84. REGRESO A LINZ
(VIENA, LINZ Y PRAGA-FEBRERO, 1939)
Markus Gessner había decidido no volver a pisar Austria, y mucho menos Alemania. Mucho menos cuando había leído en la prensa que Hitler había prometido aniquilar a todos los judíos de Europa. Seguía traumatizado por el asesinato de Carlo Mattei y en ocasiones se despertaba bañado en sudor, aterrorizado en mitad de la noche, con la imagen del cuerpo descompuesto, aquel rostro ceniciento con las cuencas de los ojos vacías, devorados por los peces del Danubio. Sin embargo estaba comenzando a superar su ceguera. Quería seguir viviendo, no tener que recluirse y permanecer sentado en la habitación de un hotel o del piso que había alquilado en París.
Por otra parte su relación con Louis Lemaître le mantenía vivo. Louis era un reputado oftalmólogo, y había ido a su consulta con una cierta esperanza, ya que comenzaba a vislumbrar leves sombras en su único ojo, como una penumbra que al menos le permitía caminar con más seguridad. Resultó que había sufrido un fuerte trauma que evolucionaba favorablemente, aunque le advirtió que nunca recuperaría del todo la visión. Louis también era homosexual, un hombre sensible y amable de su edad, sin problemas económicos, que ejercía por su vocación más que para ganarse la vida. Se sintieron mutuamente atraídos, comenzaron a verse con frecuencia hasta que se convirtieron en amantes y Louis en su lazarillo. Cuando le propuso que le acompañase a Austria, Louis aceptó.
Tenía forzosamente que regresar a Linz para recoger las escrituras de propiedad de los solares en la periferia, y algunos otros documentos que se encontraban en una caja numerada dentro de la caja fuerte del Deutsche Bank de aquella ciudad. Cuando se marchó precipitadamente, pensó que allí estarían más seguros que si los llevara encima, y mucho más en su situación. En París el banco le exigía una declaración de patrimonio que pudieran constatar, para poder obtener un crédito hipotecario en francos que le permitiera seguir viviendo holgadamente. Aunque el Crédit Lyonnais había tenido relaciones comerciales con su familia, las circunstancias exigían la actualización. Markus se había llevado con él una importante cantidad de dinero en efectivo, pero había dejado el resto recibido por la venta, que estaba en forma de obligaciones de deuda del Reich, depositadas en la caja fuerte del banco. El tren de vida que llevaba en París estaba agotando sus recursos. En un principio pensó en escribir a Eva para que fuese ella la que buscase los documentos. Pero dadas las circunstancias resultaba demasiado complicado, tendría que hacerle unos poderes notariales y una serie de trámites que le llevarían tiempo. Al final tomó la decisión de hacerlo personalmente, a pesar de cómo estaban las cosas y de su promesa de no volver jamás. Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad ya que debía sobreponerse al temor que seguía sintiendo hacia los nazis.
Había ido a la embajada de Francia acompañado de Louis, antes de partir, para garantizar que no tendría problemas al regresar, y a la embajada del Reich en París que se encargaba de los visados de entrada y salida de Austria. Allí pudo hablar con uno de los secretarios y cuando comentó que era hermano de un alto funcionario de exteriores del Reich, y dio su nombre, no tuvo problema para obtenerlo. Louis estaba al tanto de quien era, aunque desconocía la relación de sus hermanos con el partido nazi. Al salir de allí tuvo la gentileza de no preguntarle. Él le explicó entonces su situación familiar y Louis asintió comprensivo. La demostración de quien era Joachim Gessner la tuvo al día siguiente cuando le llamaron de la embajada. Una gestión en la que se empleaba no menos de una semana se la resolvieron en menos de un día. Pensó que había sido mejor no tener que contactar con Joachim, ya que ni a él ni a Stefan había vuelto a hablarles desde lo sucedido.
Dos días más tarde cogieron el expreso a Viena. Desde allí irían a Linz, en lugar de tener que hacer un trasbordo. Además aquel trayecto les permitiría realizar el viaje en su propio departamento, mientras que en otro caso, desde el punto de trasbordo hasta Linz, lo hubieran tenido que hacer en un vagón normal sabiendo que estaban siendo observados.
Lo primero que hizo al llegar a Viena fue llamar a Eva. Quería estar con ella y con María. Las echaba de menos. Temía por ellas, pensando lo que podría estar sucediendo en Austria en aquellos momentos tras la anexión por el Reich. Eva le dijo que lo aguardaban para cenar. Louis le dijo que le esperaría en el hotel, pero que él fuera a ver a sus hermanas. Era una muestra más de su sensibilidad. Cogieron un taxi en la estación, Louis se bajó en el hotel, y él se dirigió a casa de su hermana. Había aprendido a valerse por sí mismo, aunque le estaba ayudando la positiva evolución de su único ojo.
Cuando pulsó el timbre del piso el corazón le latía con fuerza. Besó y abrazó a sus hermanas como si llevara siglos sin verlas. Ellas actuaron con naturalidad, aunque él notó que la situación era algo forzada. Les habló de Louis, su oftalmólogo y nuevo amigo que se había quedado en el hotel, diciéndoles que se lo presentaría al día siguiente. De su esperanza de recuperar algo de vista por mínima que fuera. Luego cenaron y hablaron recordando los viejos tiempos, cuando las cosas eran muy diferentes. Se dio cuenta de que ellas tampoco mencionaban a Stefan ni a Joachim en ningún momento. Era como si no existieran.
Más tarde les explicó el motivo del viaje, la necesidad de recoger los documentos que debían hallarse en la caja fuerte del banco en Linz, algo que debía hacer personalmente. Eva le contó los comentarios sobre el destino de la mansión en Linz. Se decía que aquel precioso edificio sería la residencia del Führer cuando en un futuro se retirara, pero que hasta entonces se utilizaría por el partido, como un lugar de reuniones exclusivas para los altos cargos.
Markus respondió que le daba pena que un lugar tan hermoso se utilizase para tal fin. Les confesó que sentía verdadero odio por los nazis, a los que culpaba de la muerte de Carlo Mattei, de su ceguera y de la terrible debacle que asolaba Alemania y Austria. Intentó convencerlas de que deberían marcharse de Viena cuanto antes. La Gestapo estaba llevando a cabo minuciosas investigaciones acerca de los orígenes familiares de las personas. Era posible que antes o después terminasen por encontrar su relación con Ada Rothman, incluso con aquel misterioso Jacob Mendel, que por lo que estaban deduciendo posiblemente se trataba de su abuelo, lo que significaba que su madre era cien por cien judía.
Eva les contó que aquella noche tenía algo importante que hacer. Todo había surgido cuando María leyó la carta de Ada Rothman. Aquella noche María fue a su dormitorio, abrió la puerta sin llamar y encendió la luz. Ella se sobresaltó y le preguntó qué quería para despertarla a aquellas horas intempestivas. María se acercó y se sentó en el borde de la cama mientras decía:
—¡Acabo de caer en la cuenta! ¡Mientras dormía me ha venido a la cabeza! ¿Recuerdas que cuando éramos niños y algo estaba en discusión, el que quería defender su tesis iba a la biblioteca y buscaba lo que fuera en la Enciclopedia Británica? Lo que allí se decía terminaba con la discusión. Nuestra madre nos contó que era algo que ya se hacía en su casa cuando era pequeña. ¡Es que no te das cuenta! ¡Allí, en la Enciclopedia Británica, debe estar escondido algún documento que aclare nuestro árbol genealógico! ¿Es que no lo entiendes?
Le explicó a Markus que se incorporó sorprendida de que a ella no se le hubiese ocurrido. Después de todo, Ada no había querido destruir su historia y la había ocultado «en el lugar donde acababan las discusiones», como familiarmente conocían la enciclopedia.
Desde aquel mismo instante estuvo dándole vueltas a la cabeza para ver cómo podría volver a entrar en su antigua casa. Necesitaba hacerlo para salir de dudas definitivamente. Les contó que a través de su viejo amigo Andreas Neuer había conseguido las llaves del palacete. El bufete de abogados en el que Neuer participaba seguían siendo los administradores designados por el juzgado. Ella sabía que Andreas haría cualquier cosa por ella, y le había convencido al explicarle que necesitaba buscar algún documento más de la abuela Ada Rothman o de su madre.
El día anterior él le trajo las llaves, advirtiéndole que se estaba jugando el tipo por ella. Era la segunda vez que se arriesgaba y le aseguró muy serio que no volvería a hacerlo más. Ella comentó que no haría falta, ya que estaban tomando la decisión de marcharse definitivamente a los Estados Unidos. Le dijo a Markus que él también debería pensarlo, ya que sería como comenzar de nuevo. Una oportunidad que les daba la vida.
Luego Eva les explicó cómo pensaba hacerlo. Entraría sola aquella misma noche, confiando en que nadie se daría cuenta, ya que debía devolver las llaves a Andreas por la mañana, y creía tener tiempo suficiente. María le dijo que se trataba de una iniciativa arriesgada, ya que la Gestapo realizaba continuas rondas nocturnas por aquella parte de Viena, donde se encontraban las embajadas, y si la descubrían podrían creer que se trataba de algún sabotaje, como tantos que se estaban produciendo desde la anexión.
Eva le quitó importancia al asunto. Si la encontraban allí siempre podría alegar que a fin de cuentas aquel palacete había sido su casa hasta hacía unos años, y que se trataba de encontrar algunos objetos familiares que habían dejado y que no se encontraban en la lista de bienes embargados. No mencionó que creía tener una cierta inmunidad dada la posición que sus hermanos ocupaban en el partido nazi.
Markus le dijo que tuviera mucho cuidado, aunque conocía a su hermana y sabía que una vez que algo se le metía en la cabeza sería imposible convencerla de lo contrario. Luego se despidió de ellas. Al día siguiente, a primera hora, partiría con Louis Lemaître hacia Linz, y desde allí volvería directamente a París, donde aguardaría su llegada de paso para los Estados Unidos. Bajaron con él para acompañarlo hasta la parada de taxis. Markus insistió en que aceleraran su marcha cuanto antes, intuía que las cosas se iban a poner muy feas en todos los sentidos. Luego el taxi lo llevó al Bristol. Cuando llegó Louis estaba preocupado ya que se había demorado más de la cuenta. Le contó que él también se había dado una vuelta por los alrededores del hotel, y que la policía le había pedido la documentación con malos modos, por lo que optó por cenar algo en el restaurante del hotel y aguardar a que regresara. A Louis le admiraba que su compañero fuera capaz de intentar seguir haciendo su vida a pesar de la ceguera.
A primera hora se dirigieron a la estación para tomar el tren que se detenía en Linz. La Gestapo volvió a pedirles la documentación. Una al entrar en la estación y otra cuando el tren llevaba media hora de viaje. Era una situación incómoda y desagradable, que demostraba lo difícil que resultaba llevar una vida normal en aquellas condiciones. Para los judíos resultaba prácticamente imposible moverse, ya que tenían prohibido viajar salvo situaciones excepcionales, y limitados muchos de sus derechos.
Markus le dijo a Louis que al hablar con sus hermanas había sentido un gran temor de que llegaran a descubrir que ellos tenían parte de sangre judía, y que en cuanto recogiera sus documentos se marcharían en el primer tren con destino a Suiza. Se le hacía imposible aguantar aquella tensión. No podía comprender a Eva, que parecía dispuesta a asumir grandes riesgos en unas circunstancias como aquellas.
Ya en Linz fueron directamente de la estación al «Deutsche Bank». No tuvo el más mínimo problema para acceder a las cajas de seguridad, extrajo la documentación que allí había y la guardó en el maletín vacío que llevaba. Después fueron al restaurante donde solía ir con Carlo, ya que decidieron no ir a ningún hotel. A las siete de la tarde salía un tren con destino Zúrich, vía Salzburgo, y aunque el billete que tenían reservado era para el día siguiente había comprendido que no podría aguantar ni un día más allí. Notaba una insoportable sensación en su interior que le impulsaba a salir de aquel lugar cuanto antes. Louis le explicó que se trataba de un ataque de ansiedad y que podía entender su reacción, ya que ni siquiera pudo tragar un bocado. Aguardaron en la estación tres interminables horas a que llegara el tren. Solo cuando el tren se puso en marcha comenzó a sentirse mejor.
Dos días más tarde se hallaban de nuevo en París. Allí veía las cosas de otra manera, se le antojó una niñería lo sucedido y le pidió excusas a Louis. Ya nunca sería capaz de volver a Austria. Luego se encerró en el dormitorio y lloró.