85. EL LUGAR DONDE ACABAN LAS DISCUSIONES

(VIENA-FEBRERO DE 1939)

Eva Gessner no deseaba que su hermana María corriese el menor riesgo. A pesar de su insistencia se negó a que la acompañara, y la convenció para que fuese a dormir aquella noche a casa de su amiga Rebeca Bloch-Bauer, que por otra parte también era muy amiga de su hermana. Pensaba que si algo salía mal y la policía iba a su casa, era preferible que María no se encontrase allí. María poseía una gran capacidad intelectual, pero era débil físicamente, mientras que ella podría correr o trepar a un muro si fuera preciso. Se enorgullecía de sus facultades físicas.

Aguardó a que oscureciera, alrededor de las seis. Cogió una linterna y se vistió con unos pantalones de esquiar y un jersey de color negro. Cuando salió a la calle estaba lloviznando y hacía mucho frío. Caminó hacia su antigua casa, podría recorrerla con los ojos cerrados. Entró por la cancela posterior que daba a un callejón de servicio. La llave se atascó por causa del óxido aunque finalmente pudo abrirla con un chirrido. El lugar llevaba años abandonado, ya que existía un pleito por la posesión entre los dos grandes bancos, sin que ninguno diese su brazo a torcer. Caminó hacia la biblioteca guiándose por la linterna. Todo estaba igual que el último día que habían entrado en ella. Una gruesa capa de polvo lo cubría todo, el suelo, los cortinajes, los muebles, las lámparas, creando un ambiente tenebroso. Recordaba aquel amplio vestíbulo que había tenido tanta vida. Era oprimente contemplarla en aquellas condiciones. Llegó a la biblioteca. Se dio cuenta de faltaban muchos libros, aunque aún quedaban la mayoría. Subió por la escalera de caracol al altillo y caminó por la galería superior, un octógono que circundaba la biblioteca, sobre ella la claraboya resonaba levemente con el sonido de la lluvia al golpear los cristales.

Llegó hasta el final al mismo punto donde aquel lejano día había encontrado la carta de la abuela Ada. Buscó la «Enciclopedia Británica» que efectivamente tantas veces había sido punto y final de las discusiones familiares. Con el corazón en vilo recorrió los tomos hasta el último y lo extrajo de la polvorienta librería. Allí estaba. Entre la última página y la tapa posterior encontró unos viejos papeles amarillentos por el tiempo, escritos a mano con la inconfundible escritura grande y picuda de Ada Rothman. Suspiró con fuerza al comprender que María había acertado. Aquellas páginas eran sin duda lo que estaba buscando. No podía entretenerse en leerlas, ya que tenía que salir de allí cuanto antes. No debía arriesgarse, alguien podría haberla visto entrar y avisar a la policía.

Volvió a descender y entonces fue consciente de que había ido dejando huellas muy claras. Se encogió de hombros. Nadie iba a ir por allí y probablemente en unas semanas quedarían ocultas por una nueva capa de polvo. Volvió a salir por la misma puerta. La cerró con llave tal y como la había encontrado. Después caminó con rapidez, cuando veía algún automóvil por el Ring se ocultaba en el quicio de los portales hasta que pasaban. Era consciente de que los documentos que llevaba eran comprometedores. Probablemente se referían a la familia de Jacob Mendel, que por lo que estaba averiguando se trataba de su abuelo materno, el hombre que había engendrado a su madre, judío como Ada Rothman, lo que en aquellos momentos, en aplicación de las leyes raciales, les convertía en judíos a ella y a sus hermanos.

Cuando volvió a su piso encontró allí a María, que le dijo que en modo alguno iba a marcharse y dejarla sola, por el temor de que pudieran detenerla y declararla cómplice de allanamiento de morada y robo. Llena de júbilo, por haberlo conseguido, Eva le mostró los documentos extrayéndolos del bolsillo interior donde los había guardado. Se dirigieron al salón para leerlos.

Aquellos viejos papeles eran parte del árbol genealógico de Jacob Mendel, el amante de la abuela Ada. Según lo que pudieron leer en ellos, Jacob era sobrino carnal de Menajem Mendel Schneerson, conocido como el «Tzemaj Tzedek», el tercer Rebe o rabino de la dinastía Jabad, descendiente a su vez del rabino Schneur Zalman de Liadi, conocido como el «Alter Rebe», todos ellos originarios de Lubavitch en Rusia, y que, por tanto, supuestamente ellas también eran descendientes de aquellos personajes históricos del jasidismo. María, que hablaba y leía bien el ruso, le explicó que el significado de Lyubavichi en bielorruso era «Ciudad del amor». En un sobre cerrado que abrieron con vapor encontraron la prueba definitiva. Una declaración jurada firmada conjuntamente por Ada Rothman y Jacob Mendel en la que manifestaban que el niño o niña que Ada daría a luz era fruto de su relación. Era una previsión lógica pensando que ambos habían tomado la decisión irrevocable de suicidarse. Al leer aquello ambas se observaron en silencio. Ya no cabía la menor duda, al menos para Eva.

Eva tuvo que tragar saliva.

—Como verás nuestra sangre judía no es cualquier cosa. Aunque, por lo que cuenta aquí, el tal Jacob Mendel habría tenido que marcharse de su hogar al no aceptar seguir con la tradición jasídica. Tal vez incluso fue expulsado, o prefirió alejarse por propia voluntad. La cuestión fue que viajó a Varsovia para intentar ganarse la vida como profesor de piano, y de allí a Budapest, donde en 1862 mantuvo una relación amorosa con la abuela Ada Rothman, de la que nació nuestra madre Hilda Horvath, para todos hija y heredera del conde Janos Horvath. ¡Lo que es la vida! ¡Ahí tienes, a nuestros hermanos Joachim y Stefan, dos nazis confesos y radicales más prusianos que Bismarck, y no quieren reconocer que al menos la mitad de su sangre es semita! ¡Lo único cierto de todo es que al menos por esa parte somos frutos de un verdadero amor! ¡Alguien que llega de Lyubavichi, la ciudad del amor y, se enamora perdidamente de Ada, que le corresponde entregándole su vida! ¡Pero si parece sacado del argumento de una novela gótica!

María, después de esto, creo que deberíamos empezar a preparar nuestra marcha. Hasta ahora todo esto podría haber sido un secreto de familia, pero tal y como se está poniendo la cosa, con la Gestapo, las SS, la SD, las nuevas leyes raciales, los nazis en la puerta de casa, y los delatores y simpatizantes de ese Hitler, creo que deja de ser una anécdota para transformarse en una situación de riesgo. Tengo la certeza de que antes o después terminarán por enterarse, y si en ese momento seguimos aquí nos miraran de otra manera. Como escuché una vez a David Goldman, para entonces será tarde, así que te propongo que, mientras sigamos siendo ciudadanas alemanas, intentemos vender lo que tenemos al precio que nos den y salgamos de Austria. Tal vez a Suiza, o a París con Markus. Piensa que es posible que cuando seamos judías no nos aceptarán tan fácilmente. Por cierto, no sé si te diste cuenta de que Markus estaba haciendo un enorme esfuerzo por aparentar serenidad. Nuestro hermano debió pasar una experiencia terrorífica que no ha logrado superar.

Al día siguiente Eva fue al bufete de Andreas Neuer para devolverle las llaves. Le contó lo que había encontrado exactamente en el lugar donde María había intuido. Los documentos demostraban sin ninguna duda que Hilda Horvath era de sangre judía. Según las leyes raciales nazis, los hermanos Gessner también lo eran a todos los efectos. Le explicó su temor a que los nazis pudieran enterarse, ya que estaban investigando con gran interés los antecedentes familiares de los ciudadanos. Si aquello llegaba a saberse, ella y su hermana correrían peligro.

Andreas Neuer asintió, añadiendo que él se encontraba en una situación similar. Les aconsejó que no se precipitaran, que meditasen bien lo que iban a hacer. En aquellos días el valor de los bienes inmuebles se había depreciado, ya que muchos judíos decididos a huir como fuera estaban intentando convertirlos en dinero, sobre todo en divisas o diamantes, para poder llevarse algo con lo que rehacer sus vidas.

—Eva. Creo que debéis marcharos de Austria aunque sin precipitaros. Ahora mismo no sois sospechosas de ser judías ni de nada, y si habéis decidido intentarlo tenéis que hacerlo lo mejor posible. En el bufete tenemos clientes que podrían estar interesados en adquirir algunas de las propiedades. Ya sabes que acaba de publicarse el decreto por el que todos los judíos deben entregar sus joyas de oro y plata, y muchos están intentando venderlas entre sus conocidos, en el mercado negro, o a comerciantes sin escrúpulos que están haciendo un monumental negocio. En fin, hablaré con Karl Wagner que lleva el departamento de inmuebles a ver qué me dice. Pero piensa que ahora los nazis tienen demasiado trabajo con los doscientos mil judíos declarados que hay en este país como para ponerse a buscar entre los demás. Lo que si os recomiendo es que no lo comentéis con nadie más, y mucho menos con Stefan y Joachim. ¿De acuerdo?

Eva volvió a su casa dándole vueltas a la cabeza. Después de haber confirmado su origen no era tan optimista como Andreas. Desde que los nazis habían invadido Austria los judíos se encontraban en una terrible situación. Cada día se enteraba de personas que habían emigrado o simplemente desaparecido, otros estaban siendo encarcelados, interrogados, coaccionados. Era como si de pronto toda aquella gente estuviera apestada, o fuese portadora de un virus mortal. Apenas si se veían judíos en las calles, como unos meses atrás. Los nazis querían resolver cuanto antes la «cuestión judía», y desde que había encontrado el documento, era consciente de que ellas formaban parte de la cuestión.