81. LA CONFERENCIA DE EVIAN
(EVIAN, SUIZA-JULIO DE 1938)
La conferencia internacional convocada por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt en Evian, Suiza, cogió desprevenido al gobierno alemán. Al principio se negó a asistir, y muchos países que iban a enviar delegados se negaron a hacerlo si en la mesa se sentaban representantes nazis. La Conferencia de Evian contaría con la presencia de delegados de 32 países, entre ellos, Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza, Brasil, Argentina, México, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Chile, Países Bajos, República Dominicana, Canadá y Australia, además de representantes de la Agencia Judía, el Congreso Mundial Judío, y la Organización Sionista Revisionista. También organizaciones de ayuda a refugiados y representantes de la Sociedad de Naciones. Sin embargo los organizadores conocían la importancia de que asistieran representantes nazis para comprobar el malestar que sus políticas estaban causando en el mundo. Finalmente, tras muchas dudas y recelos, se decidió que asistieran tres enviados del Reich. Uno de ellos sería el diplomático Joachim Gessner. No se sentarían en la mesa de deliberaciones, asistirían en una mesa aparte asistidos por sus propios traductores y secretarios. Por parte de las organizaciones judías estarían Chaim Weizmann, como presidente de la Organización Sionista Mundial, y Golda Meier, esta última como «observadora judía de Palestina». Selma Goldman, como representante sionista, fue invitada a participar por Ben-Gurión, lo que fue aceptado por Weizmann. Una de las pocas cosas en que se mostraron de acuerdo.
Selma compartía habitación con Golda Meier en un pequeño establecimiento cercano al Hotel Royal, donde se mantendrían las reuniones de trabajo. No existían suficientes habitaciones y a ninguna de las dos mujeres les importó. Eran casi de la misma edad, y ambas fervientes sionistas. Ben-Gurión le había hablado de Selma y simpatizaron desde el primer momento.
Roosevelt prefirió no enviar al secretario de estado, como estaba inicialmente previsto, a Evian; fue Myron C. Taylor, amigo cercano de Roosevelt, quien representó a los Estados Unidos en la conferencia. Fue él quien inauguró las sesiones ante la expectación de la prensa y los asistentes. Los representantes alemanes se mantenían impertérritos, sin manifestar ninguna emoción.
—Damas y caballeros. Bienvenidos a la Conferencia de Evian. Como saben el Reich alemán pretende declararse «judenfrei», esto es, libre de judíos. No haré mención de la prolija jurisprudencia internacional sobre un acto de tal calibre moral. No expresaré la vergüenza que sentimos ante ello. No haré comentarios que pudieran poner en peligro el fin que perseguimos en esta conferencia. Lo cierto es que centenares de miles de vidas de judíos alemanes y desde hace poco también austríacos se hallan en peligro. Es preciso por tanto, mientras se adoptan otras medidas, proteger la existencia de estas personas.
Taylor prosiguió su discurso. Weizmann tomaba notas sin parar al igual que Meier. Durante la reunión de nueve días, los delegados mostraron su compasión por los refugiados, pero lo cierto era que la mayoría de los países, incluyendo Estados Unidos y Gran Bretaña, no querían abrir sus puertas a los judíos. Todos, de una manera u otra, ofrecieron excusas por no admitir más refugiados, eso sí, mostrando signos de simpatía y compasión a los refugiados judíos de Alemania y Austria, expresando sus deseos de que la situación se solucionase cuanto antes.
Selma era consciente de la profunda indignación de las organizaciones judías. Las notas que se pasaban Weizmann y Meier al comprobar que se escuchaban muy buenas palabras por parte de los delegados, pero que al final no permitían a los judíos refugiarse en sus países, solo ofrecían excusas retóricas sin permitirles la entrada.
Cuando llegó el turno de que el gobierno alemán respondiera, Joachim Gessner se dirigió al estrado. Se acercó al micrófono y expresó su opinión.
—Señoras y señores representantes. Nos resulta asombroso el hecho de que los países extranjeros critiquen a Alemania por su trato a los judíos, y que al mismo tiempo ninguno de ellos quiera abrirles las puertas cuando se les ofrece la oportunidad. Sin ánimo de ofender a ninguno, ese doble lenguaje se llama hipocresía. Alemania ha expresado claramente y sin ambigüedad que prefiere que los judíos se vayan. Lo decimos sin tapujos. Ellos ya no están cómodos allí, y los alemanes prefieren vivir si judíos. La diferencia fundamental es que nosotros somos claros. Ustedes no. La demostración es palpable. Tan solo la República Dominicana se ofrece a acoger a cien mil judíos… a cambio de un millón de dólares de la «American Jewish Joint Distribution Comittee». No tenemos nada que decir. Pero que no nos venga el señor Trujillo con que lo hace por amor a los judíos. Miren ustedes. Alemania ha mantenido durante siglos a centenares de miles de judíos. Ya es hora de que los mantengan en otros lugares. No podrán decir a partir de ahora que los alemanes somos antisemitas. ¡Todos ustedes lo son! Y si no, ¡abran sus puertas a los judíos que quieren salir de Alemania! ¡A partir de ahora no tendrán ustedes capacidad moral de echar la culpa a Alemania de lo que pueda ocurrir con los judíos alemanes y austríacos!
Aquella era la estrategia que Gessner había consensuado con Goebbels y con Goering. La conferencia se había convertido en la perfecta coartada.
Aquella noche mientras Selma cenaba con Weizmann y Golda Meier notó su enfado y su indignación. Golda no se mordía la lengua.
—¡Siento vergüenza ajena de lo que he presenciado hoy en la conferencia! ¡Ese nazi dando clases de ética a unas naciones que solo hablan pero no son capaces de actuar! ¡Necesitamos urgentemente el Estado Judío de Herzl! ¡Mientras, siempre estaremos supeditados al egoísmo de los demás!
Weizmann asintió mientras murmuraba entristecido.
—El mundo parece estar dividido en dos partes: Una donde los judíos no pueden vivir y la otra donde no pueden entrar. Es desesperante.
Pero Selma tenía su propia opinión. A fin de cuentas gran parte de su sangre era sefardí.
—Ya han visto lo ocurrido en Austria. Eso va a seguir. Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Grecia, Rusia. No tengo la menor duda de que Alemania no se va a detener ahora. ¿Han oído ustedes hablar del «espacio vital»? Esa es la teoría de Hitler. Le falta espacio y le sobran los judíos. ¿Ustedes conocen lo que sucedió con los armenios en Turquía hace apenas un cuarto de siglo? ¿Saben ustedes que el entonces embajador de Alemania ante la Sublime Puerta, von Wagenheim, dijo que no iba a hacer nada por los cristianos armenios que estaban siendo masacrados por los turcos? Fue entonces cuando por primera vez los alemanes comenzaron a hablar del «espacio vital». Ahora se va a repetir la historia, aunque en lugar de armenios deberíamos poner judíos.
Weizmann asintió.
—Así es. Aunque no creo que ahora vayan a hacer algo parecido. No se atreverían.
—¡Sí que se atreverán! —Golda no era capaz de contener su indignación—. ¡Es como un pulso entre ellos y el resto del mundo! ¡Están comprobando hasta donde llega la cobardía de las otras naciones! ¡Estoy de acuerdo con Selma! ¡Ahora ya saben que nadie nos quiere acoger, y ellos van a seguir adelante con su política! ¡Mientras el mundo mira para otra parte los nazis intentarán aniquilar a los judíos!
El día 15 de julio se clausuró la conferencia sin ningún resultado positivo. Golda Meier acompañada de Selma cogió el tren nocturno, volverían a Tesalónica y desde allí Golda se dirigiría a Tel Aviv. Debido a la conferencia ambas tenían un visado especial del Reich. Weizmann volvía a Londres. Todos eran conscientes de que las cosas iban a empeorar para los judíos.
En cuanto a Joachim Gessner volvió a Berlín donde se entrevistó con Goebbels y Himmler. Cuando le preguntaron qué consecuencia se podía sacar, contestó:
—¡A partir de ahora tenemos las manos libres! ¡Se han lavado las manos como Poncio Pilatos! ¡Después de lo que hemos visto en Evian, usted, mi Reichsführer podrá hacer con ellos lo que se le antoje!
Aquella frase fue casi profética. El 1 de octubre la Wehrmacht invadió Checoslovaquia con el visto bueno de Gran Bretaña y Francia. El Führer había prometido a Neville Chamberlain, reunido con Hitler en Berchtesgaden dos semanas antes, que con aquella anexión se terminaban las apetencias territoriales de Alemania. Aseguró que tan solo deseaba la anexión de los Sudetes, donde un millón de alemanes residían desde hacía siglos. Los Acuerdos de Múnich firmados el día anterior por Hitler con la complicidad de Mussolini, Chamberlain y Daladier, sorprendieron a Checoslovaquia, sin darle tiempo a reaccionar.
Kurt Eckart había informado a través de Iván de lo que iba a suceder. El Kremlin estaba advertido, y para su sorpresa no hizo nada por evitarlo. El líder nacionalista Konrad Henlein entró con las tropas alemanas y unos días más tarde fusionó el Partido Alemán de los Sudetes con el NSDAP.