70. ADA AMIAD Y ARIEL NAHMIAS
(TESALÓNICA, VERANO DE 1935)
Jacques Dukas cumplió dieciocho años en julio de 1935. El mismo día en que él y su hermana Esther partían para Tesalónica. Un largo viaje que llevaban haciendo desde que eran niños, pero que seguía ilusionándolos.
Jacques, un muchacho apuesto y educado, tenía además otro interés. Cerca de la casa de la abuela en Tesalónica vivía Ada Amiad, una hermosa joven de la que se había enamorado perdidamente, y que con quince años ya era su novia. No hubo necesidad de acudir a la casamentera. No hizo falta la shadjnte que emparejara a Ada con nadie. Ella simplemente señaló a Jacques como el hombre al que quería. En Tesalónica todos lo llamaban Jacob, recordando tal vez a aquel tatarabuelo que aseguraba seguir poseyendo su casa en la mítica Toledo, cerca de la sinagoga de Samuel Ha-Leví. Jacques o Jacob Dukas le prometió que algún día la llevaría allí a buscar la casa de Sefarad, ya que aquella vieja llave de hierro llevaba siglos colgada de un clavo en la pared, aguardando a que alguien la llevara de regreso a su hogar.
También Esther Dukas había encontrado a su verdadero amor en Tesalónica. Después de tantos veranos pasados en la solitaria playa frente a su casa, acompañados de sus amigos, hasta que apenas con trece años, mientras se estaba transformando por días en una hermosa joven, conoció a Ariel Nahmias, dos años mayor que ella. Fue un amor a primera vista, y Esther sintió que cuando llegara su tiempo, aquel muchacho sería el padre de sus hijos.
Rachel y David Goldman también habían vuelto a Tesalónica, para refugiarse allí, en tierra amiga, de la gran tormenta que se avecinaba. David había podido comprobar con amargura y una cierta sorpresa que en Viena no lo consideraban un vienés más.
Rachel y David sabían lo que estaba sucediendo en Alemania, parientes, amigos o conocidos que también huían, perdiendo en muchos casos gran parte de su patrimonio, o que intentaban capear lo que creían una simple tormenta que terminaría por pasar. Pero Rachel sabía que aquello iba a durar mucho más de lo que la gente imaginaba, y David se había convencido de que los nazis iban a llegar hasta el final en su voluntad de expulsar a todos los judíos del Reich.
Como David conocía la intuición de su mujer, decidieron cerrar el piso de Viena y marchar a Tesalónica. Habían tomado la determinación de quedarse allí para siempre. David podría proseguir sus investigaciones sobre la herencia sefardí, y Rachel volver a vivir los años de su feliz infancia y juventud. En aquel caserón se sentía de vuelta a su hogar, y se sentía acompañada por los espíritus benéficos de los suyos. Percibía que Esther Safartí seguía estando allí. Una extraña sensación que notaba en cuanto entraba en la casa.
Mientras, en Viena, Selma Goldman comprendía la decisión de sus padres. Compartía su criterio de abandonar Austria. Ella también se hubiera ido a Tesalónica con sus hijos, aunque solo como una etapa en su voluntad de marchar a Palestina, pero no podía abandonar su trabajo en la agencia, ni tampoco Jacques y Esther abandonar sus estudios. Trabajar en la agencia sionista le permitía entender en profundidad el mundo en el que vivía. Cada día llegaban judíos de lugares remotos, cada uno de ellos con su historia y sus problemas, aunque todos decididos a emigrar. Algunos escuchaban sus razonamientos y cambiaban su destino a otros países europeos, los Estados Unidos, o Sudamérica, por Palestina. La tierra prometida los necesitaba, si quería llegar a ser alguna vez lo que todos ellos anhelaban, y deberían hacer la aliyá si querían conseguir algún día el Estado de Israel, el hogar del pueblo judío.
Ella se mantenía en contacto con David Ben-Gurión, que le escribía explicándole sus ideas y animándola a trabajar intensamente por la causa sionista. Según él, Viena era un lugar estratégico y la agencia en la que ella trabajaba fundamental para guiar hasta la tierra prometida a mucha gente que no sabía bien adónde ir, ni cuál era su verdadero destino. Selma respetaba y admiraba a aquel hombre que tenía una convicción en la vida: Conseguir una patria para todos los judíos. Ben-Gurión acababa de ser elegido presidente del ejecutivo de la agencia Sojnut, un verdadero estado paralelo al mandato británico.
Por otra parte Lowe Lowestein era la encargada de la agencia en Tesalónica y Selma viajaba allí al menos un par de veces al año. Además de su interés sionista sentía un gran cariño por Lowe que se había sincerado con ella. Lowe la consideraba su hermana mayor y decidió que no podía tener secretos con Selma. Le contó la manera en que había conocido a Paul Dukas, y le dijo que aquel hombre había demostrado una enorme grandeza de espíritu, justo cuando más enfangado estaba en lo material. Había sabido comprender lo que debía hacer, mientras ambos se hallaban desnudos en el lecho. Pocos hombres habrían sabido elegir, Paul lo hizo sin esperar nada a cambio. Gracias a él, ella se encontraba en aquellos momentos allí. La alternativa habría sido su degradación como mujer en aquel prostíbulo de Varsovia.
Lowe iba casi todos los días a casa de David y Rachel. Se había hecho muy amiga de la joven Esther, y ambas hablaban de muchas cosas.
Ada Amiad era la única hija de Salomón y Sarah Amiad. No pertenecían a la comunidad sefardí de Tesalónica, habían llegado de Estambul casi veinte años antes, y la gente los conocía como «los turcos». Nadie sabía la causa de haber abandonado aquella gran ciudad, hasta que Ada se lo contó a Jacques, ya su prometido. Salomón Amiad, como médico había ayudado a muchos armenios durante las matanzas de 1915 y 1916. Eso le había señalado y al final no tuvo otra alternativa que marcharse de Estambul, al perder la clientela y estar fichado por la policía. Él mantenía que solo había hecho lo que tenía que hacer, y que si volviera a repetirse la historia haría lo mismo. ¿Cómo iba a permitir que asesinasen a la gente solo por ser cristianos? Eso los judíos podían comprenderlo mejor que nadie. No era cuestión mirar hacia otro lado mientras los turcos perseguían a los armenios por las calles para acabar con ellos.
En cuanto a Ariel Nahmias, su historia era bien diferente. Descendía por parte de madre de una familia dönme, el último grupo de conversos que surgió en el imperio Otomano a finales del siglo XVII, seguidores del hereje Sabbatai Zeví, un judío que se proclamó a sí mismo mesías y pidió la abolición de las leyes y costumbres judías. A pesar de lo que significaban sus propuestas, Zeví atrajo a seguidores en el mundo judío. En 1666, los otomanos lo arrestaron y le dieron a escoger entre convertirse al Islam o la muerte. A pesar de ello, un grupo de sefardíes, unos cientos de familias judías, siguieron a Zeví, y para evitar represalias se convirtieron públicamente al Islam. Fueron llamados «dönme», es decir, conversos en turco, aunque se hacían llamar a sí mismos «ma’aaminim», es decir creyentes en hebreo. A finales del siglo XVII, prácticamente todos ellos residían en el lugar que se había convertido en su refugio: Tesalónica. Durante los siguientes siglos llevaron una doble vida: hacían negocio entre ellos, oraban y practicaban en secreto sus propias tradiciones. No eran ni judíos ni musulmanes sino seguidores de Zeví y los judíos intentaban no mezclarse con ellos.
Muchos dönme simpatizaban con el programa de los Jóvenes Turcos, e incluso algunos de ellos se convirtieron en líderes del Comité para la Unión y el Progreso, que en 1908 forzó al sultán Abdul Hamid a establecer una constitución. En 1912 la ciudad fue conquistada por Grecia, que helenizó el nombre de Salónica a Tesalónica, expulsando a la población musulmana, aun cuando para la comunidad sefardí siguiera siendo Salónica.
Los dönme se vieron forzados a abandonar sus mezquitas y sus casas, y muchos se establecieron en Estambul. El padre de Ariel, Jacob Nahmias, contrajo matrimonio con una dönme huérfana de padre a pesar de la oposición frontal de su familia. La muchacha se convirtió al judaísmo y tuvo dos hijos con él, hasta que alguien la asesinó una noche. No se sabía si la había matado un judío, un musulmán o un dönme. Jacob Nahmias tuvo que volver a casarse para sacar sus hijos adelante.
Ni David Goldman ni Rachel hicieron comentario ni en un caso ni en otro. Si su nieta había elegido aquel muchacho, por otra parte educado en la religión, ellos no iban a oponerse. Esther Dukas era una joven dulce y hermosa aunque con las ideas muy claras, que no quería saber nada de que su madre eligiera a un joven para ella. La tradición de la casamentera estaba muy bien para los judíos ortodoxos, o para los que seguían las tradiciones más ancestrales, los que llegaban de Besarabia, de lugares remotos de Ucrania, de aldeas perdidas de Polonia. Tampoco Selma tenía nada que objetar. Ella mejor que nadie podía entender que el amor era una imparable fuerza de la naturaleza, y que por tanto era prudente no interponerse.
Tanto Ada Amiad, como Ariel Nahmias, procedían de familias con dramáticas historias. Los Amiad, amenazados de muerte, habían sido desterrados de Estambul como amigos de los armenios. Los Nahmias, al menos por parte de madre, como dönme, estaban vinculados a la causa de los Jóvenes Turcos, que con sus políticas provocaron el genocidio armenio. Ni Ada ni Ariel tenían nada que ver con aquellas historias, aunque como decía Lowe, la vida daba muchas vueltas.