83. LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

(BERLÍN, 9-10 DE NOVIEMBRE DE 1938)

Nadie había oído hablar de aquel muchacho, Herschel Grynszpan. Hijo de una familia de judíos polacos que habían sido expulsados de Alemania cuando a final de agosto los alemanes anunciaron que los permisos de residencia para los extranjeros habían caducado, y que tendrían que ser renovados. Cerca de diecisiete mil personas de origen polaco fueron expulsadas de Alemania y deportadas sin más. Las autoridades polacas se negaron a aceptarlos. Se encontraron en tierra de nadie de la noche a la mañana, sin cobijo, sin comida, sin medicamentos. Cuando el siete de noviembre Herschel Grynszpan recibió en París, donde residía con su tío, la angustiada postal de su madre pidiendo ayuda urgente, y supo las infames condiciones en que sus padres se encontraban, no se lo pensó dos veces. Fue a una armería, compró un revolver y una caja de balas, y se dirigió a la embajada alemana solicitando hablar con uno de los secretarios. Le pasaron a un despacho en el que se encontraba el funcionario alemán Ernst vom Rath y sin más disparó a bocajarro, hiriéndole mortalmente. La policía francesa lo detuvo y lo llevó a la comisaría central para interrogarlo. Hasta ahí, podría tratarse de la obra de un perturbado, de alguien que quería vengarse, o de un asesinato más, como cualquier otro.

Pero cuando la noticia llegó a Berlín, el ministro de Propaganda habló con Goering. Aquello podría ser la espoleta que estaban aguardando. Decidieron una estrategia. Lo que había hablado con Goering era que no debería demorarse la respuesta, que debería ser global en toda Alemania e intimidatoria. Goebbels y Goering sentían un odio visceral por los judíos. Al día siguiente, 8 de noviembre, se anunciaron las primeras medidas. Se prohibieron los periódicos y revistas judíos. El gobierno decretó que los niños judíos ya no podrían asistir a las escuelas públicas. Cualquier actividad cultural de los judíos también fue suspendida. Sus derechos como ciudadanos habían sido eliminados.

Goebbels se encontraba en la redacción de «Der Angriff» meditando cual sería la estrategia más impactante cuando llegó Stefan Gessner. Le ordenó que convocara una reunión inmediata en la que deberían estar presentes Himmler y Heydrich, que llegaron una hora más tarde. Entre los convocados también se hallaba Kurt Eckart, al igual que Stefan Gessner y otros, con voz pero sin voto. La reunión la dirigía Goebbels.

—Camaradas. Repetiré por enésima vez que los judíos estorban al futuro de Alemania. En estos momentos, tras el terrible asesinato de nuestro camarada Vom Rath a manos de uno de ellos, los tenemos cogidos por el cuello. Debemos expulsarlos de la sociedad, de la cultura, y por supuesto de la economía. ¡Este es el momento! Heydrich ha escrito el borrador de una orden. Procederemos a leerla y completarla si fuera preciso, aunque me parece que es lo que pretendemos. Debería enviarse por telegrama a los gauleiter dentro de un rato. ¡Esta noche deberíamos darles el escarmiento de su vida! Lo he hablado por teléfono con el Führer y me ha dicho que adelante. Tenemos que atemorizarlos de una vez por todas. Ellos creen que no vamos a ser capaces de destruir sus sinagogas. ¡Bien, pues esta noche van a ver de lo que somos capaces! ¡Vernichtung! ¡La aniquilación! Pero el camarada Heydrich, jefe de la policía de seguridad del Reich, va a intervenir. ¿Quiere explicar los puntos que me ha comentado anteriormente?

—Gracias, señor ministro. De acuerdo con las instrucciones del Reichsführer Himmler, hemos procedido a establecer una serie de medidas que impidan que los subhumanos judíos puedan seguir conviviendo con la población alemana, o al menos se les dificulte en gran manera. Procederé a listárselas. Naturalmente estas ideas deberán ser reglamentadas y difundidas con la máxima celeridad. La primera de ellas será la discriminación. Deberemos aislar a los judíos del resto de la población mediante señales muy visibles en sus vestimentas y por supuesto en sus madrigueras… quiero decir donde se refugian. En sus viviendas, sus negocios, sus centros de reunión, sus escuelas. En cuanto a sus sinagogas, después les daré el punto de vista que hemos concertado con el Reichsführer. Por supuesto es esencial que los judíos sean marginados definitivamente. ¡No podemos permitir que anden por ahí usurpando los puestos de trabajo de los verdaderos alemanes y austríacos! Se les deberá prohibir ejercer determinadas profesiones. Sobre todo el derecho, la medicina, o ingresar en el ejército. Por supuesto cualquier puesto en la administración del Estado. Es importante que se sientan coaccionados, que sepan que no podrán convivir tranquilamente, haciéndose pasar por ciudadanos con todos los derechos. ¡Debemos actuar de manera inmediata destruyendo su «modus vivendi»! ¡Sus locales, empresas, despachos profesionales, consultas, almacenes, deben ser destruidos al punto de que no puedan seguir utilizándolos con normalidad! El señor presidente del Reichstag nos ha dado una brillante sugerencia. ¡Poner una multa colectiva a los judíos tras esa actuación! ¿No son ellos al final los culpables? ¡Pues que paguen por ello! ¿Qué les parece mil millones de marcos? Bien. Prosigo. Los subhumanos deben saber que en ninguna parte dentro del Reich ellos estarán seguros. Por tanto se debe realizar un castigo ejemplar que les sirva de lección. La agresión partirá de los SA, pero deberán realizarse acciones aisladas por parte de SA y SS de paisano que induzcan a la población a no permanecer pasiva. Los subhumanos deberán ser agredidos, violentados, apaleados, humillados y escarmentados. Ellos y ellas. De momento a los mayores de doce años. ¡No queremos que la prensa extranjera pueda exagerar! Naturalmente algunos sufrirán heridas graves, fallecerán. Formará parte del escarmiento. No se detendrá, ni se ejercerá acción ninguna por parte de la policía contra los que en el ejercicio de sus derechos como ciudadanos del Reich agredan, hieran, incluso den muerte a cualquier subhumano. Ahora vuelvo a las sinagogas. Esos edificios representan su religión y su cultura. Son símbolos de su dominio en nuestra patria. ¡Deben ser destruidos! ¡Quemados! ¡Hasta sus cimientos! ¡Para ellos son la base de su sistema, en ellos se preparan las estrategias de dominación judía del mundo!

»En cuanto a los objetos de culto, sagrados para ellos en sus supersticiones, como los candelabros, el armario o arca sagrada, y sobre todo los rollos de su ley, que llaman la Torá, deben ser profanados. ¡Que todos ellos sepan lo que pensamos acerca de su religión! Debemos intentar que la mayoría de las sinagogas queden inutilizables para el culto. ¡Son los rabinos los que propagan las consignas en contra de Alemania! ¡Les pagaremos con su misma moneda!

»Naturalmente deberemos detener a un número considerable de subhumanos. El Reichsführer ha calculado que aproximadamente treinta mil. Intentaremos que en ellos se encuentren gran parte de los intelectuales, maestros, profesores, médicos, abogados, y comerciantes, de mayor relieve. ¡Debemos destruir la intelectualidad bolchevique-judía por el bien de Alemania! Se conducirán a los nuevos campos que estamos construyendo en todo el Reich. Les adelantaré con satisfacción que cerca de Sachsenhausen vamos a construir un importante complejo de campos de trabajo, en Neungamme. Allí los prisioneros fabricarán a bajo costo muchas cosas útiles para el resto de los ciudadanos.

»Es sumamente importante la propaganda que se realice de todo lo anterior. Los subhumanos deben apreciar el intenso odio de la población. Deben comprobar el desprecio que el pueblo alemán les profesa. Pero sobre todo, lo sucedido en París debe servir para demostrar a los judíos que a partir de ahora ya no hay lugar para ellos en el Reich. Ahora bien. Estas instrucciones son de orden interno. Las que se publicarán serán las que se les han pasado por escrito en borrador. Cara a los gobiernos extranjeros, deberá ser una genuina respuesta del pueblo. Si tienen alguna sugerencia les agradecería la incorporaran para que podamos terminar la orden. Muchas gracias por su atención. ¡No, por favor, no me aplaudan a mí! ¡El mérito de esta filosofía pertenece al Führer, y al Reichsführer aquí presente! ¡Yo solo soy un eslabón más en la cadena! Por cierto, el Führer ha decidido que el partido no organizará ni preparará ninguna demostración, pero que mientras estas surjan espontáneamente no deben ser detenidas.

Una hora más tarde un secretario pasó el borrador a limpio. Todos asintieron. Kurt, que no tenía voto, levantó la mano.

—Ministro. Creo que debería añadirse que los judíos arrestados por la policía, siguiendo estas directrices, no deberían ser maltratados. En otro caso podrían echarnos encima la propaganda internacional. No debemos proporcionarles armas.

—¡Muy astuto, Eckart! ¡De acuerdo! ¡Añádanlo y que se telegrafíe de inmediato! Esta noche deben arder la mayoría de las sinagogas. ¡No solo eso! ¡Como muy bien decía el Gruppenfuhrer, sus objetos religiosos deben ser profanados! ¡Esto debe ser para ellos como si hubiera llegado el Apocalipsis!

Orden emitida el 8 de Noviembre de 1938.

¡URGENTE! A todos los Cuarteles Generales y Comisarías de la Policía Estatal, todos los Distritos y Subdistritos de la SD. ¡Para la atención inmediata del director o su adjunto! Asunto: Medidas contra los judíos esta noche. Después de atentar contra la vida del Secretario de la Embajada en París, von Rath, se esperan protestas contra los judíos esta noche, 9-10 de Noviembre de 1938, en todas las localidades del Reich. Las instrucciones que se detallan a continuación deben aplicarse para controlar la situación:

  1. Tras la recepción de este telegrama, los mandos de la Policía Estatal o sus adjuntos deben contactar inmediatamente por teléfono con los dirigentes políticos de sus zonas respectivas que tengan jurisdicción en sus distritos, y organizar una reunión conjunta con el inspector o comandante de la policía para debatir las disposiciones para las manifestaciones. Los dirigentes políticos serán informados en estas reuniones de que la Policía alemana ha recibido instrucciones, detalladas a continuación, del Reichsführer de la SS y del Jefe de la Policía alemana con quien los dirigentes políticos deben coordinar sus propias medidas.
    1. Sólo deben tomarse aquellas medidas que no pongan en peligro vidas o propiedades alemanas (por ejemplo, las sinagogas sólo deben quemarse si el incendio no amenaza los edificios adyacentes).
    2. Los negocios y viviendas de los judíos pueden ser destruidos pero no saqueados. La policía estatal ha recibido instrucciones para hacer valer esta orden y arrestar a los saqueadores.
    3. En las calles comerciales, hay que adoptar especiales precauciones para que no se dañen los negocios de los no judíos.
    4. Los ciudadanos extranjeros, incluso si son judíos, no deben ser molestados.
  2. Asumiendo que se dará cumplimiento a las directrices detalladas en el apartado 1, la Policía no debe impedir las manifestaciones, sólo debe supervisar que se sigan estas directrices.
  3. A la recepción de este telegrama, la Policía requisará todos los archivos de todas las sinagogas y oficinas de las comunidades judías para evitar su destrucción durante las manifestaciones. Esto es aplicable sólo al material histórico, no a los registros impositivos contemporáneos, etc. Los archivos deben ser entregados a los oficiales locales de la SD.
  4. El control de las medidas de la Policía de Seguridad, en relación a las manifestaciones contra los judíos, estará cubierto por la autoridad de la Policía Estatal, a menos que los inspectores de la Policía de Seguridad hayan dado sus propias instrucciones. Puede utilizarse a los oficiales de la Policía Criminal, miembros de la SD, de las reservas y de la SS para aplicar las medidas tomadas por la Policía de Seguridad.
  5. Tan pronto como los sucesos de la noche permitan la liberación de los efectivos necesarios, debe arrestarse al mayor número posible de judíos (especialmente los ricos) en todos los distritos mientras se les pueda alojar en las prisiones existentes. De momento, sólo debe arrestarse a los judíos varones saludables, que no sean demasiado mayores. Una vez efectuadas las detenciones, debe contactarse inmediatamente con los correspondientes campos de concentración para el rápido alojamiento de los judíos en dichos campos. Debe tenerse especial cuidado en que los judíos arrestados, siguiendo estas directrices, no sean maltratados. Firmado: R. Heydrich SS Gruppenfuhrer.

Inmediatamente se les entregaron unas octavillas que debían distribuirse entre las SA y la policía. También entre las Juventudes Hitlerianas. Eran instrucciones concretas, aunque Heydrich comentó sonriendo que no iban a meter a nadie en la cárcel si no las cumplía.

—Ahora bien —prosiguió Goebbels—, no llamen la atención a ningún alemán porque se pase. A esos bastardos les vamos a dar el escarmiento que se merecen.

Al acabar la reunión Kurt Eckart se dirigió a su piso. Cogió el tranvía y se apeó frente al edificio en el que vivía. Parte de su papel era vivir discretamente. Procuraba no aparentar, ni tan siquiera disponía de automóvil del partido como otros a su nivel, no asistía a fiestas ni tenía vicios ocultos. Muchos de los que estaban por debajo de él en el organigrama del NSDAP visitaban los prostíbulos y cabarets de lujo a costa del partido. Él se centraba en su único objetivo. Informar al Kremlin a través de Frederick Bauer, alias «Iván», de lo que consideraba importante, como la reunión a la que acababa de asistir, aunque a Iván le era cada vez más difícil verlo por razones de seguridad. Todos los altos cargos, las personas que como él se codeaban con los líderes eran estrechamente vigiladas por la SD, cuyo jefe, Reinhard Heydrich, como acababa de comprobar, era un tipo de cuidado.

Según Iván, el subdirector del NKVD, Nikolay Ivánovich Yezhov, encargado personalmente por Stalin del dossier nazi, había recibido el dossier que demostraba la vinculación familiar de Heydrich con judíos. Unos meses atrás, Iván le había proporcionado información sobre la supuesta ascendencia judía de Heydrich. Una de sus abuelas, Ernestine Wilhelmine Lindner, se había casado en segundas nupcias con un tal Gustav Robert Süss, judío, aunque según el informe no era por ahí por donde le venía la ascendencia, sino por una tatarabuela judía, Johanna Birnhaum, casada en 1810 con el posadero Johann Gottfried Heydrich.

Le había insistido que aquella información era sumamente importante. En un momento dado podrían coaccionar a Heydrich con difundirla, y debía ser consciente de que ello podría acabar con su fulgurante carrera.

A Kurt le asombraba que aquellos informes no se utilizaran para modificar los acontecimientos. ¿Por qué el NKVD que tenía capacidad para intervenir, por ejemplo acabando con la vida de personajes como Heydrich o Himmler, no lo hacía? Por su posición y circunstancias, él mismo podría actuar en algún momento, incluso atentar contra el propio Führer. Si Iván le diera orden de acabar con alguien como Goebbels, podría hacerlo de inmediato, naturalmente asumiendo el enorme riesgo que ello supondría. Tendría que suicidarse de inmediato. Sabía que no era el único infiltrado del NKVD en las filas del partido nazi, aunque desconocía quiénes eran sus compañeros de partida, ni lo que pretendían. Imaginaba que en aquel juego de espías, el contraespionaje alemán, la Abwehr, se encontraría en una situación parecida en Rusia, incluso dentro del mismo Kremlin.

En el piso no tenía ningún informe escondido. No podía arriesgarse. Cuando tenía que enviar algo, confeccionaba el informe el mismo día en que quedaba con Iván. El riesgo estaba en el lapso de tiempo hasta que se lo entregaba. Aquella tarde redactó un informe acerca de la reunión, describiéndola minuciosamente. Dejó muy claro lo que iba a suceder, probablemente aquella misma noche. Después salió a la calle. Se encontró con Iván en los urinarios públicos cerca del Museo de Pérgamo. Ni siquiera hablaron, ni se miraron, fue solo un instante cuando le pasó el informe. Iván se lo entregaría a un tercero, quien trasmitiría el informe un rato más tarde, alguien en el Kremlin lo leería antes de una hora.

Se detuvo a cenar algo en una cervecería cercana. Eran más de las nueve cuando vio llegar los primeros camiones con SA y muchos hombres de paisano armados con garrotes de madera. Todos cortados a la misma medida. Alguien se los había proporcionado. No cantaban himnos como otras veces mientras se dispersaban con rapidez por la avenida Unter den Linden.

Se mantuvo cerca aguardando a ver como comenzaría aquello. Pudo ver como uno de los grupos se dirigía a una tienda judía de moda para señoras, «Keacher-Moda para Damas», y sin más rompieron los escaparates con los garrotes. Un grupo de viandantes se detuvo asombrado. Los SA penetraron en la tienda por los escaparates destrozándolo todo a su paso. Algo más allá otro grupo entró en otra tienda cercana y repitió la escena. Unos muchachos que paseaban por allí fueron invitados por los SA a llevarse lo que quisieran. El propietario de una tienda de pieles intentó interponerse, pero lo apalearon sin piedad frente a su tienda. Una empleada, tal vez alguien de su familia, también judía, intentó defender al hombre caído. Uno de los SA la abofeteó violentamente. La mujer cayó al suelo, mientras el SA la arrastraba hacia los cristales rotos que se le clavaron en las nalgas y en los muslos. La mujer chillaba de dolor, aterrorizada, sangrando profusamente. Algunos salían llevándose valiosos abrigos de pieles o lo que hubieran cogido.

Kurt observaba todo aquello. No podía ni debía intervenir. Su misión no era defender a los judíos. Un rato más tarde caminó hacia la Puerta de Brandeburgo, vio que en una de las avenidas laterales ardía un gran edificio. Se trataba de la Nueva Sinagoga de Oranienburger Strasser, la mayor sinagoga de Alemania, un impresionante edificio rematado con una magnífica cúpula de estilo islámico que no dejaba indiferentes a los que pasaban cerca.

Pensaba que Alemania había entrado en una situación sin vuelta atrás. Vio como la gente corría de un lugar a otro. Muchos se llevaban ropas, trajes, pieles, objetos, cajas llenas de mercancías. Se estaba expoliando a los judíos, los SA solo habían tenido que abrir las puertas a machetazos o rompiendo los escaparates con sus porras. Algunos intentaban defender sus comercios. Era inútil. No vio a ningún alemán que saliera a defender a los judíos, probablemente por miedo a ser represaliados como amigos de los judíos. La mayoría actuaba como si se la tuviera guardada, mientras los SA destrozaban lo que encontraba, la muchedumbre era cómplice alborozada de lo que estaba ocurriendo.

En la Nueva Sinagoga, algunos estaban amontonando los objetos de culto en la acera y prendiéndoles fuego. El rollo de la Torá rodaba por la acera a puntapiés hacia la hoguera, el Bereshit, el Shemot, el Vayikrá, el Bemidbar, el Devarim, los cinco libros del patriarca Moisés. Recordaba los nombres por haberlos escuchado de labios de su madre. Otros empujándolos a puntapiés, entre carcajadas, arrastraban por la acera los volúmenes del Talmud, también la valiosísima Torá que algún escribano escogido habría copiado con esmero a lo largo de años de trabajo, ya que si hubiera cometido un solo error habría tenido que enterrarla en la sinagoga. Los rostros de los presentes se deformaban por la luz de las llamas en aquel aquelarre de odio. Entonces vio llegar corriendo a unos judíos que intentaban rescatar aquellos volúmenes sagrados. Los SA los golpearon sin conmiseración con las porras. Uno de ellos cayó sobre las llamas ya que lo hicieron tropezar. La gente los acosaba y los abucheaba: «¡Malditos judíos, iros todos a Palestina! ¡Marcharos de Alemania, que aquí no os queremos!». Kurt notaba un odio cerval, una violencia extrema, desatada. Nadie mostraba la más mínima empatía hacia los judíos. Ninguno de los alemanes presentes movió un solo dedo. Pensó que debía ser una mezcla de cobardía, odio, ignorancia y prejuicios. Eran ya cerca de las doce. La avenida parecía una verdadera fiesta en vez de un sangriento pogromo. Muchos jóvenes, probablemente pertenecientes a las Juventudes Hitlerianas, corrían por la avenida persiguiendo a unos judíos. Vio como la gente los acorralaba y se lanzaba sobre ellos como una jauría de lobos. Resultaba difícil creer que aquello fuera el centro de Berlín, la ciudad cosmopolita y culta de Alemania. Todo el mundo creía que se trataba de uno de los países más adelantados y cultos de la tierra. La multitud parecía disfrutar al participar en aquel aquelarre. Pudo ver como los golpeaban con saña, incluso a una joven que llegó corriendo intentando defender al que sería su hermano. Apenas tendría quince o dieciséis años. Unos SA la patearon en el suelo. Nadie se interpuso. La dejaron inanimada, sangrando, semidesnuda, con la ropa rota y la cara destrozada. Unas horas antes aquellos judíos eran otros berlineses más a pesar de las Leyes de Núremberg. O al menos estaban convencidos de ello. En sus comercios, en sus trabajos, sin intuir lo que el Führer y sus secuaces les estaban preparando. Aquí y allá ardían las sinagogas en la gran fiesta del Führer, preparada por sus acólitos.

Pasó por delante de almacenes con nombres judíos: «Salomón Herzog-Sastrería», «Appelbaum-Radios y Cámaras», «Moses Stein-Sombreros», que estaban siendo saqueados. Vidas destrozadas en minutos.

A la mañana siguiente Goebbels le dijo que fuera a su despacho. Salió a abrirle la puerta, ya que normalmente la tenía cerrada por dentro, supuestamente para que nadie le molestase. Kurt sabía que leía revistas pornográficas. Cojeó hacia su mesa y lo observó sonriente.

—¡Siete mil comercios judíos destruidos! ¡Más de doscientas sinagogas quemadas! ¡Incluso la Nueva Sinagoga que era su orgullo! ¡Uno de los nuestros se interpuso, ya que en otro caso hubiera resultado totalmente destruida! ¡Menudo imbécil! ¡Muchos de sus cementerios arrasados! ¡Judíos apaleados en todas partes! Creo que han muerto un centenar, y la verdad, pocos… ¡También hemos llenado varios campos de trabajo! ¡Treinta mil bastardos! ¡Entre ellos comerciantes, profesores, médicos, científicos y un montón de abogados! ¡Ahora les vamos a hacer pasar un mal rato, y después los que quieran abandonar el Reich que paguen su visado con oro! Me ha dicho el jefe de policía de Berlín que algunos se suicidaron. ¡Cobardes! Y ahora viene lo mejor. ¡Les vamos a exigir mil millones de marcos de multa por desórdenes públicos, y los seguros por los daños los cobrará el estado! ¡Una jugada maestra!

Kurt volvió a su despacho pensativo. La caja de Pandora se había abierto definitivamente en el Reich. Ya no habría vuelta atrás.