73. UNA REUNIÓN PREPARATORIA

(BERCHTESGADEN-ABRIL DE 1936)

Joachim Gessner fue invitado a una reunión preparatoria a la celebración de los Juegos Olímpicos de verano que se celebraría en el Berghof, en Berchtesgaden. Gessner era uno de los coordinadores designado por el ministro de Asuntos Exteriores von Neurath. También asistiría su hermano Stefan, uno de los especialistas en seguridad del régimen, enviado por Goering. El propio Führer iba a explicarles lo que pretendía para que las cosas salieran como él deseaba.

Era una reunión de alto nivel, con Goebbels como coordinador general, Himmler, del que se decía iba a ser designado jefe de las fuerzas policiales del Reich, Reinhard Heydrich, el nuevo jefe del SD, el Servicio de Seguridad de la policía del Reich, Robert Ley, jefe de organización del partido, Julius Schaub, que llevaba el control de documentos confidenciales, Wilhelm Brückner, el ayudante jefe, Albert Bormann, y otra serie de jerarcas nazis entre los que destacaba Sepp Dietrich, jefe del SS-Leibstandarte «Adolf Hitler» y su hombre de confianza.

El motivo era la postura del presidente del Comité Olímpico Internacional, Baillet-Latour, que en la última visita de inspección de los juegos había amenazado con suspenderlos si proseguía la persecución y discriminación a los judíos en Alemania. Hitler había comprendido que aquel hombre hablaba en serio, y que una suspensión de los juegos significaría un duro golpe a la credibilidad internacional del régimen nazi.

A última hora cambió el lugar de convocatoria y la reunión se celebró en un hotel de montaña cercano al Berghof. Hitler no había querido meter en su casa a una gente con la que solo mantenía relación como líder del partido. Mientras aguardaban la llegada del Führer, Joachim y Stefan hablaban entre sí, exultantes. Ambos, por distintos caminos se habían abierto paso hasta la cumbre. Todos los presentes intercambiaban saludos. En el caso de Himmler, le daban los parabienes por su importante cargo. En un momento dado, Himmler se apartó a un lado cogiendo del brazo a Joachim Gessner.

—Estimado Gessner. Quiero que sepa que cuento con usted. Vamos a necesitar a alguien preparado para determinadas misiones, digamos «especiales», a las que no se puede enviar a un embajador, ni a un político relevante, pero a las que debe asistir un enviado de toda confianza. Pronto tendrá usted noticias mías. ¿De acuerdo? Mire, ¡ya está aquí el Führer! ¡Seguiremos hablando!

Adolf Hitler había mirado el reloj más de una vez, se le veía impaciente, como si apenas llegado ya tuviera que marcharse a otro lugar. Cuando comenzó a hablar fue directo al grano. No se entretuvo en prolegómenos.

—Les he citado para un asunto delicado y urgente. Quería ser yo el que lo expusiera para evitar falsas interpretaciones. Les ruego atención. Verán, los juegos olímpicos se celebrarán dentro de tres meses. Alemania los ha preparado durante los últimos años, y son muy importantes para la visión que el mundo tenga de nosotros. En los últimos meses, desde que se celebraron los de invierno en Garmisch-Parterkirchen, los judíos se han movido con su propaganda de mentiras y exageraciones, y tenemos que evitar que se salgan con la suya. El lobby judío americano pretende que los juegos de Berlín se suspendan. ¡Menos mal que el presidente del comité americano, ese Brundage, es un tipo decente! Para ellos significaría una importante victoria política si consiguieran que el comité los suspendiera. Muy bien. ¡Seremos más astutos que ellos! Vamos a cambiar de estrategia y no tendré que aclararles mi pensamiento. Lo encontrarán en «Mi lucha». Desde mañana los rótulos a la entrada de los pueblos y ciudades con comentarios en contra de los judíos deberán ser retirados. Los comercios judíos no serán molestados hasta nueva orden. Los ataques a las sinagogas deberán cesar —Hitler lanzó una larga mirada a Goebbels—. La prensa moderará sus artículos sobre el tema. ¡Olvídense un tiempo de los judíos! Si unos judíos quieren entrar a comer en un restaurante no deben ser molestados. ¡No quiero problemas callejeros que ellos puedan magnificar! ¡Sí, sé que va a ser duro! ¡Pero no será por mucho tiempo! Durante el tiempo que falta hasta el comienzo de los juegos, hasta unos meses después de terminados los dejaremos tranquilos… en apariencia. ¿Han entendido?

Reinhard Heydrich levantó la mano al tiempo que se ponía en pie. Todos lo miraron expectantes, a fin de cuentas era uno de los hombres importantes allí. Hitler hizo un gesto impaciente concediéndole la palabra.

—Sí, mi Führer. Entiendo que todo ello será solo en apariencia, pero que en realidad proseguiremos con la limpieza racial sin detenernos…

—¡Naturalmente, señor jefe de la policía de seguridad! ¡Ustedes a lo suyo! ¡Sigan con su labor de vigilancia y control, de clasificarlos, de saber lo que hacen y donde están, lo que tienen y lo que esconden, adónde quieren ir y cuando! ¡Una cosa nada tiene que ver con la otra! ¡He dicho retirar los carteles, no destruirlos, que los comercios judíos no serán molestados… hasta nueva orden! ¡Claro que proseguiremos la limpieza… pero ahora el Reich quiere celebrar los juegos sin que la estrategia de los judíos nos provoque un serio problema internacional! ¡Después ya les arreglaremos las cuentas a esos bastardos! ¡Para eso les estamos preparando Sachsenhausen! ¡Pero ahora no quiero problemas! ¡No quiero manifestaciones contra los judíos! ¡No quiero que se quemen más sinagogas! ¡No quiero ataques individualizados contra ellos! ¡Déjenlos confiarse, creer que todo ha cambiado! ¡Solo yo podré cambiar ese criterio dependiendo de la clase de público que tenga delante! ¡Les prometo que después actuaremos sin piedad, hasta que no quede ni una sola de esas sabandijas en el Reich! ¡Ustedes son las fuerzas vivas en materia de orden público! ¡Confío en su sentido común! ¡Muchas gracias por su presencia! Y ahora sigan trabajando como lo están haciendo. ¡El Reich y su Führer los necesitan!

El Führer volvió al Berghof, donde alguien importante debía estar aguardándole. Himmler invitó a los presentes a un almuerzo en el comedor del hotel para celebrar su inminente nombramiento como jefe de la policía del Reich. Joachim se sentó a su derecha, y junto a él Heydrich. Eran apenas dos docenas de personas que representaban el verdadero poder oscuro del Reich.

Himmler habló en voz baja, como si no quisiera que otros comensales pudieran escuchar sus palabras, salvo Heydrich que asentía moviendo la cabeza.

—Gessner. Antes de las palabras del Führer le estaba diciendo que vamos a contar con usted. Me han enviado su currículo y lo he leído detenidamente. Si alguien tiene que elegir entre su hermano y el partido, y elige al partido… ¡entonces yo quiero a ese hombre conmigo!