Aquel nombre era un eufemismo ya que debería haberse llamado «Oficina de deportación». El currículo de Eichmann en relación con el judaísmo se basaba en un conocimiento muy básico del hebreo, haber realizado un viaje a Palestina dos años antes, en el que entró en contacto con algunos sionistas, y haberse entrevistado en febrero de 1937 con Feivel Polkes un agente de la Haganah. Por todo ello, Eichmann estaba considerado el especialista en sionismo del SD, bajo las órdenes del barón Leopold von Mildenstein, jefe de la Oficina de Asuntos Judíos de las SS, que asimismo había viajado a Palestina.

Al revisar el pasaporte comprobó que había pertenecido a una mujer soltera, Angela Jäger, aproximadamente de su edad, y con un asombroso parecido. Jäger había sido reportera, nacida en Graz, Austria, en 1893, y fallecida en Jerusalén unos meses antes a causa de un accidente en la carretera que se dirigía al Mar Muerto que no se había comunicado al consulado que al cabo de unos meses la dio por desaparecida. En el informe añadían que Jäger era hija única, y sus padres habían fallecido. Nadie cercano aguardaba su regreso.

El pasaporte incorporaba un visado para poder viajar desde Palestina al Reich. Su misión, le explicó Cohen sin pestañear, era conectar con Adolf Eichmann, y entrevistarlo con la excusa de su mutua relación con los líderes sionistas. Debía comprobar si en realidad los nazis estaban pensando en permitir la emigración de judíos del Reich a Palestina, y en tal caso cuales serían las condiciones.

La mañana de la partida se maquilló delante de la foto del pasaporte utilizando una lupa, intentando parecerse lo más posible. Se peinó con el cabello estirado hacia atrás y un moño alto, luego se vistió de tonos grises y oscuros, con botines. Cuando se miró en el espejo de la entrada asintió satisfecha del resultado.

Supuestamente, Angela Jäger, que acababa de incorporarse al NSDAP, viajaba desde Jerusalén a Praga donde residía su novio, Eduard Glücks, un alemán de los Sudetes con el que llevaba un tiempo de relaciones, y de paso mantener una entrevista con Eichmann. El verdadero nombre de Glücks era Eduard Hirsch, un intelectual judío que realmente llevaba años haciéndose pasar por Glücks, y que en aquellos momentos formaba parte de la resistencia a los alemanes, aparentando colaborar con ellos. Llevaba con ella una carta auténtica escrita a mano por Glücks, y una pequeña foto en la que se les veía juntos en Viena. Un buen montaje.

Según explicaba el informe, Eichmann era un hombre muy joven, aunque ya un burócrata profundamente antisemita, amante de las estadísticas, las fichas y la exactitud. Había viajado a Palestina dos años antes, y pudo entrar ilegalmente a pesar de que los británicos le impidieron desembarcar para comprobar lo que allí estaba sucediendo. El informe confidencial afirmaba que Eichmann estaba estudiando una posible colaboración con las agencias de Aliá Bet, como había sido la suya en Viena, y apoyar la emigración judía ilegal a Eretz Israel por dos motivos fundamentales: librar al Reich de algunos judíos y comprobar que era viable su emigración casi voluntaria. Así los alemanes podían quedarse con sus bienes y cobrarles una importante tasa por el visado de salida. Además iban en contra de la política de los ingleses en Palestina y Oriente Próximo, ya que los árabes habían mostrado su absoluto rechazo a la creación de un estado judío. El «Libro Blanco» del gobierno británico no había conseguido calmar a los árabes, y en el caso del gran muftí de Jerusalén, al-Husseini, desde su exilio en Berlín, lanzaba violentas amenazas contra los británicos y los sionistas por la emigración judía.

El verdadero problema era la cantidad de controles que los alemanes habían impuesto. Para coger el tren hacia Praga tendría que mostrar una gran sangre fría y contar con la suerte. En la calle, en la estación, en el tren, en la frontera, y sobre todo en Praga, donde la Gestapo mantenía un control exhaustivo.

Al entrar en la estación de Viena la Gestapo estaba buscando a alguien. Sonaban los silbatos y vio correr a algunos hombres con inconfundible aspecto de policías. No se entretuvieron con ella, le sellaron el billete y pudo subir al tren. Cuando un rato después sintió como los vagones comenzaban a moverse, pensó que su suerte estaba echada. Al llegar a la frontera del Protectorado de Bohemia y Moravia, el eufemismo con el que el Reich denominaba a la hasta ayer Checoslovaquia, la Gestapo revisó minuciosamente los pasaportes y documentos de todos los que viajaban. Selma, en su papel de Angela Jäger, mantuvo el tipo. El policía la miró a los ojos buscando una señal de duda o nerviosismo. Ella le dio su versión. Iba a ver a su novio. Buscando los papeles en el bolso la foto cayó al suelo. El policía se agachó para cogerla. La observó con detenimiento. Selma asintió murmurando que aquel era su novio, Eduard Glücks. El policía volvió a mirarla, leyó la dedicatoria por detrás y al final se la devolvió.

Selma sabía que no iba a resultarle nada fácil. Respiró hondo y se relajó. Después el expreso cruzó la frontera. Tres horas más tarde entraba en la estación de Praga. Tardó cerca de una hora en que la interminable fila la pusiera frente al funcionario. Ella lo miró a los ojos. No tenía nada que ocultar. El hombre selló el pasaporte y pudo entrar en la estación y salir a la calle. Vio a muchos soldados alemanes por todas partes. También tipos que no podían ser más que de la Gestapo. Estaba lloviznando. Una pequeña tormenta de verano.

Cogió un taxi. Según lo planeado, Eduard Glücks la esperaría en su piso en el centro. El taxi la dejó una calle más allá. Caminó cruzando un pasaje y se introdujo en el portal del edificio. Subió en el ascensor. Aquella no era la vida que ella había pensado unos años atrás cuando aún estaba casada con Paul Dukas y creía que formarían una feliz pareja burguesa en un mundo más tranquilo. Alguien había despertado a los demonios.

Tocó el timbre. Un hombre abrió la puerta esbozando una sonrisa. Habló muy bajo, casi susurrando.

—Así que tú eres Angela Jäger. Eduard Glücks. Pasa por favor —cerró la puerta manteniendo la voz casi inaudible—. Aquí en Praga las paredes oyen. Si tienes que explicarme algo te ruego que me imites.

Eduard era un hombre apuesto, alto y fuerte, de unos cuarenta años, que la observaba desenfadadamente.

—Así que somos novios. Por mi está bien. ¿Tú qué piensas?

—Por mí también —Selma sonrió—. ¡Ojalá viviéramos en ese mundo más feliz! El problema es la realidad que nos ha tocado. ¿Sabes quién es Adolf Eichmann? Iré a verle. Él está esperando a que alguien lo contacte. No confiamos en él a pesar de que estuvo en Palestina y conoció a algunos líderes sionistas. La idea es sacar de aquí a todos los judíos que podamos y enviarlos a Palestina. Aquí les espera un infierno, allí tendrían una enorme esperanza.

—No estoy demasiado seguro. Tal vez la diferencia entre tu pensamiento y el mío es que yo no soy sionista. Creo que los judíos deberían quedarse donde quisieran. Vosotros queréis enviarlos a Eretz Israel para crear ese estado judío con el que soñaba Herzl. ¿Realmente crees que lo conseguiréis?

—Querrás decir que lo conseguiremos. Estamos juntos en este asunto. Mira, estoy algo cansada, y no he venido a Praga para hacer proselitismo del sionismo practicante. Para mí está más que demostrado que no hay posible asimilación. En Austria lo sabemos desde hace bastante tiempo. Allí es como si hubiera llegado el día del juicio final. Aquí está comenzando. La idea nazi es librarse de los judíos a cualquier precio. Antepondrán todo para ese fin. Mira, Eduard, ahora están encerrando a muchos en prisiones y campos de trabajo, limitando cualquier derecho de los judíos a una vida normal. ¿Dónde está la integración? Para ellos lo mismo les da que esas personas lleven generaciones viviendo como alemanes, austríacos o checos. Son judíos, y según la biblia del nazismo, ese «Mein Kampf», deben ser desarraigados, despojados de todos sus bienes, separados de los suyos, los padres de los hijos, los maridos de sus esposas, tratados peor que a criminales, golpeados, torturados, asesinados en muchos casos. Nosotros les ofrecemos una esperanza. ¿Dónde pueden ir los judíos? ¿A los Estados Unidos? ¿A Inglaterra? Sabes tan bien como yo que ahí solo podrán ir unos cuantos miles, los privilegiados, los afortunados… ¿Y los demás? Nosotros intentaremos llevar a Eretz Israel a todos los que podamos, pero lo terrible será los que se quedarán en el camino.

—¡Así que no has venido a Praga a hacer proselitismo! ¡Menos mal! Bien. Descansa lo que puedas, que mañana nos espera un día muy largo. La reunión con Eichmann ya está programada. Nos recibirá a las diez en esa Oficina de «Emigración» que se han inventado y que forma parte de la nueva estructura de la Gestapo, la Sección IVB4, que tiene como fin la deportación de todas aquellas personas consideradas enemigas de la Alemania nazi, principalmente los judíos. Y te diré que tienes razón en no fiarte. Eichmann es un cínico, un individuo sin moral, sin el menor sentido ético, que no cree más que en el nacionalsocialismo de Hitler, y que llegará hasta el final para conseguir su fin. También un hombre terriblemente ambicioso, que quiere llegar arriba a costa de lo que sea. Con él encontraremos a Alois Brunner, su asistente y hombre de confianza. Otro criminal como ya se ha demostrado. Probablemente también a Rolf Günther, otro de su calaña. Todos esos tipos están demostrando que no solo les impulsa el credo nazi. Sobre todo su ambición personal, son funcionarios de un régimen que pretende cambiar el mundo liquidando a los que sean precisos para conseguir su fin. Para ellos, nosotros los judíos, solo somos estadísticas. Tienen orden de borrarnos del mapa. ¡Y te diré que ya no se trata de apartarnos, sino de liquidarnos! Aquí en Praga han desaparecido muchos judíos. Simplemente los llevan a un lugar apartado y les pegan dos tiros. Ese es el personaje con el que nos vamos a encontrar mañana. Para él tú no serás más que un medio de cumplir sus objetivos. Y ahora descansa. No creo que la Gestapo llame a la puerta esta noche.

De tanto en tanto se escuchaban lejanas detonaciones. Sabía que eran operaciones de limpieza de la resistencia.

—Ese tipo te necesita, y tal vez por eso crees que has tenido la suerte de llegar sana y salva. En el mundo nazi nada es lo que parece.

Selma no fue capaz de dormir aquella noche. Nunca hubiera podido creer lo que estaba sucediendo. Era como una terrible pesadilla en la que todos los judíos centro europeos hubieran caído al mismo tiempo.

Por la mañana, antes de salir para le reunión, Eduard le explicó la política de Eichmann y su posible interés en colaborar con los sionistas.

—Probablemente ya estarás advertida, pero te diré lo que yo sé. Ese tipo lo que pretende es conseguir que los judíos comprendan que es mejor estar en Palestina que en Alemania. Muchos creerán que lo hace como algo positivo, intentando ayudarles, cuando es exactamente lo contrario. Uno de sus hombres trabaja para nosotros. Los nazis pretenden que aquellos judíos que vayan a Palestina, después de pagarles sustanciosas tasas, terminen antes o después de vuelta a Auschwitz. Hitler pretende apoderarse no solo de Egipto, sino llegar a Palestina por el estrecho y por el norte a través de Siria, una vez que consolide allí el gobierno de Vichy, por medio de los Afrika Korps.[6] Podrás imaginarte lo que sucedería en tal escenario. Los árabes de al-Husseini han jurado liberar a Palestina de judíos, colaborarían con los nazis en capturar hasta el último judío, y los embarcarían de vuelta a lugares como Auschwitz. Eichmann es un hombre sin sentido moral, un esbirro de las políticas de Hitler. Pero al menos sabemos lo que pretende, aunque él cree que puede engañar a todo el mundo. Ese es el acuerdo al que ha llegado con al-Husseini para que los árabes no les pongan obstáculos en su campaña para apoderarse del norte de África y de Oriente Próximo, según el cual al-Husseini será el dictador del mundo árabe, tras haber limpiado Palestina de judíos. Como sabes mejor que yo, hay centenares de comunidades judías desde Marruecos a Abisinia y desde Palestina a Irán. Millones de judíos que deberán seguir la suerte de los judíos alemanes, austríacos y polacos. Vamos a decirlo claro. La aniquilación. Ese es el pensamiento que Eichmann comparte con Heydrich y Himmler. Le han prometido a Hitler no descansar hasta conseguirlo. Ese es el repugnante personaje al que vamos a ir a ver.

Eduard la acompañó a la Oficina de Emigración. Cruzaron a pie el Vitava, luego tuvieron que correr para subir a un tranvía que pasaba. No se veía apenas gente por las calles. Viajaban casi solos.

—La gente de aquí odia ancestralmente a los alemanes —comentó Eduard—. Los germanos siempre han despreciado la cultura eslava, y los eslavos han sentido un fuerte odio hacia los alemanes. Pero ahora se encuentran en estado de shock. Aún no han sido capaces de asimilar lo sucedido.

Descendieron frente al edificio que albergaba la oficina. Caminaron con naturalidad hacia la entrada. Un hombre de paisano se acercó a ellos dándoles el alto. La Gestapo no se fiaba de los partisanos checos. Eduard dio sus nombres explicándoles que el director Eichmann les aguardaba. El hombre replicó que iba a comprobarlo mientras dos policías de uniforme se acercaban. Tardó cinco minutos en regresar. Asintió con otro talante diciendo que lo acompañaran.

Entraron en el edificio. En el vestíbulo tuvieron que volver a mostrar la documentación. Les entregaron una etiqueta con una pinza para colgársela. Siguieron a un estirado secretario por las escaleras. En la primera planta un hombre se acercó. Se presentó como Hermann Alois Krumey, miembro de las SD. Caminaron tras él. Otro secretario abrió la puerta, y entraron en un amplio despacho. Era evidente que los muebles clásicos habían sido traídos desde otro lugar. Un hombre joven con uniforme de las SD, amplias entradas y nariz afilada los observó a través de sus gafas de concha. Era Adolf Eichmann. Se levantó y extendió su mano.

—¿Qué tal, Glücks?

La observó fijamente, escrutándola.

—Usted debe ser la periodista Angela Jäger, que viene aquí después de haber hablado con la agencia sionista. ¿Cómo está usted? ¿Ha tenido buen viaje? ¿Qué tal por Palestina? ¿Llegan allí muchos judíos? Pero tomen asiento por favor. Bien. Señora Jäger, no le haré perder su valioso tiempo, iré directo a lo que quiere saber. Sé que existe un gran interés en conocer si esta oficina va a colaborar en que los judíos del Reich vayan a Palestina. Se lo diré claro, sin ambigüedades. Depende. Nuestro interés prioritario es librarnos de ellos. Adonde vayan es su problema. Ahora bien, bajo determinadas condiciones aceptaríamos que se instalaran en Palestina. ¿Por qué no? Para ello deben previamente exponer su petición, ceder sus bienes al Reich, que lógicamente les permitiría llevarse una determinada cantidad de dinero. Por supuesto abonar las tasas de sus visados de salida, y algunos otros requisitos. De todas maneras el principal escollo es que los ingleses no están por la labor. Digamos que eso tampoco sería un inconveniente. A fin de cuentas nosotros solo los dejaríamos marcharse. Como les he comentado, a donde vayan no es nuestra responsabilidad. No nos parece mal que los judíos vuelvan a donde pertenecen. Eso lo pude ver cuando visité Palestina. Filistiya, la tierra de los filisteos. Aquí hay demasiados judíos y no debería haber ninguno. Y no solamente es el problema de ese Libro Blanco. En Estados Unidos, que tanto hablan y hablan de lo que aquí está ocurriendo, y tanto nos critican, los quieren con cuentagotas. Contados. En realidad no quisieran ninguno. Miren lo que dicen algunos allí: los judíos son los responsables de su situación. ¡Siempre ha sido así! Igual que en todos los países. Los judíos creen que serían bienvenidos en cualquier lugar, pero no es así. Hemos ofrecido a algunos países, en los que viven comunidades judías, como Francia o Inglaterra que acojan a los que viven aquí. Se han negado. Todo lo más un número muy inferior al preciso. Y verán, si no se van por las buenas, los enviaremos a lugares concretos de concentración. No vamos a permitir que sigan viviendo entre los ciudadanos del Reich, aprovechándose de todas sus ventajas. ¡No son ciudadanos del Reich, y me temo que de ninguna parte! Así que sí se fueran a Palestina nos parecería muy bien. Pero naturalmente tendrán que pedirlo, ponerse al corriente con todas sus obligaciones, y sobre todo conseguir entrar. Sinceramente lo dudamos. ¿Han leído lo del barco «St. Louis»? Ni en Cuba, ni en los Estados Unidos los querían. Al final los han aceptado a la fuerza entre Francia, Inglaterra, Holanda, y Bélgica. ¡Nos han advertido que no les enviemos más! ¡Como si nosotros hubiéramos sido los responsables! ¡Fueron ellos ingenuamente los que creyeron que Cuba les permitiría desembarcar y que luego lo tendrían más fácil para entrar en los Estados Unidos! Señora Jäger, dígales a esos sionistas que la responsabilidad de lo que pudiera suceder no será de Alemania, ni de las leyes del Reich, sino solamente suya. Pero verán. Permítanme que hablemos con perspectiva. Los judíos se han aprovechado de la buena fe de los alemanes. Durante los últimos decenios han llegado a decenas de miles. ¡Familias que se llamaban los unos a los otros, aldeas enteras de Polonia, Ucrania, Besarabia, de lugares remotísimos, se han instalado, legal o ilegalmente, en Alemania y en Austria, también aquí en Bohemia! ¡Más de medio millón de judíos solo en Alemania! ¡Y lo más importante! ¡Algunos están convencidos de que Alemania o Austria son sus países! ¡Pero no lo son, ni lo serán nunca! ¡Y no me hablen de que muchos llevan siglos viviendo aquí! ¡No son alemanes! ¡No voy a entrar en calificaciones morales ni filosóficas! En definitiva, estamos intentando analizar cómo podemos establecer un acuerdo para que se instalen en Palestina. Sería bueno para ambas partes. Conseguiríamos nuestra meta, librarnos de ellos, y ellos de nosotros. En otro caso las cosas podrían ser muy difíciles… ¿Comprenden lo que quiero decirles? Miren, la Organización Sionista Alemana, la ZVfD, lo entendió perfectamente. El acuerdo Haavara ha facilitado la emigración de muchos judíos alemanes a Palestina. ¡Cerca de sesenta mil judíos se han beneficiado de él! ¡Qué mecanismo financiero más claro y sencillo! Ellos dejaban la mayor parte de sus bienes en Alemania, ¡pero no los perdían! Los recuperaban al transferirlos a Palestina como exportaciones alemanas. ¡Aquello funcionó bien!

Eichmann entornó los ojos como si estuviera imaginando todo aquello. Selma lo observaba pensando en qué clase de personalidad psicótica subyacía bajo aquel eficiente alto funcionario nazi. Todo aquello no era para él más que una especie de industria en la que lo importante eran otros factores. No hablaba de la brutalidad de las SS, ni de la coacción a los judíos a los que se forzaba a marcharse de la noche a la mañana, ni de los daños psicológicos, ni de los que se quedaban en el camino, y mucho menos mencionaba a la mayoría, que se veía forzada a romper bruscamente con su vida, a abandonar sus casas y sus comercios, a perder el noventa por ciento de lo que poseían como mal menor, si no todo, a las detenciones sin aviso, a los campos de concentración donde iban los que no aceptaban los hechos consumados. No hablaba de los miles de asesinados, desaparecidos, secuestrados. No mencionaba su deformada y parcial visión del sionismo. Solo le importaban los resultados, cumplir los objetivos marcados y las estadísticas.

—Director Eichmann —Selma lo interrumpió, ya que deseaba centrar el tema—. ¿Me permite que le hable con sinceridad? La visión que usted me está dando no tiene mucho que ver con el verdadero sionismo. Yo acabo de llegar de Palestina, y perdóneme, señor director, pero el sionismo es otra cosa bien distinta.

—¡Señora Jäger! ¡Perdóneme, pero no dispongo de tiempo para hablar de filosofía! ¡Además las circunstancias están cambiando con rapidez, y les adelanto que muy, muy pronto van a cambiar mucho más! Esta oficina de emigración solo pretende facilitar las cosas a los judíos que quieran emigrar… ¡y que estén en disposición de hacerlo! Aquí en Praga, por ejemplo, hay muchos judíos indocumentados, ilegales, apátridas, con demandas pendientes, algunos ni siquiera saben de dónde han venido ni cuando… ¡es ridículo! Naturalmente toda esa gente no podrá emigrar, al menos por el momento. Esos van a ir a parar a centros de internamiento, a campos de trabajo, o se encontraran en una situación de libertad vigilada hasta que sepamos qué vamos a hacer con ellos. Luego están los muchos que desobedecen las normas, los que tienen algo que ocultar y quieren huir a Ucrania, a Polonia, a Hungría. Y por último los que pretenden impedir que desarrollemos nuestras labores aquí, en el protectorado. ¡Esos tendrán que enfrentarse a juicios sumarísimos! ¡No tendremos piedad con los saboteadores, los traidores, los que pretendan hacer frente al Reich!

El eficiente y probo funcionario se había transformado en alguien muy diferente. Un antisemita declarado que odiaba a los judíos, que los consideraba seres inferiores a los que se podía manipular, extorsionar, y si era conveniente para el Reich incluso asesinar.

Eichmann se levantó. La entrevista había terminado. El hombre volvía a mirarla por encima de los cristales de sus gafas de miope. Sonreía. Sobre su mesa tenía abiertos varios informes, un gran cuadro lleno de números. Se dio cuenta de que ella lo estaba mirando.

—¡Ah! ¡Sí! ¡Qué cantidad de aldeas, pueblos, barrios, comunidades! ¿Verdad? ¡Me estoy volviendo loco intentando cuadrar todo esto! ¡No he conocido gente más anárquica y desorganizada que estos judíos de Bohemia y Moravia! ¡Tal vez los gitanos roma o los sinti! Y ahora debo proseguir con mi tarea, voy muy retrasado. Encantado de haberla conocido, señora Jäger. ¡Haga un buen reportaje! Mire, en este sobre van unas fotos mías recientes, elija la que quiera. ¡Lo dejo en sus manos! Adiós y buena suerte.